domingo, 14 de junio de 2015

DE UNA DEDICATORIA

DE UNA DEDICATORIA

No te ha pasado a ti que cuando abriste aquel libro antiguo, que habías adquirido en aquella antigua librería entre soportales, o en la Cuesta de Moyano, o junto a los pretiles del Sena, o en los puestos de la place du Sablon en Bruselas, o junto a Cascorro en Madrid, o en los mercadillos de fin de mes en un pueblo de la costa, la dedicatoria o la firma del libro rebuscado, te causaron una profunda intriga.

Pues eso mismo me ocurrió a mí con el mío. Aún cuando no pude descifrar la firma, sí que dejé para cuando acabara la lectura de mi libro, saber algo más de quien habían puesto su marca en una de las primeras páginas.

Era un tanto ilegible, de trazo esbelto, saliendo hacia arriba cual si fuera un cohete y entre dos tramos rectilíneos una Q mayúscula y aparentemente una Hache mayúscula, representando posiblemente el apellido y sinco o seis letras unidas, con una elle probablemente. Parecía hecha con pluma estilográfica por la limpieza de la grafía, mientras que al pie era fácil reconocer la fecha y el lugar en el que se había firmado: Granada, justo debajo, 26.Ag-1941.

El libro que yo tenía en mis manos y que había buscado con ansiedad, por su título y  su autor: “La Alhambra, Como fue y como es, por Luis Seco de Lucena”, con cubierta dura y de tono verde envejecido y las páginas en su dorso todas de rojo pálido, ya me habían aportado la satisfacción que busqué en esta obra y que su autor publicara el año 1935.

Pero la cuestión, ahora, no era desentrañar la belleza de lo escrito por el insigne polígrafo don Luis Seco de Lucena, era saber quien era aquella otra persona que tuvo, como yo, la misma fortuna de leer este libro.
Quien fue quien un 26 de agosto de 1941, que quizás hubiera conocido también al académico de Bellas Artes autor de este encomiástico libro de bolsillo, había puesto su firma en la segunda página de La Alhambra, Como fue y como es por Luis Seco de Lucena.

Está claro que lo hizo en Granada, que denota unas formas expansivas y ambiciosas, que diría un grafólogo, también de equilibro, aún cuando en el trazo final aparezca una curva a modo de media luna que pone fin a las dos líneas paralelas entre las que inserta su inicial de bautismo y su apellido, denotando recuerdo o añoranzas lejanas.

Sería pues un granadino a quien también la Granada enigmática le atrajera. O acaso un extranjero a quien todo lo hispano y lo andalusí fuera su predilección. Probablemente culto. Seguro que enamorado de la Alhambra.

Por qué dejar su huella en tan preciado volumen, por qué fechar el momento de la compra, del regalo a un amigo, a una amante. Por qué no poner ninguna dedicatoria más, tan sólo su firma, la fecha y el lugar.
Fecha indeleble para Europa, había empezado la segunda Guerra mundial, la Alemania nazi borraba las fronteras del viejo continente, se imponía a sus vecinos.

En España, cuando Luis Seco de Lucena publicó en 1935 su libro, se vivía en República, la eterna monarquía hispana había sido derrocada en unas elecciones municipales un abril del 31, mientras que en el 35 los enfrentamientos entre republicanos de derechas e izquierdas, junto a continuas algaradas callejeras, asesinatos y el enclaustramiento de Azaña en Barcelona, iban a preparar el ascenso del Frente Popular, que vencería en las elecciones generales del 36, a lo que seguiría un 18 de julio al alzamiento de los militares y a una confrontación civil a la que se pondría término en el año 39.

En 1941 la sociedad española pasaba hambre, vivía del estraperlo, el miedo y las cartillas de racionamiento.

Quien era este firmante, un militar, un aristócrata de aquellos últimos que en Granada se iban desprendiendo de sus vetustas posesiones. Un funcionario uniformado con la camisa azul, para corresponder con las normas de los vencedores, y poder seguir soñando con la Alhambra.

Disfrutaría como yo de la lectura del preciado libro. Habría visitado los alcázares nazaríes.
Cuántas preguntas me he hecho, cómo me hubiera gustado conocerle. Nada más que por el amor que ambos profesamos a la misma obra, estoy seguro que hubiéramos sido amigos. Seguro que era conocedor de los secretos y misterios de los jardines y alamedas, como del bosque de la Alhambra. De los requiebros hechos a las mujeres en el Carmen de Calderón, o descendiendo el camino de los chinos, entre el embrujo de los adarves, del castillo de la Infanta o del más misterioso de la Cautiva, con el arrullo del agua que corre a abrasarse con el Dauro cerca de Chirimías, mientras los ruiseñores alzan su repentino vuelo hacia el Generalife.


La Alhambra, Como fue y como es que escribiera Luis Seco de Lucena, por lo menos me desveló muchos datos y hechos que desconocía, la firma y la fecha de quien en su día fuera portador de este mismo librito, años después en mi poder, me seguirán intrigando y, por lo menos, en el éter de las afinidades, en los rayos de la luna llena que bañe el patio de los Leones, o bajo el veloz vuelo de las golondrinas llegadas en primavera como siempre para adornar con su oscuro vuelo de relámpago, conservarán siempre el legado que desde Africa las llama para anunciar un nuevo tiempo en los palacios de Granada, mientras quien dejó para mi su huella, como esas golondrinas, como aquellos ruiseñores o como los mismos rayos de sol que para la eternidad seguirán viajando bajo el cielo azur de Granada, nosotros dos, también guardaremos en nuestro corazón el perfume que la lectura de un libro nos dejó para acercar nuestra memoria a la ciudad de nuestros amores.

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