domingo, 15 de abril de 2012

Doña Rosita la Soltera o El lenguaje de las flores y Los Sueños de mi Prima Aurelia, de Federico García Lorca (Dedicado a aquella otra Doña Rosita, maestra de escuela de mi infancia)

Libro de bolsillo la Biblioteca García Lorca de Alianza Editorial, edición de Mario Hernández, que en los anaqueles de una moderna librería de Santo Domingo, allá en el Caribe, he reencontrado, deleitándome una vez más con esta comedia que, como proclamaba su propio autor, también era un drama de la mujer que se quedaba soltera en aquella sociedad del siglo XIX, incluso en los años sesenta del mismo siglo XX.

 Forma parte de la trilogía que quiso realizar sobre la sociedad granadina: Yerma, Doña Rosita y Los Sueños de mi Prima Aurelia, éste inacabado, además de sobre las monjas de Granada, cuyos innumerables conventos ayer y hoy pueblan buen número de calles de la ciudad de los Cármenes, que hubiera dado lugar a una, sin dudar memorable obra literaria, de no haber visto su vida truncada prematuramente.

 Aunque toda su obra, tanto poética como teatral, tengan la fuerza y la vigencia por tratar sobre la psicología humana: el miedo, el amor, la fraternidad, la vida y la muerte, esta hermosa pieza de teatro, cuya primer representación tuviera lugar en Barcelona, en el teatro Principal Palace, un 12 de Diciembre de 1935, con Margarita Xirgu en el personaje estelar de Doña Rosita, es un claro retrato de su Granada, y cuya primer dedicatoria en una de sus representaciones estuvo destinada a las floristas de las Ramblas de Barcelona, como homenaje a las mismas que sólo un andaluz podía realizar y que hoy y siempre, merecería tener su rostro en cada kiosco de este bello paseo cercano al puerto, ya que ningún catalán es capaz de describirlas con la maestría de nuestro universal poeta, en recuerdo, memoria y agradecimiento a quien en castellano, ha sabido, como nadie, hacer en prosa un canto a ese bello bulevar plagado de kioscos, de ingente multitud, del cercano mar y de humanidad.

 “La rosa mudable, encerrada en la melancolía del carmen granadino, ha querido agitarse en su rama al borde del estanque para que la vean las flores de la calle más alegre del mundo…la Rambla de Barcelona… Toda la esencia de la gran Barcelona, la perenne, la insobornable, la grande, está en esta calle, que tiene una ala gótica donde se oyen claras fuentes romanas y laúdes del quince, y otra ala abigarrada, cruel, increíble, donde se oyen los acordeones de todos los marineros del mundo y hay un vuelco nocturno de labios pintados y carcajadas de amanecer”

 No es mi intención hablar sobre esta obra, que cualquiera puede desentrañar mejor que yo o acudir al mismo Mario Hernández para disfrutar de cuanto tiene que ver sobre su realización, contenido y anecdotario, sino presentar los términos que en su lectura me llevan a mi infancia en aquella casa de Niños Luchando 12, allá por los sesenta del pasado siglo, y encontrar palabras y expresiones que siempre fueron las mismas de mi entorno, razón por la que la obra de Federico tiene la fortaleza de su talento, su capacidad de descubrir y poner en primer término hechos que a cualquiera habrían pasado desapercibidos, por su tierna sensibilidad, hundiendo sus raíces en lo más profundo del acervo de mi ciudad natal, de nuestra patria o del lenguaje que los súbditos del Reino de Granada, como a él le gustara señalar su origen, han empleado y, ahora desde mi lejanía, espero y deseo que sigan usando.

 También recordar a aquella otra Rosita de mi infancia en Niños Luchando, también llamada Rosita. Doña Rosita, ya que era maestra de escuela, procedía de un pueblo cercano, aunque por aquellos años me pareciera en los confines del planeta, Deifontes y estaba soltera. Motivo entonces de sorna y de las mismas sensaciones que esta obra de Federico me trae a la memoria, que con frecuencia visitaba a mis abuelos. Con ella venía la rigidez del enseñante, la fortaleza de quien en aquellos entonces había logrado sobresalir del entorno, máxime en una sociedad machista, tener un a posición y un reconocimiento social, lastrado por su soltería y que, a su paso por aquella casa, arrastraba con ella, hoy rememoro, una ráfaga de lejanos ecos de tierra mojada, de campos trillados y de flores silvestres bañados por el sol, reflejado en las cumbres violáceas de la nieve eterna de Sierra Nevada.

 Estas frases de ecos adormecidos, de imágenes que se alejan y de timbres sonoros lejanos, adornados del ceceo que nos identifica y que en mi ha edulcorado el también lejano Bruselas, en esta obra golpean como en un yunque hecho de palabras y saltan a mi memoria.:

 “No repliques”
 “Siempre del coro al caño y del caño al coro; del coro al caño y del caño al coro” Así hasta buscar caer en la trampa de la palabra que se oculta y que descubre la sexualidad aterciopelada.
 “jardinillos”
 “toronjas”
 “ajonjolí”
 “jaramagos”
 “Granada, calle de Elvira donde viven las manolas las que se van a la Alhambra las tres y las cuatro solas” “el juego del uni-uni-doli-doli”
 “rejalgar”
 “hurona”
 “¿Qué queréis hijas de mi alma: huevo en el almuerzo o silla en el Paseo?”
 “Todo Graná lo sabe”
 “Allí nos reunimos siempre con las de Herrasti”
 “¡Anda con Dios, hijo!”
 “berrinche”
 “¡Qué primor de los primores!”
 “Un tío sin gracia y un mala sombra”
 “nombro a la bicha”
"¡lagarto, lagarto!”. (Tocando madera o con la mano derecha en forma de cuerno, destacando enhiesto el índice y el meñique, mientras los restantes dedos se doblan y además se pone cara de asco)
 “¡ojalá te mueras!”
 “Hecha azogue”
 “¡Me vais a borrar el nombre!”

 …Cuántos recuerdos me traen de mi desinhibida infancia, allá en Niños Luchando.

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