viernes, 5 de enero de 2018

CARTA A LOS REYES MAGOS

CARTA A LOS REYES MAGOS

Querido rey Melchor,

Hoy cuando sostenías a mi nieta Daniela en brazos, me acordé de aquel otro que con una mirada somnolienta, las manos bien enguantadas, con su corona y una poblada barba y melena cana, miraba al fotógrafo en aquel tenderete de plaza Birrambla, la víspera de Reyes, mientras la lluvia llenaba de charcos la piedra del suelo y hacía más oscura la noche en Granada.

Aquel niño que sostenía el manillar de una Vespa, matrícula GR-10608, cubierto por su capucha y abrigo, mira también al fotógrafo con sus enormes ojos negros, lo mismo que la niña que va de paquete y sostiene un burrito de  peluche, que quizás fuera la hermana; también las dos chiquillas que están a su izquierda, majestad, dejando a su derecha una maceta sobre un soporte elevado, un minúsculo incipiente árbol de Navidad con escuálidas luces, a su espalda;  estrellas y guirnaldas que se sujetan al techo a dos aguas hecho de lienzo, del  dosel de la tela que cubre aquella tienda de campaña  improvisada.  Seguro que a la mañana siguiente encontraron el regalo que tanta ilusión les haría, quizás no aquel del escaparate de la cercana tienda de juguetes del 95, que a toda la chiquillería de entonces hacían soñar ilusoriamente, pues nuestros pajes sólo contaban con una escuálida bolsa para poder hacer los encargos en los más modestos puestos de la placeta de la Trinidad, junto a la piara de pavos que se habían librado de la cena de Navidad,  o en los otros puestos de la misma Bibarrambla.

Llovía entonces y ha seguido lloviendo desde aquel día, aunque aquel chiquillo de la foto hoy su nariz lleva el peso de unas gafas, sus ojos ya han menguado y  su corazón está cargado de otoños, quisiera creer que aún llevas contigo su carta y sus sueños, que aún cuando le dejaste una pelota, nunca el balón de reglamento,  algún que otro indio y el cowboy ,  un tambor y un buen puñado de caramelos, eres el mismo que ahora también  haces soñar a mi princesa.

Probablemente ella nunca sepa que tú allí, en aquel lejano frío invierno, bajo ese humilde techo de estrellas de hojalata, tú, que parecías un verdadero rey de oriente, o un guerrero de las frías estepas rusas, trabajabas para poder ayudar en el mísero caudal que llevarías a tu propio hogar, de aquellos mayores que tenían puestas sus esperanzas en un trabajo en el norte de Europa y en una sociedad más justa.

Tampoco ese mismo niño, hoy con los hombros cargados de atardeceres, sabía que le esperaba conocer a San Nicolás, quien quiso suplantarte con mejores obsequios y una enorme variedad de chocolates como de tentadoras golosinas, sin darse cuenta que tú, aún con regalos más sencillos, con tu presencia en aquella plaza, con tu silencio,  ya lo habías encadenado a sus piedras y a tu persona.


Entre tanto, algunos de aquellos pajes que se apresuraban esa noche para que la ilusión infantil  fuera realidad en el amanecer del día de Reyes, ya se fueron, como también se tendrán que ir los que hoy acompañaban a Daniela, sin embargo, cada noche de la Epifanía, a pesar del paso de los años, siempre los veo allí presentes,  esperando expectantes los gritos de alegría de una infancia que recibía con gozo el regalo de ese paquete dejado por los Reyes Magos, y ahora que me toca ir bajando la cuesta, desearía, majestad, que en esa carta que espero  aún conserves, con los mismos renglones torcidos de entonces, les des las gracias a todos ellos y les digas que siempre están en mi corazón y nunca dejes de atender las buenas peticiones de mi pequeña, aunque no siempre se correspondan con su carta, como siempre ocurrió ayer y seguirá sucediendo mañana.

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