martes, 26 de diciembre de 2017

UNA SEGUNDA REPÚBLICA DE EGOS, SOBERBIAS Y ESCASOS REPUBLICANOS

VIDAS PARALELAS DE DOS REPUBLICANOS  PROFUNDAMENTE OPUESTOS

Cuando uno tiene la fortuna de leer sobre la tragedia de nuestra Segunda República, dos de sus principales regidores emergen con nítida claridad, pero también con un antagonismo dramático tanto para ellos mismos, como para la patria que tanto amaron los dos, de donde, sin embargo, se tuvieron que exiliar y verla sumida en el mayor espanto y dolor que una guerra civil puede engendrar, que, además, después de defenestrar una monarquía histórica en la persona de Alfonso XIII, contribuían en la aparición de un dictador, Franco bajo el mandato de ellos como funcionario militar, en el Dictador que gobernaría España durante cuarenta años, en la más severa oscuridad democrática.

Son: Azaña, el más joven, nacido en Alcalá de Henares, un 10 de enero de 1880, cuando quien fuera su mayor enemigo, Niceto Alcalá-Zamora y Torres, ya lo había hecho en Priego, Córdoba, el año 1877.
En la infancia de ambos, pronto la orfandad por la pérdida de la madre y la responsabilidad de su educación y cuidado en familiares cercanos, será bastante semejante.

Manuel Azaña, cuando contaba con 9 años, pierde a su madre, Josefina Díaz Gallo, al año siguiente lo haría su padre, Esteban Azaña Catarineu,  su hermano Carlos y su abuelo materno, por lo que se harían cargo de él su abuela materna y su tío, en la “casa triste” de la calle Imagen, vecina a la casa natal de Cervantes.
En Priego, el pequeño Niceto también perdía a su madre a la edad de dos años, quedando a cargo de su tía madrina, que cuando él contaba con seis años, también fallecería y entre su prima Gloria y su hermana con once años, hicieron las veces de las ausentes.

Azaña tiene un hermano, que llegaría a ser juez y una hermana, cuyas familias padecieron en sus bienes y personas, los éxitos y fracasos del hermano de manera muy cruel.

En el caso de Alcalá-Zamora, de su relato, poco sabemos de sus familiares más cercanos, no así de su mujer que dos años menor que él conoce a los dieciocho años y con quien estará muy unido, dándole siete hijos, algunos de los cuales, ya en tiempos de la República, por diversas razones no le hicieron fácil la vida política de su padre, aunque a su lado estuvieron en su exilio, sufriendo las penalidades del progenitor y la pérdida del patrimonio, además de la Patria, y tener a un consuegro golpista, como fuera Queipo de Llano.  
Azaña estudiará interno en los Agustino de El Escorial, mientras que Alcalá-Zamora lo hará por libre.
En 1898 en Zaragoza, a los dieciocho años, Azaña obtiene la licenciatura de Derecho. Alcalá-Zamora lo haría por la universidad de Granada, a los diecisiete años de edad.

A su regreso a Alcalá de Henares, don Manuel, se inicia con unos amigos en la edición de una revista local llamada Brisas del Henares y entra en Madrid en el bufete del famoso Luis Díaz Cobeño, donde ya estaba Alcalá-Zamora, ambos como pasantes.

Con 20 años, Azaña alcanza el doctorado, para lo que presenta su tesis La responsabilidad de las multitudes. Ya, en 1899, Alcalá-Zamora también lo había logrado y desde aquí seguirá su ascendente y meteórica carrera en Madrid: Abogado fiscal, profesor auxiliar en la facultad Central de Derecho, diputado por la Carolina entre 1906-1923, Director General de Administración local, Subsecretario, Ministro de Fomento en 1917, de Guerra en 1922, Concejal del Ayto. de Madrid, Diputado provincial de Jaén y de ahí a alcanzar la magistratura máxima de la Segunda República, como su primer Presidente, de la que será despojado y saldrá de España el 8 de julio de 1936 y después de más de un año de viaje marítimo desde Marsella, huyendo de la Francia dominada por los nazis, llegará a Buenos Aires, donde el 18 de febrero de 1949 fallece, en la calle de las Heras 3004, en la cuarta planta de un modesto apartamento, quien alcanzara todos los elogios y la admiración, sus restos eran velados por sus familiares y contadas personas ajenas a ellos.

Azaña, como es sabido, un triste día de febrero de 1939, desde la Vayol, en el pirineo catalán, despide a su guardia presidencial,  con su esposa  y un corto séquito, entre los que se cuenta con el presidente de las Cortes,  pasa la frontera con la disposición de no regresar más, a pesar de las presiones de Negrín y su corte ministerial, así como del embajador en París, el desconsiderado Pascua . En Montaubán fallece un 3 de noviembre de 1940, envuelto en la bandera de Méjico, cuyos funcionarios le protegieron de la persecución iniciada por los nazis y algunos esbirros falangistas que semanas antes, en la costa Oeste, cuando residían en una casa llamada el Eden, Cipriano de Rivas Cherif y otros republicanos, serían apresados y encarcelados en los sótanos de la cárcel de Gobernación en la Puerta del Sol. Por los pasillos del hotel donde pasó sus últimos días, intentaba recordar de “qué país he sido yo presidente”.
En Azaña, su trayectoria pública tuvo una orientación más literaria y simple, destacando tan sólo por sus viajes a París, que le cautiva, por su modesto trabajo en la administración de voluntades de un oscuro ministerio y la secretaría y posterior presidencia del Ateneo de Madrid, además de innumerables colaboraciones en prensa y la publicación de su Jardín de los frailes, así como el premio nacional por su obra sobre Valera,   su afición a las tertulias en compañía de Valle Inclán y otros prohombres intelectuales de la época y del Madrid de entonces, mientras el amor, lo mismo que su ascenso político, le llegará en la madurez.

Alcalá-Zamora un furibundo católico, monárquico y luego profundo republicano, sin embargo, en Azaña, es todo lo contrario, agnóstico y descreído.  Vida un tanto disoluta en su juventud y se hace ferviente republicano bajo el golpe de Estado de Primo de Rivera, con la aquiescencia de Alfonso XIII

Aún cuando en el título de este trabajo quisiera hacer una exhaustiva labor comparativa, no es esa mi intención, más bien centrarme en la obsesión que Alcalá Zamora conservó sobre Azaña, aún ya fallecido éste último, a través delas memorias que don Niceto escribe en Pau, poco antes de su espantoso peregrinar como exiliado y ya en Buenos Aires, así como lo pésimo que fue y que hoy, incluso, sería, una república sin una sociedad plenamente convencida e instruida en tal sentido, cuando además, en el caso de España, el peso de la monarquía es tan enorme y está tan presente en todas las manifestaciones históricas, siempre que se intentara tendría, probablemente, el enfrentamiento civil que, en el fondo, dio lugar a una guerra entre sus conciudadanos, como lo fue la del 36 al 39. O acaso alguien imagina tener que elegir para presidente a un Pablo Manuel Iglesias, a un Pujol o algún otro de los personajes de las recientes listas de corrupción de los EREs o de la calle Génova.

Con estas muestras, refrendaban lo que el mismo Azaña dijera a Negrín, que si acabada la guerra volvía la república se embarcaría para alejarse bien lejos, pues una de las generaciones intelectualmente mejor forjada, junto a una gran mayoría de analfabetos, fueron incapaces de consolidar un proyecto común que sólo recibió el aplauso general un día de abril de 1931, hundiéndose gradualmente desde los incendios de iglesias, la feroz oposición de las derechas y el desprecio que mutuamente se tuvieron los bandos contendientes, que terminaron enfrentándose con las armas y los atentados, en un clima europeo propicio a regímenes dictatoriales, como eran los de Alemania e Italia, mientras Francia e Inglaterra se debatían en difíciles situaciones de gobernanza.

“En los últimos tiempos de mi frecuentación, que eran por el año 1900 y algo de 1901, empezó a concurrir otro pasante, que hablaba muy poco, sonriendo de cuando en cuando tras sus cristales recios de miope, con una expresión que intentaba ser amable y no era grata. Le había olvidado al encontrarle cerca de treinta años más tarde; luego no le olvidaría aunque pudieran pasar otros treinta. Era de Alcalá de Henares y se llamaba Manuel Azaña.”

Aquí ya podemos constatar la primer alusión que en sus memorias hace, nada cariñosas y con ribetes de un profundo pesar.

Ya con el Pacto de san Sebastián, Alcalá-Zamora nos vuelve a hablar de Azaña, y dice:
“la impresión dominante casi unánime, síntoma expresivo del estado de conciencia, fue de desencanto, si bien respetuoso. Crítica agria, furiosa, descortés, no se oyó más que una: procedía de aquel antiguo pasante, que ya tenía casi olvidado, del despacho de Díaz Cobeña y que se llamaba Manuel Azaña”.

Mayor nota de desprecio no puede mostrarse, cuando él ya había tenido frecuentes reuniones con Azaña en el Ateneo y sabía que éste era una persona el en partido de Melquiades Alvarez y en el Ateneo.
En ese comité revolucionario, Azaña ostentaba la tesorería, razón por la que una vez más, don Niceto deja caer una nota sospechosa sobre aquella gestión, a saber:
“y un poco más de dos mil, unas doce mil pesetas, fue la última entrega hecha a azaña en Gracia y Justicia (donde éste trabajaba) por mi hijo mayor la víspera de prenderme; y en esa última remesa un donativo transmitido por mi conducto”.

En ese trabajo revolucionario y con sus mentores en la cárcel unos, escondidos Lerroux y Azaña, y en Bélgica Prieto, escribe Alcalá-Zamora, también pone al mismo nivel a Lerroux, de quien habla ahora con Azaña:
“Yo solamente lo he atribuido a que no esperando ya obtener más de mí buscó, sin violencia de su condición, halagar a Azaña asociándose a sus malas pasiones”

Con todos los revolucionarios encerrados en la Cárcel Modelo de Madrid, de mayor infausto recuerdo con la República por el asalto y asesinatos allí cometidos, escribe nuestro biografiado:
“La vacilación con que hablara de esto su cuñado Rivas Cherif (de Azaña), cuando nos hizo visita retardada, confirmó la sospecha de una ocultación, incluso de nosotros. Se investigó y súpose que seguía en Madrid, aunque ignorábamos donde, y sin dar señales de vida. Acordamos que yo le enviara por medio de su familia una carta, de la cual se reía mucho Fernando de los Ríos, porque sin reproche expresábale nuestra inquietud al no haber noticias suyas, caso único cuya extrañeza señalaba, y al par le transmitía las de todos los demás.  
Muy entrado el año 1931 dio respuesta vaga, sobria y cautelosa. Poco después apareció entre las comunicaciones clandestinas una que sin duda era suya; de expresión muy dura, despectiva y aún sucia contra la monarquía y la memoria de la regente muerta. En la cárcel creímos que el caso de incomunicación de Azaña era para tenerlo por dimitido y no se insistió más acerca de él.”
En su denuncia, don Niceto, una vez alcanzado el triunfo republicano, en las jornadas del 12 al 14 de abril, vuelve a mostrar su rencor hacia Azaña:
“Hacia el medio día reapareció Azaña, procurando tener su expresión más risueña, con la naturalidad imperturbable de un “decíamos ayer” al cabo de cuatro meses de aislamiento. Iba a recoger su parte de botín en la victoria por la cual nada o casi nada había hecho, sufrido, ni arriesgado. Llegaba dispuesto a posesionarse de Guerra y a recordar con su presencia que tal cartera le pertenecía como suya. Nos miramos los de la cárcel con sonrisa, y una mirada indulgente y expresiva le amnistió de la sanción en principio acordada: hubo la generosidad del triunfo sobreponiéndose a la estima de los servicios”.

En los párrafos que preceden, además de mostrarse prepotente, es también injusto, ya que todos ellos, sin distinción, ignoraban lo que podía ocurirles y, sin embargo, llevaron a cabo tareas de distinta manera. Azaña muy frecuente desde el Ateneo y la publicación de soflamas republicanas cuando viajaba por razones de su trabajo a otros lugares de España.

En la mañana del 13 de abril de 1931, la magnitud de la victoria en las elecciones municipales de los republicanos en las grandes ciudades y la capitulación de la Monarquía, los sitúa de inmediato al frente del gobierno sin que medie traspaso alguno.
“Preferí ser yo quien sin protesta o reivindicación de Azaña (Azaña era de Guerra y Alcalá-Zamora de la Presidencia) evitara la orden áspera y la expresión seca de éste en aquel instante delicado del primer conatcto con la fuerza militar para exhortar a la obediencia, encargar la disciplina, anunciar relevos, autorizar sustituciones, demandar interinidades y reclamar acatamientos”.

En las páginas de sus memorias, también destaca la animadversión que entre unos y otros se tenían:
“Verdadero odio lo había de Prieto contra Lerroux, sin otra concesión hacia éste que la admiración por el orador”

Sigue su tósigo contra otro de quien fuera un gran amigo de Azaña, como Casares:
“Más extraño parecerá saber que durante los primeros tiempos hubo celosa e implacable rivalidad con tallas muy desiguales de uno de los ministros hacia otro, con el cual acabó por identificarse. Dolíale a Casares que sus reformas en Marina no recibieran los homenajes de atención y aplauso reservados para las de Azaña en Guerra; y a diario acudía a Miguel, confidente de su enojo, acusando al otro de plagio total y con textos franceses en mano, que sin duda le proporcionaba algún militar de tierra, enemigo del ministro su jefe y perjudicado por los planes de éste.”

Una vez más se muestra el odio y la mezquindad, ya que Azaña en sus viajes a Francia, estudió profundamente la milicia francesa, quienes además le invitaron durante la Primer Guerra Mundial a visitar los frentes franceses.

Cuando dejó de ser presidente de la República, por votación de la Cámara, conforme la Constitución de la República y Azaña le sustituía, dice:
“Azaña no volvió a ocuparse de la Constitución, entregándola al azaroso capricho de las Cortes”
Y éstas otras denigrantes palabras hacia el apego al poder de Azaña, según su difamador:
“quizá tanto como el apego de Azaña al poder, para la retracción decisiva y funesta del grupo de Acción Republicana, que presumía mucho, aunque era bastante discutible, de estar formado por intelectuales.”
Cuando los primeros incendios de iglesias en Madrid, Alcalá-Zamora reprocha a Azaña su pasividad para atajarlos y el oponerse a que la Guardia Civil saliera de los cuarteles para custodiar.
“La actitud de los ministros conocidamente masones fue correctísima en aquel día y ni a Maura ni a mí nos opusieron ellos la menor dificultad para la represión. Es verdad que acabó perteneciendo a la masonería (habla de Azaña) quien permitió con su actitud la propagación de los incendios, pero aparte de que debió obedecer esa actitud suya a otro propósito, no se afilió a la secta u “orden” hasta un año después, en 1932, como se publicó con inusitado alarde.”

“La furiosa actitud de Azaña planteó, con el motíny el crimen ya en la calle, la más inicua y vergonzosa crisis de que haya memoria, a la vez la más difícil”
“Al redactar en el verano de 1932 la parte de mis primitivas Memorias (se apropiaron de ellas según él por la familia de Carrillo) correspondiente a esa odiosa jornada del 11 de mayo, decía que jamás habría remordimiento bastante en la conciencia de Azaña”

En estos párrafos anteriores, Alcalá-Zamora culpa a Azaña por su inacción en detener a cuantos incendiaron las iglesias en mayo del 31, poco después de la toma del poder por los republicanos, por lo que sigue aún con mayor crudeza:
“Evidente la culpabilidad de Azaña en la propagación de los incendios, sería absurda, arbitraria e injuriosa imputación suponerle de previo acuerdo con los criminales incendiarios, ni siquiera que sin concierto anterior con ellos se propusiera deliberadamente ayudar de modo decisivo de sus estragos. Esta consecuencia tan previsible quizá le preocupara poco, pero no era su propósito intencional. Para verlo así bastará reflexionar que él no se opuso ni por un instante a la declaración del estado de guerra, ni regateó la cooperación del ejército, que salió a la calle y dio guardia a los templos. Su oposición furiosa e irreductible era a la utilización de la guardia civil.

En la noche del 11 de mayo hablé yo para el público ante el micrófono y dije rotundamente a los agitadores que no disolvería la guardia civil, primera fuerza que había aceptado y sostenido al régimen. Para decirlo no consulté a ningún ministro: cuando lo hube dicho miré y la primera aprobación por expresivo gesto fue la de Domingo. Calló Azaña con visible y patente contrariedad; y frustrado e inicial propósito, un día después no sólo transigió o cedió sino que capituló en el desquite que para maura obtuve, al hacer aprobar el más breve pero resuelto telegrama circular por mi redactado según el cual, aún declarado el estado de guerra, sería Gobernación el ministerio que diese instrucciones sobre el orden público en cuanto no fuesen agresiones al ejército y éste, incluso antes de aquella declaración, debería auxiliar a las autoridades civiles.
Con el artículo 26 de la Constitución, sobre la Iglesia, se llega a la ruptura y al mayor encono, por lo que Alcalá-Zamora dimite.

“Aunque perdidas las esperanzas después de los discursos de Ríos y de Albornoz, eran tan grave el daño y tan fuerte el compromiso, que se intentó por el gobierno una fórmula de paz, la cual por un momento pareció que iba a prevalecer en el dictamen. Fue entonces cuando todo intento de paz religiosa quedó frustrado por la maniobra de Azaña, cuidadosamente preparada y concertada, sin advertirme siquiera jamás su propósito de hablar. Sentía sin duda lo que dijo, pero lo dijo además por convenirle. Del programa avanzado no sentía el la pobre llaneza social incompatible con sus gustos, ni la libertad que lo era con su despotismo; en cambio, con mucha más pasión lo anticlerical, quizá por la reacción frecuente de los educados en conventos, y eso lo llevaba en el fondo de su alma y de cuanto en él hiciera las veces de ella. La importancia del discurso, muy cuidadoso y afortunado, aunque lo presentó como una ocurrencia súbita o improvisación, cedía a la del acto político. Al dirigir aparente, convenido y afectuoso reproche a la fórmula socialista dijo que sobre tal problema hacía falta una solución y una mayoría que tomase el poder: él había encontrado aquella y podía por tanto recoger éste.”

“Se sustanció rápidamente la crisis tan grave y a los pocos minutos pudo Azaña decir a su familia desde el teléfono del Congreso que todo iba como estaba previsto”
“y además quisieron oscurecer la censura que yo dirigía a la incorrección de Azaña, que era ministro de la Guerra y no me guardó el menor respeto como presidente.”
Se haría muy prolijo seguir relacionando cuanta animadversión profesa a Azaña, a quien culpa de todo cuanto le aconteció en su breve mandato republicano.

“Fue por ello inútil que Azaña con pretexto de respetos, que jamás guardó”

También ya nos muestra la renuncia de los socialistas al gobierno en la comunidad de Cataluña, donde la Esquerra tiene el monopolio, otra de las razones de los padecimientos del estado español en el siglo XXI, por no haber aprendido del abandono de entonces y cometer los mismos errores que en la República.
“Iba generalmente acompañado en las visitas por el ministro de mayor identificación personal con Azaña, Giral, inteligente, siempre con amable sonrisa, que resultaba precaución inútil para ocultar su condición dura y violenta, que no dejó de contribuir durante su corto e inverosímil gobierno de 1936 a imprimir sello de ferocidad a la guerra civil”

También Alcalá-Zamora culpará a Azaña de su mala relación con los militares
“Al darme cuenta de esta dañosa persistencia procuré, en previsión del retorno de Azaña al poder, influir con propósito conciliador en el ánimo de Goded”

En el luctuoso caso de Casas Viejas, aún cuando entiende que Azaña sufrió acusaciones injustas, tampoco lo deja él en muy buen lugar.
“He creído siempre injustas las acusaciones lanzadas contra Azaña con motivo del trágico episodio de Casas Viejas”, dirá en el capítulo XV, sin embargo, líneas más abjo, sigue:
“Creo que ignoró completamente los asesinatos cometidos por la fuerza pública contra los presos de Casas Viejas; que se los ocultaron y que al irlos conociendo poco a poco me lo ocultó a su vez, pecado venial en hombre tan poco franco y que no querría aparecer engañado, ni confesar culpas de sus subordinados o agentes.

Señala también, según Alcalá Zamora, que Azaña se encontraba molesto y, por tanto, celoso, si la opinión pública le mostraba mayor consideración que al gobierno.
También manifiesta que Azaña llegó a falsificar un decreto.
También entiende que las terribles responsabilidades del desastre nacional y republicano se debieron a los socialistas por su marcha hacia la revolución.

Del PNV, nos señala que su único interés estaba en la autonomía, aunque no cree que abrasaran la república con mucho interés, más bien para estar al abrigo de la intemperie o fuera de la legalidad establecida.
Gobernando las derechas, tras la crisis del gobierno de Azaña y la victoria en unas nuevas elecciones del otoño de 1933, nos informa de la intención de Azaña y otros dirigentes de izquierdas de dar un golpe de estado, como también, por parte de Azaña, de su escaso interés parlamentario con esas Cortes.
Uno de los hechos más dolorosos para Alcalá-Zamora, como para la República, fue que Sanjurjo fuera amnistiado, por lo que el narra lo siguiente:
“Por si todo esto fuera poco, los vascos, con la tosquedad arbitraria de su capricho, habían destruido, para servir éste, fundamentales principios cometiendo una enormidad jurídicamente mayor, al acabar con las bases del orden legal y los principios fundamentales de éste, ya aplicando la amnistía a los delitos comunes, ya con destrucción también de la autoridad de cosa juzgada al dejar nulas las sentencias firmes sin necesidad de recurso de revisión. En cuanto a las izquierdas, en vez de haberse resistido con vigor, como era su deber, frente al retorno de militares amnistiados y hostiles a la República, para que ocuparan de nuevo mandos,  dedicáronse  en la feria de de apresuradas votaciones y enmiendas a aumentar la extensión de la amnistía, a fin de que ésta amparase la impunidad de rebeliones sindicalistas, comunistas o anarquistas mirados ya con afines, que habían luchado contra los gobiernos del primer bienio o contra el reciente de Martínez Barrio.
“Me oponía a dos extremos: la enormidad procesal de origen vasco y la vuelta a servicio y mando activos de los militares de ello alejados”
.
Los catalanes también le merecen algunas perlas, ya que si bien con Macá tuvo desde que le conociera en las Cortes, una feliz relación, de Cambó, declara lo siguiente:
“El hombre de más atravesada intención de toda España: don Francisco de A. Cambó y Batlle.”
“Entre las sumisiones u hostilidades que indicara Martínez Barrio figuraba de modo expreso y destacado la rendición o el ataque por parte de la generalidad catalana, ya en manos de Companys y muy excitada al parecer contra la sentencia del Tribunal de Garantías, que había anulado una ley regional agraria.”
Otro golpista era el obispo de Barcelona, para quien le pidieron a la Santa Sede el cese o dimisió, o el alejamiento de su sede.
“La generalidad había adquirido armas sospechosas y de largo alcance en el extgranjero; que el alijo había tenido lugar en costas de Tarragona y el posterior en dos camiones a un almacén de Barcelona de cierta manzana”
A pesar de lo que hemos conocido de la traición de ayer, nada hemos hecho bien para evitar la traición reciente, en los albores del siglo XXI de otros catalanes más incultos, pero más desvergonzados.
Alcalá-Zamora también tuvo que enfrentarse a lo que también se llamó “el problema catalán” por la declaración unilateral hecha por Companys que le costó entrar en prisión y ser condenado por sedición, a lo que razone de la siguiente forma:
“Yo estaba resuelto en defensa de la patria y de su porvenir a que no se derramara sangre catalana por delito político y dureza del poder central”.
Es curioso como él considera que Cataluña es la menos apta para la autonomía:
“He creído siempre que la mayor dificultad del problema catalán consiste en reclamar la más amplia autonomía la región menos apta para ejercerla…Todo el buen sentido práctico que suele haber en las individualidades catalanas tornase un frenesí utópico para el alma colectiva” Palabras proféticas si pudiera saber lo que ocurriría un mes de octubre de 2017.
“Baleares fue la obsesión de mi mandato y mi palabra de saludo en los consejos de ministros; de tal modo, tan obsesionantemente me preocupaba de ello que ya en el debate constitucional libré y gané la primera batalla para impedir conatos de absorción regional por parte de la Generalidad”, dirá Alcalá-Zamora
Las clases ricas y conservadoras catalanas veían con alarma la máquina del estatuto de autonomía en manos de la izquierda o es querra, y bajo tal influjo, se formó el plan”.
También nos cuenta cómo se enterró el gobierno de los acopios de armas que la Generalidad estaba almacenando y que el general Batet supo vencer en menos de 24 horas.

Azaña será encarcelado en el puerto de Barcelona, sin fundamento, por lo que escribe don Niceto:
“El proceso contra Azaña era el que apasionaba a Lerroux con afán, que no sentía en el de Largo, y con tenacidad que abandonó pronto en el de Prieto…No cedía en cambio el odio contra Azaña y fue inútil que nuestros cambios de impresiones le indicase mi serena apreciación de que tal proceso acabaría, tras escándalo y rencores, en sobreseimiento; como habría acabado el que en 1932 pensó Azaña seguir contra Lerroux”.

“Azaña,  mi gran enemigo fue jefe del gobierno más tiempo que nadie”
 
Cuando las elecciones son ganadas por el Frente Popular, siguen los malos pensamientos de don Niceto:
“Quedó el nuevo gobierno Azaña formado aquella misma tarde y ya en aquel instante procedió con premeditada mala fe”.

Acabando el libro, en el quinto apéndice, dice:
“todo ello aparte de que no podrá atribuir nadie a preferencia mía agradecida ninguna resolución favorable a Azaña, de quien no puedo tener ningún buen recuerdo, aunque el cumplimiento de mis deberes se sobrepusiera a cualquier queja”

“La crisis de junio de 1933 fue provocada por una obstinación de Azaña…Pedí cortés y claramente a Azaña que no volviese por mi casa particular, para lo cual, y a fin de evitarle molestias, me ofrecí atentísimo a trasladarme a la residencia oficial a cualquier hora del día o de la noche en que resultara necesario”.  
Triste rosario de acusaciones para quien fuera un honesto presidente, que murió en el exilio en la más profunda humildad y pobreza.
  



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