lunes, 25 de junio de 2012

UN ADIÓS A MI ABUELA


Un adiós a mi abuela
De repente me anuncian tu muerte, que no por menos esperada, pues tus ciento y un años no presagiaba ya nada bueno, a nosotros también nos condena, pues contigo se va buena parte de nuestros recuerdos infantiles y de nuestra propia vida, que ahora sólo a ti podrán acompañar.

Ya no queda nadie a quien le pueda preguntar por aquella su Granada de los albores del siglo XX, ni traerle a la memoria los dulces momentos vividos con su Paco, mi entrañable abuelo, “el de los niños” como le llamaban en la parada de taxis. Que en su vejez y en su ausencia, cuando de cómo se conocieron le preguntaba yo. Siempre le traía a su faz arrugada, pero aún luminosa, una alegría picarona que exhalaban sus apretados ojos de almendra. Ni de las tórridas tardes en el último piso de la Acera de Canasteros, al frente la inmensa y hermosa vega de Granada, mientras el asmático traqueteo mecánico de una locomotora expelía por su chimenea orlas de vapor en su tronante paso, dejando tras de sí sueños y emociones nuevas. Ni podré rememorar sus coplas cuando, delante de la pila de lavar gris, se afanaba en lavar y restregar la ropa de su vasta prole y de algún que otro nieto que se incorporaba al hogar de los abuelos.

Entonces, contigo, como con los otros abuelos, Granada era como más luminosa. El astro sol desplegaba toda su majestad, el cielo de un añil abrasador, sin una nube de día o la púrpura del atardecer más pinturero que se pueda imaginar. Las casas encaladas del Albayzín y de la Cruz de Piedra, el ir y venir matutino de las golondrinas, desde tu trabajosa atalaya de Acera de Canasteros, me parecía en mi infantil imaginación, el paraíso.

Aún en tu rigidez protectora de tantos hijos como tuviste, quedaba siempre, a pesar del paso de los años, ese porte de reina que traía loco al abuelo. Qué alegría cuando con vosotros, después de pasear en aquel Dos caballos Citroën gris, por el pantano de Cubillas o en reyes Católicos, rematábamos la excursión con un brazo gitano o un milhoja de la Bernina o la Mezquita, cuando ya Granada empezaba a despojarse de su propia piel de siglos y comenzaba a perder sus propias señas de identidad y su fraterna alianza familiar.

Una vez más un ser querido se va sin que le haya podido decir adiós. Hacía tiempo que tenía pensado visitarte, aún en el duro marco de tu residencia y de tu desmemoria, para oír como una letanía que te llevara a tu casa, con la duda si tal era tu deseo consciente o fruto de la rutina de tu menguada memoria. Para preguntarte si sabías quién era yo, mientras veía cómo tu porte de reina se diluía y sólo te iba quedando aquel moño de emperatriz y la reciedumbre de tu dura estirpe.

Quisiera también haberte pedido perdón si en algún momento no supe estar a la altura de tu generosidad y la de mi abuelo, y como no, darte las gracias por haberme inoculado en mi ser un cuarto de ti y de tus ancestros, que con orgullo siempre portaré conmigo y en mi memoria.

Tu nieto

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