domingo, 8 de febrero de 2015

LOS ÚLTIMOS DÍAS DE UN GRAN IMPERIO. AÑO 1898.

LOS ÚLTIMOS DÍAS DE UN GRAN IMPERIO. AÑO 1898


España, desde que Isabel la Católica, firmara en Granada, allá por 1492, los acuerdos que nombraban a Colón como Almirante de cuanto fuera descubierto en las futuras Indias Occidentales, cuyo continente llevaría el nombre de América, en honor al navegante italiano Américo Vespucio, que se percató que aquellos territorios descubiertos a beneficio de la Corona de Castilla no eran islas ni las Indias, sino un nuevo continente, puso en marcha una maquinaria humana de descubrimiento y conquista que nunca más ha podido el ser humano alcanzar, por los medios tan modestos con los que se llevó a cabo como por la ingente marea humana, principalmente hispana y de las restantes plazas afines con el reino castellano, que abandonaron sus lugares de origen en pos de nuevas aventuras y de riqueza, una vez concluida la larga reconquista de la península a las fuerzas moras, que había durado siete siglos.

De esta forma, sin el impulso directo de la Corona, más bien por la fuerza de las aspiraciones individuales de los primeros colonizadores, España fue poblando toda América, desde Nuevo Méjico, Tejas, Florida, California, al Norte, hasta la punta extrema de América del Sur, llevando consigo a pobladores de otros lugares de sus posesiones europeas: italianos, flamencos, landsquenetes, tudescos o portugueses.

Pero no es de esa conquista de lo que quiero hacer hoy el relato, ni de aquellas gestas gloriosas de Pizarro, Hernán Cortés, Cabeza de Vaca, de la Araucaria, Orellana y tantos grandes hombres de la península ibérica, al contrario, mi intención es contar los últimos momentos de la pérdida de ese gran Imperio, que ya había empezado a fragmentarse con las ideas de la revolución francesa y el romanticismo, por la misma disidencia peninsular como por los propios criollos españoles, tales como Bolívar, San Martín y tantos otros que habían militado en el ejército español, algunos de los cuales se habían enfrentado en la península a los ejércitos de Napoleón.

Mi relato tiene que ver con los últimos días de nuestra posesión en Cuba, Filipinas, islas Marianas, de Guam o Palaos, cuando en el mismo año, todo el imperio español se hundió tras una guerra con los incipientes Estados Unidos, entre una nación de diecisiete millones de habitantes frente a los setenta millones con los que contaba la República de los Estados Unidos de América.

España llevaba en Cuba unos diez años de trifulcas, que sus dirigentes lo achacaban a bandas de forajidos, muchos de ellos sostenidos por armamento estadounidense y por las remesas económicas de los emigrantes cubanos en Nueva York o en los Cayos, también los de Santo Domingo .
Con la paz de Zanjón, el general  monárquico Martínez Campos, vencía al insurrecto Maceo, y ponía término a la Guerra chica, que se había iniciado en 1868 y finalizaba en 1878, cuyo ejército libertador de Cuba contaba además con el aliento del poeta cubano Martí, antiguo empleado de banca en Madrid.
Los insurrectos cubanos habían aprovechado la debilidad de los gobiernos peninsulares, que desde la muerte de Prim, no sólo tuvieron que hacer frente a guerras hostiles contra las cábilas del norte de Africa, sino que tuvieron en la península tres guerras civiles que confrontaron las ideas liberales con las de los carlistas
.
Progresivamente la República de los EE.UU, desde la ley Monroe, la templanza de Cleveland hasta MacKinley, se fueron inclinando por sus empresas de expansión, que llevaron desde el este al oeste de Norteamérica, la pujanza del nuevo Estado que acababan también de superar una guerra civil entre el Sur esclavista frente al Norte abolicionista, en la persona del presidente Abraham Lincoln, vencedor en una guerra de secesión
.
España seguía sufriendo un deterioro económico desde el reinado de Felipe IV, y gradualmente iba perdiendo sus posesiones de ultramar y soportando un gran asedio económico por parte de Gran Bretaña, particularmente desde la derrota en Trafalgar, como de las naciones emergentes: Francia , Alemania y la República de los estados Unidos de Norteamérica.

No era de extrañar pues, que aún cuando el general victorioso Martínez Campos, en carta dirigida a Cánovas del Castillo, le hablara del peligro del vecino del Norte y de su pujanza, ya que había logrado una fuerza naval imponente en 1863 y su poderío económico, el de sus empresas y prensa, los Hearts y otros prohombres adinerados de Norteamérica, creaban un clima hostil hacia España.

Llegado el año 1898, de nefasta memoria para los españoles, las tensiones se acrecentaron, ya que los insurrectos habían iniciado con mayor pujanza su guerra y que el general Weyler, enviado a propósito para poner fin en dos años, casi lo estaba logrando, aún con medidas duras y muy criticadas por los yanquis.
Sin embargo, las presiones norteamericanas de una intervención directa, como el magnicidio del presidente de gobierno Sr. Cánovas del Castillo, en el balneario de santa Agueda, Vizcaya, en agosto de 1897, llevado a cabo por un anarquista, Angiolillo, pagado por la masonería y los insurrectos cubanos emigrados en París, motivaron que Sagasta ocupara el poder e intentara apresurar los cambios en la Isla, concediendo la autonomía, liberando a los presos políticos pro independencia como a los guerrilleros, además de congraciarse con las peticiones que le venían haciendo desde el Gobierno norteamericano, todo ello en perjuicio de los intereses españoles y sin que ellos frenaran la masiva incursión de medios humanos y militares a favor de la insurrección y de su dirigente Calixto García.

En el archipiélago de Magallanes, las revueltas se habían iniciado también y nuestros militares y los españoles peninsulares hacían frente con éxito al bandidaje y la insurrección, siendo su gobernador militar don Fernando Primo de Rivera.

Mientras las armas hablaban tanto en las Antillas como en Filipinas, el tiempo corría en contra de los intereses de nuestros gobernantes. Ellos acudían apresuradamente a los buenos oficios del Papa León XIII, con la mediación del cardenal Rampolla, nuncio del Vaticano en Madrid. Merry del Val, embajador en Francia, lo hacía con el gobierno de París, al que se le suponía animado de grandes sentimientos de amistad hacia España, o en Berlín con Guillermo II, quien en secreto había firmado con España la Triple Alianza, en la que estaba la novísima Alemania, Austria-Hungría e Italia.

En el gobierno que formara Sagasta el 4 de octubre de 1897, en Estado entraba Pío Gullón; en Gobernación, Trinitario Ruíz Capdepón; Fomento, conde de Xiquena; Gracia y Justicia, Alejandro Groizard; Hacienda, Joaquín López Puigcerver; Guerra, Miguel Correa, teniente general, arma artillería; Marina, contraalmirante Segismundo Bermejo.
Estos hombres se enfrentarían, con su presidente Mateo Praxedes Sagasta, a la cabeza, a las horas más amargas que España conociera. Habían sustituido al general Weyler por el general Blanco, más proclive a la negociación y menos a seguir la dura estela impuesta por Valeriano Weyler.

El general Blanco amnistía a los presos políticos, un 6 de noviembre, en Cuba y Puerto Rico, mientras su rival cubano, Máximo Gómez, le da la réplica sometiendo en consejo de guerra a todo aquel que se acoja a una amnistía.

Doscientos mil hombres peninsulares serán enviados a Cuba. En todo el territorio nacional se suceden las despedidas, los Te Deum y los desfiles de nuestros soldados. Valga el recuerdo de aquellos que en Granada, a los pies de su patrona, en la basílica de las Angustias, antes de embarcar desde Cádiz, oraban pidiendo a su patrona su manto protector, mientras sus familiares lloraban con amargura cuando los despedían en la estación de los Andaluces y sonaban los acordes de la Marcha de Cádiz. Los chiquillos corrían detrás de aquellos mozos que en su traje de rallas, sombrero de paja y alpargatas de esparto irían a combatir en la manigua a los mosquitos y a la insurrección cubana, a las enfermedades tropicales y a la guerra de guerrillas, mientras estos nuevos soldados, con escasa preparación e hijos en su casi totalidad de campesinos,  procuraban componer un rostro marcial. Toda la ciudad estaba llena de proclamas y ninguno era ajeno a la letra y música de Chueca y Valverde:
                              
                               ¡Viva España!
                               Que vivan los valientes
                               Que vienen a ayudar
                               Al pueblo gaditano
                               Que quiere pelear
                               Y todos con bravura
                               Esclavos del honor
                               Juremos no rendirnos
                               Jamás al invasor

Con que orgullo desfilaban, creyéndose los nuevos conquistadores de una España ya exangüe, en su mayoría analfabetos; la flor y nata de la juventud de nuestras costas, de nuestras aldeas, de nuestros montes y collados, que habían abandonado la red de pesca, la yunta o el abrasador sol de la vendimia o el frío como un estilete en la recogida de la aceituna. Allí estaban ellos, el futuro de aquella Patria a la que sus dirigentes, militares,  como los banqueros incipientes, los industriales vizcaitarras o los comerciantes catalanes de tejidos, empujaban en la reconquista de esas tierras que tanto provecho a ellos les proporcionaban, pero que a esta tropa que ahora desfilaba con marcialidad y eran despedidos por toda la ciudad, mientras las campanas de la catedral, de San Jerónimo, de la Colegiata o de la misma Torre la Vela, doblaban alegremente por ellos, aquella soldadesca que nunca sacarían a sus familias de la pobreza de siglos, mientras soñaban con ser los héroes en una isla antillana donde otros españoles ya no querían seguir vinculados a la metrópoli, pues aspiraban a una república de hombres libres y sin exclavitud.

Desde el 1 de julio al 31 de diciembre de 1897, 228.721.180 pesetas se habían gastado en nuestras guerras coloniales, cuando el 6 de octubre de 1897, Sagasta, refrendado por Las Cortes, concedía la autonomía a Cuba y Puerto Rico.

En la península, el nuevo embajador de la República de los Estados Unidos de América, Mr. Stewart L. Woodford, presentaba sus credenciales el 13 de septiembre, a la reina Regente. En San Sebastián, donde todavía veraneaba, para dos días más tarde, ya en Madrid, entregar al Gobierno español una nota de advertencia.

El Ministro de Estado, don Pío Gullón, el 23 de Octubre, le da una honrosa respuesta no admitiendo injerencias en nuestra política ni territorios.

Se hace entrega en la Habana de la nueva Constitución de la autonomía cubana, con igualdad de derechos, sufragio universal para los varones mayores de 25 años, un parlamento insular compuesto de dos Cámaras.

Se forma el primer gobierno de la Cuba autónoma, presidido por el abogado don Jose María Gálvez, jefe del partido autonomista, a pesar del recelo de las clases conservadoras españolas, los carlistas, el Fomento del Trabajo Nacional de Barcelona, años después instigador de la independencia catalana y los elementos industriales de Vizcaya.

En Filipinas se firma la paz de Biac-Na-Bato, gracias a la actividad militar y diplomática desarrollada por el general Primo de Rivera y la mediación de Pedro A. Paterno, influyente hombre de negocios filipino. Los jefes de la insurrección, Aguinaldo y Llanera, recibirían 1.700.000 pesos en varios plazos y son deportados a la vecina Hong Kong. En Manila y en toda España repican las campanas y se organizan Te Deum.

12 de Enero de 1898, motín en la Habana animado por el cónsul norteamericano general Lee.

La prensa yanqui se enardece y sube enteros la hostilidad contra España.

25 de Enero de 1898, llamado por el general Lee, fondea en la Habana el acorazado Maine, cuyos mandos son agasajados por las autoridades locales, como buena parte de su tripulación.

El crucero español Vizcaya, pone rumbo a Nueva York con los mismos fines de amistad y en recíproca correspondencia con la visita del Maine, al mando del comandante Eulate, aunque allí será recibido con enorme frialdad por las autoridades locales.

Día 15 de febrero de 1898, a las 9,40 hora local de la noche, el Maine es volado en las cercanías de la Habana.

Saltan las alarmas en toda la ciudad y en los telegramas que llegan a Madrid, donde para nada le aprovecha a España este incidente, mientras a su país de origen es una excusa perfecta para justificar la intervención anhelada desde hace tiempo.

Parte de la tripulación del Maine se encuentra a bordo del mercante City of Washington. Era su capitán el comandante Sysbee cuando perdía a 264 tripulantes y 2 oficiales, mientras 59 eran los heridos.

Cruce de notas, cartas, telegramas, mientras dos comisiones, una española y otra de los EE.UU analizan lo sucedido sin intercambiar ninguna información.

Ante lo que parece irremediable, en Washington, el embajador español plenipotenciario, Polo de Bernabé, visita a MacKinley, quien aviesamente expresa su amistad con España y no cree que ocurra entre ambos países una guerra.

El Ministro de Estado, Gullón, temiéndose lo peor, se dirige apresuradamente a las cancillerías de París, Berlín, Viena, Londres, San Petersburgo, Roma y Santa Sede.

Barcos yankees se concentran en Cayo-Hueso y Lisboa

Un enviado extraoficial del presidente MacKinley le lleva personalmente a doña María Cristina un conminatorio mensaje: EE.UU indemnizaría a España del traspaso de Cuba con 300 millones de dólares y un millón para sus mediadores. En caso negativo, la guerra.

La propuesta es desgarradora, aun por la pobreza de nuestros medios económicos y navales, queda el honor y el orgullo y los españoles no están dispuestos a claudicar, a pesar de otras propuestas en el mismo sentido, a pesar de que ya lo hayan logrado en Alaska con Rusia y con Francia en la Luisiana. España no se pliega, Cuba es parte de nuestra integridad territorial.

Por la cámara regia de María Cristina desfilan para dar su consejo Montero Ríos, Silvela, Vega de Armijo, Martínez Campos y Weyler. También lo harán los partidos republicanos.

Vuelven a cruzarse notas y sucederse entrevistas con Woodford.

20 de marzo de 1898, la Comisión española emite su informe. No existe ninguna prueba, ni ningún indicio que se deba a la explosión de un torpedo.

Día 29 de marzo, Woodford vuelve a arremeter contra España en presencia de Gullón en la sede de los asuntos exteriores, en las cercanías de la Plaza Mayor.

Doña María Cristina, a título personal, refuerza la gestión de nuestras cancillerías, cerca de la Santa Sede, habida cuenta su conocida religiosidad, y del emperador de Austria-Hungría, Francisco José I, habida cuenta su parentesco.

Día 31, en contestación a la nota del día 29, España responde de manera serena y digna. Mientras, en Cuba, nuestro Gobierno hace entrega de 3 millones de pesetas en socorro de los campesinos reintegrados a sus propiedades.

El 4 de mayo, las Cámaras cubanas son convocadas para preparar la paz y los españoles se disponen a sus -pender las hostilidades contra los insurrectos.

A pesar de que todo camina en contra de los intereses españoles, España se mantiene erguida, celosa de su dignidad, flexible en su afán de evitar la guerra. El pueblo, en general, por el contrario, se siente alentado por un orgullo nacional que le ciega. España se veía sola.

12 de abril, el embajador Merry del Val comunica que León XIII solicitará el armisticio. “La situación es crítica y no hay tiempo que perder”, dirá.

El 3 de abril, el arzobispo de Nueva York, monseñor Ireland visita a MacKinley, quien le confiesa que el Congreso votará la intervención o la guerra.

El conde de Villagonzalo, embajador en Rusia. El conde de Rascón, embajador en Londres. León y Castillo, embajador en París, trasladan a Madrid informes que consideran buenos para la intermediación por la paz. Los embajadores de Alemania, Austria-Hungría, Francia, Gran Bretaña, Italia y Rusia, presentan conjuntamente a MacKinley su sentimiento de humanidad y moderación ante lo que se vislumbra, en nota colectiva entregada el 7 de abril en Washington.

11 de abril, MacKinley pide autorización al Congreso para adoptar medidas que aseguren el término definitivo de las hostilidades entre España y Cuba. Solicita el empleo de fuerzas militares y navales de los EE.UU en el grado que las circunstancias hiciesen necesarias.

12 de abril, el Secretario de Estado, Mr Sherman, se reserva el derecho de acusar recibo al memorándum presentado por Polo de Bernabé.

13 de abril, el Senado norteamericano propone que se declare libre el pueblo de Cuba, que España deponga su autoridad, retire su Ejército y su Marina, y autoriza al presidente de la República para que haga uso de las fuerzas del ejército federal. ¡Es la guerra!

Mª Cristina rezaba y lloraba, angustiada, mientras se desatan las manifestaciones en Madrid, Barcelona, Valladolid, Valencia, Zaragoza, Oviedo, Sevilla, Granada, Bilbao, Málaga,… hasta el último rincón de España, improvisando banderas, lazos y escarapelas, con vivas y mueras y la “Marcha de Cádiz” en todas las gargantas.

14 de abril, el Gobierno vuelve a pedir la mediación de León XIII y salen numerosos telegramas a todas las cancillerías europeas a la luz del Derecho Universal y de la moral cristiana.

                                               “¡Viva España!
                                               Que vivan los valientes
                                               Que vienen a ayudar
                                               Al pueblo gaditano
                                               Que quiere pelear
                                               Y  todos con bravura
                                                Esclavos del honor
                                               Juremos no rendirnos
                                               Jamás al invasor”

El contraalmirante Pascual Cervera, con los cruceros María Teresa y Cristóbal Colón, parte de Cádiz el 8 de abril rumbo a San Vicente de Cabo Verde donde le esperan los torpederos Ariete, Rayo y Azor, los destructores Plutón, Terror y Furor. Capitán de navío Fernando Villaamil. Allí se les unen los cruceros Almirante Oquendo y el Vizcaya, que zarparán rumbo a las Antillas.

20 de abril, Cervera se reúne con los jefes de su escuadra, son:
Del  María Teresa, Cencás; Cristóbal Colón, Díaz Moreu; Almirante Oquendo, Juan B. Lazaga; Vizcaya, Eulate; jefe de torpederos, Villaamil; jefe de estado Mayor, Bustamante; general segundo jefe, capitán de navío primera clase, Paredes.
Reconocen todos su impotencia frente a los acorazados yanquis.

Canalejas, en su periplo por América, le escribe a Sagasta sobre el poderío naval norteamericano.

21 de abril, Cervera telegrafía al Ministro de la Guerra, informándole del desastre que le espera a nuestra marina.

22 de abril, nueva apelación al Ministro.

23 de abril, bajo la presidencia del Contraalmirante Bermejo, se confirma la orden de partida de la escuadra rumbo a las Antillas. De los 17 asistentes, sólo 3 votaron en contra.

24 de abril, Cervera escribe al Gobierno una carta que termina cerrando el día 27.
“Con la conciencia tranquila voy al sacrificio, sin explicarme ese voto de los generales de marina, que significa la desaprobación y censura de mis opiniones; lo cual implica la necesidad de que cualquiera de ellos me hubiera relevado”

29 de abril, a las 10 de la mañana, desde San Vicente de Cabo Verde, la escuadra de Cervera zarpa destino Las Antillas.

El 18 de abril de 1898, por la Cámara de Representantes y el Senado, rompían relaciones con España y le declaraban la guerra. El Senado con 42 votos contra 35 y en el Congreso, por 310 votos a favor contra 6, abrían la espita a la guerra.

La inferioridad de España era de todos  conocida y los EE.UU mejor que nadie lo sabían, razón por la que había ido preparándose progresivamente, ya que en su política y en la de los grandes capitostes financieros, el continente americano lo entendían como parte de su propiedad.

21 de abril de 1898,  España retira de territorio yanqui a su ministro plenipotenciario y, en Madrid, devuelve los pasaportes a los súbditos de ese Estado.

En la capital del reino de España, el pueblo se echa a la calle, el día 20, logrando el gobernador civil, Alberto Aguilera, frenar a los enardecidos. Los vítores, el clamor por España eran inenarrables. Las Cortes se abren expresamente.

En el Hemiciclo de la carrera San Jerónimo, Sagasta, Silvela, los carlistas, los republicanos, la oposición toda, eran una misma voz. Los poetas se adherían y cantaban a la España que enarbolaba su defensa, mientras la Bolsa se desplomaba.

23 de abril de 1898, a las 6,30 de la tarde, doce unidades de la escuadra yanqui se encuentran a 10 millas del puerto de la Habana. El crucero Nashville había apresado horas antes al vapor Buenaventura de 1741 toneladas, matriculado en Bilbao. El New York, hacía lo mismo con otro vapor español, también de Bilbao, de 2.872 toneladas. Eran los primeros actos de hostilidad contra España.

Sagasta, Moret, Gullón, sabían con amargura del triste destino de nuestras armas.

Sin embargo, el Montserrat, de la Compañía Trasatlántica, entra en el puerto de Cienfuegos, sorteando el bloqueo, gracias a la pericia de su capitán, Manuel Deschamps. Llevaban pertrechos de guerra y 500 soldados. También alcanzaría La Habana, el Alfonso XIII, comandado por el capitán Jose María Gorrondo, que el 5 de marzo llegara a Puerto Rico, con soldados y cañones.

29 de abril de 1898, Cervera alcanza la Martinica y es informado que en  Cavite, la escuadra del almirante Patricio Montojo, ha sido destruida por los yanquis. Habían muerto allí 58 españoles y 236 heridos, mientras los EE.UU solo sufrían 25 muertos y 50 heridos. De acuerdo con el almirante Dewey, los indígenas se levantarán de modo cruel en toda la isla de Luzón.

24 de abril de 1898, en Manila, manifestación ciudadana en pro de España.

Manifestaciones espotnáneas en Sol y delante de los domicilios de Sagasta y Moret, a modo de desaprobación, mientras que aprueban a Weyler en su domicilio.

El orden público se altera en Valencia, Cáceres, Alicante, Sevilla, Bilbao, León, Ciudad Real, Soria, Cartagena, Gijón, Alcoy, Talavera, La Línea, Valdepeñas. En Linares hubo doce muertos. El Gobierno suspende las garantías constitucionales.

Alberto Aguilera declina el mando en el Capitán general de Madrid, don Antonio Dabán.

                “Colores de sangre y oro
                Tiene la hispana bandera
                No hay oro para comprarla
                Ni sangre para verterla

                Al pelear con los yanquis,
                Señores, tendrá que ver
                Cómo de dos ladrillazos
                Les hacemos correr

                Tienen muchos barcos
                Nosotros, razón
                Ellos, armamento
                Nosotros, honor

19 de mayo 1898, llega la escuadra de Cervera a Santiago de Cuba. “hacer aguada y carbonear”
El 15 de mayo los cruceros Conde de Venedite y Nueva España, habían logrado rechazar el ataque de 5 barcos enemigos.

En Tampa se preparan 17.000 hombres de tropas regulares y 50.000 voluntarios, mientras el 12 de mayo, los acorazados Iowa e Indiana, habían bombardeado San Juán de Puerto Rico.

Infantes de marina desembarcan en Guantánamo. Los insurrectos y los yanquis, ya en tierra, se ponen de acuerdo para atacar Santiago. La sección de caballería Voluntaria, Rough Riders, sufrió en Jaraque un serio descalabro. Su jefe era el coronel Leonard Wood y de ella formaba parte el que años después alcanzaría la presidencia del Estado, Teodoro Roosevelt.

El general Linares tiene que acudir al refuerzo de 150 soldados convalecientes en el hospital de Santiago que se pusieron a las órdenes del comandante Beato, enfermo él también.

2 de julio de 1898. Urgentísimo. En vista estado grave y apurado de esa plaza, Santiago, que me participa general Toral, embarque V.E. con mayor premura tropas desembarcadas de la escuadra y salga con esta inmediatamente. Firmaba esta orden el general Blanco.

No faltó un solo hombre a la lista, a sabiendas de que era la muerte la que les esperaba.

3 de julio de 1898, sale la escuadra española de su abrigo de Santiago, fuera la espera el Indiana, New York, oregon, Iowa, Texas y Brooklyn, entre multitud de cruceros auxiliares, faltaba el Massachusetts, que carboneaba en Guantánamo y que no atrdaría en sumarse al combate. Eran las 9 de la mañana.

Izada la señal de levar y cuando todos los barcos contestaron que tenían sus anclas ya aseguradas, se dio la señal de salida con un estentóreo y profundo grito de ¡Viva España!, contestado con entusiasmo por todas las tripulaciones.
Desplegada la bandera de combate, pasó el Infanta María Teresa por delante de los demás cruceros que, por última vez, hicieron los honores de ordenanza.
Ante el silencio sepulcral en tierra y a bordo, salen por el desfiladero, entre el Morro y la bocaya.
Sonó la corneta dando la orden de comenzar el combate. ¡Pobre España!
María teresa, con la insignia del almirante, el Vizcaya, el Cristóbal Colón y el Aimirante Oquendo, los destroyers Plutón y Furor.
María teresa hace fuego sobre el Brooklyn. Pronto se queda sin munición. Con el sollado repleto de muertos y  heridos, el almirante ordenará embarrancar el buque al oeste de Punta Cabrera.
El Oquendo, hostigado por todas partes, pronto empieza a arder. También embarrancará. Después de dirigir el salvamento de la tripulación, su comandante, Juan B. Lazaga, puso fin a su vida sobre cubierta.

Pronto sería alcanzado el Vizcaya, con un solo cañón contra todos, también embarrancó, por orden de su comandante Eulate.
El Colón, falto de carbón, lo haría también.
El destroyer Furor se fue a pique, y su jefe Villaamil murió sobre cubierta al exploitarle una granada, que hirió a su ayudante Arderius.
El Plutón, sin timón, mandado por el teniente de navío Vázquez, se estrelló contra la costa.
El alférez de navío, Fajardo, pierde un brazo y exclama entre horribles sufrimientos: “aún me queda otro para la patria”.

El guardamarina Saralegui, al que la metralla le arranca las piernas, es llevado a la enfrmería en trance de muerte y le prehunta al capellán: “Padre, ¿cree vd. que he cumplido con mi deber? El condestable Zaragoza se siente morir de heridas en el vientre y pide una bandera para envolverse en ella.
El contraalmirante Casado oye un grito de socorro, al escapar del maría teresa, que ardía y vuelve en busca del que lo profirió para sustraerle a las llamas.

El almirante Cervera ganó tierra a nado. El teniente de navío don Juan B. Aznar, improvisó en la playa un campamento para atender a los heridos.

El combate duró 4 horas y fueron 350 muertos, 160 heridos, mientras los norteamericanos 1 muerto y 2 heridos.

El almirante Simpson comunicaba a su gobierno la derrota de toda la escuadra de Cervera.

Shafter le pide a Toral que rinda Santiago. “esta plaza no se rendirá”

17 de julio de 1898, bajo una ceiba, se firmó el acuerdo de rendición de Santiago. El general Toral, último defensor de Santiago, acabaría su vida en un manicomio.

En la plaza y poblado de Guanizo de Puerto Rico se alzaría la bandera yanqui el 27 de julio de 1898 por el capitán Davis.

En Filipinas, los norteamericanos embarcan a Emilio Aguinaldo y catocerce jefes insurrectos contra España que estaban en Hong Kong. Mandaba la plaza de Manila el general Augustí

18 de julio de 1898 en Cavite, se proclama la República filipina, siendo aclamado presidente Emilio Aguinaldo, en presencia del almirante Dewey.

Cruceros alemanes y franceses, como japoneses estuvieron allí presentes, a pesar de que España había firmado secretamente la Triple Alianza.
Desde Port Said y por el cierre del canal Suez a la escuadra de Cámara, el 23 de julio de 1898, regresaba a Cádiz la expedición naval que e había pretendido formar para auxiliar a las Filipinas.

14 de agosto de 1898, se capitula en Manila. La defendía el general Jáudenes. Frente al enemigo cayeron 1 general, 60 oficiales y 1314 soldados. A consecuencias de sus heridas: 1 general, 81 oficiales y 704 soldados; sobrevivieron a sus heridas: 463 oficiales y 8164 soldados. Murieron de fiebre amarilla: 313 oficiales y 13 soldados. De otras enfremedades: 127 oficiales y 40.000 soldados.

                               Hoy, desmayada y triste
                               Con humildad se pliega,
                               Amarilla de rabia,
                               Y roja de vergüenza                       (Ramos Carrión)

Regresaban los combatientes repatriados de Cuba y Filipinas, enfermos, hambrientos, deprimidos, pendientes de cobrar los haberes que tarde, mal o nunca se les abonarían.

En la prensa, en la calle, en los mentideros políticos, en los púlpitos, todo era desolación, que no tendría fin hasta el Tratado de París, tan funesto como la derrota de nuestra Armada en nuestros últimos y ya fenecidos para nosotros, paraísos.

                               …Por qué sendica se marchó aquel hijo
                               que murió en la guerra…
                               Por esa sendica se fue la alegría,
                               por esa sendica vinieron las penas…
                               No te canses, que no me remuevo;
                               anda tú, siquieres y éjame que duerma,
                               a ver si es pa siempre…¡Si no me espertara…!
                               ¡tengo una cansera…!                   (Cansera, de Vicente Medina)

“mientras el mundo aliente, mientras la esfera gire
Mientras la onda cordial aliente un sueño,
Mientras haya una pasión, un noble empeño,
Un buscado imposible, una imposible hazaña,
Una América oculta que hallar, vivirá España”

                                                                                              Rubén Darío

















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