SUEÑO O REALIDAD
Era una de esas mañanas de agosto
en las que el sol pronto abrasaría todo a su paso y en las que en la calle aún
seguían el tumulto y el estrago que el incendio, producido la tarde anterior en la Cárcel
Modelo, dejaba mientras las nubles de
humo seguían su curso desdeñoso y mortecino hacia las cumbres de la vecina
sierra del Guadarrama.
En la sala de audiencias del ahora
Palacio de la República, que otrora fueran las habitaciones del Duque de
Génova, tapizada de amarillo y ornada con preciosos cuadros de Tiépolo, su Presidente,
sentado en el centro de la estancia, los codos apoyados sobre una mesa de mármoles
veteados, su enorme testa de tribuno oculta entre sus largas y gruesas manos de
piel traslúcida, gimotea y solloza para sí, mientras en su derredor, en el más
absoluto silencio, de pie, su fiel
secretario, Santos Martínez, el comandante Saravia, de su cuarto militar, y su
cuñado e íntimo amigo, relevante director de escena, Cipriano de Rivas Cherif,
se estremecen frente a él.
De repente, alzó el rostro y miró
hacia la puerta de entrada, con la mirada que nunca antes yo le había visto, de
pie también, junto a unas pesadas cortinas Felipe González, con su chaqueta de
pana, su piel morena y un Farias entre dientes; Antonio Machado, su camisa
blanca, su sombrero de fieltro de ala ancha en la mano, la mirada perdida, y
yo, con el uniforme de su guardia presidencial y mi mocedad ya curtida en la
defensa de Almería.
-¡Cómo queréis que esté!
-¡Han asesinado a Melquíades,
Martínez de Velasco, Ruíz de Alda y a cuantos habían preferido encerrarse allí
antes de la persecución organizada por los extremistas y la Brigada del
Amanecer!-
-Esto no, esto no!-, repetía
con angustia y la mirada de espanto, una
y otra vez.
Y llevándose las manos al
cuello violentamente, -¡Me asquea la sangre, estoy hasta aquí; nos ahogará a
todos!-, con gritos despavoridos.
Todos cuantos permanecíamos en
la sala estábamos petrificados, como la
esposa de Lot convertida en estatuas de sal
-Y mientras los catalanes en
una disparatada acción de desembarco frustrado en Mallorca, a la par que
demuestran en Castilla su escasa combatividad los pocos batallones de voluntarios
que la Generalidad se ha dignado mandar al frente central, cuando buena parte
de sus principales dirigentes de
Esquerra huyen a Perpiñán-
-O en el Palacio de las Cortes
Catalanas, habilitado en el Parque de la Ciudadela, donde la regente María
Cristina había vivido al inaugurar la Exposición de Barcelona del 88, Companys,
en su calidad de Presidente de la Generalitad, me recibe como si yo fuera el
jefe de un Estado extranjero, su aliado en la defensa contra un enemigo común,
mostrando con harto empeño lo que ellos llaman “el hecho diferencial”, ….“el hecho
diferencial”… ¡Cobardes! ¡Traidores!-
Aún cuando ahora pasaba las
páginas de El Liberal de manera inconsciente, pareciera que hablaba sólo para él, en un
murmullo apenas audible, que la desolación de cuantos allí estábamos presentes,
apresábamos con devoción cada una de sus lastimeras palabras.
-Les otorgué la Autonomía y
ahora todo son inconvenientes para apoyar la industria militar que ha de hacer
frente a los sediciosos. Raro es el día que Prieto, como ministro de la guerra,
no me presenta alguna queja de los obstáculos que le plantean los catalanes
para el desarrollo de la producción de armamento y las ingentes demandas de
dinero que le hacen, sin que las enormes remesas que ya les hemos destinado en
nada se noten en nuestra defensa, ni se justifiquen.-
-Parece como si los catalanes,
como los nacionalistas vascos con sus negociaciones con el Vaticano y los italianos
de Mussolini, prefieran la derrota de la República-
Sin embargo, la voz metálica
de una radio sube de tono y anuncia que por el Borne, en la Meridiana, por las
Ramblas, delante de la estatua de Colón, por el Paralelo, en Montjuic, gentes
con banderas cuatribarradas o la verde y
blanca de Andalucía que enarbolan, se enfrentaban a tiros y con bombas de mano. Los incendios, los
saqueos, las humaredas, las carreras, el hulular de las sirenas de las
ambulancias se había apoderado de la antigua Barcino.
En Bruselas, las disputas
entre flamencos y walones, con sus banderas de oro, en unas el gallo y en otras
el dragón de lengua de fuego, y hasta
las desvaídas de los tercios de Flandes con su fondo blanco y la cruz de San
Andrés, se enfrentaban levantando los
pavés que ponían en peligro la integridad de la armoniosa Grand Place.
En París, los corsos habían
sembrado de bombas la Opera, los Inválidos y Notre Dame
En Londres, los nuevos
cachorros del Sinn Fein habían incendiado la abadía de Westminster, mientras en
Edinburgo los partidarios de la Unión europea se enfrentaban a pedradas con los
que lo eran por la City.
En Milán, la galería de Victor
Emanuele había sido incendiada por los separatistas de la Liga Norte.
En las fronteras de Hungría,
la guardia fronteriza disparaba sin miramiento contra los refugiados que se
atropellaban contra las vallas metálicas para seguir camino de Alemania.
En Munich, en una cervecería,
un joven uniformado de negro con ínfulas de nuevo Hitler, arengaba a los
presentes entre los vapores del oloroso lúpulo, las salchichas y el codillo de
cerdo.
En Jerusalem, judíos y
palestinos habían vuelto a enfrentarse como en la intifada.
En Melilla, por las costas del
mediterráneo, la ola de pateras que se aprestaban a salir hacia Europa no tenía
parangón.
En Riad, en presencia de la
familia real, una princesa era lapidada, por su pasión desenfrenada por un
hombre casado, con el silencio cómplice de todas las mujeres musulmanas
envueltas en su hiyab y bajo el ojo vigilante de un varón que las pastorea.
Y en Pekín la contaminación
por su industrialización sin control y el envenenamiento de sus ríos, había
llevado a la muerte a millones de seres.
Mientras, en San Diego, cuando
Trump se disponía a poner la primera piedra de su muro, había sufrido un
atentado a instancias del FBI y la CIA, pero cuya cabeza de turco era un
hispanoamericano con sus facultades mentales mermadas, quien había sido
apresado.
¡Basta, basta! ¡Basta ya!
En el suelo, sudando y
con las sábanas hechas jirones, me creo
despertar.
¿Acaso ha sido el reloj o un
terremoto?
La radio sigue desgranando el
rosario de noticias en la voz dura y matutina de Carlos Herrera
¿Dónde estoy, qué está
pasando?
¿Lo he soñado todo eso?
¿Acaso sucedió?
¿Acaso sucede ahora?
¿O es una pesadilla de la que
en los españoles aún no hemos aprendido lo suficiente?
¿Acaso no hay metas mayores
para la humanidad que el campanario y la bandera de nuestro querido solar?
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