EL MANUSCRITO CARMESÍ, DE ANTONIO
GALA
-¿Qué castillos son aquellos?
Altos son y relucían.
-El Alhambra era, señor,
Y la otra la mezquita….
Romance de Abenamar
“Granada es mucho más que una
ciudad y mucho más que un reino, es una forma de haber sido, una forma de estar
siendo, una forma de llegar a ser”
Del libro El
manuscrito carmesí, de Antonio Gala
Cuando los arqueólogos
franceses descubrían con asombro, entre
las paredes de la Mezquita de al Karouine en Fez, los varios montones de
papiros y de libros allí ocultos, lo que más atrajo su atención eran los
legajos de manuscritos redactados sobre papel carmesí, el mismo que la
cancillería del antiguo reino de Granada, de la dinastía nazarí, utilizaba para
su correspondencia.

Es pues el diario que en boca
del último rey de Granada, el insigne literato andaluz Antonio Gala, nos irá
desvelando la historia de aquellos trágicos y aciagos días para una cultura que
desaparecía bajo las pisadas cristianas, el declive musulmán, como las pasiones
que por la propia sensibilidad sexual de su autor, aparecerán mostrando el
perfil sensorial del biografiado como de su amanuense.
Todo el libro, tanto en su
vertiente historicista, literaria, filosófica como sentimental, nos llevará por
los jardines de la Alhambra, el incipiente jardín en la alcazaba de Andarax, como por los
diversos incidentes, su encarcelamiento en el castillo de Porcuna, que se alza sobre una roca; los rehenes, escogidos
entre las familias más ilustres de ese reino. La lucha interior por una vida acorde con la
paz de los sentidos, frente a unos reyes cristianos que han decidido su
expulsión, unificando bajo la cruz a todos sus moradores, aún cuando desde los
almohades, con su ortodoxia, siempre perjudicial y sus pretensiones de pureza
religiosa, a la que los andaluces ni estuvimos acostumbrados nunca, ni
llegaremos nunca a acostumbrarnos, cuando tanto él como sus antepasados sólo
tienen sangre granadina y luchan con denuedo por conservar el patrimonio
heredado en ocho siglos de pervivencia cultural y religiosa en la Sabika, donde
también convivieron con judíos y, en tiempos remotos, lo hicieron también con
cristianos. Tenían pues más afinidad con los cristianos de la Península que con
los musulmanes africanos.
Es pues un libro amargo, pues quienes eran los
poseedores de ese reino culto, sus moradores de antiguo, sus cultivadores,
serán expulsados de su hogar y del de sus antepasados.
“Si tú quieres Granada,
Contigo me casaría
Lo que temí perder ya lo he
perdido;
Lo que esperé ganar ya no lo
espero”
Por sus páginas desfilarán
Faiz, el jardinero; Ibrahim, el médico judío;
su tío Yusuf, el gordo o su otro tío Abu Abdallah, el Zagal. La
presencia insomne de su madre Aixa al Horra, como la tierna y devota de su
esposa Morayma, la hija del gran caudillo Aliatar, quien le dirá que “aunque
dejases de amarme, nunca me podrías arrebatar el privilegio de haber sido ya
amada” El negro Muley. Su escasa cercanía con su padre Muley Hacén o su esposa
Soraya. Farax, su hombre de confianza y su amado, de quien dirá: “es una
identificación , una unión plena de amistad que, de vez en cuando, se expresa
en una unión de cuerpos. Es así con Farax, y es así con Moraima”. Como los
edecanes traicioneros de sus ministros, los Aben Comisa, al Maleh o el faquí el
Pequení. Su amistad con el gran capitán, don Gonzalo Fernández de Córdoba, en
sus tres años de cautiverio en Porcuna, Moclín y Córdoba. Como de su querido can Hernán, que
le acompañará en el infortunio. También nos mostrará a su hermano Yusuf, como
de la manera en que le será cortada la cabeza por la misma disidencia granadina,
o de banderías, que también se daban en el campo cristiano entre el cabeza del
marquesado de Medina Sidonia y el de Cádiz, Ponce de León
También nos irá dando
pinceladas del espíritu de los granadinos de ayer, no muy distinto al de los de
hoy cuando dice: “para los andaluces, la religión es más que nada una cuestión
de liturgia”
Qué decir de su poesía y de
sus constantes enseñanzas:
“Las flores son la sonrisa de
Dios, la mejor prueba de su bondad; la belleza que, al ser superflua, es
doblemente bella. Ellas son el único testimonio indiscutible de que podemos
tener esperanza”
“La mayor diferencia que
existe entre los cristianos y nosotros no es la religión, sino la forma de
entender y de vivir la vida”
O de su canto a la paz, que
nunca tuvo:
“La paz es la tierra en la que
crecen nuestros hijos, y en la que nosotros somos de verdad nosotros mismos; es
la rosa en la que caben todas las primaveras y la auténtica benignidad de Dios;
la huerta que trabajamos con sudor y cultivamos , y en la que hemos sembrado la
esperanza”
Y sigue clamando por la paz
que nunca conoció:
¿Por qué no puede conseguirse
la paz sino con las armas? ¿Por qué las causas más hermosas son las que no
pueden defenderse por si mismas? Son los pacíficos quienes tienen que defender
la paz; pero ¿Quiénes son los pacíficos”
A su pesar el siguió
galopando, cuando lo que más deseaba era coger una rosa en su Partal, al
socaire de Sierra nevada.
“Soy igual que un caballo que
en la carrera ha perdido a su jinete, y escucha una voz que le dice: “Galopa”
“Pero, ¿hacia donde; en donde está la meta? “Tú galopa”, le ordenan. Y galopa a
ciegas, sin porqué ni para qué, sin saber quién lo mira, ni quién le habla, ni
qué se aguarda de él”
La habilidad militar de
Fernando y la persuasión de Isabel en un mismo designio, lograrán que el
declive de un viejo reino como el de Al Andalus, vaya siendo reducido en pocos
años a las inextricables murallas de Granada, lugar de ensueño para los
cristianos, de ocaso para los musulmanes y de nuevas conquistas para un reino joven
que se ve premiado con el descubrimiento de nuevas tierras más allá del finis
terra y de epopeyas en tierras italianas
y de Flandes.
“¿Qué mansiones son éstas que
a un triste no responden?
¿Es que han ensordecido , o es
que son sólo ruinas?
Regresad, regresad a aquella
venturosa e inolvidable tarde;
porque si hubiesen muerto
estas moradas, nosotros moriríamos.”
Y tras muchas dilaciones, desde la Torre de
Comarex, después del último adiós al palacio que erigiera Muhammad V, leía en la taza a lomos de los leones: “a tan
diáfano tazón/tallada perla/por orlas el aljófar remansado/y va entre
margaritas el argento/fluido y también hecho blanco y puro/Tan afín es lo duro
y lo fluyente/que es difícil saber cuál de ellos fluye”, mientras la delantera
del ejército castellano subía por el camino de los pozos, formada por el
alcaide de los Donceles, junto al duque de Alburquerque y los mariscales. El
maestre de Santiago con los caballeros de su orden y casa y la Hermandad. Las
tropas de los duques de Plasencia y Medinaceli. El marqués de Cádiz con la
gente de Gonzalo Mejía. El conde de Ureña y don Alonso de Aguilar. La gente del
arzobispo de Sevilla y las de Pedro de Vera y las del alcaide de Morón. El
duque de Medina Sidonia. El maestre de Calatrava. El conde de Cabra. El cardenal
don Pedro González de Mendoza. El duque de Näjera. El conde de Benavente. El
alcalde de Atienza y don Alvaro de Bazán. La batalla real la formaban un
nutrido grupo de lanzas y peones gallegos, asturianos, vizcaínos y montañeses,
contingentes de Sevilla y de Córdoba. 400 caballeros continuos y gente de corte
de sus altezas. La custodia y guarda del fardaje estaba a cargo de 200
jerezanos y una nutrida dotación de infantes. A la zaga iban Francisco de
Bobadilla con la gente de Jaén y de Andújar, y Diego López de Ayala, con la de
Ubeda y Baeza. La artillería entró en Granada por distinto camino, marchaba
escoltada por gran número de escuadrones y peones y mandada por el maestre de
Alcántara, el conde de Feria, Martín Alonso, el alcaide de Soria, Henao y Lope
Hurtado
Todo nos decía ya adiós.
Partimos de Granada el día 25 de enero. Aún no había amanecido y en la memoria
los versos de Ibn Zamrak:
La Sabica es una corona sobre
la frente de Granada
En la que aspiran a engarzarse
los astros
La Alhambra -Dios la guarde hasta el fin-
es un rubí en la cimera de la
corona
Su trono es el Generalife; su
espejo la faz de los estanques;
sus arracadas son los
aljófares de la escarcha
Granada, pensará Boabdil, es
para él lo mismo que su primer amor, que fue Jalib, alguien a quien se ama y
que se deja amar, pero a quien le es imposible correspondernos
Había tenido que dejar a sus
dos hijos y 500 andaluces como rehenes en manos de las huestes de los
castellanos, para evitar cualquier levantamiento.
“Aquel funesto día en que me
obligaron a alejarme de ti, acosado
por la adversidad
no hacía sino mirar hacia
atrás en el viaje de la separación
Hasta que me preguntó mi
compañero: “¿Qué es lo que te has dejado?”
“Apretaba el paso de mi
caballo, cuando escuché voces que me suplicaban hacer una pausa. Yo no quise
volver el rostro; no quise ver Granada una vez más; no quise sentir, como una
espada de fuego, la expulsión del Paraíso. Yo oí los alaridos de las mujeres,
sus plañidos que trenzaban y se reforzaban unos a otros igual que enredaderas.
Se despedían del lugar del mundo sin el
que no concebían sus vidas. Éramos ya los desterrados. Yo no quise volver la
cara más; no quise ver Granada. Sentí que no iba a poder resistirlo y, sin escuchar
el parloteo con que Farax quería distraerme, espoleé mi caballo y me lancé al
galope para huir, cuanto antes de lo que yo había sido.”
Llegarían a la Alpujarra,
“frente al verde oscuro o el añil, frente a los azules violentos de las otras
sierras, la de Gádor tiene reflejos sonrosados. Es más blanda y más femenina.
Sus cerros son redondos, y hasta las grandes piedras que los forman son
benignas y suaves. Después de su estridente afirmación, muestra en ella la
Naturaleza su afabilidad.”
En la tranquilidad de su nueva
residencia de Andarax, aún sin sus hijos, se pregunta por qué unos se lanzan
contra otros porque sus formas de adorar a Dios son diferentes, cuando deberían
estar hechas para coexistir. Mientras recuerda que Ibn Arabi decía: “Mi corazón
es pasto para las gacelas, un convento para los monjes cristianos, un templo de
ídolos, la Kaaba del peregrino, las
tablas de la Torá y el libro del Corán. Practico la religión del amor, en
cualquier dirección que progresen sus caravanas, la del amor será mi religión y
mi fe” Si esto lo pudieran conocer hoy, en el siglo XXI quienes hacen de la
Xaría su axioma y su Guerra al infiel un permanente dolor.
Sus palabras proféticas se
siguen haciendo preguntas hoy día de actualidad, a saber:
“Me pregunto, -dirá-, como ha
sido posible alcanzar este punto de encarnizamiento de hoy. La religión en los
comienzos musulmanes de España, no
dividía. La guerra no era una cuestión esencialmente religiosa; los cristianos
andaluces combatieron a menudo contra los ejércitos del Norte al lado nuestro;
los del Norte enviaban a sus hijos a educarse entre nosotros, y casaban a sus
princesas con nuestros caudillos, más cuanto más notables” “¿No se habrán
tomado las religiones sólo como un pretexto?” “¿Combaten los castellanos por su
fe, o combaten por su subsistencia?”
“Con qué claridad veo que el
pueblo menudo y menesteroso no cree con sinceridad en su Dios, ni los grandes
señores en sus pueblos, ni los reyes en sus vasallos chicos o grandes, del
tamaño que sean”.
Ahora su tiempo libre lo
dedicará a la cetrería por las tierras de Dalías, Berja, Ugijar o Juviles, como
a leer los libros que se ha traído de la Alhambra. Encuadernados bellamente en
cuero rojo o azul con abrazaderas de plata cincelada. Usados y envejecidos por
el roce de manos que le precedieron. Todo está resumido y prevenido en esa
antorcha que va de mano en mano iluminando la tiniebla, que, sin embargo, el
cardenal Cisneros quemará en la hoguera de Birrambla, perdiendo siglos de
labor, de enseñanza y de luz para lo venidero. Así de siniestra era aquella
Iglesia que se convertía en el brazo político de un reino emergente.
Bejir, como alcalde de
Andarax, dirigirá dos cartas a los reyes de Castilla para que les devuelvan sus
hijos, cuando éstos ansían quitarse la piedra en el zapato que sigue
representando para ellos Boabdil y lo rodeen de espías.
Para él la vida le inundó las
manos de flores, pero olvidó entregarle un florero donde posarlas.
Los últimos Abencerrajes
vendrán a decirle adiós, han decidido cruzar el estrecho, pues la vida en
Granada es cada día más tensa y con más pérdida de los derechos pactados.
Los judíos han sido expulsados
y aquel andrajoso que deambulaba por el campamento de Santafe, ha descubierto
para estos reyes una nueva ruta para alcanzar Cypango y las especias, por
Occidente.
Aben Comisa viaja a Barcelona
y negocia con los reyes cristianos que Boabdil venda sus posesiones y pase a
Africa. Mientras en un accidente muere Farax, queda encinta Morayma, apenas si
se ve con su madre Aixa, que le culpa de todas las desdichas de los nazaríes.
Morayma ya con sus hijos de
vuelta de Moclín, donde estuvieron retenidos, creerá que el amor no es el
éxtasis, no el enloquecimiento, sino envejecer juntos, estropearse juntos
Ya ha vendido a Hernando de Zafra
sus posesiones y el Watasi, soberano de Fez, lo espera con los brazos abiertos.
El embarazo de Morayma es cada día más notorio. Han intentado envenenarlo, se
siente perseguido y espiado y todo le induce a acelerar esa partida, aunque
quieren que sea en esta tierra donde vea
la luz su próximo vástago.
En Mondújar, en el valle de
Lecrín, donde ya había enterado sus antepasados, se lleva el cuerpo sin vida de
su esposa y de su hija para darles sepultura. Ya nada puede retenerle en
Andalucía. Embarcará en Adra, con unos 1.200 fieles seguidores y servidumbre,
en dos carracas genovesas dispuestas libre de fletes por los monarcas
castellanos.
Su madre, también verá la
muerte en Africa, en una ceremonia digna de una sultana andalusí, en la
mezquita de Fez, después de pedirle a su hijo: “Cuando regreses a reinar a la
Alhambra, entiérrame en la rauda con los sultanes”
Ya pocos son los servidores
que le quedan, dos antiguos chiquillos granadinos huérfanos, Amin y Amina que
cuidarán sus últimos años, mientras se pasea por el vericueto de calles de la
medina y la porfía de los distintas tribus sigue en pie, o la fuerza de los
cristianos que ponen a saco Tremecen y Orán , mientras los turcos aspiran
también a crear un nuevo imperio, del que Boabdil dice:
“Abismos nos separan de los
cristianos, pero quizás haya entre muchos de ellos y nosotros menos distancia
que entre nosotros y los turcos. Granada no será nunca más Granada; nosotros,
que la hicimos, lo sabemos muy bien ¿Y puedo yo regocijarme que los otomanos pisen
la Vega y la Sierra Solera? En el nombre de Dios, como musulmán, sí, pero como andaluz, jamás.
Y, en el fondo, más que otra cosa alguna en este mundo –y en el otro, si lo
hay-, ¿qué soy, sino ANDALUZ?
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