VIDAS PARALELAS DE DOS
REPUBLICANOS PROFUNDAMENTE OPUESTOS
Cuando uno tiene la fortuna de
leer sobre la tragedia de nuestra Segunda República, dos de sus principales
regidores emergen con nítida claridad, pero también con un antagonismo
dramático tanto para ellos mismos, como para la patria que tanto amaron los dos,
de donde, sin embargo, se tuvieron que exiliar y verla sumida en el mayor
espanto y dolor que una guerra civil puede engendrar, que, además, después de
defenestrar una monarquía histórica en la persona de Alfonso XIII, contribuían
en la aparición de un dictador, Franco bajo el mandato de ellos como
funcionario militar, en el Dictador que gobernaría España durante cuarenta años,
en la más severa oscuridad democrática.

En la infancia de ambos, pronto
la orfandad por la pérdida de la madre y la responsabilidad de su educación y
cuidado en familiares cercanos, será bastante semejante.
Manuel Azaña, cuando contaba con
9 años, pierde a su madre, Josefina Díaz Gallo, al año siguiente lo haría su
padre, Esteban Azaña Catarineu, su
hermano Carlos y su abuelo materno, por lo que se harían cargo de él su abuela
materna y su tío, en la “casa triste” de la calle Imagen, vecina a la casa
natal de Cervantes.
En Priego, el pequeño Niceto
también perdía a su madre a la edad de dos años, quedando a cargo de su tía
madrina, que cuando él contaba con seis años, también fallecería y entre su
prima Gloria y su hermana con once años, hicieron las veces de las ausentes.
Azaña tiene un hermano, que
llegaría a ser juez y una hermana, cuyas familias padecieron en sus bienes y
personas, los éxitos y fracasos del hermano de manera muy cruel.
En el caso de Alcalá-Zamora, de
su relato, poco sabemos de sus familiares más cercanos, no así de su mujer que
dos años menor que él conoce a los dieciocho años y con quien estará muy unido,
dándole siete hijos, algunos de los cuales, ya en tiempos de la República, por
diversas razones no le hicieron fácil la vida política de su padre, aunque a su
lado estuvieron en su exilio, sufriendo las penalidades del progenitor y la
pérdida del patrimonio, además de la Patria, y tener a un consuegro golpista,
como fuera Queipo de Llano.
Azaña estudiará interno en los
Agustino de El Escorial, mientras que Alcalá-Zamora lo hará por libre.
En 1898 en Zaragoza, a los
dieciocho años, Azaña obtiene la licenciatura de Derecho. Alcalá-Zamora lo
haría por la universidad de Granada, a los diecisiete años de edad.
A su regreso a Alcalá de Henares,
don Manuel, se inicia con unos amigos en la edición de una revista local
llamada Brisas del Henares y entra en Madrid en el bufete del famoso Luis Díaz
Cobeño, donde ya estaba Alcalá-Zamora, ambos como pasantes.
Con 20 años, Azaña alcanza el
doctorado, para lo que presenta su tesis La responsabilidad de las multitudes.
Ya, en 1899, Alcalá-Zamora también lo había logrado y desde aquí seguirá su
ascendente y meteórica carrera en Madrid: Abogado fiscal, profesor auxiliar en
la facultad Central de Derecho, diputado por la Carolina entre 1906-1923,
Director General de Administración local, Subsecretario, Ministro de Fomento en
1917, de Guerra en 1922, Concejal del Ayto. de Madrid, Diputado provincial de
Jaén y de ahí a alcanzar la magistratura máxima de la Segunda República, como
su primer Presidente, de la que será despojado y saldrá de España el 8 de julio
de 1936 y después de más de un año de viaje marítimo desde Marsella, huyendo de
la Francia dominada por los nazis, llegará a Buenos Aires, donde el 18 de
febrero de 1949 fallece, en la calle de las Heras 3004, en la cuarta planta de
un modesto apartamento, quien alcanzara todos los elogios y la admiración, sus
restos eran velados por sus familiares y contadas personas ajenas a ellos.
Azaña, como es sabido, un triste
día de febrero de 1939, desde la Vayol, en el pirineo catalán, despide a su
guardia presidencial, con su esposa y un corto séquito, entre los que se cuenta
con el presidente de las Cortes, pasa la
frontera con la disposición de no regresar más, a pesar de las presiones de
Negrín y su corte ministerial, así como del embajador en París, el
desconsiderado Pascua . En Montaubán fallece un 3 de noviembre de 1940,
envuelto en la bandera de Méjico, cuyos funcionarios le protegieron de la
persecución iniciada por los nazis y algunos esbirros falangistas que semanas
antes, en la costa Oeste, cuando residían en una casa llamada el Eden, Cipriano
de Rivas Cherif y otros republicanos, serían apresados y encarcelados en los
sótanos de la cárcel de Gobernación en la Puerta del Sol. Por los pasillos del
hotel donde pasó sus últimos días, intentaba recordar de “qué país he sido yo
presidente”.
En Azaña, su trayectoria pública
tuvo una orientación más literaria y simple, destacando tan sólo por sus viajes
a París, que le cautiva, por su modesto trabajo en la administración de
voluntades de un oscuro ministerio y la secretaría y posterior presidencia del
Ateneo de Madrid, además de innumerables colaboraciones en prensa y la
publicación de su Jardín de los frailes, así como el premio nacional por su
obra sobre Valera, su afición a las tertulias en compañía de
Valle Inclán y otros prohombres intelectuales de la época y del Madrid de
entonces, mientras el amor, lo mismo que su ascenso político, le llegará en la
madurez.
Alcalá-Zamora un furibundo
católico, monárquico y luego profundo republicano, sin embargo, en Azaña, es
todo lo contrario, agnóstico y descreído. Vida un tanto disoluta en su juventud y se
hace ferviente republicano bajo el golpe de Estado de Primo de Rivera, con la
aquiescencia de Alfonso XIII
Aún cuando en el título de este
trabajo quisiera hacer una exhaustiva labor comparativa, no es esa mi
intención, más bien centrarme en la obsesión que Alcalá Zamora conservó sobre
Azaña, aún ya fallecido éste último, a través delas memorias que don Niceto
escribe en Pau, poco antes de su espantoso peregrinar como exiliado y ya en
Buenos Aires, así como lo pésimo que fue y que hoy, incluso, sería, una
república sin una sociedad plenamente convencida e instruida en tal sentido,
cuando además, en el caso de España, el peso de la monarquía es tan enorme y
está tan presente en todas las manifestaciones históricas, siempre que se
intentara tendría, probablemente, el enfrentamiento civil que, en el fondo, dio
lugar a una guerra entre sus conciudadanos, como lo fue la del 36 al 39. O
acaso alguien imagina tener que elegir para presidente a un Pablo Manuel
Iglesias, a un Pujol o algún otro de los personajes de las recientes listas de
corrupción de los EREs o de la calle Génova.
Con estas muestras, refrendaban
lo que el mismo Azaña dijera a Negrín, que si acabada la guerra volvía la
república se embarcaría para alejarse bien lejos, pues una de las generaciones
intelectualmente mejor forjada, junto a una gran mayoría de analfabetos, fueron
incapaces de consolidar un proyecto común que sólo recibió el aplauso general
un día de abril de 1931, hundiéndose gradualmente desde los incendios de
iglesias, la feroz oposición de las derechas y el desprecio que mutuamente se
tuvieron los bandos contendientes, que terminaron enfrentándose con las armas y
los atentados, en un clima europeo propicio a regímenes dictatoriales, como
eran los de Alemania e Italia, mientras Francia e Inglaterra se debatían en
difíciles situaciones de gobernanza.
“En los últimos tiempos de mi
frecuentación, que eran por el año 1900 y algo de 1901, empezó a concurrir otro
pasante, que hablaba muy poco, sonriendo de cuando en cuando tras sus cristales
recios de miope, con una expresión que intentaba ser amable y no era grata. Le
había olvidado al encontrarle cerca de treinta años más tarde; luego no le
olvidaría aunque pudieran pasar otros treinta. Era de Alcalá de Henares y se
llamaba Manuel Azaña.”
Aquí ya podemos constatar la
primer alusión que en sus memorias hace, nada cariñosas y con ribetes de un
profundo pesar.
Ya con el Pacto de san Sebastián,
Alcalá-Zamora nos vuelve a hablar de Azaña, y dice:
“la impresión dominante casi
unánime, síntoma expresivo del estado de conciencia, fue de desencanto, si bien
respetuoso. Crítica agria, furiosa, descortés, no se oyó más que una: procedía
de aquel antiguo pasante, que ya tenía casi olvidado, del despacho de Díaz
Cobeña y que se llamaba Manuel Azaña”.
Mayor nota de desprecio no puede
mostrarse, cuando él ya había tenido frecuentes reuniones con Azaña en el
Ateneo y sabía que éste era una persona el en partido de Melquiades Alvarez y
en el Ateneo.
En ese comité revolucionario,
Azaña ostentaba la tesorería, razón por la que una vez más, don Niceto deja
caer una nota sospechosa sobre aquella gestión, a saber:
“y un poco más de dos mil, unas
doce mil pesetas, fue la última entrega hecha a azaña en Gracia y Justicia
(donde éste trabajaba) por mi hijo mayor la víspera de prenderme; y en esa
última remesa un donativo transmitido por mi conducto”.
En ese trabajo revolucionario y
con sus mentores en la cárcel unos, escondidos Lerroux y Azaña, y en Bélgica
Prieto, escribe Alcalá-Zamora, también pone al mismo nivel a Lerroux, de quien
habla ahora con Azaña:
“Yo solamente lo he atribuido a
que no esperando ya obtener más de mí buscó, sin violencia de su condición,
halagar a Azaña asociándose a sus malas pasiones”
Con todos los revolucionarios
encerrados en la Cárcel Modelo de Madrid, de mayor infausto recuerdo con la
República por el asalto y asesinatos allí cometidos, escribe nuestro
biografiado:
“La vacilación con que hablara de
esto su cuñado Rivas Cherif (de Azaña), cuando nos hizo visita retardada,
confirmó la sospecha de una ocultación, incluso de nosotros. Se investigó y
súpose que seguía en Madrid, aunque ignorábamos donde, y sin dar señales de
vida. Acordamos que yo le enviara por medio de su familia una carta, de la cual
se reía mucho Fernando de los Ríos, porque sin reproche expresábale nuestra
inquietud al no haber noticias suyas, caso único cuya extrañeza señalaba, y al
par le transmitía las de todos los demás.
Muy entrado el año 1931 dio respuesta
vaga, sobria y cautelosa. Poco después apareció entre las comunicaciones
clandestinas una que sin duda era suya; de expresión muy dura, despectiva y aún
sucia contra la monarquía y la memoria de la regente muerta. En la cárcel
creímos que el caso de incomunicación de Azaña era para tenerlo por dimitido y
no se insistió más acerca de él.”
En su denuncia, don Niceto, una
vez alcanzado el triunfo republicano, en las jornadas del 12 al 14 de abril,
vuelve a mostrar su rencor hacia Azaña:
“Hacia el medio día reapareció
Azaña, procurando tener su expresión más risueña, con la naturalidad
imperturbable de un “decíamos ayer” al cabo de cuatro meses de aislamiento. Iba
a recoger su parte de botín en la victoria por la cual nada o casi nada había
hecho, sufrido, ni arriesgado. Llegaba dispuesto a posesionarse de Guerra y a
recordar con su presencia que tal cartera le pertenecía como suya. Nos miramos
los de la cárcel con sonrisa, y una mirada indulgente y expresiva le amnistió
de la sanción en principio acordada: hubo la generosidad del triunfo
sobreponiéndose a la estima de los servicios”.
En los párrafos que preceden,
además de mostrarse prepotente, es también injusto, ya que todos ellos, sin
distinción, ignoraban lo que podía ocurirles y, sin embargo, llevaron a cabo
tareas de distinta manera. Azaña muy frecuente desde el Ateneo y la publicación
de soflamas republicanas cuando viajaba por razones de su trabajo a otros
lugares de España.
En la mañana del 13 de abril de
1931, la magnitud de la victoria en las elecciones municipales de los
republicanos en las grandes ciudades y la capitulación de la Monarquía, los
sitúa de inmediato al frente del gobierno sin que medie traspaso alguno.
“Preferí ser yo quien sin
protesta o reivindicación de Azaña (Azaña era de Guerra y Alcalá-Zamora de la
Presidencia) evitara la orden áspera y la expresión seca de éste en aquel
instante delicado del primer conatcto con la fuerza militar para exhortar a la
obediencia, encargar la disciplina, anunciar relevos, autorizar sustituciones,
demandar interinidades y reclamar acatamientos”.
En las páginas de sus memorias,
también destaca la animadversión que entre unos y otros se tenían:
“Verdadero odio lo había de
Prieto contra Lerroux, sin otra concesión hacia éste que la admiración por el
orador”
Sigue su tósigo contra otro de
quien fuera un gran amigo de Azaña, como Casares:
“Más extraño parecerá saber que
durante los primeros tiempos hubo celosa e implacable rivalidad con tallas muy
desiguales de uno de los ministros hacia otro, con el cual acabó por
identificarse. Dolíale a Casares que sus reformas en Marina no recibieran los
homenajes de atención y aplauso reservados para las de Azaña en Guerra; y a
diario acudía a Miguel, confidente de su enojo, acusando al otro de plagio
total y con textos franceses en mano, que sin duda le proporcionaba algún
militar de tierra, enemigo del ministro su jefe y perjudicado por los planes de
éste.”
Una vez más se muestra el odio y
la mezquindad, ya que Azaña en sus viajes a Francia, estudió profundamente la
milicia francesa, quienes además le invitaron durante la Primer Guerra Mundial
a visitar los frentes franceses.
Cuando dejó de ser presidente de
la República, por votación de la Cámara, conforme la Constitución de la
República y Azaña le sustituía, dice:
“Azaña no volvió a ocuparse de la
Constitución, entregándola al azaroso capricho de las Cortes”
Y éstas otras denigrantes
palabras hacia el apego al poder de Azaña, según su difamador:
“quizá tanto como el apego de
Azaña al poder, para la retracción decisiva y funesta del grupo de Acción
Republicana, que presumía mucho, aunque era bastante discutible, de estar
formado por intelectuales.”
Cuando los primeros incendios de
iglesias en Madrid, Alcalá-Zamora reprocha a Azaña su pasividad para atajarlos
y el oponerse a que la Guardia Civil saliera de los cuarteles para custodiar.
“La actitud de los ministros
conocidamente masones fue correctísima en aquel día y ni a Maura ni a mí nos
opusieron ellos la menor dificultad para la represión. Es verdad que acabó
perteneciendo a la masonería (habla de Azaña) quien permitió con su actitud la
propagación de los incendios, pero aparte de que debió obedecer esa actitud
suya a otro propósito, no se afilió a la secta u “orden” hasta un año después,
en 1932, como se publicó con inusitado alarde.”
“La furiosa actitud de Azaña
planteó, con el motíny el crimen ya en la calle, la más inicua y vergonzosa
crisis de que haya memoria, a la vez la más difícil”
“Al redactar en el verano de 1932
la parte de mis primitivas Memorias (se apropiaron de ellas según él por la
familia de Carrillo) correspondiente a esa odiosa jornada del 11 de mayo, decía
que jamás habría remordimiento bastante en la conciencia de Azaña”
En estos párrafos anteriores,
Alcalá-Zamora culpa a Azaña por su inacción en detener a cuantos incendiaron
las iglesias en mayo del 31, poco después de la toma del poder por los
republicanos, por lo que sigue aún con mayor crudeza:
“Evidente la culpabilidad de
Azaña en la propagación de los incendios, sería absurda, arbitraria e injuriosa
imputación suponerle de previo acuerdo con los criminales incendiarios, ni
siquiera que sin concierto anterior con ellos se propusiera deliberadamente
ayudar de modo decisivo de sus estragos. Esta consecuencia tan previsible quizá
le preocupara poco, pero no era su propósito intencional. Para verlo así
bastará reflexionar que él no se opuso ni por un instante a la declaración del
estado de guerra, ni regateó la cooperación del ejército, que salió a la calle
y dio guardia a los templos. Su oposición furiosa e irreductible era a la
utilización de la guardia civil.
En la noche del 11 de mayo hablé
yo para el público ante el micrófono y dije rotundamente a los agitadores que
no disolvería la guardia civil, primera fuerza que había aceptado y sostenido
al régimen. Para decirlo no consulté a ningún ministro: cuando lo hube dicho
miré y la primera aprobación por expresivo gesto fue la de Domingo. Calló Azaña
con visible y patente contrariedad; y frustrado e inicial propósito, un día
después no sólo transigió o cedió sino que capituló en el desquite que para
maura obtuve, al hacer aprobar el más breve pero resuelto telegrama circular
por mi redactado según el cual, aún declarado el estado de guerra, sería
Gobernación el ministerio que diese instrucciones sobre el orden público en
cuanto no fuesen agresiones al ejército y éste, incluso antes de aquella
declaración, debería auxiliar a las autoridades civiles.
Con el artículo 26 de la
Constitución, sobre la Iglesia, se llega a la ruptura y al mayor encono, por lo
que Alcalá-Zamora dimite.
“Aunque perdidas las esperanzas
después de los discursos de Ríos y de Albornoz, eran tan grave el daño y tan
fuerte el compromiso, que se intentó por el gobierno una fórmula de paz, la
cual por un momento pareció que iba a prevalecer en el dictamen. Fue entonces
cuando todo intento de paz religiosa quedó frustrado por la maniobra de Azaña,
cuidadosamente preparada y concertada, sin advertirme siquiera jamás su
propósito de hablar. Sentía sin duda lo que dijo, pero lo dijo además por
convenirle. Del programa avanzado no sentía el la pobre llaneza social
incompatible con sus gustos, ni la libertad que lo era con su despotismo; en
cambio, con mucha más pasión lo anticlerical, quizá por la reacción frecuente
de los educados en conventos, y eso lo llevaba en el fondo de su alma y de
cuanto en él hiciera las veces de ella. La importancia del discurso, muy
cuidadoso y afortunado, aunque lo presentó como una ocurrencia súbita o
improvisación, cedía a la del acto político. Al dirigir aparente, convenido y
afectuoso reproche a la fórmula socialista dijo que sobre tal problema hacía
falta una solución y una mayoría que tomase el poder: él había encontrado
aquella y podía por tanto recoger éste.”
“Se sustanció rápidamente la crisis
tan grave y a los pocos minutos pudo Azaña decir a su familia desde el teléfono
del Congreso que todo iba como estaba previsto”
“y además quisieron oscurecer la
censura que yo dirigía a la incorrección de Azaña, que era ministro de la
Guerra y no me guardó el menor respeto como presidente.”
Se haría muy prolijo seguir
relacionando cuanta animadversión profesa a Azaña, a quien culpa de todo cuanto
le aconteció en su breve mandato republicano.
“Fue por ello inútil que Azaña
con pretexto de respetos, que jamás guardó”
También ya nos muestra la
renuncia de los socialistas al gobierno en la comunidad de Cataluña, donde la
Esquerra tiene el monopolio, otra de las razones de los padecimientos del
estado español en el siglo XXI, por no haber aprendido del abandono de entonces
y cometer los mismos errores que en la República.
“Iba generalmente acompañado en
las visitas por el ministro de mayor identificación personal con Azaña, Giral,
inteligente, siempre con amable sonrisa, que resultaba precaución inútil para
ocultar su condición dura y violenta, que no dejó de contribuir durante su
corto e inverosímil gobierno de 1936 a imprimir sello de ferocidad a la guerra
civil”
También Alcalá-Zamora culpará a
Azaña de su mala relación con los militares
“Al darme cuenta de esta dañosa
persistencia procuré, en previsión del retorno de Azaña al poder, influir con
propósito conciliador en el ánimo de Goded”
En el luctuoso caso de Casas
Viejas, aún cuando entiende que Azaña sufrió acusaciones injustas, tampoco lo
deja él en muy buen lugar.
“He creído siempre injustas las
acusaciones lanzadas contra Azaña con motivo del trágico episodio de Casas
Viejas”, dirá en el capítulo XV, sin embargo, líneas más abjo, sigue:
“Creo que ignoró completamente
los asesinatos cometidos por la fuerza pública contra los presos de Casas
Viejas; que se los ocultaron y que al irlos conociendo poco a poco me lo ocultó
a su vez, pecado venial en hombre tan poco franco y que no querría aparecer
engañado, ni confesar culpas de sus subordinados o agentes.
Señala también, según Alcalá
Zamora, que Azaña se encontraba molesto y, por tanto, celoso, si la opinión
pública le mostraba mayor consideración que al gobierno.
También manifiesta que Azaña
llegó a falsificar un decreto.
También entiende que las
terribles responsabilidades del desastre nacional y republicano se debieron a
los socialistas por su marcha hacia la revolución.
Del PNV, nos señala que su único
interés estaba en la autonomía, aunque no cree que abrasaran la república con
mucho interés, más bien para estar al abrigo de la intemperie o fuera de la
legalidad establecida.
Gobernando las derechas, tras la
crisis del gobierno de Azaña y la victoria en unas nuevas elecciones del otoño
de 1933, nos informa de la intención de Azaña y otros dirigentes de izquierdas
de dar un golpe de estado, como también, por parte de Azaña, de su escaso
interés parlamentario con esas Cortes.
Uno de los hechos más dolorosos
para Alcalá-Zamora, como para la República, fue que Sanjurjo fuera amnistiado,
por lo que el narra lo siguiente:
“Por si todo esto fuera poco, los
vascos, con la tosquedad arbitraria de su capricho, habían destruido, para
servir éste, fundamentales principios cometiendo una enormidad jurídicamente
mayor, al acabar con las bases del orden legal y los principios fundamentales
de éste, ya aplicando la amnistía a los delitos comunes, ya con destrucción
también de la autoridad de cosa juzgada al dejar nulas las sentencias firmes
sin necesidad de recurso de revisión. En cuanto a las izquierdas, en vez de
haberse resistido con vigor, como era su deber, frente al retorno de militares
amnistiados y hostiles a la República, para que ocuparan de nuevo mandos, dedicáronse
en la feria de de apresuradas votaciones y enmiendas a aumentar la
extensión de la amnistía, a fin de que ésta amparase la impunidad de rebeliones
sindicalistas, comunistas o anarquistas mirados ya con afines, que habían
luchado contra los gobiernos del primer bienio o contra el reciente de Martínez
Barrio.
“Me oponía a dos extremos: la
enormidad procesal de origen vasco y la vuelta a servicio y mando activos de
los militares de ello alejados”
.
Los catalanes también le merecen
algunas perlas, ya que si bien con Macá tuvo desde que le conociera en las
Cortes, una feliz relación, de Cambó, declara lo siguiente:
“El hombre de más atravesada
intención de toda España: don Francisco de A. Cambó y Batlle.”
“Entre las sumisiones u
hostilidades que indicara Martínez Barrio figuraba de modo expreso y destacado
la rendición o el ataque por parte de la generalidad catalana, ya en manos de
Companys y muy excitada al parecer contra la sentencia del Tribunal de
Garantías, que había anulado una ley regional agraria.”
Otro golpista era el obispo de
Barcelona, para quien le pidieron a la Santa Sede el cese o dimisió, o el
alejamiento de su sede.
“La generalidad había adquirido
armas sospechosas y de largo alcance en el extgranjero; que el alijo había
tenido lugar en costas de Tarragona y el posterior en dos camiones a un almacén
de Barcelona de cierta manzana”
A pesar de lo que hemos conocido
de la traición de ayer, nada hemos hecho bien para evitar la traición reciente,
en los albores del siglo XXI de otros catalanes más incultos, pero más
desvergonzados.
Alcalá-Zamora también tuvo que
enfrentarse a lo que también se llamó “el problema catalán” por la declaración
unilateral hecha por Companys que le costó entrar en prisión y ser condenado
por sedición, a lo que razone de la siguiente forma:
“Yo estaba resuelto en defensa de
la patria y de su porvenir a que no se derramara sangre catalana por delito
político y dureza del poder central”.
Es curioso como él considera que
Cataluña es la menos apta para la autonomía:
“He creído siempre que la mayor
dificultad del problema catalán consiste en reclamar la más amplia autonomía la
región menos apta para ejercerla…Todo el buen sentido práctico que suele haber
en las individualidades catalanas tornase un frenesí utópico para el alma
colectiva” Palabras proféticas si pudiera saber lo que ocurriría un mes de
octubre de 2017.
“Baleares fue la obsesión de mi
mandato y mi palabra de saludo en los consejos de ministros; de tal modo, tan
obsesionantemente me preocupaba de ello que ya en el debate constitucional
libré y gané la primera batalla para impedir conatos de absorción regional por
parte de la Generalidad”, dirá Alcalá-Zamora
Las clases ricas y conservadoras
catalanas veían con alarma la máquina del estatuto de autonomía en manos de la
izquierda o es querra, y bajo tal influjo, se formó el plan”.
También nos cuenta cómo se
enterró el gobierno de los acopios de armas que la Generalidad estaba
almacenando y que el general Batet supo vencer en menos de 24 horas.
Azaña será encarcelado en el
puerto de Barcelona, sin fundamento, por lo que escribe don Niceto:
“El proceso contra Azaña era el
que apasionaba a Lerroux con afán, que no sentía en el de Largo, y con
tenacidad que abandonó pronto en el de Prieto…No cedía en cambio el odio contra
Azaña y fue inútil que nuestros cambios de impresiones le indicase mi serena
apreciación de que tal proceso acabaría, tras escándalo y rencores, en
sobreseimiento; como habría acabado el que en 1932 pensó Azaña seguir contra
Lerroux”.
“Azaña, mi gran enemigo fue jefe del gobierno más
tiempo que nadie”
Cuando las elecciones son ganadas
por el Frente Popular, siguen los malos pensamientos de don Niceto:
“Quedó el nuevo gobierno Azaña
formado aquella misma tarde y ya en aquel instante procedió con premeditada
mala fe”.
Acabando el libro, en el quinto
apéndice, dice:
“todo ello aparte de que no podrá
atribuir nadie a preferencia mía agradecida ninguna resolución favorable a
Azaña, de quien no puedo tener ningún buen recuerdo, aunque el cumplimiento de
mis deberes se sobrepusiera a cualquier queja”
“La crisis de junio de 1933 fue
provocada por una obstinación de Azaña…Pedí cortés y claramente a Azaña que no
volviese por mi casa particular, para lo cual, y a fin de evitarle molestias,
me ofrecí atentísimo a trasladarme a la residencia oficial a cualquier hora del
día o de la noche en que resultara necesario”.
Triste rosario de acusaciones
para quien fuera un honesto presidente, que murió en el exilio en la más
profunda humildad y pobreza.
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