domingo, 8 de septiembre de 2013

DE LA DERROTA DE ESPAÑA


            DE LA DERROTA DE ESPAÑA

La Puerta de Alcalá, en el Madrid que ansiaba el premio gordo de la lotería de la nueva economía, para soslayar sus pesares y mitigar una crisis que lleva seis años hundiendo al país en la miseria,  abarrotada de miles y millares de personas, volvió a quedarse muda. Esta vez desde aquella Buenos Aires que un día fundara un granadino, concretamente de Guadix, Don Pedro de Mendoza y Luján, le llegaba la funesta noticia que Madrid no podría ser ciudad olímpica. Era el tercer intento frustrado, pero ahora el fenecer de una esperanza para redimir nuestra maltrecha economía.

Sin embargo, esta derrota no era nueva, empezamos a ser derrotados por primera vez en 1648. Un 15 de mayo se firmaba el primer pacto entre España y Holanda. Perdíamos las Provincias Unidas y las colonias asiáticas que serían entonces holandesas. Una gélida mañana en el Rathaus de Münster

La segunda derrota la sufriríamos en 1659. España perdía su Artois, el Luxemburgo, plazas de Flandes, el Rosellón, la Cerdeña y los derechos a Alsacia. Quedaban los Pirineos  como frontera de Cataluña. Se hacía por medio de la Paz de los Pirineos, firmada en la isla de los Faisanes frontera al Bidasoa.  

La tercera derrota tuvo lugar en Lisboa, el 13 de febrero de 1668. Portugal se desgajaba para siempre, tras un siglo de convivencia hermana. Con Portugal se iban sus dominios, ultramarinos, salvo Ceuta.

La cuarta derrota tenía lugar en Aquisgrán, Aix-la-Chapelle o Aachen, según la llamáramos nosotros, los franceses o los alemanes, y Aquae-Grani los romanos,  en 1668 perdíamos Charleroi, Binch, Ath, Donai, Commines, Tournay, Oudenarde, Lille, Armentieres, Courtray, Beranes y Turnes.

La quinta derrota fue en un 17 de septiembre de 1678. Con el Pacto de Nimega, en su Stadhuis, perdíamos el Franco Condado, Valenciennes, Bouchain, Condé, Saint Omer, Ypres, Warwick, Cassel,…

La sexta derrota, que aún no ha podido ser restañada su sangría, fue un 11 de abril de 1713. Nos arrebataban Gibraltar, Menorca, Estados de Flandes, todas las posesiones de Italia, menos Sicilia y la colonia de Sacramento en América. Aquel despojo se llevó a cabo en la ciudad de Utrech, la patria del Papa Adriano, amigo y consejero de nuestro Carlos V.

La séptima derrota fue en 1763, a manos francesas. Abandonábamos nuestros derechos sobre Terranova, la Florida, el fuerte San Agustín, Panzácola y tierras del Missisipi.

La octava derrota por el Pacto familiar de nuestros monarcas de entonces, fueron los años de 1792 a 1795, perdíamos Orán, la del Cardenal Cisneros, Mazalquivir, Tlemecen y la isla de santo Domingo en los Caribes. Era la paz de Basilea.

La novena derrota en 1800, otra vez los franceses, se apoderaban de la Luisiana. Se firmaba en la Granja de Segovia.

La décima derrota era en 1802. Pacto de Amiens. Se nos iba la Isla de la Trinidad en las Antillas.

La undécima derrota vino a manos de nuestros propios criollos americanos, que deseaban desasirse de los lazos de la madre patria. Fueron Miranda, Bolívar, San Martín. Años que van de 1810 a 1825. Derrotas en Ayacucho, Boyacá, Tucumán, Carabobo, Córdoba, Pampa de Junín. La misma independencia que en la península el pueblo español había proclamado con su ira frente a Napoleón, lo hacían nuestros hermanos allá en América por coger entre sus manos su propio destino.

La duodécima derrota, en el año 1898, que daba origen a una nueva corriente intelectual preclara y abatida, fue un 10 de diciembre de 1898 en París. Allí entregábamos Cuba, Puerto Rico, Filipinas, Marianas, Carolinas y Palaos. Entonces también surgieron con fuerza, por primera vez, las proclamas independentistas de la burguesía catalana, destacándose el abogado Prat de la Riva, ya que Cataluña veía perder sus mercados de exportación y una nueva competencia. Como siempre la insolidaridad humana. Ahora entre nuestros propios coterráneos.

La tredicésima derrota, el año 1921, tuvo por escenario Annual, allá en el Rif berberisco, donde un execrable general Berenguer y un monarca como Alfonso XIII, llevaron al paroxismo a la España de entonces.

La décimo cuarta derrota, fue un 18 de julio del 36. Terratenientes, la Iglesia católica, parte del Ejército,  el PNV, Ezquerra republicana de Cataluña, la CNT y buen número de anarquistas, se levantaban contra el orden establecido y contra el Presidente de la República, don Manuel Azaña, quien al frente de la coalición de izquierdas del Frente Popular, votada libremente por la mayoría del pueblo español, intentó que sus moradores alcanzaran la justicia, la prosperidad y la formación cultural que correspondía a una de las más influyentes naciones del orbe.

La décimo quinta derrota, la van llevando a cabo soterradamente hoy día, quienes han puesto sus intereses personales y sus egoísmos por encima del colectivo. Son los Bárcenas, los Pujol, Urdangarín, los Eres de Andalucía, el 3% en Cataluña, los sobresueldos en el PP, el caso X en el PSOE, la Eta,  quienes llegan a la política desde las covachuelas de los partidos para encontrar un empleo, la segregación que piden algunos políticos catalanes y su insolidaridad nacional; los dirigentes y sindicalistas que han llevado a la ruina las cajas de ahorro; los bancos españoles que sostenidos por el rescate de todos, su voracidad sólo sirve para el sostenimiento de su propia clase oligarca y no para impulsar la economía de las pymes y autónomos españoles En definitiva despedazar España, fracturarla para que su otrora  grandeza quede sumergida en el lodo más abyecto.

Y que nos queda. No darnos por vencidos, si necesario levantarnos contra esa podredumbre que la actual clase política nos conduce y su corolario de banqueros, si necesario con una revolución que permita al más pobre de entre los pobres que reciba todo lo necesario para salir de su pobreza, haciendo a todos los españoles iguales en las comodidades y en el bienestar de la vida. Y para ello no sólo hay que brindarles las mismas e iguales oportunidades: empleo, enseñanza y sanidad, como  el acceso al crédito bancario, pero lo que es más necesario, otorgarles la consideración, la dignidad y el nombre, infundiéndoles el respeto y la estimación de sí mismos, con lo cual ninguna nueva derrota podrá afectarnos, y nunca más España necesitará llorar ante el mundo por unos míseros juegos olímpicos, que sólo engrandecen las cuentas de multinacionales y de espúreos intereses deportivos.

  

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