miércoles, 11 de mayo de 2016

DIEGO HURTADO DE MENDOZA. CARTAS

DIEGO HURTADO DE MENDOZA. CARTAS

Granada no sólo cuenta con la Alhambra y bellísima arquitectura por toda la ciudad, como por su paisaje montañoso, con el dosel de Sierra nevada y sus blancos picachos, ni el duende que embargó los sentimientos más profundos de un genio como Federico, ni tampoco mi amor filial por ser aquí donde descubrí mi propia raigambre, tiene la fortuna de haber dado a luz entre sus muros a importantes prohombres de las letras, la música, la milicia o la misma diplomacia, tal es el caso de don Diego Hurtado de Mendoza, que siempre tuvo presente su Granada, a la que además tuvo que volver exiliado, y que escribió la Guerra de los Moriscos, como también una de las obras maestras en lengua castellana, el Lazarillo de Tormes, amén de sus cartas dirigidas a los mas eminentes y relevantes hombres del siglo XVI, que ahora comento.

En este hermoso libro, que nos lleva desde su embajada en Venecia, Roma o Granada, quien además de filósofo, literato y conocedor del latín, el griego, el árabe, como el dominio de la obra de Aristóteles, nos irá desvelando, de un lado, la grandeza y miseria de los gobernantes de la época, donde primaron Carlos V y su hijo Felipe II, a los cuales sirvió, como también los papas Paulo II y Julio II, como también Clemente VII.
En ese siglo, del concilio de Trento que junto al César Carlos V, frente a las luchas de los protestantes y Sajonia, vamos viendo como los Papas de entonces tenía hijos y nietos a los que intentaban aupar al poder y la riqueza, mientras su Sacra Cesárea Católica Majestad Carlos V, intentaba una contrarreforma y que la Iglesia estuviera más cerca del Jesús en la cruz, que en la opulencia de los palacios y la curia romana.
Aún cuando estuvo en Lóndres negociando con Enrique VIII el matrimonio de María Tudor, con el aplauso de Carlos V, es en Venecia donde aprenderá los entresijos del espionaje y los manejos de la corte de sus gobernantes, mientras que como embajador en Roma, intentado conservar como aliados las importantes repúblicas italianas, frente a la presión de Francia, tendrá un grave traspiés con el alzamiento social en Siena y su caída a manos francesas.

Las intrigas, el que Paulo II lo creyó culpable del asesinato de uno de sus hijos, como los enfrentamientos con las grandes familias de la época, caso de los Farnesio y la alianza con los Columna y el gobernador de Milán, así como sus disputas con el Duque de Alba o el virrey español del reino de Nápoles, nos presentan a un seguidor de Maquiavelo, como a un servidor de la Corona española.
Su caída en desgracia por un enfrentamiento en la cámara real con el hijo del vencedor en Pavía, como quizás unas cuentas mal justificados de su tiempo en Italia, le harán que pierda la confianza de la Corona y que sea enviado al exilio de Granada, justo cuando Aben HUmeya se alce y mientras él aspira a recuperar su buen nombre.

Aquellas repúblicas italianas, el turco, Francia, Inglaterra, Flandes y la incipiente Holanda, como las nuevas conquistas y descubrimientos en América, tejen la grandeza de la España del siglo XVI, cuando los Tudescos sirven como mercenarios y los españoles gobiernan, integran los Tercios y su infantería es temida en todo el Orbe, siendo ellos quienes participan en ese juego de nombrar papas o de participar activamente en los acontecimientos del mundo de entonces, como en la nueva arquitectura, pintura y en la literatura, que el paso por Italia contribuirá a que adoptemos.


Razones pues para sentirse orgulloso del paisanaje con este granadino, como de la grandeza de España, que al discurrir los siglos, hay quienes lo quieren minimizar, cuando pocas o ninguna nación en el mundo ha sido tan generosa y ha llevado la cultura grecolatina, aliñada por el castellano, a todos los confines del planeta.

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