LA CAMPANA DE HUESCA, DE ANTONIO CÁNOVAS DEL CASTILLO Y
OTRAS LECTURAS RECREATIVAS.
Cuando ya las pasiones mundanas naufragan como un esquife
abandonado , por el paso del tiempo, la corrosión y el peso de las algas
adheridas al casco del que otrora fuera hermoso y ensoñado velero, la
atracción de un buen libro o la búsqueda de ese autor antiguo anhelado, se
convierte ahora en el dulce placer de
los sentidos apagados y complacientes, razón por la que mi búsqueda de algún
libro escrito por quien fuera el principal hacedor de la Restauración española,
el malagueño y abogado don Antonio Cánovas del Castillo, por fin tuvo su
recompensa cuando en una de esas librerías donde el olor rancio del papel sigue
siendo un singular perfume, con el aditamento de estar tras la puerta o arco de herradura de Elvira
en Granada, en una pequeña porción de espacio, lleno de anaqueles con una
variopinta multitud de grafías, colores y letras, en los varios cientos de
libros que cobija tan entrañable despensa del saber, tenía a mi alcance la
novela que escribiera este erudito ministro y gobernante con Alfonso XII y la Regente, hasta su asesinato cuando tomaba las aguas en Guipúzcoa,
llamada La Campana de Huesca.
Aún cuando el blanco de sus páginas ya casi es de color
sepia y que no corresponde a la primer edición, si no a la que se editó en 1961,
junto con otros dos títulos: Alma Gigante, de Isabel Velasco y ¡Independencia!,
de Luisa Spiegelberg y Horno, lo primero que llamaría la atención a un lector
de hoy es que en sus primeras páginas aparezca, la curiosa reseña, “con censura
eclesiástica, Madrid, 29 de Mayo de 1961”. A este lector yo le recordaría que,
en aquellos entonces, España estaba bajo la férula de un dictador, el todo
poderoso Generalísimo, que junto a la Iglesia católica, ponían sordina a
cualquier manifestación cultural, no digamos ya política, que era perseguida y
sufría condena, razón por lo que la censura, en general, como la muy devota
eclesial ejercían su tenaz adoctrinamiento y supervisión de cuanto se escribía
y/o se publicaba.
Dicho esto a modo de exordio, en esta novela, su ilustre
autor, nos lleva a la Edad Media, en tiempos de la Corona de Aragón, cuyos
principales actores serán dos almogávares, los rico hombres aragoneses y el
rey, don Ramiro II y la hermosa reina Inés de Poitiers.
Nos hallamos en el siglo XI. Don Ramiro quiere regresar a su
convento y desasirse del gran amor que siente por él su amada, ya que cree
haber pecado contra la ley de Dios por abandonar el curso que le tiene trazado,
ya que fue sacado del convento y puesto como rey, cuando su verdadera misión era el rezo, la meditación y la paz del claustro en Mont-Aragón. Sin embargo,
los rico-hombres, los príncipes que creían ejercer sobre él control, se
encontrarán con el arrojo de dos almogávares aragoneses, que como los de origen
musulmán, se dedican a organizar algarabías y viven frugalmente, pero siempre
armados y dispuestos al combate fronterizo. Estos dos almogávares son Aznar y
Fortuñón. El primero joven, el segundo ya mayor.
Aznar se prendará por la doncella que atiende a la reina y
defenderá por todos los medios que Ramiro no pierda su corona en manos de los
ricos-hombres, motivo por el que, con la ayuda del conde de Barcelona,
Berenguer, lograrán atraer a todos los ricos-hombres al castillo donde tenían
previsto apresar al rey y usurpar su corona, siendo éstos quienes caerán en los
sótanos para ser degollados y colgar sus cabezas en la a modo de campana, como la de la catedral Huesca que ahora ya no sonaría, sino que mostraría como acaban los que quieren usurpar el poder, aunque también Aznar, la mano justiciera, perecerá, mientras el rey vuelve al convento y su esposa alumbrará a la que será, años más tarde, la esposa del conde de Barcelona, doña Petronila.
Es una novela de requiebros amorosos, entre los varios
protagonistas; de luchas; de torneos y de descripciones que hacen patente la
gran cultura que poseía don Antonio Cánovas, que deja en paños menores a
nuestros políticos del siglo XXI.
Sólo el granadino Martínez de la Rosa, Duque de Rivas,
Valera, Pi y Margal, o el repúblico don Manuel Azaña, o el mismísimo Castelar,
son escasos por no decir que ninguno, nuestros gobernantes de hoy que tengan la
cultura y la sabiduría para escribir obras como esta pequeña e histórica
novela, la Campana de Huesca.
En Alma Gigante, su autora, nos muestra de manera entusiasta
a la persona de la gran reina Isabel la Católica, su vida, sus hechos más
notable y su grandeza.
En ¡Independencia!, la lucha de los aragoneses en defensa de
la libertad cuando a sus puertas se presentaron los ejércitos imperiales de
Napoléon, como la manera en que despojan de todas sus riquezas la ciudad de Zaragoza, en los tres años que sollaron España, como también hicieron en Granada, cuál bárbaros, quisieron volar la Alhambra y sólo el arrojo, la valentía y el heroísmo de un modesto cabo de inválidos, José García, con su cuerpo, pudo detener la mecha que por orden del general Sebastiani, las hordas imperiales de napoleón, cobardemente quisieron reducir a escombros el legado de nuestros antepasados muslimes y del renacimiento.
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