EL PEDESTAL DE LAS ESTATUAS, DE ANTONIO GALA.
Es en 2007, cuando el
gran escritor, autor teatral y columnista en la prensa escrita, Antonio Gala, se lanza a la aventura de escribir esta
novela, que como hiciera el mismo Stendhal en sus Relatos, tras el descubrimiento
de un manuscrito, supuestamente elaborado por el secretario de Felipe II, el
traidor Antonio Pérez, nos describe buena parte de los principales
acontecimientos que se dieron en España en el siglo XV y XVI, en la persona de
los monarcas de entonces y de aquellos personajes que medraban a su alrededor.
De prosa muy académica y lejos de las exclamaciones e interjecciones
del otro brillante narrador
contemporáneo Arturo Pérez Reverte, Antonio Gala con su elegante pluma irá
narrando los acontecimientos de nuestra historia en esos dos siglos, de
presencia hispana en todo el orbe, y de la gran fuerza de y terror de nuestros
Tercios.
Se inicia con los Reyes Católicos, después de mostrarnos sus antecesores Trastámara y el modo de alcanzar la unión de los reinos de Castilla y Aragón, de los que no se muestra
muy partidario, hasta finalizar en la época del tratado de Vervins, cuando se
inicia el declive español.
En los primeros capítulos, la figura del narrador Antonio Pérez,
casi ni aparece y sí en los últimos, en los que se hace omnipresente y nos da
completos detalles de sus peripecias frente a la justicia, los encarcelamientos
y sus fugas, así como su exilio en la corte de Isabel de Inglaterra o del
francés Enrique IV, como de una manera más manifiesta la sensualidad y los
ambiguos gustos eróticos de este funcionario del Rey hispano, que a pesar de
haber tenido ocho hijos, también, al parecer, era bastante sodomita y no dudaba
de rodearse de jóvenes efebos flamencos o de enamorarse del mismo II conde de Essex, llamado Robert Devereu, que
terminaría siendo guillotinado, a pesar de sus incursiones navales contra
Cádiz, gracias a la información facilitada por Antonio Pérez.
Por las páginas de esta novela, descubrimos que el único
monarca que le merece simpatía es Carlos V, a pesar de los muchos que conoció y
la enorme fuerza que tenían los Papas, cuyas inclinaciones militares, sus
propiedades en Italia y sus escarceos amorosos, contribuyeron en la aparición
de los protestantes y posteriormente de la Contrarreforma.
Antonio Pérez fue hijo supuesto del secretario de Carlos V,
razón por la que Felipe II lo toma como su secretario personal y por él, pasará
toda la documentación de la oficina que se ocupó de Flandes, Portugal e Italia,
así como de los consejos para asesinar al secretario de don Juan de Austria,
Juan de Escobedo y de poner en entredicho el respeto que tenía para con su
hermanastro, Juan de Austria, quien perdería la vida, después de su grandes
hazañas contra los Moriscos y en Lepanto, en el mismo Namur.
Se cree que Antonio Pérez era el hijo putativo del marido de
Ana Mendoza de la Cerda, más conocida como la Princesa de Eboli, amante de Felipe
II y, según esta novela, nada de Antonio Pérez, quien también terminó encerrada
en el su residencia de Pastrana, por pertenecer al partido de Antonio Pérez, puesto a cargo del secretario de Carlos V,
Gonzalo Pérez, de quien aprendió todos los rudimentos del oficio, además de
haber cursado estudios en Salamanca, Lovaina y otras ciudades de Italia.
Hermosísima obra, en la que uno ve el modo medieval de
actuar de nuestros monarcas y políticos de la época, la grandeza de España que
era una potencia temida por todos y la convicción del Duque de Alba, que hay
que estar con Gran Bretaña y hacerle la guerra a los demás, hecho éste que
nunca supo darse cuenta Felipe II, ya que el mayor enemigo de su Majestad
Católica, fueron los monarcas franceses, ansiando conquistar el Milanesado o lo
que hoy día es el Franco Condado, como Flandes, mientras nuestros reyes se
empeñaban en pelear por el cetro católico, aún con la enemiga de los mismos Papas,
el derroche de la plata americana que por toda Europa se esparcía, sacando
provecho genoveses, lansquenetes y flamencos, mientras que la ciudadanía
española , en especial Castilla, sufría en sus carnes y con los impuestos, la
carga de sostener tanto esfuerzo bélico.
Época de la gran batalla de Lepanto contra el turco, en
defensa de las incursiones de éstos por tierras del otro español Fernando I de
Habsburgo, nacido en Alcalá de Henares, y educado junto a su abuelo Fernando el
Católico, contrariamente a Carlos V, en una Liga en la que las ciudades
italianas, las posesiones hispanas y el Papa, organizaron una flota nunca más
vista en el Mediterráneo, en la que participó y perdió su brazo el insigne
Cervantes y que, sin embargo, vio como Venecia alcanzaba un acuerdo de paz con
el Sultán, mientras Felipe II y su Consejo de Estado, seguían pensando que era
Túnez y Orán, donde se hacía fuerte el pirata Barbarroja, era realmente donde deberían tener presencia y no en el lado oriental del Mare Nostrum.
Ya en las postrimerías de esta obra, vemos como Antonio Gala,
por medio de lo que manda escribir a su inseparable guardián y compañero Gil de
Mesa el mismo Antonio Pérez nos hace partícipes de sus mismos sentimientos
heterodoxos en religión y sexo, al igual que nos informa del por qué Felipe II desbarata los fueros aragoneses, ya que el Justicia de Aragón y la aristocracia de Zaragoza, se opuso a que Antonio Pérez fuera entregado, aunque tuvo también que intervenir la Inquisición para poderlo lograr. De esta fecha data la pérdida de los fueros en Aragón y la entrada del ejército real, ejecutando a Lanuza y a cuantos se opusieron, que si en Cataluña se hubiera hecho entonces lo mismo, en el siglo XXI otro gallo les cantaría a los españoles.
Espías, batallas,
relaciones ambiguas de poder y de amistad, que no hacen posible que el pedestal
de las estatuas contemple a personajes dignos, según quien ya por entonces
escribió las peores páginas sobre nuestra Monarquía, que darían lugar a la
leyenda de la España negra que durante tantos siglos nos ha perseguido, cuando
en todos los Estados vecinos como en la Iglesia, las persecuciones, el oprobio,
la maledicencia, lo execrable, formaba parte de Reyes, consejeros, aristócratas
y funcionarios reales, lo mismo que en casa de los obispos, monjes, confesores y
cardenales, y qué decir de los Papas en su solio del Vaticano.
La novela termina con las señales de pobreza en las que
sumerge Antonio Pérez en París, sin que el nuevo rey, Felipe III, muerto ya
Felipe II, le conceda cuanto desea su regreso a tierra española.
En París será enterrado, abandonado por todos cuantos le
otorgaron riquezas, poder y canonjías, ya liberados su mujer e hijos que estuvieron como rehenes, y después
de haber contribuido con su ignominia, a que los franceses nos atacaran por los
Pirineos e Inglaterra en Cádiz, como también en Canarias y el Caribe, donde
perdió la vida el filibustero Drake.
Libro muy interesante para conocer mejor los entresijos de
dos siglos en los que el sol no se ponía en los dominios de su Majestad
Católica española.
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