ARDE GRANADA
Tres días de fuego en
la Granada de agosto de 1932
Prólogo
Releyendo los Diarios de Azaña,
que son parte de mi “catecismo” sobre la historia de España, por lo relevante
de lo que sucediera bajo el liderazgo de este literato y político alcalaíno burgués, reformista y
posteriormente republicano, tuve la inspiración de que en el momento de la
Sanjurjada, intento de golpe de estado en agosto de 1932 por un elenco de
militares, encabezados por el general Sanjurjo, en Granada, mis abuelos y mis
padres, entonces pequeños, conocieron de primera mano los luctuosos hechos que
tuvieron lugar con tal motivo y decidí contarlo, como mi imaginación y las
musas que me acompañan decidieran que le diera forma con la pluma, ya que, por
otra parte, me pareció que enlazaban con las palabras premonitorias de Azaña de
aquel año 32, a saber: Temo que en lo
porvenir, la República no encuentre hombres con autoridad; no con la autoridad
del que manda porque ejerce una función, sino con la autoridad que nace de la
conducta desinteresada y limpia y del afán de servir.
Y viendo cómo en el Senado el
Presidente de Gobierno y Secretario General del PSOE, era repudiado, por una
parte de la Cámara, por los actos de corrupción de buen número de sus ministros,
como de su partido, también de su señora Begoña Gómez, volví a sumergirme en
ese año 32 y en ese deseo de Azaña para España de hombres desinteresados y de limpio afán de servir, que, a tenor de lo que
publican los medios, desgraciadamente, ni ayer logró encontrar Azaña, pues la
República terminó en una guerra civil por esa carencia de hombres, y en 2024,
siglo XXI, España se vuelve a encontrar al borde del precipicio, pues un
gobernante ha amnistiado a unos golpistas y exonerado del robo y daños que cometieron,
con tal de él y su camarilla, seguir ostentando el Poder.
En el siglo XX, en el año 1932,
Azaña, después de un golpe de Estado, el de Sanjurjo un 10 de agosto de 1932,
no encontraba hombres para conducir a los españoles por la senda de la renovación
y la prosperidad. En el siglo XXI, superada la Guerra Civil, alcanzada la
Democracia y 40 años de paz y prosperidad, por mor de la corrupción y de la
ambición desmedida de Pedro Sánchez Castejón, militante del PSOE, España tiene
un funesto devenir, como en aquel aciago 1932, espoleta de lo que más tarde
sería la mayor tragedia conocida y que, después de lo que sucedió y vivieron
nuestros padres y abuelos, no deseamos repetir.
La deriva actual en la política
española y aquel funesto mes de agosto del 32, son la razón de este relato que
he querido vincular a mis antepasados, como a mi ciudad natal, pues parecen
tener ciertas similitudes en la ausencia de líderes honestos y dispuestos a
servir, en lugar de ostentar el cargo desinteresadamente como pedía Azaña, y
cómo no, hacer posible que mis descendientes conozcan también sus raíces y a
sus antepasados. También debo dar las gracias a la hemeroteca de los diarios La
Publicidad y El Defensor de Granada, que han hecho posible la obtención de
buena parte de la información que mis abuelos, no obstante, quisieron
ocultarnos para nuestro bien, según ellos consideraban, y que he podido
integrar aquí.
Miércoles, 10 de agosto de 1932
En la cuarta planta del edificio
de la acera de Canasteros, número doce, en Granada, cuya terraza vecinal
abierta a todos los vientos, soles y miradas, para tender la ropa de la comunidad, separa,
de un lado las dos habitaciones que sirven de cocina, aseo y comedor; del otro,
un dormitorio, dividido por una cortina en su mitad, se encuentra el
hogar del joven matrimonio formado por Francisco Sáez de Tejada Flores, de profesión
chófer de un taxi en la parada de Gran Vía, y su esposa María Martín López, sus
labores. Se habían casado un 2 de abril
de 1929, en la cercana iglesia mudéjar de San Ildefonso, la novia contaba 18
años y el novio 26 años, cuando se
dieron el sí quiero.
La noche del miércoles 10 de
agosto de 1932 no ha sido nada fácil en este hogar, pues la hija que acaban de tener el 1 de mayo
de 1931; día que Fernando de los Ríos, la UGT, los socialistas y los
republicanos mostraron su fuerza descomunal en un desfile multitudinario por
las calles de Granada; el tórrido verano y la dificultad para coger el pecho
por parte de la niña, bautizada Ángeles Sáez de Tejada Martín, a quien todos
conocerán, inexplicablemente por Maruja, les ha imposibilitado descansar, además
de un calor sofocante. Si a esto le
añadimos que el marido, hijo único, ha cobijado con ellos a su madre, Matilde
Flores Prados, que hace malas migas con su nuera y no ve con buenos ojos las carantoñas,
agasajos y caricias que se regala mutuamente la joven pareja, como que de un
tiempo a esta parte, en todo el país, existe un cierto runrún contra la
República, por parte de la aristocracia, la derecha católica y los militares,
el amanecer de ese día no es nada alentador para Paco, con el carnet de la UGT
en la camisa, que a duras penas logra reunir al mes 150 pesetas como salario,
mientras el pan escasea, se suceden los atracos: un individuo apuñala a un
carbonero para robarle y el periódico la Publicidad, fundado en 1881, propiedad
de don Fernando Gómez de la Cruz, con sede e
imprenta en la calle Gracia 4, diario de la mañana, próximo al partido Radical y claramente republicano y anticlerical, según
expresa su portada, habla del alza de los alquileres, da consejos a las damas
para el hogar, informa del cambio de domicilio del doctor Claudio Hernández,
advierte en asuntos internacionales sobre
la influencia de las deudas de guerra en la crisis internacional y la próxima
visita del señor Herriot, jefe del gobierno de la República francesa; además de
anunciar el nuevo horario de trenes, con salida en la estación de los
Andaluces, destino Alicante, Málaga, Sevilla, Algeciras, Córdoba, Belmez, Linares; ómnibus para Moreda, combinación Almería;
mixto Bobadilla y Madrid; amén de anuncios de todo pelaje, ecos de sociedad,
guía del forastero, guía del turista; oferta un Anuario general de España, en 4 tomos y la
carta abierta que a su director dirige desde la Rábita, el compañero de
partido, Octavio López Amat, así como desde Murtas, Quentar, Capileira, los
delegados del mismo movimiento político republicano, cuya principal figura es
Alejandro Lerroux, y la nueva temporada de verano en los cines Coliseo Olympia
y el Salón Nacional, con precios
populares: Butaca de patio, 50 céntimos; principal, 30 céntimos y general,
20 céntimos.
Y, el Defensor de Granada, que
fundara en 1880, Luis Seco de Lucena, y que ahora dirige Constantino Ruíz
Carnero, próximo a las ideas socialistas y republicanas, con dos ediciones
diarias, mientras que el Ideal, que acaba de abrirse en la calle de san
Jerónimo, esquina Arandas, a instancias de los propietarios de El Debate de
Madrid y de corte católico, muestran a la sociedad de Granada el ambiente
hostil que reina entre los diferentes partidos políticos que dirimen en las
Cortes sus proclamas, pero que en Granada, también son la voz y el escaparate
de cada una de las corrientes políticas antagónicas que recorren la calle y el
vecindario de la excelsa ciudad de la Alhambra, como el eco de una
animadversión social que nadie logra apacentar y que pronto estallará de la
manera más cruel, pero esto último es ya otra historia que ahora no toca contar.
Mientras tanto, María se despereza
y cuenta que le faltan tres meses para
dar a luz al varón que porta en su seno,
Francisco Sáez de Tejada Martín, quien a partir del 2 de octubre de 1932, será
el fiel compañero de juegos de su hermana Maruja, y la gran esperanza de un
porvenir mejor para su familia, que con
el tiempo honrará y sacará de apuros con una enorme inteligencia natural, su
preclara honradez y el tesón para los
negocios de cerámica, saneamiento, hostelería y construcción.
Volviendo a la capital de la
nueva República, Madrid, el 14 de abril de 1931, el pueblo había logrado
encumbrar pacíficamente a una élite social y burguesa que, desde el Pacto de san Sebastián, verano
de 1930, y tras la toma del poder por parte de Primo de Rivera, en Barcelona,
con la anuencia y el silencio cómplice de Alfonso XIII, en 1923, habían
apostado por la República y el derrocamiento de la Monarquía. Delenda est Monarchia, que escribiera
Ortega y Gasset, la masa encefálica de la
república, que acuñaría el socialista Indalecio Prieto, por el respaldo de los intelectuales españoles
a la nueva corriente republicana y el desapego de la Monarquía, tras los
panfletos de Apelación a la República que en 1924 lanzara Azaña en diversas
ciudades españolas y la creación del partido Acción Republicana, en la trastienda
de la farmacia de Giral, en la calle madrileña de Atocha.
Un gobierno provisional,
presidido por un acérrimo católico, natural de Priego de Córdoba, que ocupara
antes varios ministerios bajo la Monarquía, Niceto Alcalá Zamora, con un ministro de la
Guerra, Manuel Azaña, que terminará sucediéndole en la cabecera del banco azul y convirtiéndose en la
estrella de esta revolución popular , junto a radicales, socialistas, radicales
socialistas, ORGA, el conservador Miguel Maura y la Esquerra de Nicolau d’Olwer,
posteriormente Carner; compuesto por doce ministros, llevarán a cabo
la nueva Constitución republicana, la expulsión de Alfonso XIII, la Reforma
Agraria, el estatuto de Cataluña, la conversión en Estado laico, la expulsión
de los jesuitas e incautación de sus bienes; y la enorme transformación,
mediante decretos, de la organización del ejército, así como la reorganización
de las fábricas militares, la supresión de la pena de muerte, un nuevo
presupuesto, la supresión de la Academia Militar de Zaragoza, entre las leyes
más destacadas.
Viajes de Azaña a Granada,
Santander, Valladolid, Gerona, Barcelona, La Coruña, en suma, un tiempo de gigantescas ambiciones como las calificará Santos Juliá en su
prólogo a las obras completas de este insigne alcalaíno. Con decretos puntuales que contenían las
principales reformas para un ejército nuevo cuya misión consistiría en la defensa de la patria en tiempo de guerra
y la preparación para la guerra en
tiempos de paz. De 18 capitanías generales se pasaba a 8 divisiones
orgánicas, se suprimían las regiones militares, eran abolidos los títulos,
honores y prerrogativas del capitán General, se autorizaba el voto femenino,
introducción del divorcio, secularización de los cementerios, supresión de la
pena de muerte, cuarteles nuevos en Carabanchel, compra del Goloso para el
ejército, en Córdoba Cerro Muriano para la instrucción de reclutas, desarrollo
de la Castellana en Madrid y proyecto de nuevos ministerios.
Si ya como ministro de la Guerra
Azaña llevó a cabo uno de los cambios más titánicos para la transformación de
la nación española, reconocido por el mismo Franco en el libro escrito por su
primo, es como presidente de Gobierno y
con la cartera del ministerio de la
Guerra, después de que Alcalá Zamora
presentara su dimisión, estando en el hemiciclo de las Cortes constituyentes la
discusión del punto 24, que finalmente pasaría a ser el 26 de la Constitución,
sobre la implantación del laicismo del Estado, con la pretensión socialista de disolución
inmediata de todas las órdenes religiosas, con aquel primer discurso de España ha dejado de ser católica, que
tan desacertadamente fuera interpretado por la opinión pública, que don Manuel
Azaña, aquel literato de Plumas y Palabras, la obra de teatro la Corona o la
novela el Jardín de los frailes, alcance
el cénit en su exitosa gestión política, y en los libros de historia se conozca
como el bienio progresista, mientras Lerroux se convence que enfrente tiene un férreo
adversario a sus aspiraciones de liderar el republicanismo y alcanzar el Poder,
le felicite y le cubra de elogios: ¿de
modo que se tenía usted eso guardado?, le dirá, cuando las Cortes en pleno, casi todos los
diputados puestos en pie, prorrumpían en
grandes y prolongados aplausos al término de su discurso, y el filósofo don
José Ortega y Gasset le diga que no había
oído nunca un discurso parlamentario mejor , cuando entre continuos abrazos
y muestras de admiración, tardara más de
media hora en poder salir del banco azul y en reunirse con los ministros. Todos
estaban contentos.
Si gracias a su intervención y su discurso del 13 de octubre del 31, Azaña
libraba a buena parte de la Iglesia de la furia anticlerical de socialistas y tomando como cabeza de turco a la Compañía de
Jesús, en aquel martes de su
consagración política, sin por ello
vencer la amenaza previa de dimisión de Miguel Maura y Alcalá Zamora, si prevalecía el texto de la
Comisión, que él mitigaría con la aprobación de un nuevo dictamen de nueva
redacción, pues le repugnaba que en el Paular,
Silos, los benedictinos, el Escorial,
las úrsulas de Alcalá, las bernardas y las innumerables ordenes de varones y hembras por toda la geografía
hispana de religiosos fueran expulsados.
Don Niceto, ese día 10 de 1931,
pronunció un discurso frente a la hostilidad de casi todo el Congreso,
intentando frenar la demolición que el Congreso pretendía llevar a cabo sobre
los católicos y, a su término, Lerroux le daba un abrazo y le decía: es un acto de valor cívico
No lejos de ese inmueble de la
acera de Canasteros, que mira a la lujuriosa vega y que por su altura uno puede
contemplar extasiado, mirando a poniente, unas puestas de sol de bermejos y
rosicleres atardeceres, inigualables por
su melancolía; en la calle de Niños
Luchando, número 18, esquina con Cocheras de Santa Paula, en pleno centro,
rodeada de conventos, iglesias y la universidad, que fundara Carlos V, la
familia del carpintero Francisco Orero Montoro, natural de Andújar, su esposa,
María Aguado Moreno, del pueblo de Benalúa de las Villas, junto a sus dos hijos
de 5 y 2 años respectivamente, Fernando Francisco de la Santísima Trinidad y
María Luisa Orero Aguado, como fueran bautizados por su padrinos don Fernando
Contreras Gómez de las Cortinas y Pérez de Herrasti Atienza y doña Natividad Contreras Gómez de las Cortinas y Pérez de
Herrasti Atienza, hijos del ilustre prócer monárquico don Ramón Contreras y Pérez de Herrasti, y
después de haberse recientemente mudado desde el barrio de la Magdalena, en la
calle Jardines, número 20 donde habían nacido los dos vástagos, también han
dormido mal, pues desde la iglesia de la Magdalena, por medio del sacerdote
granadino don Manuel Hurtado, la monja María Luisa Contreras Gómez de las Cortinas
y Pérez de Herrasti Atienza y su otra
cofundadora Márquez Benavides de las Siervas del Evangelio, en 1934, en el callejón de Nevot, como desde el palacio
de las Columnas, en la calle
Puentezuelas esquina con Las Tablas, les llegan preocupantes noticias de la
inestabilidad política de la República en Madrid, como de frecuentes
conciliábulos entre los tradicionalistas, agrarios y militares para derribar el
gobierno de Azaña, opuestos, según ellos, al orden y el Dios, Patria y Rey de sus antepasados y de su heráldica que se
remonta a los Reyes Católicos. También la creciente implantación del movimiento
anárquico en el campo, que tendrá su más
célebre y sangriento estruendo con Casas Viejas, ya en Enero de 1933, pondrá
otra piedra más en la inestabilidad general de esos años por toda España.
En el taller de ebanistería y la
vivienda de Paco el carpintero, que
ocupa todo el bajo de Niños Luchando 18, la clientela de abogados, canónigos,
policía de asalto, aristócratas, monjas, sacerdotes, militares, médicos,
practicantes, catedráticos, ujieres y modestos funcionarios, las idas y venidas
no cesan, como también parientes y conocidos de Deifontes, Chauchina, Cogollos,
Atarfe, Calicasas, Iznalloz, Colomera y el servicio de los señoricos, no ya sólo por la destreza y los encargos al maestro,
sino porque saben del gran predicamento que su esposa, María Aguado Moreno,
tiene con don Ramón Contreras, influyente personaje granadino, por haber cuidado a sus hijos, particularmente
a Fernando, quien por ella siempre profesará el mismo cariño que por la madre
que nunca llegó a conocer, como por la bondad que atesora y su profunda fe
religiosa, buscarán informarse de lo que
está pasando, todos un tanto asustados
por las persistentes disputas en el campo entre los patronos y el campesinado, como del
anticlericalismo y los constantes enfrentamientos y amenazas contra todos
aquellos que muestren sus inclinaciones religiosas y de solidaridad con un
clero que no pasa por sus mejores momentos y no saben lo que les deparará el
futuro, así como la hostilidad de la que son objeto por una parte de la
ciudadanía.
Lejos queda ya la felicidad del
joven matrimonio de Sáez de Tejada y Martín López, como aquella foto un 2 de
abril de 1929, tras la boda, posando en
el estudio de Garzón delante de un arco ojival, ella con su cara de niña,
vestida de mantilla, al cuello un
sencillo collar de doble vuelta y una
esclavina en el corpiño; él con su traje
cruzado, al modo príncipe de Gales,
camisa blanca y corbata a juego, asomando el pañuelo blanco por el bolsillo de
la chaqueta; ella, en mano derecha sosteniendo un guante blanco, él lo aprieta
en su puño izquierdo, en una pose y ambiente de claustro medieval, mientras en sus
caras la suave sonrisa juvenil de la pareja y la confiada mirada de ambos es
bien patente.
Ese día tan feliz habían podido
firmar como testigos de los contrayentes, los padres del esposo, Francisco Sáez de Tejada Paso y Matilde
Flores Prados, como Alfredo Martín Fernández y Francisca López López, por parte
de la esposa y pronto abuelos, que también estarían presentes en el bautizo de
la primogénita, aquel 11 de junio de 1931, en San Ildefonso, siendo sus
padrinos Nicolás Sánchez Marín y Ángeles Vílchez López, ministro oficiante Don
David González.
También había sido un día de
celebración y alegría la boda de Francisco Orero Montoro con María Aguado
Moreno, unos años antes, en la singular capilla del palacete de las Columnas, en la calle Puentezuelas, residencia de uno de
los Pérez de Herrasti, descendiente de aquel general español que dirigiera la
defensa de Ciudad Rodrigo durante el sitio de los franceses allá por 1810, y de hondas raíces en Granada, para quien
María había sido la fiel niñera de sus tres hijos, Natividad nacida año 1914,
Fernando, en 1915 y María Luisa Dolores, en 1917, el mismo año del
fallecimiento de la esposa y madre, doña Manuela Gómez de las Cortinas y
Atienza.
Esos días previos a la monarquía
evanescente y los próximos albores del clamor popular por una regeneración
política y social, que todos creyeron amanecería con la República de abril del
31, numerosos eran los invitados en el patio del palacio de las Columnas o del
Conde de Luque, con su marcado estilo neoclásico, tenía lugar el ágape dado a
los contrayentes con la presencia de los organizadores, la familia Contreras
Pérez de Herrasti y Gómez de las Cortinas y Atienza, su hermano don José
Contreras, su esposa, Paz González de Anleó y González del Pino, al igual que don Ramón Gómez de las Cortinas
López Morales de Ayala y Escalante, caballeros de la Maestranza de Granada.
Eran también invitadas las ya excompañeras de María Aguado al servicio de la
casa, con su adormilado y entrañable
acento de Arjona. Desde Andújar y Benalúa de las Villas acudieron también
familiares de los contrayentes: Miguel Orero Barragán, Francisca Montoro
Gavilán, Agapito Aguado Gálvez, Leoncia Moreno Romero; los hermanos de María,
el barbero de Benalúa, que pronto emigraría a Argentina llevando con el su
violín y su enorme simpatía veguera, Agapito; la menor, Concha, que ya noviaba
con Rafael Burgos Herrera, y uno de los hermanos de Francisco Orero, el mayor,
Miguel. Relación ésta abreviada de una efemérides sencilla y espléndida a la
vez, rodeados del boj del jardín, con la fuente en el centro y el encanto de
una de las obras civiles del mejor gusto, por el diseño de sus salones,
vidrieras, rejas y estancias, que a todos los presentes sobrecogía por la
humildad de la ceremonia y los invitados forasteros, aunque por ello, don
Ramón, padrino en la boda de la ahora esposa de Francisco, con su acendrada
generosidad, regalaba a María por sus muchos desvelos y el enorme cariño
dispensado a esta señorial y ancestral casa granadina, todas las atenciones de
ese día de gala.
Jueves, 11 de agosto de 1932
Alrededor del palacio de
Buenavista en Madrid, en las cercanías de Cibeles, los asaltantes al Ministerio
de la Guerra y residencia de don Manuel Azaña Díaz, han sido rápidamente
depuestos. En distintas ciudades, los generales Goded, Cavalcanti, Barrera,
entre los más destacados de este complot, son detenidos, mientras Sanjurjo, el
líder espiritual, en Sevilla, ve pasar las horas de su frustrado golpe de
Estado de la madrugada del 10 de agosto,
no tardará en ser detenido y
conducido por carretera, por el secretario del Ministerio de la Guerra,
directamente a Madrid para su posterior enjuiciamiento.
Mientras la sublevación en Madrid
y Sevilla es portada en los distintos diarios de Granada, alguno como el Ideal
a punto de ser incendiado y por orden gubernativa clausurado, la ciudad toda
amanece en tensión, como cuando el trueno y los rayos anuncian la próxima
descarga de la tormenta. Los periódicos, al precio de 10 céntimos, en las
ediciones de mañana y tarde, por parte de El Defensor de Granada, son objeto de
la codicia y arrebatados de las manos de los chiquillos que por calles,
placetas y plazoletas, vocean las primeras planas y la mancheta de los
periódicos a su cargo, aunque sus infantiles vendedores aún sean analfabetos y,
en su mayoría, corran por las calles la ropa en jirones, incluso con alpargatas
y la única esperanza para su familia del mísero óbolo con el que estos gorriones de la ciudad de la Alhambra, al anochecer,
lleven a una casa angustiada para afrontar el diario sustento.
Las reuniones en la Casa del
pueblo, la federación local de sindicatos únicos, la detención del ex conde de Guadiana, las declaraciones
del jefe de Gobierno a las Cortes Constituyentes, quien declara la inexorable aplicación
de la Ley y la solicitud a la Cámara de un voto de confianza, mientras la tropa
es acuartelada y se produce un cambio de gobernador civil, son noticias que
ansiosamente recorren todos los mentideros de la ciudad y los pueblos del
cinturón de Granada.
A las dos y media de la madrugada,
grupos de descontrolados, habían incendiado el Casino Cultural, en la Acera del
Casino y a pesar de la pronta intervención de la brigada del Parque de
bomberos, el fuego adquirió caracteres de verdadero peligro para todos los
edificios adyacentes. Se oyen numerosos disparos en el centro de la ciudad y se
habla ya de algunas víctimas.
Las armerías son asaltadas,
también la cuchillería del Pie de la Torre, mientras a la Casa de Socorro son
llevados numerosos heridos, dos de los cuales fallecerán, también ingresan
heridos los obreros Mariano Cañete, electricista, y Donato Gómez, a resultas del tiroteo en el Embovedado
contra la Guardia de Asalto y la Guardia civil, que llegaron para controlar los
disturbios.
Los desmanes y los incendios se
suceden. Arde por completo en el Albayzín, la iglesia de San Nicolás, cuyas
elevadas llamas se ven desde cualquier lejano rincón, mientras que el convento de las Tomasas
también es asaltado a la vez que la fábrica de cerámica de los señores Morales,
más conocida por Fajalauza. En Santafé y Cijuela, en un choque con la Guardia
civil, resultan varios muertos.
Todo el comercio de Granada, ese
día 11 de agosto de 1932, permanece cerrado y pocos son los transeúntes que
desafían el miedo y el terror que les ha producido la madrugada. Ni siquiera
quien tenga premiado con 400 pesetas un número de la lotería nacional intentará
pasarse por las oficinas del banco de la familia Acosta, en Gran Vía, para su
cobro.
Tampoco transitan los aguadores
que honrara en su obra Granada la Bella,
Ángel Ganivet, desde la fuente del Avellano;
ni en Pasiegas, sobre su modesto
tenderete, a la sombra de una esquina y al pie de la escalinata, las gitanas
ofrecerán a los viandantes el dulce manjar de unos frescos higos chumbos. Ni siquiera las largas reatas
de mulos que acostumbran llevar en sus
serones la arena del cauce del Genil para la obras, incluso esa miríada de
niños que asolan las calles en esta época sin colegios y sin miedo al
insoportable calor, que a la sombra suele por estas fechas alcanzar los 37 grados, cruzan hoy Granada.
La ciudad entera se ha detenido, enclaustrada voluntariamente, como cuando las
tropas imperiales de Napoléon un día tomaron Granada, allá por enero de 1810,
para dos años después el general Sebastiani a la cabeza, expoliarla e intentar
destruir sus adarves, y ningún granadino saliera a verlos desfilar.
Un grupo de revoltosos intenta
incendiar el convento de Santa Paula, a quienes les hizo frente el portero,
Cipriano Marín, sufriendo varios disparos que le hirieron, mientras los agentes
de Vigilancia, señores Miranda Mingorance, Ballesteros y otros, se incautaban de armas en diversos domicilios.
En el 18 de la calle de Niños
Luchando, las monjas del convento frontero de las Siervas de María, de madrugada
y por miedo a que su casa también pueda ser incendiada, han sido cobijadas en
sus modestas dependencias por el matrimonio del carpintero Francisco Orero
Montoro y de su esposa María Aguado Moreno, ante la perplejidad de los dos
hijos de éstos, Fernando y María Luisa, como
de algún apresurado noctámbulo transeúnte.
Viernes, 12 de agosto de 1932
La ciudad toda se levanta
bastante cansada, en la casi totalidad de los hogares, desde los más pudientes
hasta los más decrépitos, otra madrugada más sin poder conciliar el sueño, pues
las carreras, los disparos y el humo de los incendios que poco a poco van
extinguiéndose ha sido la tónica dominante de la noche que acaban de dejar
atrás.
Como cualquier otro verano, un
cielo azul inmaculado abarca el firmamento, mientras el sol inicia su
apremiante recorrido de luz y calor, bañando los campanarios, las torres y las
murallas de la Alhambra, con el reflejo plateresco de las nieves veteadas en
Sierra Nevada, que dibujan sus contornos con los rayos de Oriente y pronto
alcanzarán su cénit e inundarán toda la ciudad sin compasión, con el mero
consuelo de la sombra de un ciprés, un raquítico naranjo, las arboledas de la
Alhambra o el eterno e incansable murmullo de sus innumerables fuentes y
acequias.
Sin embargo, el miedo, la escasez
de alimentos, siguen postrando la ciudad y su lujuriosa vega, a quien ya la
Unión General de Trabajadores pide que vuelvan al trabajo sus afiliados,
mientras en la prensa se anuncia que a las doce y media se verificará el
entierro de las víctimas.
De este modo, al mediodía, desde
el Hospital de San Juan de Dios, los féretros de Mariano Cañete y Donato Gómez,
víctimas el día anterior de los disparos que se produjeron en el Embovedado, a hombros de obreros, por la Gran Vía y la
misma Cuesta de Gomérez, son portados a su última morada en el cementerio de
San José. Se oyeron algunos gritos de ¡Viva la libertad! ¡Viva la Confederación
Nacional del Trabajo! En un acto que constituirá una imponente manifestación de
duelo nunca antes vista en Granada.
A la tarde, las calles seguían
esta vez con tranquilidad, ocupados los sitios estratégicos por la Guardia
civil, soldados de Infantería y Artillería, mientras los bares y cafés
permanecían cerrados y en el Compás de San Jerónimo, la Agrupación Socialista
abría una suscripción en favor de las familias de los fallecidos, con un monto
de 500 pesetas, también Juan Carreño y Virgilio Castilla, lo hacían con 100
pesetas. Un bando del gobernador civil, señor González López, gobernador de la
provincia de Córdoba y comisionado especial por el Gobierno de la República a
Granada para el restablecimiento del orden público, insistía en la necesidad de
sosiego y la vuelta al trabajo, como la apertura del comercio.
Mientras tanto, después de bajar
del cementerio la multitud allí congregada, en grupos de cuatro y cinco
personas con emoción y rabia contenida, a eso de las dos y media en la Acera de Canasteros, Paco Sáez de Tejada
Flores, subía lentamente las escaleras de su inmueble bastante preocupado,
aunque el duelo y el desfile de los dos obreros había sido una pacífica y
contenida manifestación popular, a la que había asistido como militante
sindicalista por solidaridad con los compañeros de su gremio y con la
justificada y juvenil esperanza de un futuro mejor para su familia que parecía
presagiar un oscuro porvenir, lo sucedido en estos tres días de la Sanjurjada,
como titulaban los periódicos, le hacía pensar en la tenaza que los monárquicos,
militares y los anarquistas le estaban
haciendo a la República, pudiendo derivar todo en una dictadura o lo que es
peor, en una guerra civil, que, por desgracia, así sucedería pocos años
después, pues los tambores de guerra cada día sonaban con más fuerza, como se
había demostrado en este fracasado golpe de Estado del general Sanjurjo.
En la calle de Niños Luchando y,
más concretamente en la carpintería y hogar de Francisco Orero Montoro y María
Aguado Moreno, en el número 18, la
tranquilidad parecía reinar. Las monjas del convento de las Siervas de María,
vecinas, habían vuelto cautelosamente esa mañana a su casa, con el enorme
agradecimiento de la madre superiora, una navarra de recio carácter y beatería,
también de la siempre sonriente y andaluza despensera, como de dos hermanas
mayores en sillas de ruedas y del resto de la comunidad religiosa.
Junto al tazón de café migado,
Paco el carpintero volvía a leer la prensa, donde los anuncios de La Isla de
Cuba, en Hileras, 4 y 6, teléfono 2178, ofertaba sus productos para los novios;
la Confianza, en Reyes Católicos, 36, seguían realizado todos los géneros de
verano a precios de verdadera ganga; las
pastillas Bonald, de mentol y cocaína
para toses, garganta, preventivas de la gripe, cantaban sus cuarenta años
de éxito y la posibilidad de adquirirlas en farmacias, droguerías y centros de
especialidades. La información militar al servicio de la plaza, volvía a ser
rutinaria, como también el boletín religioso, el nuevo horario de Tranvías
Eléctricos de Granada para Durcal, Pinos Puente, Chauchina, Santafé, Gabia la
Grande, la Zubia y Líneas de la capital. Numerosas páginas dedicadas a los
sucesos de Madrid y Sevilla y la lista de los precios de los principales
productos, siendo el aceite de oliva, 1ª
calidad 1 litro a 1,75 ptas, el azúcar refinado a 1,60 el kilo, el café
torrefacto marca Toro, a 12 ptas el kilo, las habas finas a 0,80 ptas kilo, los
garbanzos tiernos a 1,40 ptas el kilo, el jabón verde primera, a 1 pta el kilo,
el vino Rioja, clarete, de Haro, la botella 1,50 ptas. La carne en la
carnicería de la calle la Alhondiga, esquina a la de Gracia o en el mercado de
Capuchinas, podía adquirirse ese día a 5,50 ptas el kilo de vaca, de primera;
costillas y falda, a 4,00 ptas el kilo y el borrego con hueso, a 3,75 ptas el
kilo, cuando el chocolate Alhambra, en el establecimiento de Pescadería 9 y 11,
selecto y especialísimo, tenía de añadido el obsequio de un globo. También
podía uno encontrar novelas publicadas por capítulos en la prensa o el anuncio
de libros de título La fecundidad y los vicios conyugales, en la librería de Prieto, Mesones 65, cerrando
la prensa con la viñeta de humor que siempre solía aparecer en la última página
y que consagró a Miranda, con su mosca sempiterna, en el diario Ideal, años más
tarde.
La carpintería volvía a abrir sus
puertas, con las idas y venidas de clientes y empleados, como el tris-tras del
cepillo o el tras-tras de la sierra, las virutas saltando desde el banco al
suelo y el olor inconfundible de maderas de okume, roble o pino, impregnando
toda la casa.
La calle Niños Luchando volvía a
ver a los numerosos viandantes que acostumbraban a pasar por allí hacia el
Boquerón, Arandas o camino de Santa Paula y la misma Universidad, como los
restantes vecinos entraban y salían para gestionar la compra de vituallas,
acudir a los rezos, misas en las
iglesias cercanas o las gestiones propias de sus negocios y quehaceres diarios.
En unos y en otros, en la Granada
de aquel año de 1932, de aquel caluroso verano, sin embargo, una cierta
amargura, un leve desencanto y la muestra de que latía un oscuro rumor, silente
como en un volcán, antes de su dislocada erupción, parecía anidar en la
sociedad, nublando los corazones y menguando las esperanzas de todos,
especialmente de estas dos familias que tan bien he conocido y que me he tomado
la libertad de presentar en este relato, que más tarde se unirían, dando lugar
a que yo pueda cargar con su legado, conservar su memoria y honrarles
modestamente, al igual que a la ciudad que me vio nacer y en la que ellos, de
un modo u de otro, en aquellos tres días de la Sajurjada, como posteriormente
en los más graves de la Guerra Civil, no guardaron rencor a tan ácigos días, ni
a lo que, posteriormente, tuvieron que
sufrir y, a sus descendientes, nunca quisieron contarles la zozobra de aquel
verano que puso en llamas la ciudad de Granada, con ánimo de que nunca
pasáramos por donde ellos sí tuvieron que transitar.