sábado, 21 de junio de 2025

LA SOMBRA DEL ÁGUILA, DE ARTURO PÉREZ REVERTE.

 


               LA SOMBRA DEL ÁGUILA, DE ARTURO PÉREZ REVERTE

La sombra del águila, del académico de la lengua y cartagenero, Arturo Pérez Reverte, es, ante todo, un alegato por la paz y una denuncia por la estupidez y la iniquidad de las guerras, hechas por unos locos y sostenidas por la “carne de cañón” que son las mujeres, los niños y los hombres sencillos, humildes y que solo cuentan con sus vidas, a menudo, o casi siempre, dispuestas por otros que nunca se plantearon por qué hacían esa guerra, a no ser por su ego, su orgullo y el poder que les otorgaba tener a los demás dentro de un puño, asediados, sometidos y anulados, mientras esos dirigentes, los Napoleones, Hitler, Stalin o Mussolini, entre otros, ponerse una medalla, pasar a los anales de la historia y llevar a cabo la depravación, devastación y ruina por donde pasan, revestidos de oropeles y con los edecanes de aplauso fácil y de servil enriquecimiento.

Esta novela es una entretenida, divertida y crítica novela, cuyos actores principales son unos soldados españoles enrolados, contra su voluntad, en la Grand Armée, que se encontraban en Jutlandia (Dinamarca) y que por mor a esos cambios de estrategia diplomática de la Monarquía española y sus validos de entonces, por aquella fechas de Godoy, en la sombra amante de la fea reina María Luisa de Parma, de pasar a ser enemigos de los franceses se ven obligados a trabajar para ellos, a pesar de que lo único que deseaban erea regresar a sus casas, regresar definitivamente a España.

Sin embargo, el destino los lleva a las estepas rusas, cooperando con el ejército de Napoleón en tratar de derrotar a los rusos, quienes cuando por fin logra alcanzar Moscú, sus gentes la habían abandonado en incendiado, en el momento de la llegada del crudo invierno.

Este grupo de españoles de no más de trescientos soldados, el batallón 326 de Línea, cansados de soportar la tiranía de los mandos franceses, la dureza del clima, como que no es una guerra en defensa de sus valores, deciden pasarse al enemigo para terminar este largo tiempo con los franchutes, por lo que, intrépidamente, y cuando el flanco derecho francés se hunde, ellos, tambor batiente, y a pesar de las cargas que les caen de los proyectiles de los callones rusos, águila y banderas en alto, siguen avanzando sin miedo, cuando Napoleón, en lo alto de una colina, en las cercanías de Sbodonovo, a través del catalejo, observa que son los únicos soldados que avanzan, Asombrado, decide mandar a la caballería de Murat en su ayuda, que una vez pasen por los flancos de la 326 y de su capitán García, son, no obstante, objeto de las deprecaciones en español más elevadas que la RAE registre.

Terminada la batalla de Sbonovo con éxito y ya delante de los muros del Kremlim, el Enano o Pequeño Cabrón, decide condecorar,  con el entorchado más preciado del ejército francés, a lo que quedó del 326 de Línea español y cuando el Emperador le preguntara a García por qué ese arrojo de avanzar frente a los ruskies, le contestará con flema hispana: no había otro sitio donde ir.

En su cabeza quedó lo que realmente hubiera querido espetarle al Petit Cabrón, porque de verdad querían largarse y se les fastidió el invento. Porque ya está bien de tanta gloria y tanta murga, tenemos gloria para dar y tomar, gloria por un tubo Sire. Porque esto de la campaña de Rusia es una encerrona infame, Sire. Porque a estas horas deberíamos estar en España, con nuestros paisanos y nuestras familias, en vez de estar metidos hasta las cejas en esta puñetera mierda, Sire. Porque la Frans nos la trae floja y Vuecencia  nos la refanfinfla, Sire.

Unos pocos terminarán, regresando a esa España que tanto añoraban, cuando se hundían en el hielo, eran asediados por las fuerzas del general Zukov, los cosacos y los lobos, cuando solo tenían por meta volver ¡Vaspaña!

Como siempre, como buena parte de la obra de Pérez Reverte, sutil denuncia y hábil narración.

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