LA
SOMBRA DEL ÁGUILA, DE ARTURO PÉREZ REVERTE
La sombra del águila, del académico de la lengua y
cartagenero, Arturo Pérez Reverte, es, ante todo, un alegato por la paz y una
denuncia por la estupidez y la iniquidad de las guerras, hechas por unos locos
y sostenidas por la “carne de cañón” que son las mujeres, los niños y los
hombres sencillos, humildes y que solo cuentan con sus vidas, a menudo, o casi
siempre, dispuestas por otros que nunca se plantearon por qué hacían esa
guerra, a no ser por su ego, su orgullo y el poder que les otorgaba tener a los
demás dentro de un puño, asediados, sometidos y anulados, mientras esos
dirigentes, los Napoleones, Hitler, Stalin o Mussolini, entre otros, ponerse
una medalla, pasar a los anales de la historia y llevar a cabo la depravación,
devastación y ruina por donde pasan, revestidos de oropeles y con los edecanes
de aplauso fácil y de servil enriquecimiento.
Esta novela es una entretenida, divertida y crítica novela,
cuyos actores principales son unos soldados españoles enrolados, contra su
voluntad, en la Grand Armée, que se encontraban en Jutlandia (Dinamarca) y que
por mor a esos cambios de estrategia diplomática de la Monarquía española y sus
validos de entonces, por aquella fechas de Godoy, en la sombra amante de la fea
reina María Luisa de Parma, de pasar a ser enemigos de los franceses se ven
obligados a trabajar para ellos, a pesar de que lo único que deseaban erea
regresar a sus casas, regresar definitivamente a España.
Sin embargo, el destino los lleva a las estepas rusas,
cooperando con el ejército de Napoleón en tratar de derrotar a los rusos,
quienes cuando por fin logra alcanzar Moscú, sus gentes la habían abandonado en
incendiado, en el momento de la llegada del crudo invierno.
Este grupo de españoles de no más de trescientos soldados,
el batallón 326 de Línea, cansados de soportar la tiranía de los mandos
franceses, la dureza del clima, como que no es una guerra en defensa de sus
valores, deciden pasarse al enemigo para terminar este largo tiempo con los
franchutes, por lo que, intrépidamente, y cuando el flanco derecho francés se
hunde, ellos, tambor batiente, y a pesar de las cargas que les caen de los
proyectiles de los callones rusos, águila y banderas en alto, siguen avanzando
sin miedo, cuando Napoleón, en lo alto de una colina, en las cercanías de
Sbodonovo, a través del catalejo, observa que son los únicos soldados que
avanzan, Asombrado, decide mandar a la caballería de Murat en su ayuda, que una
vez pasen por los flancos de la 326 y de su capitán García, son, no obstante,
objeto de las deprecaciones en español más elevadas que la RAE registre.
Terminada la batalla de Sbonovo con éxito y ya delante de los
muros del Kremlim, el Enano o Pequeño Cabrón, decide condecorar, con el entorchado más preciado del ejército
francés, a lo que quedó del 326 de Línea español y cuando el Emperador le
preguntara a García por qué ese arrojo de avanzar frente a los ruskies, le
contestará con flema hispana: no había
otro sitio donde ir.
En su cabeza quedó lo que realmente hubiera querido
espetarle al Petit Cabrón, porque de verdad querían largarse y se les fastidió
el invento. Porque ya está bien de tanta
gloria y tanta murga, tenemos gloria para dar y tomar, gloria por un tubo Sire.
Porque esto de la campaña de Rusia es una encerrona infame, Sire. Porque a estas
horas deberíamos estar en España, con nuestros paisanos y nuestras familias, en
vez de estar metidos hasta las cejas en esta puñetera mierda, Sire. Porque la
Frans nos la trae floja y Vuecencia nos
la refanfinfla, Sire.
Unos pocos terminarán, regresando a esa España que tanto añoraban,
cuando se hundían en el hielo, eran asediados por las fuerzas del general
Zukov, los cosacos y los lobos, cuando solo tenían por meta volver ¡Vaspaña!
Como siempre, como buena parte de la obra de Pérez Reverte,
sutil denuncia y hábil narración.
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