CAMPOS DE NIJAR, DE JUAN GOYTISOLO
Aún cuando había escuchado innumerables comentarios sobre
este libro, tanto en prensa como en otros medios audiovisuales, siempre había
sido remiso en pasar a su lectura hasta hoy, momento en el que, finalmente, me
he dispuesto a afrontar esta tarea aplazada, quizás por no creer lo bastante en
la posible calidad literaria de su autor, craso error mío, como su velada inclinación
política preponderante, lo mismo que su cómoda y principesca residencia en Marrakech,
cuando la vida de un escritor siempre fue difícil, no así pues la de éste.
El librito trata del viaje que su autor y narrador principal
realiza por Almería, principalmente por el levante de su provincia,
primordialmente en el área de los Campos de Níjar, razón del título, con su
descripción geográfica brillante, repleta de neologismos y de un variado léxico, un tanto arcaico, pero que denotan su vasta cultura y, sobre todo, su afán de
imitar a su paisano Josep Plà, en sus varios viajes y su Cuaderno Azul, aún cuando la prosa del
Ampurdanés sea más florida y con profusión de adjetivos y un mayor caudal de su
raíz catalana, no así en Goytisilo, posiblemente por ser el producto de una
familia de origen charnego.
También brillantes descripciones, como en su comienzo nos
informa de la calina: “espirales de celofán finísimo, de una gran luminosidad
metafórica o de cómo se extiende el llano: “la llanura se extiende hasta los
médanos del golfo” hasta llegar a las dunas. O esa otra del mar: “franja de
plomo derretido”, a renglón seguido: “las cordilleras parecen de cartón” “Fuera,
el sol continúa encampanado en el cenit”. “En verano las piedras retienen el
calor y cuecen hasta agrietarse”. O esta
otra del escultor : “Buriladas en el
flanco de la montaña se columbran las casas de Níjar”. “El sol ha trasmontado,
pero su luz desperfila las crestas” “La carretera faldea” Así podríamos
nosotros también seguir un buen trecho con sus prosaicas descripciones con la
claridad de sus metáforas
También tiene sus barbarismo, como cuando cita a los
accitanos y los nombra como “guadijeños” , aunque, lo mismo que muestra su
conocimiento de la lengua francesa y su enorme capacidad de observación, en
este libro de viaje, constatamos las ligeras observaciones que va introduciendo
con suma inteligencia (anédota de los rótulos pidiendo "agua y árboles" o ese otro de "Franco, Franco, Franco" sobre las enjabelgadas paredes de las vallas del camino), a tenor de la época en que inserta su obra, allá por los
años cincuenta, cuando, según sus descripciones, la miseria humana y la
desolación son todo uno, a pesar del paisaje inigualable y la esperanza de una redención con la llegada de los franceses, como turistas.
Contiene su dolor y pesar cuando conoce la esposa y familia
de uno de sus primeros acompañantes a Níjar, que tiene en sus brazos a un infante ciego, que no pueden llevar a que sea tratado en Barcelona. Como la sorpresa que depara que
sea español en sus correrías, cuando sólo lo hacen los franceses y ente caso una pareja que se encuentran varados en una cuneta por falta de agua en el radiador de su vehículo, que torpes
ellos se averían y su chófer merece el repudio de su acompañante fémina y, a quien lo lee hoy en el siglo XXI y ama a
esta tierra de Almería, sacar la lección de ese pasado tan nefasto
Está claro que el libro es una denuncia a esa miseria, a ese
analfabetismo y a ese sueño de todos los almerienses por querer ir a Cataluña.
Como aquel que, en Aguamarga, ya borracho, se yergue delante de él y se aferra
a que lo lleve a Cataluña, el paraíso, el edén, la Arcadia donde cualquier
almeriense a quien en su caminar se cruza y le manifiesta que él viene de allí,
o le nombra a algún conocido ya establecido allí o le habla maravillas, desconocedor de cómo allí
han sido explotados nuestros paisanos para poder buscarse un lugar bajo el sol, o de sus ansias de emigrar allí.
El guardia civil, el cura, las escuelas vacías, la mina de
Rodalquilar, donde al parecer trabajaban entonces cuatro mil criaturas de toda
esa comarca, la explotación por parte de compañías extranjeras y de catalanes,
como la desolación ocasionada por el abandono de todas las otras desde Garrucha
hasta Berja, como la supuesta desidia del almeriense, que, en palabras de don
Ambrosio, de quien luego hablaremos, se conforma con lo justo y la esperanza de
que con la llegada de carreteras vendrán los turistas a levantar esta costa,
como el mal empleo del castellano, con ese lenguaje entrecortado e inculto, me
siguen clavando puñales de rencor sobre cuantos de nuestros antepasados almerienses fueron abandonados a su suerte para ser empleados como mano de obra barata en Cataluña.
Don Ambrosio es el cacique, el terrateniente, castellano y,
por más señas de Valladolid, que el autor inserta para mostrar quién es quien
se va apoderando de la futura riqueza inmobiliaria, sin miramiento hacia sus
moradores. Goytisolo, con esta figura, lo que muestra es su aversión a esa Castilla
imperial e introduce hábilmente en tanta desolación, al mezquino, al avaro don
Ambrosio, que con su chófer y en su coche recoge al narrador, lo pasea por San
José y otros lugares de las cercanías, acepta que el catalán le pague la comida
y escucha con beneplácito las críticas que sobre los almerienses pone en su
boca, mientras el chófer, siempre mustio sobre el volante, y ellos dos
almuerzan en una modesta posada, se alimente delante del volante con un
bocadillo. Por tanto, la figura más insana de su novela, de sus tres días de
viaje, no es otra que ese castellano, que no ve bien la generosidad de los
menesterosos y que se aprovecha de esas gentes y que se expresa con buena
dicción castellano, lo contrario de los paisanos que concurren en pueblos y
caminos, personaje que inserta con descaro , desdoro y la envidia profunda,
almacenada en los recovecos de la escuela catalana sobre los españoles, en este
caso sobre ese castellano que representa la forja de un imperio ahora mezquino
y que ni siquiera tiene la caballerosidad de atender a los más necesitados, que
en los Escullos le piden un techo y que, para más inri, acepta que el viajero
le pague el condumio del mediodía.
Quien les sirve, detrás de la barra, una mujer bella, que
sin embargo él ya la sentencia en su abandono próximo como tantas de las de
entonces, que perderán su lozanía con la ingente carga de trabajo, el azote del
viento, los niños y la pérdida de esperanzas, que es
su mirada apagada en unos ojos hermosos
.
Si los paisajes son descritos con una pluma que más parece
la de un pintor, los humanos, hombres o chiquillos, llevan la carga del
abandono, la suciedad, la ignorancia y la miseria.
Por todo ello, este libro debe servirnos, además del disfrute por su lectura, como espejo y enseñanza sobre el porvenir.
El primero y principal que, al igual que aquella industria
minera floreciente de antaño, cualquier otra, como la de los invernaderos de hoy día,
puede también hogaño tener sus reveses, para lo que hay que estar preparados y
organizar las inversiones públicas y empresariales con la previsión suficiente
para tener siempre diferentes salidas.El ejemplo y la clarividencia del relevante empresario almeriense Cosentino, que de unas canteras de mármol casi extintas, ha logrado consolidar un emporio de transformación de la piedra que se exporta al mundo entero, sin que la nombradía de Macael, ni su "oro blanco", el mármol que ya los Reyes Nasritas de la Alhambra explotaban para su goce, le haya impedido buscar nuevas soluciones.
Que la enseñanza, la cultura, la formación son capitales
para que nunca más, nuestras gentes vuelvan a ser la mano de obra barata que
los Pujol, los Rexach, los Maragall y los Rufianes de hoy, hijos y nietos de
aquellos otros inmigrantes, nunca tengan que ser esperados en la estación de
Sants como la mano de obra barata que en Cataluña o en cualquier otro lugar del
planeta, sea empleada en los menesteres más desconsiderados e innobles, como
les ocurrió a nuestros antepasados, que sin embargo, agradecieron siempre ese
empleo que en su tierra de origen les negaba.
Y no lo encontraron por estar representados por políticos
coterráneos que bien hubieran merecido la guillotina o no haber visto nunca la
luz, cuando nada hicieron por su tierra, a los que ellos, también culpables,
les otorgaban el favor del desconocimiento y la ignorancia.
Que los vascos y, especialmente los catalanes, nada harán ni
se solidarizarán con otros pueblos de España, ya que ellos tienen una obsesión
medieval con su campanario y cuanto acontezca más allá del Ebro sólo les
interesa si hay “pelas”, sobre todo para seguir conservando su predominio
social y de casta.
Por tanto, disfrutemos del libro en este siglo XXI, lamentemos la imagen que nuestros visitantes se llevaban de nuestra tierra y de nuestro secular abandono y no nos demos nunca por vencidos en luchar para que lo que entonces acaeció, nunca más se pueda volver a producir.
Podremos decirles a aquellos infelices que descansan entre luceros y amapolas, que su lección no ha caído en barbecho y que su dolor, al menos a nosotros nos ha servido para prosperar y solidarizarnos con cuantos hoy vienen a cooperar con nosotros en esa andadura de cultura, trabajo y prosperidad
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