domingo, 28 de octubre de 2018

VIAJE A LA ALCARRIA, DE CAMILO JOSÉ CELA

VIAJE A LA ALCARRIA, DE CAMILO JOSÉ CELA.
En este libro de bolsillo, editado por Espasa Calpe, en 1990, con una bien fundada introducción de José María Pozuelo Yvancos, uno se encuentra con un libro de viaje, “un libro de andar”, que diría el filósofo español Ortega y Gasset.

De andar por casa, pues es desde su casa de Madrid, cercana al Retiro, desde donde su autor, el luego premiado con el Nobel de las letras, el galaico Camilo José Cela, se irá a la provincia de Guadalajara, en cuyo estación de ferrocarril desciende, para, como un trajinante de los de entonces, como un arriero de principios del siglo XX y aún cuando él hace este deambular por la Alcarria, siguiera el camino de aquellas reatas de burros, iniciar con pequeñas notas en un cuaderno, su bellísima obra por la Alcarria.

De Madrid a Guadalajara, el viaje lo inicia en tren, en cuyo vagón de tercera clase ya nos va perfilando lo que será el contenido de esta obra, por los detalles, breves, directos, escuetos, pero muy jocosos. De allí, andando pasará por Taracena, Torrija, Brihuega, Cifuentes, Gárgoles de Abajo, Trillo, La Puerta, Budia, Pareja, Casasana, Durón, Córcoles y Sacedón. En este último pueblo un autobús le llevará a Pastrana y una excusión a Zorita, donde termina su periplo alcarreño.

Comerciales, posaderos, tenderos, viudas, mozuelas, niños, mudos, estrábicos, lerdos, gitanos, hidalgos venidos a menos, la pareja de civiles, un alcalde, entre otros, son los personajes que desfilan por esta obra, escrita en 1946, pocos años después de la Guerra Civil y mientras España sigue en un estado de autarquía económica y de escasez, alimentaria e intelectual.

Con el empleo de la tercera persona narrativa, el Gallego, el novelista y el andariego, realiza una narración unitaria, inmediata y de carácter novelesco.

En esta obra, su autor, en su cuidada reelaboración, renuncia a todo comentario y se obsesiona con la reiteración de situaciones frecuentes, caso de el dormir, el comer, el cansancio, etc., dando a entender que es un reportaje escrito sobre la marchando, cuando no es así, todo lo contrario.
Como siempre, en toda su trayectoria vital el autor proclama, en numerosos pasajes, su enorme sentido sensual.

Es curioso que en estos años de penurias para España y de una brutal y torpe censura, en sus páginas aparezcan comentarios sobre la pasada República, cuando uno de los personajes con quienes se encuentra, llamado Julio Vacas, “que se las da de poeta y hombre cultivado”, dirá que conoció a don Niceto Alcalá Zamora, y relatará una anécdota relacionada con el rey de Francia.

También los apodos, como es el caso del Mierda, buhonero, que se cree descendiente del rey del Perú.
También, cuando llega a Pastrana, nos dirá que en España, con más frecuencia de la necesaria, el pasado esplendor agobia y, para colmo, agosta las voluntades.

También, como antaño hiciera Cervantes, cuando su obra del Quijote la dedicó al Duque de Béjar, en su primer volumen, y para el segundo, al Conde de Lemos, Cela, lo hace al Doctor don Gregorio Marañón, antiguo republicano y también se acordará citar a Antonio Machado: “De dentro de su pecho salen en voz alta, rodando sobre las baldosas de la acera, los versos de don Antonio –el hombre de cuerpo más sucio y alma más limpia que, según alguien dijo ya, jamás existió.”

También mostrará cómo la guerra “incivil”, todavía estaba muy presente, aunque se quisiera ocultar, cuando el viajero trata de ser amable con un niño: “Después le cuenta cosas de la guerra, y el niño escucha atento, emocionado, con los ojos mu abiertos”

En otro pasaje nos encontramos al viajero escuchando a un lugareño contarle qué repaso le dieron a los “espaguetis”, como los republicanos de la comarca de Guadalajara llamaban a los milicianos que mandó Mussolini y que fueron derrotados por las tropas del Ejército Popular Republicano, mientras el general Mario Roatta, corría despavorido y como una “donna”.


Ya en los últimos pasajes, Josep Plà, igual que hiciera en su Cuaderno azul, le da ideas para ir completando el viaje, de anécdotas sencillas y de una España que, a pesar de Franco y sus adalides, en esta novela, su autor, supo con destreza, mostrarnos un paisanaje y una geografía un tanto triste, bajo una bellísima prosa castellana.   

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