domingo, 2 de agosto de 2015

LA CALLE DE VALVERDE, DE MAX AUB

La calle Valverde de Max Aub

Vuelvo a releer esta novela costumbrista y bella, editada por el País en su colección de Clásicos del Siglo XX, cuando junto al periódico podías adquirir las diferentes obras que pusieron  a la venta con enorme acierto, por algo más de precio que el del diario.
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El autor valenciano y republicano, como tantos egregios de aquella brillante constelación  llamada del 14 para su clasificación literaria, que tuvieron que exiliarse o fueron pasados por las armas de los franquistas, en el caso de un bando o o por los rojos, en el caso de los que defendían la legalidad, perdiendo los españoles el enorme caudal intelectual que tanto talento de aquella época albergaban. De este modo el silencio, la censura y el empobrecimiento económico y literario dejaron durante la dictadura en bastante oscuridad el panorama español.

Max Aub, que además tiene el destello de introducirse por tres veces en esta novela, dándose bombo como referencia de preclaro escritor, narra, aprovechando el título de la Calle Valverde de Madrid, próxima a la Gran Vía, las calles Fuencarral, Desengaño o la Ballesta, la vitalidad de la ciudad por los años de la Dictadura de Primo de Rivera: las tertulias, las casas de vecinos, las porteras, los primeros socialistas, los innumerables opositores, los estudiantes, los aristócratas, los médicos, la prensa, en suma el variopinto Madrid, centrándose en la humanidad, en los desengaños amorosos y en la procacidad de los numerosos personajes que van desfilando por los siete capítulos de esta obra.

Las tertulias en los cafés del Henar, la Granja, Regina, el Lyon, como los almuerzos en Lhardy, con la inteligentzia de entonces: Araquistaín, Vayo, Azaña, Prieto, Valle Inclán, Moreno Villa, Melchor Almagro, Lorca, Unamuno, la Residencia de Estudiantes, Juan Ramón Jiménez, Baroja, nos van mostrando el inicio del “contubernio”, que diría años más tarde Franco, para derrocar a Primo de Rivera o de los masones.

Aparecerá, entre las pasiones humanas de tantos vecinos de la Calle Valverde como de su entorno, la razón prioritaria de la búsqueda del amor o de la satisfacción sexual.

En muchas de sus páginas, por medio de los numerosos personajes que desfilan, nos presenta las diferentes personalidades, como también introduce en las tertulias del periodista Rodés y de otros amigos, cómo se vivía en los sentimientos y en la fuerza de las costumbres de la Iglesia católica, aún cuando en las incontables pensiones del Madrid de entonces, las viudas y el servicio, eran propicias a caer en brazos del huésped, o del funcionario que las mantenía y que gozaban con ellas.

No es una novela mordaz, ni de costumbres populares, ni de rancio folklore madrileño o manchego, es el rompeolas de las Españas donde los andaluces, los valencianos, los gallegos, los de la Montaña, tienen una mayor presencia, al igual que los castizos madrileños, sin que por ello ser parezca a las obras de Galdós ni tampoco a las de Mesonero Romanos, ni se emplee el lenguaje zarzuelesco ni de los chulapos o gatos madrileños.

Son los seres humanos: el hombre y la mujer, con su soledad, su infortunio o sus aspiraciones, quien va componiendo el mosaico de esta obra, cuyo epicentro es esa calle Valverde, como podía haber sido Arenal,  Carretas o cualquier otra Costanilla del Madrid de los años 23 o 27, del siglo XX

También desfilan los nombres de pintores, periodistas, poetas y toda la grey que ansiaba la renovación del país y que dieron su impulso y la aparición de la República, por su afán de cambio, por su enorme deseo de transformación social que latía en todos los estratos de aquella muchedumbre que abarrotaba los tranvías o se desplazaba en Metro por el subsuelo de la ciudad.
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Es pues el pueblo, la gente, quienes se apoderan del protagonismo de esta obra, sin que sea fácil retener sus enlaces familiares ni sus circunstancias personales, ya que lo hace como si de una abigarrada población se tratara. Libre, pero con la promesa y la esperanza de un futuro mejor.

Cuando uno termina de releer esta novela, cuando uno recuerda los muchos literatos y poetas que tuvieron que exiliarse, me percato que ayer, como hoy, en el siglo XXI, surgió entonces una generación arrebatadora, con una fuerza creativa que ahogó la Guerra Civil y que nos empobreció. Ahora, cuando en España vuelven a sonar las trompetas de la discordia, cuando vuelven a aflorar las aspiraciones secesionistas de algunos catalanes, me doy cuenta que estamos inmersos en una nueva situación de cambio, que espero que nunca se vuelva a malograr por la falta de entendimiento, de concordia y de fraternidad de los españoles, cualquiera que sea su lengua vernácula o su acento.



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