VIAJE A LA ALCARRIA, DE CAMILO
JOSÉ CELA.
En este libro de bolsillo,
editado por Espasa Calpe, en 1990, con una bien fundada introducción de José
María Pozuelo Yvancos, uno se encuentra con un libro de viaje, “un libro de
andar”, que diría el filósofo español Ortega y Gasset.
De andar por casa, pues es desde
su casa de Madrid, cercana al Retiro, desde donde su autor, el luego premiado
con el Nobel de las letras, el galaico Camilo José Cela, se irá a la provincia
de Guadalajara, en cuyo estación de ferrocarril desciende, para, como un
trajinante de los de entonces, como un arriero de principios del siglo XX y aún
cuando él hace este deambular por la Alcarria, siguiera el camino de aquellas
reatas de burros, iniciar con pequeñas notas en un cuaderno, su bellísima obra
por la Alcarria.
De Madrid a Guadalajara, el viaje
lo inicia en tren, en cuyo vagón de tercera clase ya nos va perfilando lo que
será el contenido de esta obra, por los detalles, breves, directos, escuetos,
pero muy jocosos. De allí, andando pasará por Taracena, Torrija, Brihuega,
Cifuentes, Gárgoles de Abajo, Trillo, La Puerta, Budia, Pareja, Casasana,
Durón, Córcoles y Sacedón. En este último pueblo un autobús le llevará a
Pastrana y una excusión a Zorita, donde termina su periplo alcarreño.
Comerciales, posaderos, tenderos,
viudas, mozuelas, niños, mudos, estrábicos, lerdos, gitanos, hidalgos venidos a
menos, la pareja de civiles, un alcalde, entre otros, son los personajes que
desfilan por esta obra, escrita en 1946, pocos años después de la Guerra Civil
y mientras España sigue en un estado de autarquía económica y de escasez,
alimentaria e intelectual.
Con el empleo de la tercera
persona narrativa, el Gallego, el novelista y el andariego, realiza una
narración unitaria, inmediata y de carácter novelesco.
En esta obra, su autor, en su
cuidada reelaboración, renuncia a todo comentario y se obsesiona con la
reiteración de situaciones frecuentes, caso de el dormir, el comer, el
cansancio, etc., dando a entender que es un reportaje escrito sobre la
marchando, cuando no es así, todo lo contrario.
Como siempre, en toda su
trayectoria vital el autor proclama, en numerosos pasajes, su enorme sentido
sensual.
Es curioso que en estos años de
penurias para España y de una brutal y torpe censura, en sus páginas aparezcan
comentarios sobre la pasada República, cuando uno de los personajes con quienes
se encuentra, llamado Julio Vacas, “que se las da de poeta y hombre cultivado”,
dirá que conoció a don Niceto Alcalá Zamora, y relatará una anécdota
relacionada con el rey de Francia.
También los apodos, como es el
caso del Mierda, buhonero, que se cree descendiente del rey del Perú.
También, cuando llega a Pastrana,
nos dirá que en España, con más frecuencia de la necesaria, el pasado esplendor
agobia y, para colmo, agosta las voluntades.
También, como antaño hiciera
Cervantes, cuando su obra del Quijote la dedicó al Duque de Béjar, en su primer
volumen, y para el segundo, al Conde de Lemos, Cela, lo hace al Doctor don
Gregorio Marañón, antiguo republicano y también se acordará citar a Antonio
Machado: “De dentro de su pecho salen en voz alta, rodando sobre las baldosas
de la acera, los versos de don Antonio –el hombre de cuerpo más sucio y alma
más limpia que, según alguien dijo ya, jamás existió.”
También mostrará cómo la guerra “incivil”,
todavía estaba muy presente, aunque se quisiera ocultar, cuando el viajero
trata de ser amable con un niño: “Después le cuenta cosas de la guerra, y el
niño escucha atento, emocionado, con los ojos mu abiertos”
En otro pasaje nos encontramos al
viajero escuchando a un lugareño contarle qué repaso le dieron a los “espaguetis”,
como los republicanos de la comarca de Guadalajara llamaban a los milicianos
que mandó Mussolini y que fueron derrotados por las tropas del Ejército Popular
Republicano, mientras el general Mario Roatta, corría despavorido y como una “donna”.
Ya en los últimos pasajes, Josep
Plà, igual que hiciera en su Cuaderno azul, le da ideas para ir completando el
viaje, de anécdotas sencillas y de una España que, a pesar de Franco y sus
adalides, en esta novela, su autor, supo con destreza, mostrarnos un paisanaje
y una geografía un tanto triste, bajo una bellísima prosa castellana.
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