domingo, 23 de abril de 2017

LOS QUE LE LLAMABAMOS DON MANUEL, DE JOSEFINA CARABIAS

LOS QUE LE LLAMÁBAMOS DON MANUEL, DE JOSEFINA CARABIAS

En el mismo año de su muerte, 1980, la brillantísima periodista que fuera de Radio Madrid, La Voz y antes Ahora, como también una ateneísta, Josefina Carabias, quiso legarnos un ameno libro sobre su visión y lo que pudo conocer de Azaña, aquel don ManueL al que ella le llamaba y que, además de sus encuentros en el Ateneo de Madrid, mientras él era el secretario, para después alcanzar la presidencia, y ella una estudiante de Derecho, allá por el año 1930, colaboró en llevarle a su domicilio, en compañía de su cuñado Cipriano de Rivas Chérif, cuando los republicanos se debatían en la sombra para derribar la monarquía de Alfonso XIII.

Paso a paso, nos va presentando a Azaña, la forma en que le conoció, sus encuentros en el singular salón La Cacharrería del Ateneo, en la calle del Prado, o delante de los innumerables retratos de los numerosos  presidentes que desfilaron por esa Atenas del conocimiento, donde don Manuel iniciaría sus parlamentos, como muchos otros políticos, o cuando le acompañaba a tomar su té de las cinco en la cafetería o en el mismo Escorial, o en las tertulias del café Lion, el Henar o el atestado Regina , envueltos por el humo del tabaco o pisando las miles de colillas que solían tapizar el suelo. En tertulias con Melchor Almagro, Valle Inclán, Francisco Ayala, Unamuno y tantos amigos y azañistas.

Con su estilo periodístico, se adentra en mostrarnos el lado humano de Azaña, mientras van desfilando progresivamente los hechos históricos que le tocaron en suerte, que padeció y que tuvo que soportar.
Desde los conciliábulos por los pasillos del Ateneo, cuando Azaña estaba reunido con aquellos hombres que querían traer la República: los Lerroux, Alvaro Albornoz, Sánchez Albornoz, Maura, Casares Quiroga, Giral, Largo Caballero, Prieto , Alcalá Zamora, Amós Salvador o sus amigos Sindulfo la Fuente, el pintor Francisco Galicia, que diseñara la tumba de Don Manuel allá en Montaubán, según las indicaciones de su viuda doña Dolores de Rivas Cherif.

Después vendrían los dos años de su ministerio de la Guerra, su estancia en el palacio de Buenavista, en el mismo lugar donde falleció Prim, y su ascenso a presidente de Gobierno y los aciagos golpes de la fortuna, como fue el luctuoso asunto de Casas Viejas, que por no hacer responsable a quienes mal habían llevado el caso, como fue el ministro de la Gobernación, su amigo Casares, como el responsable de la fuerza pública, para que ellos no fueran señalados, él tuvo finalmente que abandonar el poder.

Su mala relación con el Presidente de la República, don Niceto Alcalá Zamora, la presentación de su obra teatral: La Corona, como su paso por Barcelona, con aquel grito desde el balcón de la Generalidad, en la Plaza san Jaime, del ¡Viva España!, correspondido por la masa humana que se encontraba vitoreándole, que probablemente después nunca ningún estadista lograra tan espontáneamente  y en contra de los intereses separatistas del excoronel  del ejército español, Maciá, como de los roces que tuvo con aquel primer presidente de la autonomía catalana.

Su dimisión, su defenestración y arrest posterior en Barcelona cuando fue a despedir a su ministro de Economía, Sr. Carner, muerto de cáncer, por achacarle las derechas y republicanos de Lerroux, que entonces gobernaban, su falaz creencia que estaba vinculado al alzamiento perpetrado por Companys al grito de Estat Catlalá, que en unas horas el general Batet supo derrotar. El brote revolucionario en Asturias de Octubre del 34. Su detención en el vapor Uruguay, hacinado y mal tratado, como después en el Sánchez Barcaiztegui, ahora ya con la compañía de su esposa.

Su redención y “resurrección”, los mítines a campo abierto en Valencia, Bilbao y Comillas, donde se dieron cita cientos de millares de personas para oírle, creando en febrero del 36 el Frente Popular, que aún cuando recibió el apoyo de socialistas y comunistas, como la abstención de las fuerzas sindicales, entonces muy pujantes, como la CNT y en menor medida la UGT, sin embargo gobernó rodeado de sus amigos republicanos, los Casares, Giral y todos aquellos de su confianza, a pesar de las tensiones del momento, la quema de conventos, la fuerte oposición de la CEDA, comandada por el joven Gil Robles y la incipiente Falange de Jose Antonio Primo de Rivera, de ideas filofascistas, pero de escasa fuerza como también reducida era la de los comunistas del padre de Carrillo o de la misma Pasionaria.

Sus enfrentamientos y desplantes de Negrín, en el momento del levantamiento de Sanjurjo, Mola y Franco, entre otros generales, ocurrido en las plazas africanas de soberanía española.
Su convencimiento de derrota, su llegada a la Presidencia de la República, en un lluvioso día de la primavera madrileña, sus sueños de ocupar su tiempo en la literatura y grandes proyectos estéticos para las avenidas de Madrid o de sus palacios.

Y por último, sus últimos días en el exilio, a lo que brillantemente, su autora, pone el colofón, con su epílogo, en su “apéndice imaginario”, cuando sueña una conversación y un encuentro con Don Manuel en un hemiciclo ahora poblado de jóvenes y de unas nuevas costumbres en las que los coches, el humo, la intolerancia, las nuevas autonomías, se han apoderado del escenario que él conoció, donde siempre se sobresaltó porque alguien pudiera creer que él se había llevado algo del patrimonio español o aceptado, ni siquiera en los peores momentos de la guerra, el generoso obsequio que desde París le enviaba el intelectual y embajador en Londres, Pérez de Ayala, que agradeció, pero no aceptó, remitiéndolo a los niños y los enfermos que pasaban hambre.


Como aquella señora que en el manantial de Sant Hilari de Sacalm, en 1954, le manifestaba a Josefina Carabias que aún conservaba con devoción el vaso en el que bebía esas aguas medicinales don Manuel y le pedía le mandara sus saludos a su devotísima , cariñosa y dulce esposa, doña Lola, en el exilio de Méjico, yo también, modestamente, en estas páginas quiero seguir contribuyendo a difundir la memoria de quien en mis primeros años en Madrid, en mi primer empleo fuera de mi ciudad natal y lejos de la emigración que yo también conocí, con sus Memorias, me hizo interesarme por la historia de mi Patria, de la que no había tenido oportunidad de conocer y de la que había sido excluido por ese otro exilio que es el de unos padres que en su tierra, gobernada por el franquismo, no podían sacar adelante a su prole, como ciento y millares de españoles en los años sesenta, a quienes también les condenaron a conocer una historia parcial o, lo que es peor, ni siquiera a tener conocimiento de esa historia. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario