GRANADA DESPIDE A UN HIJO ILUSTRE, DE LA SAGA DE LOS CARMONA

Un fiacre también enlutado, tirado por doce equinos de pura
raza árabe, uno por cada mes del año, con nombres de los cuatro puntos cardinales y
de vientos insondables, golpean
intermitentemente con sus cascos el empedrado de Puerta Real, haciendo saltar chispas de forja, mientras
aguardan piafantes y el vapor de sus húmedos ijares, anca y grupa se escamotea
en el aire frío de una tarde otoñal,
entre los brocados negros que lucen.
En el pescante, un atildado
cochero todo de frac y coronado con su sombrero de copa alta, sujeta con sus
guantes negros el tiro de cuero, esperando la orden de la puesta en marcha de
la comitiva.
El fiacre está abierto y sus cortinajes y crespones, amarrados a las cuatro columnas que soportan
el templete, que cubre un féretro de
madera de roble, con una cruz de plata en su cabezal, que pone una nota de
color madera en el sepelio.
Detrás de la comitiva, presidida por el arzobispo, con todo
el boato para la ocasión, los monaguillos y los presbíteros de la catedral, al
enorme cortejo se le unirá, a la altura
de la plaza del Carmen, el alcalde con la banda y la vara de mando que ostenta,
con los demás ediles y la pompa de un día de Corpus. Seguirán por Reyes
Católicos, donde la muchedumbre se irá enracimando por las aceras, entre el
silencio y el murmullo general y las innumerables coronas que perfuman el paseo.
Dejan a un lado y otro, la Gran Vía de Colón y la estatua del almirante y su
reina. Pasarán por la Iglesia de santa
Ana, a la sombra de la Torre de la Vela, con su lúgubre repicar de campanas, y enfilarán la acera del Darro, entre el
lamento de los deudos, las velas de los innumerables acompañantes, en su
mayoría la grey gitana del Zacatín, que hoy abandonan perseguir al forastero
para endilgarle un ramito de retama o leerle la buena suerte, además de toda la
corte de pedigüeños de Granada, en la que destaca por su delgadez y su físico de tunante, el rubio del
Sagrario, con su lata y su aire lastimero, o el negro de Guinea, que a la puerta de la catedral te informará
del horario y de la secuencia de la misa, o la anciana y el hijo del Perpetuo
Socorro cual figuras de Botero, o los varios que detrás del ábside de San
Jerónimo se juntan para su colación de vino y de siesta, a la sombra de los
naranjos, y aquellos que duermen en los cajeros de los bancos. Hoy saben que su
llanto fingido, el arrastrar de sus pasos, sus hays y sus aves marías
entrecortados, cuando lleguen al Puente del Aljibillo, después de haber dejado
atrás el de Chirimías y enfilado el Paseo de los Tristes, merecerá justa
recompensa. Recibirán un puñao de chavicos, en forma de euros, que servirán para calentar su siempre
escuálido cuerpo y su reseco estómago, además de apagar los velones y dar por
terminado el desfile.
En el pretil del Dauro, frente a la cuesta del Chapiz, los
familiares despedirán a las autoridades,
que mazas al hombro dirán adiós a su famoso paisano, después de que
el arzobispo le haya dicho el último responso al finado y sus bendiciones, y el fiacre como la muchedumbre tome camino de
regreso a Plaza Nueva.
.
Tras un breve descanso, el féretro será portado a hombros
entre los más jóvenes, por. la Cuesta de los Chinos, entre el rumor del agua
que apresurada desciende por los arriates, para unirse en matrimonio con su
amado Dauro, que hoy arrastra las
primeras hojas del otoño de madroños, abedules,
adelfas, aligustres, acacias, árboles del paraísos y árboles del amor, que
pueblan los jardines de la Alhambra.
La escasa comitiva que queda se detiene en numerosas
ocasiones, toman aire, algunos encienden un pitillo, respiran hondo y blasfeman entre dientes por sus antepasados,
mientras el anciano Carmona, aquel del cante, de la guitarra, del jolgorio y de
tantas zambras, pasea ahora su mirada oscura, mecido en la lenta y angustiosa
subida, por los recuerdos de aquel camino de la Fuente del Avellano, del Sacromonte
frontero o del Albayzín parsimonioso y encalado.
El, con su mirada perdida en el océano de sus recuerdos ya
anochecidos, volverá a dar su postrer paseo entre los adarves de la Torre de
los Picos, Torre de la Cautiva, Torre de las Infantas, a la vera del Generalife
y en la Torre del Agua. Allá en la Mimbre, como aquellos otros paisanos que a
lomos de unos negros caballos de hierro,
que en el mismo lugar en el 36 decían adiós a su amada Ciudad, y antes
un rey moro , cuando le daba la espalda
a la Puerta de los Siete Suelos, o todo un Emperador flamenco se quedaba
prendado de tanta belleza, ese arte de mi compatriota, recostado, cerrará para
siempre sus ojos, antes de que su cuerpo repose en el campo santo de San José,
aquel de la Maqbarat al-Guraba
.
Yo también hubiera querido llegar a tiempo para recorrer con
ellos ese camino, también me hubiera gustado que siempre que nos deja un
compatriota de talla universal, como es esta familia de tanto arraigo con
Granada, la ciudad le rinda los honores que siglos atrás sabían otorgar en el
momento de su despedida terrenal y que mejor que hacerlo con la magnificencia,
la pompa y la gracia que siempre atesora esta tierra, sobre todo para que el
finado pueda dedicar una última mirada al paraíso terrenal del que se despide,
que menos que concederle ese último paseillo.
Juan Habichuela, descansa en paz.
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