MICHAEL IGNATIEFF. FUEGO Y
CENIZAS. ÉXITO Y FRACASO EN POLÍTICA
En una brillante crónica
laudatoria sobre el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, una de esas personas
que ha sabido darse cuenta de la gran pérdida que para los españoles suponía la
desaparición de este dirigente político, como consecuencia de su derrota y de sus mismas
manifestaciones, como de su propio convencimiento de sólo estar en política
mientras su discurso mereciera la aprobación del electorado, que leí en un
diario nacional, el autor de esa crítica, señalaba como fiel exponente de lo
que estaría padeciendo y pasando el derrotado líder de Ciudadanos, hacía
referencia a un libro y a un autor, el que da título a esta nota.
Quise saber, además de coincidir
plenamente con el autor de aquellos comentarios, del que ahora no recuerdo su
nombre, quién era sin embargo la fuente de su inspiración y por qué recomendaba
la lectura de este libro, por lo que no dudé en que en mi librería favorita,
Metáfora de Roquetas de Mar, se encargaran de buscármelo, pues no lo tenían en
sus anaqueles, y ya en mis manos, después de su rápida lectura, sólo puedo
refrendar el elogio y la recomendación hecha por ese pasajero redactor público.
Michael Ignatieff es un
intelectual canadiense, de antepasados ucranianos y vinculados a la
administración del Zar, por parte de sus bisabuelos paternos, y, años después cuando
hubieron de emigrar al Canadá, también su padre, relacionados con la
administración pública canadiense.
No obstante, Michael Ignatieff
estará muy vinculado al vecino mastodonte norteamericano, los USA, por sus
estudios en Harvard, como profesor en una universidad estadounidense, todo
lo cual le granjería a su regreso a su tierra natal y, en sus primeros pasos allí en
política, a ser considerado un extranjero.
Su doctrina política siempre
estuvo en el centro, razón por la que formó parte del partido Liberal, que ya
había gobernado en el Canadá, y cuyo mayor opositor era el partido conservador
o NPD.
Su libro es su propio y personal
relato sobre lo que él vivió en su lucha por alcanzar la presidencia de
gobierno, después de haber llegado al Parlamento, que podría extrapolarse
perfectamente a personas como Albert Rivera y, quizás, aunque con otras
connotaciones más lejanas y dramáticas, al mismo Manuel Azaña.
Por sus páginas, uno va
descubriendo la sordidez de los profesionales de la política, como también los paralelismos tan cercanos con
España, ellos por las intemperancias de los habitantes del Quebec, nosotros por
el catalanismo y los nacionalistas vascos, como por la sinuosidad y los egos de los dirigentes, así como de sus organizaciones partidistas.
También, por esa misma conjunción
de problemas, tan cercanos a la situación actual española, con otros nombres,
aparece Pedro Sánchez en la mente del lector y de lecciones que esos políticos
profesionales debieran tener en cuenta y que, quizás, él nunca tuvo, salvo su
pasión por la unidad del Canadá y la democracia.
“Yo había supuesto que en la política había un espacio para los
aficionados, pero me había equivocado”. Acaso Pedro Sánchez, la todo poderosa
Susana en Andalucía, como otros muchos cargos del PSOE y PP, acaso no se han
formado en las “covachuelas del partido”, como hubiera dicho Azaña. Este nunca
fue el caso de Ignatieff, como tampoco de Albert Rivera, quienes antes de
entrar en política habían ejercido sus empleos, uno como profesor, el otro en
un banco.
Michael Ignatieff, como otrora Azaña,
son grandes partidarios del Parlamento, que, sin embargo, cada día más está
ocupado por mediocres, caso de los Rufianes y toda la parafernalia de “perrosflauta”
que van detrás del “marqués de Galapagar", el ex de Vallecas, Pablo Manuel Iglesias
y la cajera Irene Montero, como de políticas de gobierno que tratan de eludirlo
y de una feroz disciplina partidista, que Ignatieff quisiera que las votaciones
no estuvieran sujetas a disciplina alguna y sí a la conciencia y consideración
de cada parlamentario.
Cuando hace referencia a un jefe
de gobierno conservador, su declaración podría servirle al mismo Pedro Sánchez,
pues dice: “Por algo es el primer
ministro: posee tenacidad, disciplina y crueldad en grandes dosis. Da la
impresión de tener convicciones fijas y estables, cuando en realidad está
dispuesto a echar por la borda cualquier política cuando le conviene”. ¿Acaso
no nos suena esto en España y es innato al doctor Fraude, más conocido como Pedro Sánchez Castejón?
Y añade, lo mismo que quizás el
día que presentó su renuncia a la política, Albert Rivera, se diría: Así que en vez de conseguir la democracia
que se merecen, los votantes terminan pagando el precio de su propia desilusión
y sólo obtienen la democracia que sus políticos les imponen”. En España se
hace por medio de televisiones como la Sexta y TVE, radio como la cadena Ser y
prensa como El País, además de un colosal ejército de “abrazafarolas”, “estómagos
agradecidos” y gente que ha conseguido su “paguita”, un despacho, un empleo,
una subvención, gracias al carnet del PSOE, a la amistad con los socialistas o
a la palmada en el hombro y la sonrisa flatulenta para congraciarse con el
político que le proveerá la solución económica a su familia, a su negocio, a la
enseñanza o alguna de las innumerables empresas que ellos montan para colocar a
sus afines y devotos, como se ha demostrado con los ERES en Andalucía, o en
Valencia con Ximo Puig.
En Canadá, como en España, los
políticos iban a las zonas anglosajonas y hablaban de la unidad del Canadá,
mientras que cuando lo hacían en Quebec, expresaban su respaldo a la autonomía,
incluso su reconocimiento como nacionalidad. “Aquí estaba un líder político con principios y una excelente reputación
por combatir la retórica separatista en Quebec queriendo firmar un acuerdo
secreto con el líder de un partido separatista” ¿Acaso no es lo mismo que hace
Pedro Sánchez, o Zapatero, con Otegui o con los golpistas de Esquerra?
Sigue convencido de que logran
más unidos que cada uno por su lado, lo que no parece que los socialistas
españoles actuales entiendan eso, sobre todo cuando el PSC y Podemos son dos elementos
de ruptura a ese axioma.
Y en su capítulo del “derecho de
ser escuchado”, amargamente se queja de que “ya no se atacan las ideas o posturas de un candidato. Se ataca lo que el
candidato es”. Pero acaso, en España, sabemos lo que quiere Pedro Sánchez,
lo que pretende Podemos, como no sea la destrucción de España como unidad de
ciudadanos con un principio común de fraternidad.
Entró en política con la
esperanza y el derecho a ser escuchado, pero la maquinaria de los profesionales
de la política, hicieron todo lo posible para que su discurso no llegara a las
gentes y que, de una forma y de otra, fracasara, sobre todo con malas artes.
Sin embargo, termina su obra
animando a quien le lea, a quienes vengan después de él, para convencerles que
la política, con mayúscula, es necesaria para que no existan las guerras, para
que se saque el mayor provecho al esfuerzo común de una nación y para defender
mejor los intereses generales del ciudadano.
Es un libro interesantísimo, muy
grato y fácil de lectura, como un ejemplo y una enseñanza para todo aquel que
quiera seguir los pasos de este noble político e intelectual.

No hay comentarios:
Publicar un comentario