jueves, 18 de septiembre de 2025

LA INQUISICIÓN ESPAÑOLA, SEGÚN EL BREVIARIO DE A.S. TURBERVILLE.

 


           LA INQUISICIÓN ESPAÑOLA, SEGÚN A.S. TURBERVILLE

Siempre se ha dicho, malintencionadamente, como es propio a enemigos, que España ha sido siempre un país intolerante, hecho este falso, cuando se demuestra que ese mismo problema ya se daba en esos  países que alzaron una crítica mendaz, particularmente centrada en la Inquisición.

Y es el Papa Gregorio IX, en el año 1233, quien señala el origen de la Inquisición, confiando a los monjes dominicos la lucha contra la herejía, razón de una inquina contra los críticos al cristianismo o, más precisamente, a los postulados católicos.

La herejía, en la Edad Media, estaba presente en Lombardía, Sicilia, Alemania y Francia, por lo que ante la deficiente defensa hecha por los Obispos, el Papa nombra a estos frailes Inquisidores y crea un tribunal para sancionar las faltas, llamado Santo Oficio, siendo el Inquisidor el juez, además de investigador y policía.

Ya en el edicto de Verona (1184) se ordena a los Obispos que hagan visitas periódicas a las parroquias tildadas de herejía y que los mismos vecinos den los nombres susceptible de culpa.

En Narbona, en 1227, se perfecciona estas delaciones con la diffamatio, las testas sinodales (testigos sinodales), la inquisitio generalis y inquisitio specialis, todo ello herramientas legales para la persecución y justificación legal de esa conducta inquisitorial.

Por tanto, la Inquisición medieval fue esencialmente una institución ideada por el Papado y dominada por él, aunque en Francia contó con el respaldo de la Corona.

En tiempos del Calvinismo, es la misma Universidad de París quien emprende esa represión de la herejía, mientras decrece la influencia de la misma Inquisición en el país, con la inestimable ayuda de una Cámara especial, conocida como Chambre Ardante.

La Inquisición dio algunos pasos en Hungría, Bohemia, Polonia y nunca en Escandinavia. En Inglaterra, comisionados especiales del Papa, de acuerdo con la autoridad episcopal del país, año 1309, están presentes contra los Templarios ingleses, que habían adoptado creencias herejes en su orden.

Cierto es que cuando Fernando e Isabel impulsan en España la Inquisición, tras la conquista de Granada, en el resto de Europa está moribunda, aunque en Italia tiene su renacimiento.

Por mor de la invasión sarracena de la península ibérica, en el siglo VIII, quedaba exenta de esa Inquisición,  presente en países vecinos, aunque con el avance y reconquista cristiana, como con la finalidad de frenar la inmigración de los herejes cátaros del Languedoc, tanto Jaime I y Pedro II de Aragón, ya habían publicado severos tratados contra la herejía, allá por 1226. También había sido conminado el arzobispo de Tarragona por el Papa Gregorio IX, a la búsqueda y castigo de los herejes presentes en su diócesis, a través de la bula Declinante, bajo la influencia del español Raimundo de Peñafort, el más grande dominico de su época y más influyente sobre el Papa.

Los franciscanos prestarán ayuda a los dominicos, que se ven desbordados, en 1237.

Se sabe que los españoles inquisidores más influyentes de esa época fueron: Nicolás Rosselli  y Nicolás Eymeric, éste gran enemigo personal y en sus obras, de Ramón Lull.

Cuando los RRCC fundan la Inquisición, en Aragón era poco fuerte y en Castilla no existía, por lo que su implantación tuvo un propósito de organización y unificación política.

En los siglos XII y XIII, los monarcas hispanos ansiaban asimilar la cultura musulmana y judía, orgullosos de Avenpace y Maimónides, especialmente los reyes Alfonso VI y Alfonso X, también el arzobispo Raimundo de Toledo, por lo que en España no existía ninguna intolerancia religiosa, bien al contrario.

Sin embargo, en el siglo XIV el clima social cambia y la cercanía de los judíos a los poderosos, como la gran masa mora en el sur y este de España, los hace ser impopulares.

En los concilios eclesiásticos de Zamora (1313) y Valladolid (1322) se prohíbe el intercambio de cristianos con moros y judíos, forzándoles a que vivan en barrios especiales, en los burgos, llamados morerías y juderías, donde pronto los cristianos llevarán a cabo matanzas de judíos: Córdoba, Toledo, Burgos, Mallorca.

Forzados a convertirse en 1391, sobre todo por el esfuerzo proselitista de San Vicente Ferrer, nacen los Conversos, hostiles siempre y que originaron, por envidia y las llamadas limpiezas de sangre, arduas luchas en Toledo, Ciudad Real y Córdoba en 1473.

Con la Toma de Granada por los RRCC, depositan la confianza en Hernando de Talavera, Obispo de Ávila y confesor de la Reina, para cumplir con los acuerdos firmados con Boabdil y la misión de la conversión paulatina y pacífica de los moros, a lo que se opondrá el arzobispo de Toledo, Francisco Jiménez Cisneros, siempre crítico y dispuesto a forzar la máquina de la rápida conversión, razón de los disturbios en Granada en 1501.

El 30 de marzo de 1492, ni los esfuerzos de Isaac Abravanel, amigo de los reyes, fueron nulos y daba comienzo a la expulsión de los judíos, que en número de 500.000 a 800.000, según quien escriba sobre ello, empezaban su exilio, con el contento de un converso como Torquemada.

Los conversos que quedaron y que fueron bautizados y renegaron de su pasado religioso, serían objeto de vigilancia y de que el mismo Concilio de Basilea exhortará a los obispos a ser más vigilantes, de manera a descubrir a los hipócritas y falsos conversos.

Cierto es que la Inquisición española, en su máximo esplendor, fue eficiente para sus propósitos, con un poderío extraordinario fruto del apoyo real y la buena organización, que además les permitió la centralización administrativa por medio de cuatro Consejos: Estado, Finanzas, castilla y Aragón, a lo que se añadió, con la pertinente autorización de Sito IV, el Consejo de la Inquisición o Supremo.

La vigilancia central se ejerció por el Inquisidor general, primeramente ocupado por Torquemada y al que le seguirían: Diego Deza, Jiménez, Adriano de Utrecht (más tarde Papa como Adriano VI), Alfonso Manrique y Fernando Valdés.

Hubo inquisidores generales, caso de Torquemada, un verdadero déspota, que para nada tuvieron en cuenta al Supremo, también Valdés. Otros dos autócratas fueron Diego de Arce y Reinoso, desde 1643 a 1665.

Durante el reinado del desgraciado Carlos II, los choques entre el Inquisidor general y el Supremo fueron constantes.

El Supremo trató siempre de aumentar su autoridad y en los siglos XVI y XVII fue una poderosa oligarquía, estando su influencia por encima de los tribunales locales, exigiendo en 1647 que todas las sentencias le fueran sometidas para su aprobación, fomentando también la lenidad. También se ocupaba de los asuntos financieros y manejaba gran cantidad de dinero en ingresos y gastos.

Tras el Inquisidor general y el Consejo estaban la Monarquía española y el Papado. Fernando fue quien le dio su verdadero distintivo nacional, nombrando personalmente al Inquisidor general, prestando atención a sus finanzas y teniendo comunicación directa con los mismos tribunales.

Entre el Papado y los monarcas españoles, por causas de la Inquisición española, existieron numerosas fricciones, unas decantadas a favor del Papado y otras al revés, por causa de las apelaciones, siendo las dos más sonadas la del Arzobispo de Toledo, Carranza, procesado por herejía, y la de Gerónimo Villanueva, Marqués de Villalba.

La eficacia de cada tribunal dependía de sus oficiales principales, al principio de poca categoría y pocos, con el tiempo mejor preparados y numerosos. Los Inquisidores eran principalmente frailes  dominicos, doctos en teología y derecho, mayores de cuarenta años, después se rebajaría a treinta.

Junto al Inquisidor solía estar el Obispo, también un asesor jurídico y un Fiscal o acusador, también asistían los escribanos o secretarios, quienes tomaban buena nota y cuidaban los archivos. También fueron empleados el alguacil, encargado de la detención de los acusados y de apoderarse de sus bienes y el alcaide o carcelero; el portero, que entregaba los avisos y el médico, para el examen de los presos antes y después de la tortura. Solía asistir un capellán para celebrar la misa de los Inquisidores, mientras a los preseos les era negado el sacramento. También solía ser empleado el barbero y el receptor de confiscaciones.

Ninguna de las personas al servicio de la Inquisición podía portar mala sangre, es decir no tener demostrado que eran cristianos viejos en su familia y antepasados.

Además de por las confiscaciones e imposición de sanciones y embargos, la Inquisición empezó a cobrar también una gabela por la expedición de certificados de limpieza, siempre necesario si se iba a trabajar para la Corona. También solían contar con privilegios en sus desplazamientos y en las posadas.

El proceso inquisitorial y las penas empezaban por un tiempo de gracia, oportunidad para que la persona delatada o bajo los más espantosos anatemas se declarara culpable, según rumores públicos, delaciones, diffamatio de un grupo de vecinos , sospechas o escritos, otorgando a los calificadores la instrucción del sumario y opinión acerca de si la persecución estaba justificada o no, por judaísmo, conversión al mahometanismo, bigamia, etc.

Como medida de seguridad el Fiscal podía ordenar la detención del reo, que podía tener lugar de madrugada, siendo conducido a una cárcel secreta de la Inquisición, sin por ello poder saber quién le denunciaba, ni el delito por el que se le acusa. Caso de que el delito fuera grave, de inmediato se procedía a confiscar sus bienes. El aguacil y un escribano llevaban a cabo la detención, levantando acta de los bienes del detenido.

La prisión, en espera de juicio, era más severa que la casa de penitencia, además de insalubres calabozos.

Tras los interrogatorios preliminares, el Fiscal presentaba las pruebas formalmente y pedía su ratificación, siendo también los testigos interrogados por un Inquisidor o el escribano. Se le permitía un defensor, que nunca existió en la Inquisición medieval, aunque éstos mismos estaban expuestos a ser perseguidos como protectores de herejes, motivo por el que la defensa no era completa ni eficaz. Tras responder a los cargos, tenía lugar la llamada consulta de fe, concluyendo el juicio o si no existía satisfacción, se recurría a la tortura.

La última fase era el pronunciamiento, que si leve se hacía en el mismo palacio de la Inquisición y si grave se reservaba para una ceremonia pública o auto de fe.

La Inquisición española se hizo odiosa por la crueldad de la cámara de tortura, a fin de forzar las confesiones de la persona enjuiciada, que podía ser una niña de quince años o un viejo de ochenta, tomando el escribano nota de cada uno de los pasos llevados a cabo como de las declaraciones y llanto del reo. La tortura también fue empleada sobre los testigos, siendo los más comunes para todos,  el de la garrucha y el del agua. Tras la observación del médico.

Las penas podían ser veniales: ayunos, peregrinación a Santiago de Compostela y otros santuarios o ya el exilio, latigazos, flagelación, envío a galeras o, por último, la hoguera, en los casos extremos, también un período de cárcel o a perpetuidad.

El compareciente ante un auto de fe tenía que llevar un hábito especial, conocido como sambenito, proveniente de los primeros días de la Inquisición medieval en Narbona (1229) y Béziers (1233). En tiempos de Torquemada el sambenito era negro, con espeluznantes dibujos de llamas, demonios empujando al impío hacia el infierno. También los hubo de color amarillo, con la cruz de San Andrés roja bordada en la espalda y en el pecho. La condena podía consistir también en llevar durante un tiempo ese sambenito, exponiendo a la víctima al escarnio público, la pérdida de su clientela y el bien nombre de su familia. Estos sambenitos fueron colgados en las iglesias para perpetuar la memoria que había incurrido el que lo llevó.

Antes de entregar al reo al brazo secular, para ejecutar la sentencia, el inquisidor trataba de exhortar al culpable de obtener el perdón y reconducir sus acciones. Tal caso de la entrega de la Inquisición al brazo secular se llamaba relajación, aunque las autoridades seculares tenían que aceptar el veredicto y llevar a cabo el castigo.

Los autos de fe solían celebrarse con ocasión de alguna festividad, como muestra del gran poder de la Inquisición y rodeados de una enorme pompa y ceremonial. Los condenados iban ataviados con el sambenito, desfilaban también los alabarderos, la cruz de la iglesia parroquial cubierta de negro, penitentes, de nuevo alabarderos, familares, efigies en alto de los herejes muertos, escapados o que no habían logrado apresar, que srían quemadas, oficiales seculares, familiares de éstos, el estandarte de la Inquisición con su cruz verde sobre fondo negro, adornada con una rama de olivo verde a la derecha, símbolo del perdón, y a la izquierda, desenvainada, la espada de la justicia, finalmente, iban los propios inquisidores. Solían ser muy caros y terminaron por celebrarse en el interior de una iglesia.

La creación de la Inquisición española por parte de Fernando e Isabel contó con tres factores decisivos: determinación de lograr la uniformidad religiosa en España, fracaso de la política de conversiones forzadas y el miedo a la contaminación, por la perversión de los falsos cristianos, de la cristiandad.

En Granada, a los moriscos se les prometió que se librarían de la Inquisición durante cuarenta años, tiempo que creyeron necesario para la asimilación religiosa, que no existió, salvo en algunas élites musulmanas, que se terminó incumpliendo.

Con la visita a Granada de Carlos V, en 1526, las numerosas quejas de malos tratos a sacerdotes y funcionarios, dio lugar a que Manrique fijara un tribunal en Granada, además de otorgar amnistía por los delitos pasados y un tiempo de gracia para aceptar confesiones voluntarias y el bautismo de los moros, tras lo cual se cumplirían a rajatabla las leyes de herejía.

Mientras en Granada existió ese paréntesis, no así en Castilla y muchas otras partes de España, donde los moriscos fueron obligados a no abstenerse de beber vino, comer carne de cerdo, como excluir de sus hábitos la costumbres moras.

En 1526, en Granada se exigió un abandono a los moriscos como ya tenía lugar en el resto de España, pero la orden fue suspendida, aunque en 1529 se celebró el primer auto de fe, siendo sentenciados tres moriscos por orden de la Inquisicón recién implantada en la ciudad de la Alhambra.

Hasta Felipe II, los moriscos de Granada no sufrieron grandes tribulaciones, hasta que los ataques realizados por los piratas de Berbería a barcos y ciudades costeras españolas, y el miedo natural como hermanos del norte de Africa, y con el Inquisidor Deza, se llevó a cabo una mayor represión, que dio lugar a la rebelión de los moriscos en 1568, la llegada de Don Juan de Austria para combatirlos y que terminaran siendo diseminados entre cristianos viejos lejos de Granada.

Ya con Carlos V y en razón de las Germanías, 1520-22, en Valencia los moriscos fueron obligados a bautizarse y a ser prohibida su presencia en todo el reino de Aragón.

Se considera el año 1615 cuando se completó la total deportación de moriscos, privando al país de sus trabajadores más hábiles, laboriosos y disciplinados, además de demostrar la incompatibilidad de la cristiandad española con cualquiera de sus desviaciones.

En el caso de los mal llamados marranos o conversos de los judíos, la hostilidad contra ellos siempre estuvo presente por parte de los viejos cristianos, por lo que fueron diseminados y perseguidos si reincidían en su judaísmo. El odio y la credulidad ocasionaron, en 1506, que la muchedumbre de Lisboa perpetrara una horrible matanza entre los judíos allí residentes, donde perecieron 2.000 personas.

En 1604 los judíos lograron un trato con Felipe III, a cambio de importantes sumas, por lo que muchos judíos de Portugal fijaron su residencia en Castilla.

En Mallorca, años 1678 a 1691, el tribunal de la isla, que apenas ejercía desde hacía 150 años, creyó descubrir en las afueras de Palma, una congregación de judíos, por lo que se llevaron a cabo numerosas confiscaciones de bienes y 37 judíos condenados, tres quemados vivos y los restantes estrangulados.

El capítulo de la Inquisición española sobre la persecución de protestantes es breve y de importancia relativamente breve. Mientras que los judíos sufrieron la intolerancia durante más de tres siglos, y muchos miles víctimas, solo unos cuarenta años pudo durar la represión de luteranos y tan solo fueron víctimas un centenar de adeptos aprehendidos por la Inquisición.

Ya Adriano de Utrecht, entonces Inquisidor General, en abril de 1521, ordenó el decomiso de libros luteranos. También se dio el caso  Erasmo de ser combatido por monjes y frailes como de merecer la admiración de Adriano Y Fonseca, Arzobispo de Toledo, sobre todo tras su libro Elogio de la locura.

El protestantismo en España, la otra causa de herejía,  se concentró en Sevilla y Valladolid. Francisco de Enzinas, natural de Burgos, que sufrió el brasero, como Juan Gil, conocido como Egidio, designado Obispo por Carlos V, sufrieron como adeptos al protestantismo, también Constantino Ponce de la Fuente, a quien se le encontraron libros de Calvino. También existieron otros casos y autos de fe, pero solo estuvo presente en España en el siglo XVI, apareciendo el luteranismo   cuando el peligro de moros y marranos había sido extirpado y fueron objeto de una enorme hostilidad por parte de los ciudadanos, recibiendo un apoyo leal y entusiasta a través de todas las clases sociales españolas.

Los místicos también fueron objeto de la atención de la Inquisición, tanto por sus manifestaciones, vida y sermones como por sus obras, tal es el caso de Fray Luis de Granada, , en su Guía de pecadores, Juan de la Cruz, Juan de Ávila y la misma santa Teresa de Jesús, por su obra Conceptos del Amor Divino. También fueron sospechosos de errores místicos los jesuitas.

El misticismo del siglo XVI cooperó con su aparición en la Contrarreforma y dio grandes nombres a la Iglesia en su reacción emocional contra la rigidez de los cánones del catolicismo, tales fueron Santa Teresa, San Juan de la Cruz, Fray Luis de Granada, en España; Molinos en Italia; madame Guyon y Fénelon, en Francia. Cuentan con el Greco como el pintor que mejor supo representar estos momentos de exaltación, aunque a veces hubo movimientos insanos, de indecencia e inmoralidad, también de erotismo y perversidad, que la Inquisición trató de perseguir.

Actividades diversas fueron las de la Inquisición,  tales como la censura de libros, la creación de un Indice de prohibidos u obliterados, también de la entrada por puertos y fronteras de nuevas ideas, como la francmasonería o el jansenismo, aunque la Congregación Romana prohibió las obras de Galileo, no así la Inquisición española, tampoco a Averroes, Ramón Lull, Ficino, Copérnico, Descartes, Hobbes, Newton, Leibniz y Spinosa, además de perseguir la bigamia, la blasfemia y el “reniego de Dios”. La persecución de la brujería y la adivinación fueron otras de las actividades perseguidas por la Inquisición.

No será hasta el reinado de Isabel II, en la Constitución del 6 de junio de 1869 que desaparezca definitivamente de España la Inquisición, que desde la llegada al poder de los Borbones, su fuerza y presencia fue decreciendo y su decadencia continua, no sin antes haber hecho presencia en Las Canarias, como también en las demás posesiones del imperio español, en cuyas demarcaciones los obispos sí tuvieron una mayor presencia que en la metrópoli y sus causas y persecuciones ya sólo se centraban en casos de deísmo, brujería, bigamia, blasfemia e incumplimiento manifiesto y contundente de la ortodoxia o catequesis católica, como también en la condena y persecución de los piratas ingleses apresados.

En esa labor de zapa para la destrucción de la Inquisición, las Cortes de Cádiz, el mismo Napoleón en 1812, los liberales españoles y las nuevas corrientes del pensamiento humano tras la Revolución, con sus vaivenes, terminaron con echar abajo tan odioso tribunal.

Como conclusión y sin la comparación mental de la época de quien esto firma o de la misma de la publicación por parte del brillante autor británico, la constatación es que si la Inquisición logró imponer una unidad religiosa en España, incluso evitar los enfrentamientos que por causas religiosas en otros lugares de Europa tuvieron lugar, sin embargo, la leyenda negra que mostraron los ingleses que huyeron de las cárceles de las islas Canarias y las mismas Indias españolas,  mostraron una enorme crueldad en la penitencia que exigían a los culpables y relapsos de herejía, como también el exilio de judíos y moriscos, no tanto los protestantes y francmasones, originaron un enorme daño en la economía española. Que en Francia ,Inglaterra,   incluso en la misma Ginebra calvinista, donde sería quemado Servet en la hoguera, se dieron casos extremos de intolerancia religiosa es una obviedad, sin embargo, será la Inquisición española, por su perseverancia, la tortura empleada y el modo teatral en que se llevaba a cabo la condena, quien sea objeto de la mayor repulsa.

 

 

 

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