DEL FIASCO URBANÍSTICO DE GRANADA
Como hijo de esta ciudad, que encadena a sus calles y
monumentos a cualquiera de sus nativos con un mínimo de sensibilidad y aunque
profano en materia de urbanismo, no obstante por los recuerdos de la ciudad que
saludó mi infancia, allá por los años sesenta, como más adelante, en los
ochenta, y la transformación, que
constato cada día más, oprime nuestra
vega o impide disfrutar de un skyline como en pocos lugares del mundo se pueda
contemplar la armonía de sus torres, con el dosel nevado de Sierra Nevada y el
rumor del agua por sus jardines y fuentes, es por lo que me atrevo humildemente
a exponer en los renglones que siguen, lo que ha pasado y lo que sucede, la
falta de conciliación entre nuestros adarves medievales, el barroco de nuestras
iglesias o el renacentismo de muchas obras, a las que el hormigón, el vidrio y
el asfalto, van usurpando la grandeza y singularidad de Granada, para
convertirla en una ciudad que pierde su esencia: de la “cal, mirto y surtidor”, que
diría Federico.
No me voy a remontar a la Granada de ensueño que nos
describe Al Jatib, ni tampoco a la arcadia de los primeros grabados de los
viajeros decimonónicos, como Roberts, o las descripciones y cuentos de
Washington Irving, de aquella Alhambra abandonada y poblada por pillos y el
lúmpen social de la época, quiero empezar por aquella Medina de fines del XVIII
y comienzos de XIX, cuando desde la Cámara de Comercio de Granada, a instancias
de López Rubio, entre el Ayuntamiento y la sociedad que integraban quienes
hacían fortuna con el azúcar y los ingenios de la vega, se lanzaron a imitar
las grandes bulevares de París, trasunto del Tercer Imperio francés, como hacer
más moderna y más fácil de comunicar con la estación de ferrocarril de la avenida.
de los Andaluces, recién inaugurada, como las aspiraciones de la unión rápida
con el puerto de Motril, esto último nunca llevado a buen término.
En esta primer aventura urbanística, que se encargaría de
destruir palacios como el de Cetti Meriem, los Seises, la casa de Diego de
Siloé, de Bazán, entre otros muchos, para hacerle la competencia a la calle
Elvira, hasta entonces eje comercial, dejando sin hogar a numerosos obreros y
menestrales, mientras en esa nueva calle, llamada Gran Vía de Colón, sería
ahora el hogar de militares, banqueros e industriales que se habían
enriquecido, además de la aristocracia ya algo decadente.
En esta Gran Vía de Colón se levantaron palacios como el de
los Müller, emparentados con los Rodríguez Acosta, de corte historicista y por
un egregio arquitecto, Casas, el edificio del Americano, donde los grutescos,
la forja y los balaustres, recordaban construcciones de Barcelona, más modernistas.
El primer edificio que se erigió en esta nueva vía fue la Iglesia del Sagrado Corazón, mezcla de
estilos y con datos del gótico, fachada de ladrillo, sus dos torres y la
coronación en piedra. Los edificios de La Paz y del banco Central, hoy de la
Caja Rural de Granada, esquina con Reyes Católicos, eran fiel reflejo de
destacadas obras urbanas de París. Mientras que en las cercanías del Triunfo,
sus jardines darían paso a la Normal, de estilo mudéjar y que vendría a inaugurar don Niceto Alcalá Zamora, cuando en frente se
levantó el Instituto Padre Suárez, mezcla de renacimiento y clasicismo, sin dejar atrás el edificio neoclásico del banco de España o la Casa de la Perra Gorda.

Ya en la Dictadura de Primo de Rivera, y como es norma en
este modo de gobernar, que busca atraerse al obrero por la obra pública que se
organiza y al inversor por los grandes caudales que manejan, se trazó el nuevo plan urbano, cuyo testigo recogió Gallego y Burín a
partir del año 38, fecha en que es nombrado alcalde de Granada, y por su
formación en Bellas Artes, intentará conciliar las normas emanadas por el
Franquismo y la necesidad de conservar la ciudad que tanto ama.
Aún cuando la obra de la Gran Vía de Colón pudiera tener sus
detractores en la intelectualidad granadina, buena parte de sus construcciones
dotaron de una nueva imagen, más moderna, aunque el paisaje de la Alhambra y su
vega todavía seguía libre de la especulación que lustros después le sucedería.
Es sorprendentemente bajo el Plan de alineaciones de 1951,
resumen legal y gráfico del período municipal de Gallego y Burín, que fija el
vial Arabial como límite de la ciudad y su vega, con la dualidad de la ciudad
pintoresca y alta con la ciudad baja o monumental, que el despojo a un skyline
único comenzará a dar sus primeros pasos
.
Antes de seguir, conviene reseñar que el ayuntamiento que
presidió Gallego y Burín fue por primera vez el promotor de una reforma contundente, interviniendo en todos los niveles y financiando las distintas fases
del proyecto hasta su privatización. Administrativamente la reforma de La
Manigua, cuyo mayor exponente es la calle Angel Ganivet, es bien distinta a
experiencias privadas como la reforma de la manzana del Café Suizo o de la
Reformadora Granadina y su intervención en la promoción y ejecución de la Gran
Vía de Colón.
Es pues, el Plan de Alineaciones, la herencia que los
sucesores de este erudito alcalde, interpretarán con desigual fortuna. Juan
Ossorio Morales (1951-53), Manuel Sola Rodríguez Bolívar (1953-68), Jose Luis
Pérez Serrabona (1068-76) y Antonio Morales Souvirón (1976-79). Todos estos
alcaldes cubren los 40 años del régimen de Franco y se ajustan sus
nombramientos y ceses a las crisis de gobierno nacionales.
El plan fue un alivio para la penuria de recursos económicos
del ayuntamiento, como también la herramienta para el destrozo que se avecinaba
y el enriquecimiento de los afines a los dirigentes de entonces.
Mientras que Juan Ossorio Morales intentó enfriar el
endeudamiento dejado por Gallego y Burín, Sola y Pérez Serrabona se emplearán
en promociones urbanísticas a fin de obtener plusvalías resultantes de acumular
suelo edifiicable y venderlo a constructores, amén de las onerosas licencias
municipales. Conocidas son sus intervenciones en Gran Vía-Pavaneras, barrio de
San Lázaro, Calvo Sotelo, Triunfo y Recogidas, aún cuando la prolongación de la
Gran Vía con san Matías, no tuviera gran éxito para Pérez Serrabona
.
Con la Ley de Reforma de haciendas Locales y el despegue
económico del país en los años 60, además de la Ley del Suelo de 1956, la veda
se abre para los proyectos en la Chana y el Zaidín.
El simbolismo de Gallego y Burín frente al empirismo de
Sola, que da prioridad al pragmatismo financiero sobre cualquier consideración
histórica, seguirán cooperando con el despojo de la Medina granadina y la mayor
incursión en la Vega, mientras Pérez Serrabona emprenderá una política de
destrucción de la identidad figurativa de Granada.
Gallego y Burín procuró actuar dentro de la legalidad
urbanística y de las disposiciones que le llegaban de la jefatura nacional de
Urbanismo, aunque por su vena artística, hizo todos los esfuerzos necesarios
para que la ciudad recuperara un mayor valor edilicio en plazas y monumentos,
que supo ubicar donde más realce tenían. Fuente de Bibrambla, plaza de Santo
Domingo, Pasiegas, monumento a Alonso Cano, actuaciones en el Albayzín y su
gran obra, un tanto discutida, la Manigua.
Aún cuando la legislación franquista sobre urbanismo no
surtirá efecto hasta el año 1956, los primeros esbozos del pensamiento de
Gallego y Burín, de los años 1919 y 1921, aparecerán en la publicación regional
Renovación y en el Noticiero Granadino. En ellos destaca sus dos puntos
cardinales: la cuestión administrativa y política como las enseñanzas de Angel
Ganivet en su obra Granada la bella, con los tintes regionalistas y autonómico
por su pertenencia al movimiento político de Cambó, que se verán refrendados de
manera erudita y autoritaria en sus tres actuaciones principales: Camino de
Ronda, La Manigua y el Embovedado.
Cuando hoy uno rememora el discurso que dirigió a sus
huestes femeninas de Falange: “El valor supremo de Granada reside en mantener
limpia y clara, su espléndida silueta de ciudad de turismo y arte, un valor de
universalidad y de arte no comparable a ningún otro”, y constata el modo en que
ha sido hollada la vega, se levantan a distintas alturas, con preponderancia
del hormigón, pantallas que nos tapan la vista de esa silueta amada, desde la
circunvalación, en la Huerta de San Vicente, nadie se puede abstraer del
tráfago incesante de vehículos y del ruido ensordecedor, que ya nunca más hará
posible oír desde este paraíso la campana de la Vela o la sinfonía del eco que
arrastraban las de la Catedral, San Jerónimo, San Juan de Dios, Perpetuo
Socorro, San Justo y Pastor o la misma Magdalena
Tras su paso, Gallego y Burín constataría conmigo que el “ladrillo”
lo había acaparado todo, pero con un gusto despreciable, donde arquitectos como
Miguel Olmedo Collantes, como cuantos le han sucedido, sólo han hecho que
plegarse a las élites granadinas que movidas por su afán de lucro incesante
nada les ha importado la armonía de la ciudad nasrita, barroca y renacentista, a pesar de algunas obras destacadas en el centro de la ciudad y aprovechando la reforma de La Manigua.
Aún hoy día, en este preciso momento, se siguen levantando
edificios de mal gusto y máximo aprovechamiento, que tapian aún más si cabe el
horizonte de nuestra Alhambra o centros comerciales que, además de hundir más
al pequeño comercio local, están acabando con lo poco que queda de nuestra
Vega.
Si la Manigua, el embovedado desde Puerta Real y el camino
de Ronda, proyectos que se alumbraron con la Dictadura de Primo de Rivera o
bajo la República, mientras que pocas eran las viviendas protegidas en las Eras
de Cristo, la Cartuja o alguna que otra vivienda para mutilados y funcionarios
en la carretera de la Sierra o hacia Pulianas, se hicieron realidad bajo el
mandato autoritario de Gallego y Burín, lo que le siguió y lo que ha ocurrido
en estos años del boom de la construcción, sólo ha servido para seguir dañando
la imagen edilicia de una ciudad única, que quienes hemos tenido la fortuna de
conocer y corretear libremente por sus calles, hoy tememos que nuestros hijos y
nietos, no puedan encontrar ya la singularidad que tuvo desde su creación, ya
que la especulación, los intereses bastardos y la desidia ciudadana, como el
silencio cómplice de universitarios granadinos y de las élites intelectuales de
la sociedad, dan lugar a que la destrucción siga su curso lo mismo que la degeneración urbana y
arquitectónica.
Con algo más de perspectiva histórica, se tendrá que analizar la gestión de los alcaldes del período democrático, a saber: Juan Tapia Sánchez, PSOE (1979-79), Antonio Camacho García, PSOE (1979-79), Antonio Jara Andréu, PSOE y CajaGranada (1979-91), Jesús Quero Molina, PSOE y CajaGranada (1991-95), Gabriel Díaz Berbel, PP y CajaGranada (1995-99), José Enrique Moratalla Molina, PSOE (1999-2003) y José Torres Hurtado, PP (2003-2016), sobre todo Jara y Torres Hurtado, que tanto en Caja Granada como en el Ayuntamiento, han tenido una gran responsabilidad en la ruina de la entidad bancaria como en los casos de corrupción urbanística del llamado asunto Nazaríes, por parte de este último y de un enorme período de especulación urbanística.
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