viernes, 3 de junio de 2016

HIJA DE LA MANIGUA. DE ISABEL SANCHEZ BALLESTEROS. EDICIONES DAURO

Hija de la Manigua de Isabel Sánchez Ballesteros. Ediciones Dauro

Hija de la Manigua es una novela sobre la Granada de finales del siglo XVIII hasta comienzos del XX, que, dividida en dos partes, la primera llamada Flores del Cinamomo y la segunda, Días de acíbar y azúcar, nos va desvelando los tristes avatares de Soledad. Primero en su pueblo natal, donde queda huérfana y un pariente lejano además de violarla, abusará de ella y terminará conduciéndola a la Manigua, barriada que en las cercanías de la carrera del Darro y en el límite de la calle San Matías, la plaza del Carmen y la calle Navas, existió entre el vericueto de sus calles ancestrales, casas que se dedicaban al oficio más viejo de la humanidad, la prostitución.

En este lóbrego lugar, donde la luz a duras penas llega, por la estrechez de sus calles, Soledad ejercerá su oficio de meretriz, junto a otras dos compañeras, cada una con su apodo correspondiente, en el caso de Soledad, el de limones, que por aquella banasta de preciados limones que un chavea de su triste infancia le dejó en recuerdo de sus primeros y mutuos sufrimientos y por la simpatía que en ambos engendró. También, como no, por esos senos turgentes y sumamente apreciados por su variopinta clientela.

Es por estos pagos donde se quedará embarazada y, a pesar de no saber quien fuera el padre, que entrará en escena su hija Lorenza, quien se encarga de hacer el relato de esta novela y quien, además, nos irá mostrando a Soledad, a los personajes que desfilan por la casa del comercio sexual y báquico, como retazos de aquella ciudad, que las flores de un cinamomo en el patio trasero de la casa, ponen la nota perfumada de color y esperanza cada nueva primavera.

Ya en el segundo capítulo, tras la muerte de Soledad, por la sífilis y el soportar a esa clientela que, en su mayoría la denuestan, la vejan  y la tratan como un desecho humano que, habiendo tenido siempre conciencia para que su hija Lorenza nunca pudiera seguir sus pasos, a pesar de que hubo quien lo intentó y Soledad la defendió como si fuera una loba, logrará que su hija sea recogida en una organización católica, tras el juramento de la alcahueta de la casa, y que, posteriormente pasara al servicio de Clotilde, una viuda, residente en la placeta de la Trinidad, de holgada posición económica, que junto a los Barahona de la placeta de los Lobos, irán, en sus paseos, mostrando la nueva Granada, informándole de la historia y pasado, como de estimularla a mejorar sus propia condición de servidumbre.
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De nuevo, Lorenza, irá, cada vez más, dándonos a conocer su propia historia, sus pequeñas desventuras y su gran amor por el señorito Eusebio, pariente de donde ella presta servicio, con quien en las choperas del río Genil y en la calle San Antón, verá colmada su ansiedad de amar.

Las calles de Granada, sus edificios, los que hoy todavía podemos contemplar, como aquellos otros que desaparecieron para abrir la Gran Vía, irán tejiendo la historia de este segundo capítulo, cuyo eje principal es la Gran Vía, afín también con el cambio que ella experimenta, con el abandono de aquel barrio de La Manigua, por esta nueva e imponente arteria, que quiere emular los grandes bulevares de París, aún cuando haga desaparecer palacios y casas señoriales como las de Diego de Silóe o de Cetti Meriem, entre otras.

Es la gran riqueza que llega a los terratenientes granadinos por medio del azúcar, que se explota en su fértil vega, donde son innumerables las chimeneas y los ingenios que se levantan para extraer jarabes, licores o simplemente azúcar
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En este trasegar del tiempo, su amado desaparecerá repentinamente, razón por la que atenderá la petición de mano de un pariente de la cocinera de la casa, Ramona, que también, por diciembre, al igual que su madre Soledad, en este caso su esposo Manuel, fallecerá, en las cercanías del Salón, pateado por un caballo al que él intentó apaciguar, mientras se tomaba un respiro en su nuevo empleo de conductor de tranvía.

Su amor por Eusebio, su único y verdadero amor, lo conservará siempre en el corazón, aún después de conocer la triste noticia de que había fallecido poco después de su partida,  allá por 1898 en Cuba, en fechas del desastre y de los enfrentamientos de los españoles con los criollos por la independencia de la isla.

Antes de casarse con Manuel, ya había obtenido el grado de maestra en la Normal, que ya viuda, terminó de completar para dedicarse a la enseñanza, motivo por el que nos va mostrando los avances de la construcción de la nueva y gran vía de Colón, como los ligeros avances sociales y el discurrir de Granada.

Novela muy útil para pasearse de la mano de Lorenza por calles y plazas de Granada, que quien ha tenido la fortuna de conocer muchos de los rincones que ella va enumerando paulatinamente, según el discurrir de la trama de la novela, nos van mostrando la geografía humana  de la sociedad granadina de estos últimos siglos
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Quien es nativo de Granada, como quien quiera acercarse a conocer su pasado, puede encontrar en esta novela un momento entrañable del pasado de esta bella ciudad, recordando a la par que va leyendo, paseando también en cada renglón, por el paisaje, como por el disfrute de antiguas palabras ya en desuso, que su autora tiene la habilidad de insertar, como de poner un índice para mostrar su significado.

Hoy La Manigua ya no existe, quienes tuvimos ocasión de conocerla como un lugar de pecado, con sus recovecos y aquella mujer morena reprendiendo al aprendiz de mi abuelo por pasearme tan pequeño por aquel dédalo de calles, en el sillín de una bicicleta de reparto, como años después en la mocedad,  el lugar de iniciación de la virilidad y hombría de las pandillas de amigos y de los estudiantes, siempre conservaremos el recuerdo de lo prohibido, como de la singularidad de unas casas y calles que han dejado paso a los bares, las terrazas, el ruido y el alcohol.

La Gran Vía de Colón, sin embargo, antes lugar preeminente del comercio y de las viviendas señoriales, hoy vive aletargada, con la majestuosidad de sus edificios historicistas y un final de calle con la obra más fea que se haya podido permitir en ciudad alguna, el edifico Santander, a espaldas del monumento a los Reyes Católicos y Colón, que confío que, al igual que la picota se hizo cargo de palacios y de la misma Manigua, por fin se cebe con este adefesio y permita que desde la Gran Vía, desde la esquina de los antiguos almacenes la Paz, se puedan contemplar las cumbres nevadas de nuestra Sierra.


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