UN 2 DE ENERO, DÍA DE LA TOMA DE GRANADA, EN EL RECUERDO
Como cada año, y que yo sepa desde tiempo inmemorial, me supongo que con mayor pujanza desde el siglo XIX, sobre todo cuando se instituyó por los gobiernos liberales y conservadores de entonces, el día 2 de Enero como Fiesta Nacional para toda España, el recuerdo de la Toma de Granada por los Reyes Católicos se ha hecho con una ofrenda floral en su hermoso sepulcro, (que se edificara sobre los espacios de la famosa mezquita principal de Granada y su adyacente cementerio o rauda) el desfile de la corporación municipal en pleno y ataviados los pajes con los ropajes de aquella época y la custodia de las fuerzas militares de la otrora Capitanía General de Granada, por las céntricas calles de la ciudad, con el colofón de ondear el Pendón de Castilla, que nos dejaran sus Mercedes Reales, y tremolarlo por tres veces desde el balcón de su Ayuntamiento, con el ritual que pregunta a los granadinos su reconocimiento.
Las muchas generaciones que se han sucedido en el solar de la antigua Natívola, alguna que otra vez han seguido expectantes ese simple ritual, o con el toque de campana en la Torre de la Vela. Las mozas, suspirando para que ese año les trajera el ansiado príncipe; los muchachos, para diversión y poder encontrarse en su plataforma, por sus empinadas escaleras o en sus aledaños y jardines pintados por Fortuny, hallar la mujer de sus sueños ocultos.
Hoy día, la fiesta del Día de la Toma, se ha convertido en el escaparate donde nostálgicos con camisa azul y ondeando banderas rojo y gualda, algunas con el escudo del águila imperial, que por su aspecto serían niños cuando la Guerra Civil, conservan el rencor de sus antepasados cuyos apellidos ostentan destacados servicios o bufetes, a quienes no les temblara el pulso para firmar las sentencias de muerte de sus vecinos, que por aquella época y en años de silencio posterior se conocían todos, ya que por entonces era una modesta ciudad, con una enorme cercanía campesina de la vega que hoy lentamente muere.
Con sorpresa, algunos imberbes y bien alimentados hoy (Azaña se alegraría de ello si tuviera que pasarles revista ahora), se suman a esta decrépita caterva, supongo que engañados por su propia pasión de su joven edad y del amor que ya abriga su pecho por su Patria.
Lástima que estén en el bando de quienes, por desgracia, en Granada, durante largos años, impusieron el terror y se cargaron de oprobio y seguro del desprecio de su jefe Jose Antonio, dando muerte al poeta más grande y universal que, después de Cervantes, haya podido ver la luz en España y quien en toda su obra literaria, Granada, su Granada, estuvo siempre presente y que, hoy, todavía en el siglo XXI, no tiene el referente necesario en su propia ciudad, que debería llamarse en su honor, como antes en época de los primeros pobladores judíos de Garnata al Yahud, ahora, Granada de García Lorca.
El otro bando, en primera fila de jóvenes modernos, que diría un antiguo, por sus aretes, piercings, tatuajes y pelambreras de fosforescentes colores, barbas a la beréber, como corte facial semítico, con silbatos y toda la parafernalia propia para reventar el acto en la Plaza del Carmen, incluso sin respeto por el himno que compusiera el mejicano Agustín Lara a Granada, cuando sonaba bajo los acordes de la banda municipal, que de niño cada domingo yo contemplaba en el kiosco del Paseo.Una bandera de Andalucía y la estrella roja de cinco puntas en su centro. Claman contra la Marcha Real, cambian a su antojo las letras del himno de Andalucía y proclaman que “no se debe celebrar un genocidio” (sic) y que “ellos también eran granadinos”.
En el otro extremo, otras banderas que reclaman la Reconquista y, supongo, que expulsar a todos los extranjeros y en particular a los nuevos moros que pueblan hoy los comercios de la Alcaicería (¡qué lejos ha quedado ya tu grandeza y tu emporio de sedas!), o de la Calderería, incluso de la misma calle Elvira (cantada como nadie por las tres manolas de Federico y que fuera otrora la principal arteria comercial. “Granada, calle Elvira, donde viven las manolas, las que se van a la Alhambra, las tres y las cuatro solas…).
Entre éstos, la mayoría silenciosa de siempre, la mayoría neutra, que viene a honrar la memoria de hechos pasados que, de cualquier manera, le dieron sentido a Granada.
La mayoría neutra de siempre, que en sus casas o en las iglesias de barrocos claustros o de reminiscencias morunas, vivió tiempos pasados angustiada, reza e implora por sus hijos, de esta Granada que ellos también tanto aman, desde su silencio, anhelando un mayor bienestar, cuando poco o nada va quedando de su antiguo autóctono esplendor mercantil, bancario o industrial; ya todo está en manos foráneas y nuestras elites intelectuales, forjadas en esa Universidad cuya carta de naturaleza le concediera un Emperador, Carlos V, que en Granada pasó su luna de miel y que quiso para ésta el palacio más suntuoso que se pudiera levantarse, aunque sobre los cimientos de la pequeña majestuosidad de los alcázares granadinos, todavía inacabado, se ven obligados a engrosar las filas del paro o la nueva corriente migratoria, que también en el pasado llevó a millares de granadinos lejos de su siempre añorada tierra.
“Ellos también eran granadinos y granadinas”. ¡Que verdad tan grande! También los que vinieron después, acaso los que estaban antes, todos ellos como nosotros tenemos la fortuna, hoy con más ladrillo e edificaciones impropias de nuestro arte y de nuestra ciudad, de seguir contemplando las eternas cumbres nevadas de la Sierra, oír en los jardines de la Alhambra el canto de los ruiseñores, extasiarnos con el rumor del agua en la Carrera del Dauro, aunque la desidia rectora de nuestros munícipes, poco cuide la famosa Fuente del Avellano, por no decir del destrozo de la vega.
Cierto que son granadinos aquellos que fueron despojados de sus palacios, como también lo fueron quienes disentían de otros, como también eran granadinos los que tuvieron que exiliarse, como Don Fernando de los Ríos y Don Federico García Rodríguez, como los innumerables que emigraron a Argentina o Centro Europa o en la misma Cataluña, éstos para poder alimentar a sus familias, ya que en su propia tierra le era negado.
Sin embargo, aquellos primeros granadinos, aquellos descendientes de los Alamares, son en verdad los únicos vencedores. El rey chico, el triste Boabdil o Abu Abd Allah, undécimo sultán nazarí, el impetuoso Muza, o los descendientes del rey Alhamar, no perdieron, son ellos los únicos victoriosos, porque dejaron la impronta de su arte, de su imaginación, de sus sueños, de su amor por la naturaleza y la vida, en la colina roja de Granada, en la Alhambra, como en el trazado del Albayzín, con sus casas encaladas, sus jardines ocultos y el olor a jazmín o a naranjo, entre el mirto y el surtidor, que también cantara Soto de Rojas. La plaza de San Nicolás con su sencilla iglesia otrora mezquita, su cruz de piedra, su mirador y su inigualable aljibe de añoradas canciones del coco, todo en honor, recuerdo y memoria de ellos. Nosotros, sus descendientes de hoy, los que quisieran una nueva reconquista, los añejos falangistas, los nuevos andalusíes, o la misma mayoría neutra, sólo somos responsables de proteger y cuidar tan inmenso legado. Sólo somos usufructuarios de tanta belleza que la naturaleza, los alarifes y los artistas renacentistas, han dejado en Granada, y que pertenece a la humanidad, ni siquiera a nosotros sus pobladores de hoy. Aquí, en Granada y ahora, es donde todas esas fuerzas que pregonan desde el griterío o el silencio, está la responsabilidad para que no se siga destruyendo la herencia que nuestros antepasados depositaron en Granada, para que no se destruya más la riqueza que atesora nuestro reino, que como dijera a un catalán, nuestro universal vate, venía del Reino de Granada, aunque sentía, conocía y amaba por igual al resto de los pueblos de España, cuya cultura se forjó desde el primer anhelo humano por alcanzar la Finis Terra o de descubrir nuevos mundos.
Nuevamente en Granada, desde el Salón de Comarex, desde la Sala de Embajadores, a espaldas del Dauro y frente al Sacromonte y el Albayzín, bajo el solio de los escudos de Alhamar, donde “sólo Dios es vencedor”, se firmarían los tristes acuerdos de la entrega de Granada a los Reyes Católicos, como posteriormente la búsqueda de un nuevo Continente. Entonces, “¡Granada!, ¡Granada! ¡Granada! Por los ínclitos Reyes Católicos, Don Fernando de Aragón y Doña Isabel de Castilla ¡Qué!”
Desde Granada, entonces el centro del Orbe, partían los designios celestiales para realizar la obra más potente que nación alguna haya realizado desde entonces hasta nuestros días, la conquista y el descubrimiento de un Nuevo Mundo, América.
Siglos después, en 1895, desde la basílica de la Virgen de las Angustias, patrona y madre de Granada, y después desde la estación de los Andaluces, partiría el tren que llevaría a muchos granadinos, a buen número de andaluces, bajo la bandera del Batallón del regimiento de Córdoba, a combatir en la manigua cubana. También bajo las mismas lágrimas de sus familiares y amigos, partirían de allí el enorme contigente de granadinos exiliados, como en años postreros, por la emigración, ya que en su Patria no encontraban el amparo ni el sustento.
Confío que en tiempos venideros, quienes nos sucedan seguirán festejando un 2 de Enero la misma Toma de Granada, que sirva de memoria y de exigencia para el reino que tanto amamos todos, no siga desmoronándose por nuestra propia desidia y seamos capaces de exigir que no haya más deterioro al legado de nuestros alarifes y no más “nichos” de hormigón y cristal horadando la vega y la vista de nuestra Alhambra. Que se recuperen los monumentos y obras de antaño y que la explotación turística de nuestro patrimonio artístico se preserve, se cuide y se le devuelva su propio esplendor.
Que la ignominia del derribo de la Puerta de las Orejas, en 1884, nunca más se le pueda permitir a ningún alcalde, de tan infausta memoria como aquel y que eventos como el de la Coronación de Zorrilla, en 1889, o aquel Concurso de Cante Jondo que auspiciara Federico y Falla, con nuevos intérpretes o otros eventos, sirvan para sacar del letargo la actual Granada, a quien ya sólo le queda su pasado histórico, el turismo y los estudiantes, ya que sus nobles, sus banqueros, su industria chocolatera, su azucarera, su Compañía General de Electricidad, las destilerías, las fábricas de azulejos, la peletera, los periódicos, con el famoso Defensor, su teatro Cervantes, su Feria en el Paseo de la Bomba, han fenecido todos y lo poco que nos queda es propiedad de multinacionales francesas, mientras se hunde el pequeño comercio y por las paredes del casco antiguo se enseñorean los sucios grafittis y el abandono de sus calles, de antiguo llenas del clamor juvenil de los juegos y del sol.
Queda mucho por hacer en Granada, quizás el próximo 2 de Enero nuestro alcalde en su bando pedirá a todos los asistentes para que con cubo y fregona, falangistas, andalusíes, reconquistadores y la masa silenciosa, al término de la Toma, se dediquen a limpiar las paredes de grafittis, a limpiar las placas que honran la memoria de algún granadino ilustre o a no consentir que un ladrillo más socave nuestra vega, cuando dentro de Granada, recuperando el casco antiguo o el Albayzín, se pueden hacer los mismos pingües negocios, además de conservar, restaurar y rehabilitar nuestra urbe. Queda el agradecimiento a hombres como Ian Gibson. Queda hacer una ruta de Lorca en la ciudad. Queda derribar el edificio mostrenco tras el monumento a Colón, que debería recuperar la ciudad. Queda no permitir levantar un bloque más de hormigón y cristal en la vega. Queda tener el museo de García Lorca. Queda seguir restaurando y conservando permanentemente los palacios de la Alhambra. Queda terminar las obras en el Camino de Ronda, que van a durar más que el Escorial. Queda que el tranvía vaya desde Armilla hasta Pinos Puente, pasando por la ciudad. Queda que se puedan visitar los pasadizos bajo los adarves de la Alhambra. Queda poder visitar las distintas torres que flanquean la fortaleza de la Alhambra. No queda ya añorar el restaurante Los Leones y algún otro rincón de las bodegas granadinas de mi juventud, o aquel bar Requeté de insuperables tapas, la modesta librería Prieto en la calle de la Cárcel baja, alguna que otra tapa de caracoles por la Cuesta del Chapíz, los cubalibres de la Cueva el Camborio y el “follaza”; o las tardes de domingo de fútbol en los Cármenes de Doctor Olóriz, con la espalda cubierta por la alambrada caseta del policía nacional de guardia en la cárcel, de triste recuerdo para muchos de nuestros paisanos, y el frente la inmensa mole nevada de Sierra Nevada, delante el tapiz verde y las camisolas de los jugadores, de franjas verticales rojo y blanco, con su inolvidable escudo del Granada en el pecho. Y queda que un puente vuelva a unir los adarves de la Alhambra con el Albayzín, pasando sobre el Dauro.
De cualquier manera a mí siempre me quedarán los recuerdos: mi infancia lejana, mis entrañables amigos, los primeros amores y mi calle de Niños Luchando, como el privilegio de haber nacido en Granada. ¡Casi ná!
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