sábado, 5 de octubre de 2019

EL PEDESTAL DE LAS ESTATUAS, DE ANTONIO GALA


EL PEDESTAL DE LAS ESTATUAS, DE ANTONIO GALA.


Es en 2007,  cuando el gran escritor, autor teatral y columnista en la prensa escrita, Antonio Gala,  se lanza a la aventura de escribir esta novela, que como hiciera el mismo Stendhal en sus Relatos, tras el descubrimiento de un manuscrito, supuestamente elaborado por el secretario de Felipe II, el traidor Antonio Pérez, nos describe buena parte de los principales acontecimientos que se dieron en España en el siglo XV y XVI, en la persona de los monarcas de entonces y de aquellos personajes que medraban a su alrededor.

De prosa muy académica y lejos de las exclamaciones e interjecciones  del otro brillante narrador contemporáneo Arturo Pérez Reverte, Antonio Gala con su elegante pluma irá narrando los acontecimientos de nuestra historia en esos dos siglos, de presencia hispana en todo el orbe, y de la gran fuerza de y terror de nuestros Tercios.

Se inicia con los Reyes Católicos, después de mostrarnos sus antecesores Trastámara y el modo de alcanzar la unión de los reinos de Castilla y Aragón, de los que no se muestra muy partidario,  hasta finalizar en la época del tratado de Vervins, cuando se inicia el declive español.

En los primeros capítulos, la figura del narrador Antonio Pérez, casi ni aparece y sí en los últimos, en los que se hace omnipresente y nos da completos detalles de sus peripecias frente a la justicia, los encarcelamientos y sus fugas, así como su exilio en la corte de Isabel de Inglaterra o del francés Enrique IV, como de una manera más manifiesta la sensualidad y los ambiguos gustos eróticos de este funcionario del Rey hispano, que a pesar de haber tenido ocho hijos, también, al parecer, era bastante sodomita y no dudaba de rodearse de jóvenes efebos flamencos o de enamorarse del mismo  II conde de Essex, llamado Robert Devereu, que terminaría siendo guillotinado, a pesar de sus incursiones navales contra Cádiz, gracias a la información facilitada por Antonio Pérez.

Por las páginas de esta novela, descubrimos que el único monarca que le merece simpatía es Carlos V, a pesar de los muchos que conoció y la enorme fuerza que tenían los Papas, cuyas inclinaciones militares, sus propiedades en Italia y sus escarceos amorosos, contribuyeron en la aparición de los protestantes y posteriormente de la Contrarreforma.

Antonio Pérez fue hijo supuesto del secretario de Carlos V, razón por la que Felipe II lo toma como su secretario personal y por él, pasará toda la documentación de la oficina que se ocupó de Flandes, Portugal e Italia, así como de los consejos para asesinar al secretario de don Juan de Austria, Juan de Escobedo y de poner en entredicho el respeto que tenía para con su hermanastro, Juan de Austria, quien perdería la vida, después de su grandes hazañas contra los Moriscos y en Lepanto, en el mismo Namur.

Se cree que Antonio Pérez era el hijo putativo del marido de Ana Mendoza de la Cerda, más conocida como la Princesa de Eboli, amante de Felipe II y, según esta novela, nada de Antonio Pérez, quien también terminó encerrada en el su residencia de Pastrana, por pertenecer al partido de Antonio Pérez, puesto a cargo del secretario de Carlos V, Gonzalo Pérez, de quien aprendió todos los rudimentos del oficio, además de haber cursado estudios en Salamanca, Lovaina y otras ciudades de Italia.

Hermosísima obra, en la que uno ve el modo medieval de actuar de nuestros monarcas y políticos de la época, la grandeza de España que era una potencia temida por todos y la convicción del Duque de Alba, que hay que estar con Gran Bretaña y hacerle la guerra a los demás, hecho éste que nunca supo darse cuenta Felipe II, ya que el mayor enemigo de su Majestad Católica, fueron los monarcas franceses, ansiando conquistar el Milanesado o lo que hoy día es el Franco Condado, como Flandes, mientras nuestros reyes se empeñaban en pelear por el cetro católico, aún con la enemiga de los mismos Papas, el derroche de la plata americana que por toda Europa se esparcía, sacando provecho genoveses, lansquenetes y flamencos, mientras que la ciudadanía española , en especial Castilla, sufría en sus carnes y con los impuestos, la carga de sostener tanto esfuerzo bélico.

Época de la gran batalla de Lepanto contra el turco, en defensa de las incursiones de éstos por tierras del otro español Fernando I de Habsburgo, nacido en Alcalá de Henares, y educado junto a su abuelo Fernando el Católico, contrariamente a Carlos V, en una Liga en la que las ciudades italianas, las posesiones hispanas y el Papa, organizaron una flota nunca más vista en el Mediterráneo, en la que participó y perdió su brazo el insigne Cervantes y que, sin embargo, vio como Venecia alcanzaba un acuerdo de paz con el Sultán, mientras Felipe II y su Consejo de Estado, seguían pensando que era Túnez y Orán, donde se hacía fuerte el pirata Barbarroja, era realmente donde  deberían tener presencia y no en el lado oriental del Mare Nostrum.

Ya en las postrimerías de esta obra, vemos como Antonio Gala, por medio de lo que manda escribir a su inseparable guardián y compañero Gil de Mesa el mismo Antonio Pérez nos hace partícipes de sus mismos sentimientos heterodoxos en religión y sexo, al igual que nos informa del por qué Felipe II desbarata los fueros aragoneses, ya que el Justicia de Aragón y la aristocracia de Zaragoza, se opuso a que Antonio Pérez fuera entregado, aunque tuvo también que intervenir la Inquisición para poderlo lograr. De esta fecha data la pérdida de los fueros en Aragón y la entrada del ejército real, ejecutando a Lanuza y a cuantos se opusieron, que si en Cataluña se hubiera hecho entonces lo mismo, en el siglo XXI otro gallo les cantaría a los españoles.

Espías,  batallas, relaciones ambiguas de poder y de amistad, que no hacen posible que el pedestal de las estatuas contemple a personajes  dignos, según quien ya por entonces escribió las peores páginas sobre nuestra Monarquía, que darían lugar a la leyenda de la España negra que durante tantos siglos nos ha perseguido, cuando en todos los Estados vecinos como en la Iglesia, las persecuciones, el oprobio, la maledicencia, lo execrable, formaba parte de Reyes, consejeros, aristócratas y funcionarios reales, lo mismo que en casa de los obispos, monjes, confesores y cardenales, y qué decir de los Papas en su solio del Vaticano.

La novela termina con las señales de pobreza en las que sumerge Antonio Pérez en París, sin que el nuevo rey, Felipe III, muerto ya Felipe II, le conceda cuanto desea su regreso a tierra española.

En París será enterrado, abandonado por todos cuantos le otorgaron riquezas, poder y canonjías, ya liberados su mujer e hijos que estuvieron como rehenes, y después de haber contribuido con su ignominia, a que los franceses nos atacaran por los Pirineos e Inglaterra en Cádiz, como también en Canarias y el Caribe, donde perdió la vida el filibustero Drake.

Libro muy interesante para conocer mejor los entresijos de dos siglos en los que el sol no se ponía en los dominios de su Majestad Católica española.

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