sábado, 2 de julio de 2016

GRANADA DESPIDE A UN HIJO ILUSTRE

GRANADA DESPIDE A UN HIJO ILUSTRE, DE LA SAGA DE LOS CARMONA

Toda la ciudad se ha puesto de luto, los familiares más cercanos lo hacen de pies a la cabeza. La mayoría destacan por su prominente nariz de meteco o egipcia, su pelo azabache y tan negro como su misma  mirada. Pero en sus manos y en su corazón bulle el arte que secularmente anidó en las cuevas del  Sacromonte, para tratar el cobre de su modesto ajuar, confeccionar una silla de anea con el esparto que humedecen en la ribera del Dauro, colocar con mimo las herraduras de una caballería, en la esquina de la acera de Canasteros, negociar sin descanso con un payo por la venta de un burro, delante de la fuente de San Juan de Diós,  o templar una guitarra y lanzar al viento un quejío melodioso desde lo más profundo de su ser, mientras una gitana revolotea alrededor como si fuera una mariposa en trance.

Un fiacre también enlutado, tirado por doce equinos de pura raza árabe, uno por cada mes del año,  con nombres de los cuatro puntos cardinales y de vientos insondables,  golpean intermitentemente con sus cascos el empedrado de Puerta Real,  haciendo saltar chispas de forja, mientras aguardan piafantes y el vapor de sus húmedos ijares, anca y grupa se escamotea en el aire frío de una tarde otoñal,  entre los brocados negros que lucen.  En el pescante,  un atildado cochero todo de frac y coronado con su sombrero de copa alta, sujeta con sus guantes negros el tiro de cuero, esperando la orden de la puesta en marcha de la comitiva.

El fiacre está abierto y sus cortinajes y crespones,  amarrados a las cuatro columnas que soportan el templete,  que cubre un féretro de madera de roble, con una cruz de plata en su cabezal, que pone una nota de color madera en el sepelio.

Detrás de la comitiva, presidida por el arzobispo, con todo el boato para la ocasión, los monaguillos y los presbíteros de la catedral, al enorme cortejo se le unirá,  a la altura de la plaza del Carmen, el alcalde con la banda y la vara de mando que ostenta, con los demás ediles y la pompa de un día de Corpus. Seguirán por Reyes Católicos, donde la muchedumbre se irá enracimando por las aceras, entre el silencio y el murmullo general y las innumerables coronas que perfuman el paseo. Dejan a un lado y otro, la Gran Vía de Colón y la estatua del almirante y su reina.  Pasarán por la Iglesia de santa Ana, a la sombra de la Torre de la Vela, con su lúgubre repicar de campanas,  y enfilarán la acera del Darro, entre el lamento de los deudos, las velas de los innumerables acompañantes, en su mayoría la grey gitana del Zacatín, que hoy abandonan perseguir al forastero para endilgarle un ramito de retama o leerle la buena suerte, además de toda la corte de pedigüeños de Granada, en la que destaca por su delgadez  y su físico de tunante, el rubio del Sagrario, con su lata y su aire lastimero, o el negro de Guinea,  que a la puerta de la catedral te informará del horario y de la secuencia de la misa, o la anciana y el hijo del Perpetuo Socorro cual figuras de Botero, o los varios que detrás del ábside de San Jerónimo se juntan para su colación de vino y de siesta, a la sombra de los naranjos, y aquellos que duermen en los cajeros de los bancos. Hoy saben que su llanto fingido, el arrastrar de sus pasos, sus hays y sus aves marías entrecortados, cuando lleguen al Puente del Aljibillo, después de haber dejado atrás el de Chirimías y enfilado el Paseo de los Tristes, merecerá justa recompensa. Recibirán un puñao de chavicos, en forma de euros,  que servirán para calentar su siempre escuálido cuerpo y su reseco estómago, además de apagar los velones y dar por terminado el desfile.

En el pretil del Dauro, frente a la cuesta del Chapiz, los familiares despedirán a las autoridades,  que mazas al hombro dirán adiós a su famoso paisano, después de que el arzobispo le haya dicho el último responso al finado y sus bendiciones, y   el  fiacre como la muchedumbre tome camino de regreso a Plaza Nueva.
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Tras un breve descanso, el féretro será portado a hombros entre los más jóvenes, por. la Cuesta de los Chinos, entre el rumor del agua que apresurada desciende por los arriates, para unirse en matrimonio con su amado Dauro,  que hoy arrastra las primeras hojas del otoño de madroños,  abedules, adelfas, aligustres, acacias, árboles del paraísos y árboles del amor, que pueblan los jardines de la Alhambra.

La escasa comitiva que queda se detiene en numerosas ocasiones, toman aire, algunos encienden un pitillo, respiran hondo y  blasfeman entre dientes por sus antepasados, mientras el anciano Carmona, aquel del cante, de la guitarra, del jolgorio y de tantas zambras, pasea ahora su mirada oscura, mecido en la lenta y angustiosa subida, por los recuerdos de aquel camino de la Fuente del Avellano, del  Sacromonte  frontero o del Albayzín parsimonioso y encalado.

El, con su mirada perdida en el océano de sus recuerdos ya anochecidos, volverá a dar su postrer paseo entre los adarves de la Torre de los Picos, Torre de la Cautiva, Torre de las Infantas, a la vera del Generalife y en la Torre del Agua. Allá en la Mimbre, como aquellos otros paisanos que a lomos de unos negros caballos de hierro,  que en el mismo lugar en el 36 decían adiós a su amada Ciudad, y antes un rey  moro , cuando le daba la espalda a la Puerta de los Siete Suelos, o todo un Emperador flamenco se quedaba prendado de tanta belleza, ese arte de mi compatriota, recostado, cerrará para siempre sus ojos, antes de que su cuerpo repose en el campo santo de San José, aquel de la Maqbarat al-Guraba
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Yo también hubiera querido llegar a tiempo para recorrer con ellos ese camino, también me hubiera gustado que siempre que nos deja un compatriota de talla universal, como es esta familia de tanto arraigo con Granada, la ciudad le rinda los honores que siglos atrás sabían otorgar en el momento de su despedida terrenal y que mejor que hacerlo con la magnificencia, la pompa y la gracia que siempre atesora esta tierra, sobre todo para que el finado pueda dedicar una última mirada al paraíso terrenal del que se despide, que menos que concederle ese último paseillo.

Juan Habichuela, descansa en paz.

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