DE LA DERROTA DE
ESPAÑA
La Puerta de Alcalá, en
el Madrid que ansiaba el premio gordo de la lotería de la nueva economía, para
soslayar sus pesares y mitigar una crisis que lleva seis años hundiendo al país
en la miseria, abarrotada de miles y
millares de personas, volvió a quedarse muda. Esta vez desde aquella Buenos
Aires que un día fundara un granadino, concretamente de Guadix, Don Pedro de
Mendoza y Luján, le llegaba la funesta noticia que Madrid no podría ser ciudad
olímpica. Era el tercer intento frustrado, pero ahora el fenecer de una
esperanza para redimir nuestra maltrecha economía.
Sin embargo, esta derrota
no era nueva, empezamos a ser derrotados por primera vez en 1648. Un 15 de mayo
se firmaba el primer pacto entre España y Holanda. Perdíamos las Provincias
Unidas y las colonias asiáticas que serían entonces holandesas. Una gélida
mañana en el Rathaus de Münster
La segunda derrota la
sufriríamos en 1659. España perdía su Artois, el Luxemburgo, plazas de Flandes,
el Rosellón, la Cerdeña y los derechos a Alsacia. Quedaban los Pirineos como frontera de Cataluña. Se hacía por medio
de la Paz de los Pirineos, firmada en la isla de los Faisanes frontera al
Bidasoa.
La tercera derrota tuvo
lugar en Lisboa, el 13 de febrero de 1668. Portugal se desgajaba para siempre,
tras un siglo de convivencia hermana. Con Portugal se iban sus dominios,
ultramarinos, salvo Ceuta.
La cuarta derrota tenía
lugar en Aquisgrán, Aix-la-Chapelle o Aachen, según la llamáramos nosotros, los
franceses o los alemanes, y Aquae-Grani los romanos, en 1668 perdíamos Charleroi, Binch, Ath,
Donai, Commines, Tournay, Oudenarde, Lille, Armentieres, Courtray, Beranes y
Turnes.
La quinta derrota fue en
un 17 de septiembre de 1678. Con el Pacto de Nimega, en su Stadhuis, perdíamos
el Franco Condado, Valenciennes, Bouchain, Condé, Saint Omer, Ypres, Warwick,
Cassel,…
La sexta derrota, que aún
no ha podido ser restañada su sangría, fue un 11 de abril de 1713. Nos
arrebataban Gibraltar, Menorca, Estados de Flandes, todas las posesiones de
Italia, menos Sicilia y la colonia de Sacramento en América. Aquel despojo se
llevó a cabo en la ciudad de Utrech, la patria del Papa Adriano, amigo y
consejero de nuestro Carlos V.
La séptima derrota fue en
1763, a
manos francesas. Abandonábamos nuestros derechos sobre Terranova, la Florida,
el fuerte San Agustín, Panzácola y tierras del Missisipi.
La octava derrota por el
Pacto familiar de nuestros monarcas de entonces, fueron los años de 1792 a 1795, perdíamos Orán,
la del Cardenal
Cisneros , Mazalquivir, Tlemecen y la isla de santo Domingo en
los Caribes. Era la paz de Basilea.
La novena derrota en
1800, otra vez los franceses, se apoderaban de la Luisiana. Se firmaba
en la Granja de Segovia.
La décima derrota era en
1802. Pacto de Amiens. Se nos iba la Isla de la Trinidad en las Antillas.
La undécima derrota vino
a manos de nuestros propios criollos americanos, que deseaban desasirse de los
lazos de la madre patria. Fueron Miranda, Bolívar, San Martín. Años que van de 1810 a 1825. Derrotas en Ayacucho,
Boyacá, Tucumán, Carabobo, Córdoba, Pampa de Junín. La misma independencia que
en la península el pueblo español había proclamado con su ira frente a
Napoleón, lo hacían nuestros hermanos allá en América por coger entre sus manos
su propio destino.
La duodécima derrota, en
el año 1898, que daba origen a una nueva corriente intelectual preclara y
abatida, fue un 10 de diciembre de 1898 en París. Allí entregábamos Cuba,
Puerto Rico, Filipinas, Marianas, Carolinas y Palaos. Entonces también surgieron
con fuerza, por primera vez, las proclamas independentistas de la burguesía
catalana, destacándose el abogado Prat de la Riva, ya que Cataluña veía perder
sus mercados de exportación y una nueva competencia. Como siempre la
insolidaridad humana. Ahora entre nuestros propios coterráneos.
La tredicésima derrota,
el año 1921, tuvo por escenario Annual, allá en el Rif berberisco, donde un
execrable general Berenguer y un monarca como Alfonso XIII, llevaron al
paroxismo a la España de entonces.
La décimo cuarta derrota,
fue un 18 de julio del 36. Terratenientes, la Iglesia católica, parte del
Ejército, el PNV, Ezquerra republicana
de Cataluña, la CNT y buen número de anarquistas, se levantaban contra el orden
establecido y contra el Presidente de la República, don Manuel Azaña, quien al
frente de la coalición de izquierdas del Frente Popular, votada libremente por
la mayoría del pueblo español, intentó que sus moradores alcanzaran la
justicia, la prosperidad y la formación cultural que correspondía a una de las
más influyentes naciones del orbe.
La décimo quinta derrota,
la van llevando a cabo soterradamente hoy día, quienes han puesto sus intereses
personales y sus egoísmos por encima del colectivo. Son los Bárcenas, los
Pujol, Urdangarín, los Eres de Andalucía, el 3% en Cataluña, los sobresueldos
en el PP, el caso X en el PSOE, la Eta,
quienes llegan a la política desde las covachuelas de los partidos para
encontrar un empleo, la segregación que piden algunos políticos catalanes y su
insolidaridad nacional; los dirigentes y sindicalistas que han llevado a la
ruina las cajas de ahorro; los bancos españoles que sostenidos por el rescate
de todos, su voracidad sólo sirve para el sostenimiento de su propia clase
oligarca y no para impulsar la economía de las pymes y autónomos españoles En
definitiva despedazar España, fracturarla para que su otrora grandeza quede sumergida en el lodo más
abyecto.
Y que nos queda. No
darnos por vencidos, si necesario levantarnos contra esa podredumbre que la
actual clase política nos conduce y su corolario de banqueros, si necesario con
una revolución que permita al más pobre de entre los pobres que reciba todo lo
necesario para salir de su pobreza, haciendo a todos los españoles iguales en
las comodidades y en el bienestar de la vida. Y para ello no sólo hay que brindarles las
mismas e iguales oportunidades: empleo, enseñanza y sanidad, como el acceso al crédito bancario, pero lo que es
más necesario, otorgarles la consideración, la dignidad y el nombre,
infundiéndoles el respeto y la estimación de sí mismos, con lo cual ninguna
nueva derrota podrá afectarnos, y nunca más España necesitará llorar ante el
mundo por unos míseros juegos olímpicos, que sólo engrandecen las cuentas de
multinacionales y de espúreos intereses deportivos.
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