MISIÓN EN PARIS, LAS AVENTURAS
DEL CAPITÁN ALATRISTE, DE ARTURO PÉREZ REVERTE.
Cuando te dicen que aquel viejo
amigo, con quien tan buenos ratos habías pasado antaño, regresa, no lo dudas ni
por un momento y acudes raudo a su encuentro, pues seguro que volverá a
embaucarte con sus aventuras, tal es mi caso cuando supe que el académico don
Arturo Pérez-Reverte había apelado a las musas para que le devolvieran la
memoria del capitán Alatriste y, como no, de su casi hijo, Íñigo Balboa, en el
nuevo libro titulado Misión en París, que el antiguo mochilero y ahora Correo
de la corona española nos irá narrando los hechos que acontecieron en Francia,
cuando reinaba Luis XIII, en el siglo XVII, junto al capitán Alatriste, el
aragonés Copons y el cordobés Tronera, todos ellos eternos soldados de la
infantería española, siempre victoriosa,
cuya sola presencia, ondeando la Cruz de San Andrés y el tañer del
tambor, pusieron en fuga a los enemigos de la España imperial.
Solo que ahora se trataba de un
golpe audaz que ellos cuatro tenían que dar y del que fueron informados a las
puertas de la asediada Rochela, que consistiría en el secuestro del cardenal
Richelieu, el hombre que lograría transformar el reino cristianísimo
de Francia en un poder absoluto, cuando ponía cerco a los hugonotes que se
encerraban tras las sólidas murallas de la Rochela, auxiliada por las fuerzas
del duque Buckingham, mister Jorge Villiers, antiguo conocido del mismo
Alatriste.
Una vez más, en esa mezcla
brillante de hechos históricos y de imaginativos eventos, Misión en París sigue
la estela de las idas y venidas de su principal artífice, el ya mítico capitán
Alatriste, casi siempre vapuleado, pero dando muestras de su arrojo, orgullo,
valor y señorío español, donde también el empleo de vocablos un tanto periclitados:
durandaina, antuviones, bardaje, jarifa, alcorza, gorja, verraco, lenzuelo, manflas,
chacona, mojarra, piltra, broquel, bayosa, bravonel, quínola y partesana, son fiel ejemplo de un lenguaje añejo, como
corresponde a un autor que es académico de la Real Academia de la Lengua
Española, y del ambiente en que está inmerso el libro, que además cuenta con
bellísimas ilustraciones y, otra vez, la misma impresión que ya utilizara para
las obras que le precedieron a ésta.
De cualquier manera, en esta obra
su autor nos transmite la admiración que siente por los Tres Mosqueteros, que a
no dudar, influyeron seguro en la creación de este capitán Alatriste en su día,
con rasgos muy próximos a D’Artagnan, dando esta vez una mayor presencia a
Athos, posiblemente la razón de esta obra, un guiño a esos personajes que en
sus años mozos formaron parte de sus lecturas y fueron sembrando en su mente,
entre otros hechos y vivencias, la
disposición necesaria para la posterior creación literaria y las aventuras del
capitán Alatriste.
Homenaje pues a unas lecturas, a
unos héroes españoles anónimos y a una época de grandeza española, hoy un tanto
castrada por el mal uso hecho por los políticos “modernos” de esa España de los
Habsburgo y/o del Imperio, que como en toda obra humana, tuvo sus sombras y su
resplandeciente luz.
Pérez-Reverte, con ese gran
dominio de la narrativa y la historia, cada vez que uno de sus libros aparece
en el mercado, muestra el gran dominio que posee para los relatos y hace
creernos, cual actual Ave fénix de los
ingenios, lo prolífico que se ha vuelto y lo fácil que le resulta coger la
pluma y escribir obras que, poco a poco, van siendo clásicos libros y, en
muchos casos, obras de arte que pasarán a los anales de la literatura de los
siglos XX y XXI.
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