sábado, 11 de marzo de 2017

SUEÑO O REALIDAD

SUEÑO O REALIDAD

Era una de esas mañanas de agosto en las que el sol pronto abrasaría todo a su paso y en las que en la calle aún seguían el tumulto y el estrago que el incendio,  producido la tarde anterior en la Cárcel Modelo, dejaba  mientras las nubles de humo seguían su curso desdeñoso y mortecino hacia las cumbres de la vecina sierra del Guadarrama.

En la sala de audiencias del ahora Palacio de la República, que otrora fueran las habitaciones del Duque de Génova, tapizada de amarillo y ornada con preciosos cuadros de Tiépolo, su Presidente, sentado en el centro de la estancia, los codos apoyados sobre una mesa de mármoles veteados, su enorme testa de tribuno oculta entre sus largas y gruesas manos de piel traslúcida, gimotea y solloza para sí, mientras en su derredor, en el más absoluto silencio, de pie,  su fiel secretario, Santos Martínez, el comandante Saravia, de su cuarto militar, y su cuñado e íntimo amigo, relevante director de escena, Cipriano de Rivas Cherif, se estremecen frente a él.

De repente, alzó el rostro y miró hacia la puerta de entrada, con la mirada que nunca antes yo le había visto, de pie también, junto a unas pesadas cortinas Felipe González, con su chaqueta de pana, su piel morena y un Farias entre dientes; Antonio Machado, su camisa blanca, su sombrero de fieltro de ala ancha en la mano, la mirada perdida, y yo, con el uniforme de su guardia presidencial y mi mocedad ya curtida en la defensa de Almería.

-¡Cómo queréis que esté!
-¡Han asesinado a Melquíades, Martínez de Velasco, Ruíz de Alda y a cuantos habían preferido encerrarse allí antes de la persecución organizada por los extremistas y la Brigada del Amanecer!-

-Esto no, esto no!-, repetía con angustia  y la mirada de espanto, una y otra vez.

Y llevándose las manos al cuello violentamente, -¡Me asquea la sangre, estoy hasta aquí; nos ahogará a todos!-, con gritos despavoridos.

Todos cuantos permanecíamos en la sala estábamos  petrificados, como la esposa de Lot convertida en estatuas de sal

-Y mientras los catalanes en una disparatada acción de desembarco frustrado en Mallorca, a la par que demuestran en Castilla su escasa combatividad los pocos batallones de voluntarios que la Generalidad se ha dignado mandar al frente central, cuando buena parte de sus principales dirigentes  de Esquerra huyen a Perpiñán-

-O en el Palacio de las Cortes Catalanas, habilitado en el Parque de la Ciudadela, donde la regente María Cristina había vivido al inaugurar la Exposición de Barcelona del  88,  Companys, en su calidad de Presidente de la Generalitad, me recibe como si yo fuera el jefe de un Estado extranjero, su aliado en la defensa contra un enemigo común, mostrando con harto empeño lo que ellos  llaman “el hecho diferencial”, ….“el hecho diferencial”… ¡Cobardes! ¡Traidores!-

Aún cuando ahora pasaba las páginas de El Liberal de manera inconsciente,  pareciera que hablaba sólo para él, en un murmullo apenas audible, que la desolación de cuantos allí estábamos presentes, apresábamos con devoción cada una de sus lastimeras palabras.

-Les otorgué la Autonomía y ahora todo son inconvenientes para apoyar la industria militar que ha de hacer frente a los sediciosos. Raro es el día que Prieto, como ministro de la guerra, no me presenta alguna queja de los obstáculos que le plantean los catalanes para el desarrollo de la producción de armamento y las ingentes demandas de dinero que le hacen, sin que las enormes remesas que ya les hemos destinado en nada se noten en nuestra defensa, ni se justifiquen.-

-Parece como si los catalanes, como los nacionalistas vascos con sus negociaciones con el Vaticano y los italianos de Mussolini, prefieran la derrota de la República-

Sin embargo, la voz metálica de una radio sube de tono y anuncia que por el Borne, en la Meridiana, por las Ramblas, delante de la estatua de Colón, por el Paralelo, en Montjuic, gentes con banderas  cuatribarradas o la verde y blanca de Andalucía que enarbolan, se enfrentaban a tiros  y con bombas de mano. Los incendios, los saqueos, las humaredas, las carreras, el hulular de las sirenas de las ambulancias se había apoderado de la antigua Barcino.

En Bruselas, las disputas entre flamencos y walones, con sus banderas de oro, en unas el gallo y en otras el dragón de lengua de fuego, y  hasta las desvaídas de los tercios de Flandes con su fondo blanco y la cruz de San Andrés,  se enfrentaban levantando los pavés que ponían en peligro la integridad de la armoniosa Grand Place.

En París, los corsos habían sembrado de bombas la Opera, los Inválidos y Notre Dame

En Londres, los nuevos cachorros del Sinn Fein habían incendiado la abadía de Westminster, mientras en Edinburgo los partidarios de la Unión europea se enfrentaban a pedradas con los que lo eran por la City.

En Milán, la galería de Victor Emanuele había sido incendiada por los separatistas de la Liga Norte.

En las fronteras de Hungría, la guardia fronteriza disparaba sin miramiento contra los refugiados que se atropellaban contra las vallas metálicas para seguir camino de Alemania.

En Munich, en una cervecería, un joven uniformado de negro con ínfulas de nuevo Hitler, arengaba a los presentes entre los vapores del oloroso lúpulo, las salchichas y el codillo de cerdo.

En Jerusalem, judíos y palestinos habían vuelto a enfrentarse como en la intifada.

En Melilla, por las costas del mediterráneo, la ola de pateras que se aprestaban a salir hacia Europa no tenía parangón.

En Riad, en presencia de la familia real, una princesa era lapidada, por su pasión desenfrenada por un hombre casado, con el silencio cómplice de todas las mujeres musulmanas envueltas en su hiyab y bajo el ojo vigilante de un varón que las pastorea.

Y en Pekín la contaminación por su industrialización sin control y el envenenamiento de sus ríos, había llevado a la muerte a millones de seres.

Mientras, en San Diego, cuando Trump se disponía a poner la primera piedra de su muro, había sufrido un atentado a instancias del FBI y la CIA, pero cuya cabeza de turco era un hispanoamericano con sus facultades mentales mermadas, quien había sido apresado.


¡Basta, basta! ¡Basta ya!

En el suelo, sudando y con  las sábanas hechas jirones, me creo despertar.
¿Acaso ha sido el reloj o un terremoto?

La radio sigue desgranando el rosario de noticias en la voz dura y matutina de Carlos Herrera

¿Dónde estoy, qué está pasando?

¿Lo he soñado todo eso?

¿Acaso sucedió?

¿Acaso sucede ahora?

¿O es una pesadilla de la que en los españoles aún no hemos aprendido lo suficiente?

¿Acaso no hay metas mayores para la humanidad que el campanario y la bandera de nuestro querido solar?





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