martes, 3 de enero de 2017

AZAÑA, DE CARLOS ROJAS

AZAÑA, DE CARLOS ROJAS

Releer una vez más esta hermosa y brillante novela, que fuera premiada en 1973 con el Premio Planeta, probablemente en una de esas veces que el galardón otorgado lo merecía con creces y estaba sabiamente justificado, es volver a repasar los últimos días del insigne Azaña, quien ya no recuerda su nombre ni el del país que gobernó, magníficamente recreados por este barcelonés doctor en Filosofía y Letras, con pasajes relevantes del libro de Memorias y de la Velada de Benicarló del que fuera Presidente de la Segunda República española, en el que su autor y narrador se adentra ficticiamente en la personalidad de Azaña, con sus diatribas políticas y, sobre todo, con su lucha entre la inmortalidad y la fe en el hombre, así como su propia soberbia, fundada en su supremo conocimiento, cuando conversa con el recién nombrado obispo de Tarbes y Lourdes, Monseñor Jean-Pierre Théas que le visita en compañía de sor Ignace.

Reencontrarse con Azaña, aún en una novela que cualquier admirador de su obra hubiera querido para sí ser su autor, es de nuevo revivir la tragedia de España, que, sin embargo, esa cercana Guerra Civil nada nos ha debido enseñar suficientemente claro, ya que, en este siglo XXI, constatamos con Cataluña hechos que entonces hicieron padecer a este gran patricio y contribuyeron en la derrota de los republicanos , que aunque siempre teníamos constancia que el peor enemigo de un español es otro español, sin embargo en la visita de Negrín, aquel Presidente del Consejo que tuviera enclaustrado a su Presidente, se reconcilia, cuando viene a buscarlo para que se embarque con él y puedan librarse de la próxima llegada de los nazis a Pyla-sur-Mer, donde reside en la recién adquirida villa de nombre Éden,  en la costa Atlántica, en un bote donde le esperan Casares Quiroga, Méndez Aspe y Lamoneda y le dice a bocajarro, antes de marcharse y ante su negativa de abandonar a su esposa y su cuñado Cipriano, y cerrar la puerta del coche dispuesto por el país hermano de Méjico: “Debes saber que te he detestado siempre. Nunca aborrecí a nadie como a ti, porque nos has perdido. Espero se salven los tuyos, pero que a ti te fusilen. Mientras él, delante de la portezuela del  coche, antes de que Negrín la cerrara, y mirándole a los ojos con nostalgia y esbozando una leve y mitigada sonrisa, le contesta: “No tiene importancia, te lo aseguro. Buena suerte, hijo”
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Con ese gesto de buscarle para que con él pudiera evadirse en un carguero griego que los esperaba en el puerto de Burdeos para llevarlos a Inglaterra, Azaña le perdonaba cualquier desencuentro que por el pasado hubieran tenido. Se reencontraban dos españoles tan opuestos. Eran dos castellanos, el ya anciano de la Vieja Castilla y el doctor Negrín de la Novísima Castilla, de las Canarias. Esto que sucedía entre castellanos, entre españoles, difícil se podría haber dado con políticos catalanes, ya que ayer y hoy siguen poniendo todos los obstáculos habidos y por haber para la prosperidad y el progreso de España. Ellos sólo quieren el avance de su campanario y que la riqueza sólo pueda estar en sus manos, por lo que siempre serán un lastre para la solidaridad en España.

Remontémonos pues a lo que ocurrió con los RR.CC, con Carlos V, con los Borbones y en tiempos de la Segunda República, como después bajo el franquismo. España les otorgó todas las ventajas, nos siguen diciendo que les robamos cuando ellos ya le debían al Estado republicano o escuchemos lo que Azaña dice en sus memorias y que recoge esta novela, en una conversación que él tiene con Pi y Sunyer en Perelada, cuando la debacle es total. “Pasando a los hechos, recuerden las delegaciones de la Generalidad en el extranjero (que diría hoy de las embajadas, esteladas, “desconexión”, hasta la manipulación bochornosa en la cabalgata de Reyes para la infancia) en el extranjero, como si fuese poder soberano; el eje Barcelona-Bilbao; la emisión de billetes por parte de ustedes…””La Generalidad, cuyo Presidente es el representante de la República en Cataluña, como ahora recuerda Companys, ha permanecido durante mucho tiempo en estado de casi abierta insurrección. Cuando se suprimió la Consejería de Defensa y se rescataron los servicios de orden público, Cataluña amaneció aliviada. El propio Tarradellas me había admitido la conveniencia de aquellas medidas en varias ocasiones” O este otro comentario: “Por lo visto, sin embargo, resulta más hacedero crear una ley que satisfaga a Cataluña que arrancar de raíz esa recelosa idiosincrasia de pueblo incomprendido y vejado que padecen muchos catalanes. Si yo lo fuese, con mi temple tal sentimiento me avergonzaría”.

¿Cómo se llama el País donde fui Presidente de la República? Se marcha a pie, como predijo se tendría que ir, de una República que de volver a nacer preferiría no hacerlo, desde el diminuto pueblo enriscado en los Pirineos, la Bajol que le llevará a las Illas, después de ver como en una mina de talco tienen escondidos buena parte de los cuadros del museo de El Prado, que antes habían estado en el castillo de Perelada, por lo que su sufrimiento es aún mayúsculo, ya que a Negrín, en una de sus muchas ofuscaciones ya le espetó que de ellos, con el paso del tiempo nadie los recordaría, pero ningún ser humano debía de privarse de la contemplación de  las obras de Velázquez o Goya, o de Rubens, Tiziano y tanta majestad atesorada en las cercanías de Atocha, próximo a Neptuno y la diosa Cibeles, en la pinacoteca de de El Prado.

Sabe desde el principio que la guerra está perdida que hay que procurar un acuerdo honroso, un armisticio que proteja a los vencidos,  cuando la Pasionaria le confirma que si llegan los rebeldes al Mediterráneo, y lo harán por Vinaroz, todo estará perdido y que mejor llegar a un acuerdo con el concurso de Francia e Inglaterra, sin embargo en la última reunión de las Cortes republicanas en Figueras, mientras un diputado no encuentra otro sitio donde aliviar su vejiga, la dirigente comunista clamará y responsabilizará de la derrota a  Azaña, ya dimitido de su cargo.

Más de lo que deberíamos aprender para no caer en los mismos errores a los que nos lleva nuestra política condescendiente con Cataluña, nos cuenta Carlos Rojas: “En agosto, la generalidad solicita a Madrid un empréstito de ciento cincuenta millones para gastos de guerra, amén de un depósito de treinta millones de francos en París, para la compra de materias primas. En octubre crean en Barcelona su departamento de comercio exterior. En noviembre se apropian de las funciones de la Cámara de Comercio y Navegación. En diciembre sancionan el uso de moneda propia y emiten doscientos millones. A este paso, cuando llegue la paz, el estado deberá dinero a Cataluña. Desde agosto, arrógase la Generaludad las enteras funciones del ministerio del Interior. Companys se atribuye el derecho al indulto propio del presidente de la República. En tantos meses, no pusieron en pie un auténtico ejército ni dejaron que lo hiciese y mandase el Gobierno central.”

En mayo del 38, cuando las dudas de situar la capital de la República en Barcelona o Valencia, el Presidente de la República se encuentra en Barcelona, donde verá de primera mano y encerrado en el parque de la Ciudadela, entre la estación de Francia y el Borne, los enfrentamientos civiles que le obligan a él a estar recluido y sin poder comunicarse con su gobierno con sede en Valencia. Por lo menos, en su reclusión aprovechará para realizar el borrador de su obra la Velada de Benicarló, donde una vez más señala a los catalanistas como culpables de buena parte de las desgracias de la República con su desafección y trabas.

Los nacionalistas vascos tampoco le iban a la zaga en las chinas que le ponían en el camino a los republicanos: La Generalidad se alzó con todo. El improvisado gabinete vasco hacía política internacional a espaldas de los demás.

Sin embargo, aquellos descendientes de españoles, que Monsieur le Maréchal del Gobierno de Vichy, el fraterno Luis Rodríguez, siguiendo las órdenes del Presidente Cárdenas, enviado mejicano tiene que escuchar del traidor francés Pétain: “No se preocupe usted tanto por estos republicanos españoles. Su suerte es justa. Cuando el barco se hunde, las ratas se ahogan”. Pero el insigne nieto de aquellos españoles que un día llegaron a la antigua Technoticlán, le espetó: en Méjico, la mayoría de mis compatriotas tienen sangre de tales ratas, dejando perplejo al viejo acobardado antiguo héroe de Verdun, que se plegaba a que su tierra fuera hollada por Hitler y que ni siquiera accedió a que en su lecho de muerte le cobijara a Azaña su bandera, la bandera de España, que también fue la tricolor. Estaba ahí la verde y blanca de Méjico para abrigarle en su último paseo en el cementerio de Montauban.

Le pedirán los comunistas y la CNT que se erija en dictador, que asuma todos los poderes, sin comprender que él no había luchado para traer a España otra forma que no fuera la democracia. Como tampoco nadie podrá ayudarle en su encomiable idea de detener la guerra entre hermanos.

Sólo pronunció durante la guerra  memorables discursos, particularmente en Madrid y Barcelona, después de haberlo hecho antes de tomar el poder reuniendo en Comillas a más de quinientas mil personas que le aclamaron antes de la contienda. Durante la guerra buscando la paz, la Piedad y el Perdón


Cerca del río Tarn, en un pequeño cementerio rodeado de viviendas, en la ciudad de Montauban, descansa uno de los hombres más grandes de la historia de España, que aún en su derrota, supo vencer y que, todavía, por mor de los nacionalistas vascos y catalanes, que saben de su fuerza y su razón, como de ser el testigo de lo que le aconteció a los españoles en la que fascistas e independentistas tuvieron una enorme culpa y responsabilidad en la sangre que se derramó y en la oscuridad que después padeció este país durante cuarenta años, descansa debajo de una sobria lápida que le cubrió por orden expresa de su esposa Dolores de Rivas Cherif, con el dosel de un raquítico ciprés, cuando debería descansar en su Patria y su obra enseñarse como si fuera el mismísimo catecismo, ya que de esta forma nos curaríamos de nacionalismos de toda laya y a los independentistas los pondríamos frente a su propia desvergüenza, de ayer y de hoy. 

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