domingo, 25 de agosto de 2019

APROXIMACIÓN AL QUIJOTE, DE MARTÍN RIQUER


APROXIMACIÓN AL QUIJOTE DE MARTÍN DE RIQUER


Muchos libros se han escrito y, seguro, se seguirán escribiendo para escudriñar esa gran obra que en el siglo XVII escribiera el alcalaíno don Miguel Cervantes Saavedra. Que yo recuerde lo hizo Unamuno, buscando el perfil más cristiano y místico que pudiera contener esta universal composición literaria, como también se acercó Azaña, en este caso de una manera más vital, social y también por su literatura.

Ahora nos encontramos con Martín de Riquer que, de manera brillante, desmenuza los entresijos de cada uno de los capítulo de los dos tomos, el primero publicado en 1605 y, el segundo, allá por 1615, y descubre al lector muchos de los vericuetos por los que transcurre la obra, mostrándonos de qué manera tan inteligente Cervantes emplea el lenguaje, una veces rústico, otras ya anticuado, como más actual, dependiendo de su intención o del personaje.

La obra el Quijote trata de satirizar los libros de caballerías, aún en época de su autor en boga, que a un hidalgo de la Mancha le han secado el cerebro por sus muchas lecturas y, paso a paso, de lo que pudo ser un entremés literario local, se transforma en una de las más encumbradas obras literarias del universo, que ya cuando aparezca la primer edición, será motivo de una gran acogida y los estudiantes de Salamanca se regocijan con su lectura.

En esta magna obra, además de la crítica que él hace subrepticiamente al otro insigne escritor del momento, Lope de Vega, el conocido como fénix de los ingenios, nos encontramos el modo en el que el propio Cervantes, por medio e Cide Hamete Benengeli, actúa como traductor, o también el mismo Martín de Riquer nos dirá que la cita que dirige al Conde de Lemos, solicitando su protección, ni siquiera a éste aristócrata le mereció atención el escritor ni la obra, aunque era un recurso frecuente para facilitar la edición de los libros en aquellos entonces.

En la primera parte de esta obra, el Quijote saldrá sólo a deshacer entuertos, con su Rocinante, nombre que quisiera emular a aquel del Cid, Babieca, por su sonoridad, y en una venta, como le señalan los libros que habían llenado su magín, delante de dos vulgares mozas y del propio ventero, éste le hace caballero, siguiendo las peticiones del Quijote y para evitar los conflictos que pudieran sobrevenirle.

Después de algunos encuentros, de los que siempre sale mal parado, a pesar de que logra una victoria sobre un vizcaíno, cuyo mal castellano y peor vizcaíno sabe Cervantes hacerse eco, como de los otros labriegos, pastores, cabreros, trajinantes que se irá encontrando en su largo caminar.

Encontrado por uno de sus vecinos molido y después de haberse entrometido en la defensa de un mozo que azotaba su dueño, atado a una encina, y que prometió al Quijote que le pagaría cuanto le debía, cosa que sólo no hizo, si no que una vez ido el caballero andante, la emprendió de nuevo a palos hasta dejarlo a penas sin piel, ya regresará por vez primera, dándose cuenta que para sus diálogos, necesitaba alguien que le acompañara, en este caso Cervantes descubre la figura de Sancho Panza, un palurdo, que conforme transcurre el relato cada vez se elevará en las buenas formas, los mejores dichos y el empleo de la lengua, ya que en él era innata su desparpajo.

Las cartas de damas y caballeros que se encontrará en el camino, como Dorotea o el Cautivo, como esa otra de la misma mujer de Sancho Panza cuando éste se encamina a gobernar la ínsula Barataria, son otros de los momentos certeros de esta magna obra.

Si en el primer volumen una venta, los molinos, un rebaño, son motivo de ser confundidos por el Quijote, ya en el segundo volumen, las tornas cambian y es Sancho Panza quien se verá sorprendido pues cuando quiere engañar a su amo mostrándole que tres mozas sobre unos burricos son Dulcinea del Toboso y dos damas de honor, él le reconvendrá diciéndole lo que son, a pesar de que Sancho se arrodilla e incluso emplea el lenguaje de los ,libros de caballerías que le ha oído al Capitán de la Triste Figura, pero cuando la tal rústica pierde el control de su rucio y el Quijote se apresura a cogerla en brazos, le insistirá a Sancho que nada de perfumes por su boca, al contrario, olor a ajo. Cambiaban así las tornas, aquellas del primer tomo en las que Sancho, enviado con una carta que ha perdido a buscar a Dulcinea, le dice a su maestro que la tal Aldonza Lorenzo lo recibió sudada y con aires más bien hombrunos.

Después de sus andanzas por Sierra Moreno, de sus encuentros con príncipes, como la pérdida del jumento de Sancho por obra del galeote Ginés de Pasamonte, que volverán a reencontrar con su teatrillo de marionetas, que por su locura deshace el enfebrecido hidalgo.

“Con la iglesia hemos dado, Sancho”. Cuantos veces, a lo largo de la historia, nos habremos encontrado con esta frase, transformada en con la iglesia hemos topado, y con significados dispares.

Intenta hacer frente a un león y éste, después de asomarse por la puerta del carromato que lo conducen como regalo al rey, le vuelve el culo y lo desdeña.

De nuevo regresa a su aldea, con la intervención de Sansón Carrasco, el estudiante y después de la treta que el cura, el barbero y Dorotea logran convencer a quien en sus monólogos, en aquellos diálogos donde nada tenga que ver con la caballería, muestre su ingenio y su sosiego.

Cervantes sabe del éxito de su obra, lo que inserta en su segundo volumen, que ya declara que es traducido a todos los idiomas del mundo, sin que supiera que el mismo William Shakespeare, que fallecería el mismo día que él, toma uno de sus capítulos y lo convierte en obra teatral, que por desgracia no se ha podido encontrar, y, además, ha aparecido el Quijote apócrifo de Avellaneda, sin que nunca hallamos sabido quien lo escribe, razón por la que cambia el rumbo de su viaje a Zaragoza y marcha a Barcelona, para encontrarse con el bandolero Roque Guinart, histórico y verdadero personaje, que enmudece al Quijote, pues se convence que él es un mero soñador, mientras que éste es un verdadero justiciero. La tragedia tiene lugar en este momento, dos son los que vierten su sangre, no como aquel Crisóstomo en las bodas de Camacho, que por tal de recuperar a su amada que iba a ser casada con el rico del pueblo, finge suicidarse y antes de morir pide que el cura bendiga su unión, lo que una vez conseguido se levanta y muestra a toda la concurrencia el engaño, lo que el Quijote logra aplacar a los acompañantes del rico Camacho y hacer justicia con ese amor juvenil.

En esa Barcelona de unos treinta mil habitantes, se embarcará para luchar en la mar contra unos piratas otomanes, que desde el castillo de Montjuich han anunciado su presencia. Lo acoge el caballero Antonio Moreno, amigo de Roque Guinart, que como siglos después harán otros conterráneos, es a buen seguro el comisionista de cuanto roba el tal bandido, que cuando publica esto Cervantes, había sido redimido o indultado y estaba en Nápoles con su cuadrilla sirviendo a la Corona española con las fuerzas del ejército.

Ya en la playa de Barcino, el caballero de la Media Luna vence al Quijote y regresa a su aldea para ver la muerte.

La ironía, la crítica literaria, la bibliografía, el humor, la sátira, la risa, personajes individualizados por su modo de hablar, sucesos inauditos, llenarán las páginas de esta obra, que termina a los sesenta y ocho años, está en la miseria, ha padecido toda clase de desdichas, cautiverio en Argel, lucha en Lepanto y pérdida de un brazo, recibido humillaciones y burlas en el cruel ambiente literario, a pesar de todo lo cual, su buen humor, su donaire inundan el Quijote. Nada ha podido poner un tinte amargo en su obra, ni su espíritu.

Se lanzó a escribir una obra para los entendidos, para los “intoxicados”, dirá Martín de Riquer, pero cuando uno tiene la fortuna de que maestros de la talla del mismo Martín Riquer, Unamuno y Azaña, como en el prólogo de este libro, Dámaso Alonso, desentrañen los secretos de esta novela, la lectura del Quijote aún se hace más entretenida y jocosa.

He dejado para el final el prólogo de Dámaso Alonso. Quien fuera director de la Real Academia Española, literato, filólogo y grandísimo poeta de la generación del 98. Quién lo puede olvidar en aquella foto con Lorca en Sevilla en homenaje a Góngora o en aquel poema de “Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres…”, nos hablará del realismo en el Quijote y de su universalidad, con la magistratura de quien posee el envidiable dominio de una lengua que se pasea por universo con figuras de la talla de Cervantes y con cuadros de la  originalidad y maestría de un Velázquez, Goya o Picasso.

Qué escritor por modesto o encumbrado que fuera, nunca soñó alguna vez,  con empezar en el piélago de una cuartilla de esta manera. Es El Quijote.

“En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados…”




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