Me cuentan que ya el sueño eterno te ha vencido, que el
cansancio se había apoderado de tu frágil cuerpecillo y te has abandonado en
los brazos de Morfeo para que te deje a los pies de Tanatos.
De nada te han servido tus sueños de torero, de vestirte de
luces, rodeado de terciopelo verde y cargado de alamares, coronado con tu
montera, con la que brindarías a la afición la muerte de aquel morlaco de tus
juveniles ensoñaciones, mientras hacías el paseíllo, seguido de tu cuadrilla y
recogías las rosas de las encopetadas damiselas de los tendidos.
Ya la taleguilla, el capote, las banderillas, el estoque de
matar, la camisa blanca, el corbatín, tus medias de seda y las zapatillas de
charol, no volverán a acompañarte cuando te ponías el mundo por montera,
contrariando a aquellos otros amigos de tu misma edad que mientras tanto
imitaban parecerse a CR7 o al mismo Messi corriendo detrás de una pelota, o
recibías los denuestos de cuantos paseaban a sus mascotas que irían orinando en
cada esquina o depositando por todas partes sus excrementos, sin que a sus
dueños nada le importara el decoro de la acera.
Tú tuviste el mismo sueño
que aquellos otros niños españoles y de las Américas que allá por los
años veinte sólo soñaban con llegar a ser matador de toros, que desde La
Coruña, hasta la plaza de Vera, pasando por Barcelona, Bilbao, las Ventas, la
Maestranza o la Monumental de México, en la plazoleta de su barrio, en el patio
de su casa, ante la tierna mirada del abuelo, daban pases y componían la figura
ante un toro hecho de cartón piedra a modo de ensayo.
Picasso seguro que se habría inspirado en tus pases de
pecho, en tus verónicas o en unas apretadas chicuelinas o cuando te disponías a
esperar al toro delante de los chiqueros, a portagayola, con un molinete de
rodillas que ni el mismo Belmonte, hubiera mejorado.
Los críticos como Chaves Nogales, o los poetas como Antonio
Machado y Miguel Hernández, literatos como Rivas Cherif, políticos como Indalecio Prieto, te habrían subido a los altares mientras
abrías la Puerta del Príncipe y eras llevado a hombros hasta tu hotel, en medio
del torbellino de la feria del lugar
.
Me dicen que ya nunca más podrás cumplir tu sueño, pero
quien esto me cuenta nada sabe de ti, ahora es cuando de verdad tú podrás
hacerlo realidad, esta vez solamente unos privilegiados podrán verte torear nubes de algodón en un azur
infinito y además, mientras yo y otros buenos aficionados sólo podemos
disfrutar del arte de tus lances en ocasiones, tú, sin embargo, ya lo harás
para siempre, el único capaz de oír los clarines, de bailar al toro bajo un
pasodoble del maestro José Padilla y con el traje de luces con el que te abriga
el Hacedor de todo, mientras aquellos grandes maestros que desde antiguo viajan
por las mimas plazas que tú ahora, los Manolete, Paco Camino, Armillita,
Paquirri, Gitanillo de Triana, Ordóñez,
Antoñete o el mismísimo Gallo, entre los incontables, porfiarán en
acompañarte para seguir contigo la misma pasión que a ellos, también niños, un
día les embargó, como tú cuando quisiste decirles a todos que tu juego
preferido, era ser torero.
Yo que vengo de una familia que ama los animales, que ni siquiera somos capaces de matar una mosca, y que no
haría ningún esfuerzo por acudir a un ruedo, entiendo que tú, a tu manera,
también los amas, además de que has sido conquistado por la belleza de la
plástica entre la bestia y el hombre con la sola defensa de una simple franela,
razón por la que nunca he ido a una Plaza, pero admiro tu valentía, como
también tu sueño infantil, que sólo merece que siempre te acompañe allá por
donde vayas, en esa libertad y respeto que siempre se le debe otorgar a la
infancia, cualquiera que sean sus aspiraciones y sueños, en este caso, el ser
Torero.
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