sábado, 25 de junio de 2016

FIASCO URBANÍSTICO DE GRANADA

DEL FIASCO URBANÍSTICO DE GRANADA

Como hijo de esta ciudad, que encadena a sus calles y monumentos a cualquiera de sus nativos con un mínimo de sensibilidad y aunque profano en materia de urbanismo, no obstante por los recuerdos de la ciudad que saludó mi infancia, allá por los años sesenta, como más adelante, en los ochenta, y la transformación,  que constato cada día más,  oprime nuestra vega o impide disfrutar de un skyline como en pocos lugares del mundo se pueda contemplar la armonía de sus torres, con el dosel nevado de Sierra Nevada y el rumor del agua por sus jardines y fuentes, es por lo que me atrevo humildemente a exponer en los renglones que siguen, lo que ha pasado y lo que sucede, la falta de conciliación entre nuestros adarves medievales, el barroco de nuestras iglesias o el renacentismo de muchas obras, a las que el hormigón, el vidrio y el asfalto, van usurpando la grandeza y singularidad de Granada, para convertirla en una ciudad que pierde su esencia: de la “cal, mirto y surtidor”, que diría Federico.

No me voy a remontar a la Granada de ensueño que nos describe Al Jatib, ni tampoco a la arcadia de los primeros grabados de los viajeros decimonónicos, como Roberts, o las descripciones y cuentos de Washington Irving, de aquella Alhambra abandonada y poblada por pillos y el lúmpen social de la época, quiero empezar por aquella Medina de fines del XVIII y comienzos de XIX, cuando desde la Cámara de Comercio de Granada, a instancias de López Rubio, entre el Ayuntamiento y la sociedad que integraban quienes hacían fortuna con el azúcar y los ingenios de la vega, se lanzaron a imitar las grandes bulevares de París, trasunto del Tercer Imperio francés, como hacer más moderna y más fácil de comunicar con la estación de ferrocarril de la avenida. de los Andaluces, recién inaugurada, como las aspiraciones de la unión rápida con el puerto de Motril, esto último nunca llevado a buen término.

En esta primer aventura urbanística, que se encargaría de destruir palacios como el de Cetti Meriem, los Seises, la casa de Diego de Siloé, de Bazán, entre otros muchos, para hacerle la competencia a la calle Elvira, hasta entonces eje comercial, dejando sin hogar a numerosos obreros y menestrales, mientras en esa nueva calle, llamada Gran Vía de Colón, sería ahora el hogar de militares, banqueros e industriales que se habían enriquecido, además de la aristocracia ya algo decadente.

En esta Gran Vía de Colón se levantaron palacios como el de los Müller, emparentados con los Rodríguez Acosta, de corte historicista y por un egregio arquitecto, Casas, el edificio del Americano, donde los grutescos, la forja y los balaustres, recordaban construcciones de Barcelona, más modernistas. El primer edificio que se erigió en esta  nueva vía fue la Iglesia del Sagrado Corazón, mezcla de estilos y con datos del gótico, fachada de ladrillo, sus dos torres y la coronación en piedra. Los edificios de La Paz y del banco Central, hoy de la Caja Rural de Granada, esquina con Reyes Católicos, eran fiel reflejo de destacadas obras urbanas de París. Mientras que en las cercanías del Triunfo, sus jardines darían paso a la Normal, de estilo mudéjar y que vendría a inaugurar don Niceto Alcalá Zamora, cuando en frente se levantó el Instituto Padre Suárez, mezcla de renacimiento y clasicismo, sin dejar atrás el edificio neoclásico del banco de España o la Casa de la Perra Gorda.

A esta convulsión urbana, eméritos intelectuales como Angel Ganivet, Paula Valladar y más tarde García Lorca, clamarían por el destrozo hecho en la antigua Medina, por los palacios que fueron derruidos y por la transformación de sus calles medievales, como de la nueva orientación urbana que emprendía la ciudad..
Ya en la Dictadura de Primo de Rivera, y como es norma en este modo de gobernar, que busca atraerse al obrero por la obra pública que se organiza y al inversor por los grandes caudales que manejan, se trazó el nuevo plan urbano, cuyo testigo recogió Gallego y Burín a partir del año 38, fecha en que es nombrado alcalde de Granada, y por su formación en Bellas Artes, intentará conciliar las normas emanadas por el Franquismo y la necesidad de conservar la ciudad que tanto ama.

Aún cuando la obra de la Gran Vía de Colón pudiera tener sus detractores en la intelectualidad granadina, buena parte de sus construcciones dotaron de una nueva imagen, más moderna, aunque el paisaje de la Alhambra y su vega todavía seguía libre de la especulación que lustros después le sucedería.

Es sorprendentemente bajo el Plan de alineaciones de 1951, resumen legal y gráfico del período municipal de Gallego y Burín, que fija el vial Arabial como límite de la ciudad y su vega, con la dualidad de la ciudad pintoresca y alta con la ciudad baja o monumental, que el despojo a un skyline único comenzará a dar sus primeros pasos
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Antes de seguir, conviene reseñar que el ayuntamiento que presidió Gallego y Burín fue por primera vez el promotor de una reforma contundente, interviniendo en todos los niveles y financiando las distintas fases del proyecto hasta su privatización. Administrativamente la reforma de La Manigua, cuyo mayor exponente es la calle Angel Ganivet, es bien distinta a experiencias privadas como la reforma de la manzana del Café Suizo o de la Reformadora Granadina y su intervención en la promoción y ejecución de la Gran Vía de Colón.
Es pues, el Plan de Alineaciones, la herencia que los sucesores de este erudito alcalde, interpretarán con desigual fortuna. Juan Ossorio Morales (1951-53), Manuel Sola Rodríguez Bolívar (1953-68), Jose Luis Pérez Serrabona (1068-76) y Antonio Morales Souvirón (1976-79). Todos estos alcaldes cubren los 40 años del régimen de Franco y se ajustan sus nombramientos y ceses a las crisis de gobierno nacionales.

El plan fue un alivio para la penuria de recursos económicos del ayuntamiento, como también la herramienta para el destrozo que se avecinaba y el enriquecimiento de los afines a los dirigentes de entonces.
Mientras que Juan Ossorio Morales intentó enfriar el endeudamiento dejado por Gallego y Burín, Sola y Pérez Serrabona se emplearán en promociones urbanísticas a fin de obtener plusvalías resultantes de acumular suelo edifiicable y venderlo a constructores, amén de las onerosas licencias municipales. Conocidas son sus intervenciones en Gran Vía-Pavaneras, barrio de San Lázaro, Calvo Sotelo, Triunfo y Recogidas, aún cuando la prolongación de la Gran Vía con san Matías, no tuviera gran éxito para Pérez Serrabona
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Con la Ley de Reforma de haciendas Locales y el despegue económico del país en los años 60, además de la Ley del Suelo de 1956, la veda se abre para los proyectos en la Chana y el Zaidín.

El simbolismo de Gallego y Burín frente al empirismo de Sola, que da prioridad al pragmatismo financiero sobre cualquier consideración histórica, seguirán cooperando con el despojo de la Medina granadina y la mayor incursión en la Vega, mientras Pérez Serrabona emprenderá una política de destrucción de la identidad figurativa de Granada.

Gallego y Burín procuró actuar dentro de la legalidad urbanística y de las disposiciones que le llegaban de la jefatura nacional de Urbanismo, aunque por su vena artística, hizo todos los esfuerzos necesarios para que la ciudad recuperara un mayor valor edilicio en plazas y monumentos, que supo ubicar donde más realce tenían. Fuente de Bibrambla, plaza de Santo Domingo, Pasiegas, monumento a Alonso Cano, actuaciones en el Albayzín y su gran obra, un tanto discutida, la Manigua.

Aún cuando la legislación franquista sobre urbanismo no surtirá efecto hasta el año 1956, los primeros esbozos del pensamiento de Gallego y Burín, de los años 1919 y 1921, aparecerán en la publicación regional Renovación y en el Noticiero Granadino. En ellos destaca sus dos puntos cardinales: la cuestión administrativa y política como las enseñanzas de Angel Ganivet en su obra Granada la bella, con los tintes regionalistas y autonómico por su pertenencia al movimiento político de Cambó, que se verán refrendados de manera erudita y autoritaria en sus tres actuaciones principales: Camino de Ronda, La Manigua y el Embovedado.

Cuando hoy uno rememora el discurso que dirigió a sus huestes femeninas de Falange: “El valor supremo de Granada reside en mantener limpia y clara, su espléndida silueta de ciudad de turismo y arte, un valor de universalidad y de arte no comparable a ningún otro”, y constata el modo en que ha sido hollada la vega, se levantan a distintas alturas, con preponderancia del hormigón, pantallas que nos tapan la vista de esa silueta amada, desde la circunvalación, en la Huerta de San Vicente, nadie se puede abstraer del tráfago incesante de vehículos y del ruido ensordecedor, que ya nunca más hará posible oír desde este paraíso la campana de la Vela o la sinfonía del eco que arrastraban las de la Catedral, San Jerónimo, San Juan de Dios, Perpetuo Socorro, San Justo y Pastor o la misma Magdalena

Tras su paso, Gallego y Burín constataría conmigo que el “ladrillo” lo había acaparado todo, pero con un gusto despreciable, donde arquitectos como Miguel Olmedo Collantes, como cuantos le han sucedido, sólo han hecho que plegarse a las élites granadinas que movidas por su afán de lucro incesante nada les ha importado la armonía de la ciudad nasrita, barroca y renacentista, a pesar de algunas obras destacadas en el centro de la ciudad y aprovechando la reforma de La Manigua.

Aún hoy día, en este preciso momento, se siguen levantando edificios de mal gusto y máximo aprovechamiento, que tapian aún más si cabe el horizonte de nuestra Alhambra o centros comerciales que, además de hundir más al pequeño comercio local, están acabando con lo poco que queda de nuestra Vega.
Si la Manigua, el embovedado desde Puerta Real y el camino de Ronda, proyectos que se alumbraron con la Dictadura de Primo de Rivera o bajo la República, mientras que pocas eran las viviendas protegidas en las Eras de Cristo, la Cartuja o alguna que otra vivienda para mutilados y funcionarios en la carretera de la Sierra o hacia Pulianas, se hicieron realidad bajo el mandato autoritario de Gallego y Burín, lo que le siguió y lo que ha ocurrido en estos años del boom de la construcción, sólo ha servido para seguir dañando la imagen edilicia de una ciudad única, que quienes hemos tenido la fortuna de conocer y corretear libremente por sus calles, hoy tememos que nuestros hijos y nietos, no puedan encontrar ya la singularidad que tuvo desde su creación, ya que la especulación, los intereses bastardos y la desidia ciudadana, como el silencio cómplice de universitarios granadinos y de las élites intelectuales de la sociedad, dan lugar a que la destrucción siga su curso  lo mismo que la degeneración urbana y arquitectónica.

Con algo más de perspectiva histórica, se tendrá que analizar la gestión de los alcaldes del período democrático, a saber: Juan Tapia Sánchez, PSOE (1979-79), Antonio Camacho García, PSOE (1979-79), Antonio Jara Andréu, PSOE y CajaGranada (1979-91), Jesús Quero Molina, PSOE y CajaGranada (1991-95), Gabriel Díaz Berbel, PP y CajaGranada (1995-99), José Enrique Moratalla Molina, PSOE (1999-2003) y José Torres Hurtado, PP (2003-2016), sobre todo Jara y Torres Hurtado, que tanto en Caja Granada como en el Ayuntamiento, han tenido una gran responsabilidad en la ruina de la entidad bancaria como en los casos de corrupción urbanística del llamado asunto Nazaríes, por parte de este último y de un enorme período de especulación urbanística. 


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