lunes, 30 de marzo de 2015

HOMBRES BUENOS, DE ARTURO PÉREZ REVERTE

HOMBRES BUENOS, DE ARTURO PÉREZ REVERTE. MARZO 2015

El reencuentro con una novela de Arturo Pérez Reverte, es  siempre gratificante por lo que encierra de información y enseñanza, como por el viaje y los avatares de la historia, frecuentemente entrelazados con hechos históricos que refuerzan el fondo de la narración
.
En esta obra, publicada  este año de 2015, por editorial Alfaguara, su autor aprovecha su condición de académico para llevarnos a la búsqueda de la Encylopédie, que escribieran los D’Alambert, Diderot  e importantes filósofos del siglo de las luces, finales del siglo XVIII, en la Francia que poco después abatiría la Bastille y pasaría por la guillotina el cuello terso y ceremonioso de la Familia Real de Francia.

El protagonista es también un académico, el Brigadier de la Real Armada española, don Pedro Zárate y Queralt, trasunto del mismo Pérez Reverte, por la edad y las descripciones físicas que hace del personaje, que junto al bibliotecario Hermógenes Molina, entrado en carnes y como un Sancho Panza más ilustrado, viajarán a París para adquirir los veintiocho gruesos volúmenes bellamente encuadernados en piel, con letras doradas en los tejuelos, de la primer edición de la Encyclopédie, que por entonces prohibía la Inquisición y que incluso en Francia estaba condenada su edición, razón por la que las siguientes ediciones o las copias, se hicieron en los países vecinos: Holanda, Suiza o Italia.

Con su habilidad característica, su inveterado oficio del modo de escribir novelas, Pérez Reverte, en esta ocasión, tiene el acierto de describirnos el proceso por el que él lleva a cabo la búsqueda de los escenarios para la realización de su novela, lo que inserta conforme el desarrollo de cada capítulo, de un total de doce y un epílogo, añadiéndole el suspense que provocan dos académicos contrarios con esta idea, los señores Higueruela y Ferrón, que contarán con Raposo, un sanguinario sicario, para obstaculizar el éxito de la adquisicíón de la Emcyclopédie.

Una vez más, como acostumbra en buen número de sus trabajos, resalta el fondo que sostiene la historia, que es el progreso y la libertad para España, que se entre teje en la búsqueda de la Encyclopédie, como en las conversaciones que mantienen los académicos en su largo viaje hacia París y en los padecimientos a los que se ven sometidos por la inquina del tal Raposo.

Introduce también, con gran soltura, la presencia de una española en la corte de Luis XV, Margot Dancenis, que de manera descarada, para aquella época, además de ser cortejada por un entorno ilustre, caerá en los brazos del almirante, dejándole para el epílogo, una tarjeta con hermosas palabras y una páginas bastante sensuales y con habilidad descriptiva y entre "sábanas y edredones", la lubricidad y los encantos que despertaba en los hombres de la época, madame Dancenis, originaria de San Sebastián y casada con un banquero del París que crecía, pero que en los faubourgs estaba ahuecada la voz sorda que luego derribaría en una revolución todo a su paso, con el impulso de los Giurondinos y los Jacobinos, con la fuerza y la fortuna de la siembra de las ideas de Voltaire, de Rousseau, de Danton y de los enciclopedistas.

La novela cuenta con un duelo, en los Campos Elíseos, donde el almirante no sólo defiende el honor patrio por unos comentarios del amante de madame Dancenis, Coëtlegon, celoso, que desvelan los hechos ocurridos en la batalla naval de Tolón, donde estuvo presente nuestro principal protagonista; es robado, mientras atiende la llamada de Margot Dancenis,  y nos va mostrando el paisaje de la ciudad de París en el siglo XVIII, como también algunas de las calles de Madrid, antes de su partida.

Amena novela, con diálogos que recuerdan a otras conversaciones de otros de sus libros, y, como siempre en su autor, la apuesta por el progreso y los valores de libertad, como el espejo que nos pone delante de una España que quedó atrasada gracias a la fuerza y la presencia de la Iglesia católica.

Introduce también al abate Bringas, que al parecer siguió los pasos de Robespierre, y nos lleva a una época, en la que inserta referencia de libros de ese momento, como a algunos de los personajes literarios de ese siglo. Nos presenta al embajador español, conde Aranda, paisano del abate Bringas. Pasa de refilón sobre los masones, secta de relevante importancia en aquel siglo.


También, con enorme simpatía, introduce su mundo académico actual, con gratitud y enorme respeto, lo que a todas luces demuestra lo feliz que se siente siendo un numerario más de esa Academia de la lengua española que da luz, brillo y esplendor a nuestro idioma.

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