lunes, 3 de septiembre de 2018

ULISES DE JAMES JOYCE

ULISES, DE JAMES JOYCE. Traducción de J.M. Valverde. Tusquets editores

Por fin terminé su lectura. Cierto. Exclamo ¡por fin!, ya que hace años que me propuse la lectura de la gran obra del irlandés James Joyce y tuve que desistir, probablemente fuera el único libro que abandonaba antes de terminarlo, pero sus primeras páginas ya se me antojaron complejas.

Esta vez he sido más perseverante y he logrado concluir la lectura de una gran obra, nada fácil de entender, con muchos enigmas y sin una adecuada respuesta, con una traducción que seguramente es brillante, por cuanto Joyce domina el idioma inglés y emplea infinidad de vocablos y expresiones nada fáciles de traducir, razón por la que en algunos casos existen frases escasamente reproducibles en español, como cuando dice “pagar a él e invitar”. Entiendo que debería decir mejor “e invitar”, así en alguna otra ocasión.

La obra es brillantísima en cuanto cada capítulo, además de haber seguido un esquema según la obra antigua  de Homero, la Odisea, en la que su héroe Ulises realiza viajes, guerras y un periplo lleno de accidentes, que él desveló al término de su libro a un amigo, Joyce nos narra un día, un jueves, en la vida de Leopold Bloom, de su mujer Molly y del joven Stephen Dedalus, por la ciudad de Dublin, desde el alba hasta la madrugada.

En el capítulo 18, el último, da paso a Molly Bloom, su esposa, que ha tenido una relación amorosa con uno de los muchos que la cortejan, mientras que su esposo, en el capítulo anterior, nos muestra sus andanzas con Stephen y los lugares de prostitución donde habían acudido. En este último capítulo, su técnica es la palabra interior de Molly, su erotismo y su pasión sensual desbordante, la referencia homérica es Penélope, aunque con sarcasmo, si se piensa en la infidelidad de Molly, con total ausencia de puntuación, con el mismo desorden mental de Molly.

Es curioso también su gran simpatía por lo español, en cientos de citas, observaciones, anécdotas y comentarios, amén de que Molly Bloom es natural de Gibraltar, de madre española y él, Leopold, un judío, como también temas relativos a la presencia británica como un colonizador y las aspiraciones de independencia de algunos de cuantos van desfilando por las páginas de este libro, de innumerables participantes y de una geografía de Dublín completa, incluso con referencia a precios, artículos y comercios.

“Bloom, a propósito de sangre caliente y de españoles, exhibe a Stephen una apetitosa foto de Molly, años atrás”
“No sé si sabría soltarme la lengua con un poco de español…”
“O hacer como si estuviéramos en España”

Y termina Molly, con un canto a lo español:
“Y las chicas españolas riéndose con sus mantillas y sus peinetas altas…”
“Y Ronda con las viejas ventanas de las posadas ojos atisbando una celosía escondidos para que su amante besara las rejas y las tabernas medio abiertas de noche y las castañuelas y la noche que perdimos el barco en Algeciras el vigilante dando vueltas por ahí sereno con su farol y ah ese tremendo torrente allá en lo hondo ah y el mar carmesí a veces como fuego y las estupendas puestas de sol y las higueras en los jardines de la alameda…y Gibraltar de niña donde yo era una Flor en la montaña”.
Trieste-Zurich-París, 1914-1921. Siete años para elaborar la gran obra de uno de los más venerados autores en lengua inglesa de Irlanda.

Lectura nada fácil de llevar el hilo, como hiciera Penélope, aunque con una maestría y una libertad de expresión que resultan sorprendentes para la época de su publicación y de la sociedad victoriana en la que él estaba inmerso. 


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