domingo, 21 de enero de 2018

PATRIA, DE FERNANDO ARAMBURU

PATRIA, DE FERNANDO ARAMBURU

Hermosísima novela en la que su autor nos muestra la cruda realidad de una sociedad vasca reciente, en la que él, en el trasfondo de su obra, lo que pretende es que los lectores, particularmente quienes no sean vascos, perdonemos la cobardía de sus coterráneos y tengamos comprensión por los hechos que ellos, sobre todo, tuvieron que padecer.

El escritor, como nadie, sabe la admiración que siempre los vascos merecieron al resto de los españoles, por su “supuesta” sobriedad, su religiosidad y su laboriosidad y emprendimiento industrial.

Aún así, en esta novela, como otrora hiciera Pío Baroja, aparecen los estereotipos en aquel Hilario, “de dientes amarillos” y padre del traidor Koldo que se fuga a Méjico, originario de Andalucía, que trabaja en la fundición y que no es muy amigo del padre del etarra Xose Mari. Por tanto, maketos que el mismo Sabino Arana en su doctrina, que es la Biblia para el PNV, denostaba, pero que ahora se querían hacer perdonar e integrarse con los comandos o “talde” de estos nuevos asesinos.

Es indudable que en las figuras del Txato y de la misma Miren, como la enferma Arantxa, uno termina por reconciliarse con ellos, también, en ese último abrazo que se da con la enemiga Bittori, mientras el melifluo marido Joxian sigue en su huerta o guardando la bicicleta de sus antiguas correrías con el asesinado Patxo,  por la banda de su hijo,  después de haberle dado la espalda, como hiciera todo el pueblo, por miedo y por cobarde.

Constatamos cómo en el bar regentado por Patxi, sirve de buzón para los etarras, también  de alcancía para recoger el óbolo que mantenga la lucha y se señale a quien no siga las consignas de su doctrina revolucionaria separatista. El sufrimiento también de los padres de esos etarras que una vez o dos veces al mes viajan lejos para ver a sus hijos y seguir manteniendo ambos el fuego de su feroz lucha, que en su pueblo merece el mayoritario reconocimiento por cobardía y miedo.

Como no, la iglesia vasca con el párroco de la pequeña localidad, don Serapio, otro euskaldun que al igual que su obispo olvidaron que Jesús vino a este mundo para redimirnos de nuestros pecados y enseñarnos a ser todos hermanos, y aleccionaba a las escasas feligresas para que siguieran ayudando en su lucha por la emancipación de Euskal Herria, aunque fuera con la Goma 2, el tiro en la nuca y la extorsión, con su aliento nauseabundo de halitósis.y su suavona mano.

También aparecen las chicas que tienen que ir a abortar a Londres, como el maricón Gorka y el heterodoxo Ramontxu (Y que me perdonen los sarasas, maricas,  homosexuales, disolutos,  afeminados o cuantos “pierden aceite”, como les llamábamos antes de saber que existía una palabra en inglés que los calificaba supuestamente de manera edulcorada y de alegre vida, cuando en Andalucía siempre merecieron la misma simpatía entre las gentes sencillas, tanto ellos como las “tortilleras”,  lesbianas, que existieron siempre, sin que por ello tengamos que usar galicismos).

Terminada la lectura me plantee qué recuerdo guardo yo de los vascos que he conocido, como de esa época, que me pilló viviendo en Madrid y que raro era el día en el que no había un atentado.

Mis primeros conocimientos del paisaje y paisanaje vasco fue por medio de la revista satírica el TBO, donde un tal Josechu, fuerte, con su sempiterna boina y su nariz chata, daba muestras de su fortaleza, partiendo troncos con la mano o frenando la carrera de los bueyes con su cabeza portentosa.

Vinieron también los heroicos conquistadores que acompañaron las huestes castellanas en la conquista de los reinos musulmanes, en particular el de Granada, como posteriormente la conquista de América o la circunnavegación,   que terminaría la tozudez de Elcano.

Después, en aquellos cromos en los que los Sáez, Orue, Rojo, Iribar, contrariamente a los futbolistas de América que se hacían pasar por españoles, y la consabida furia en su juego, que merecían nuestra admiración infantil, como por llevar su camisola los mismos colores que los del Granada C.F, rojo y blanco.
Con las primeras lecturas, las novelas en las que de Guetaria, Hondarribia, Guecho y todos aquellos puertos del norte, salían en busca de la codiciada ballena y de aventuras, mientras Pío Baroja nos deleitaba con un castellano sobrio e historias de hidalgos, héroes y navegantes.

Después la poesía de Gabriel Celaya, aunque eso ya sería más tarde.

Empecé a saber de ellos con los primeros atentados, con aquel furriel del campamento de Sotomayor en Viator, hosco y sin apenas relacionarse con nadie de aquella 9ª Cía, 4º Bon, como lo que radio macuto contaba que en el Castillo de guardia estaban etarras y aquellos insumisos que no querían hacer la mili, mientras los Primeros Zaragatas de Almería, con su escasa estatura, mostraban su chulería y sus aires marciales a los nuevos reclutas, poco interesados en la disciplina militar y deseosos de pasar pronto por esta obligada tarea nacional, el servicio militar, además de la preocupación latente por la escabrosa situación en el Sahara español y la inminente Marcha verde.

Ya casado y trabajando para una empresa con sede en Castellón y con la responsabilidad de la delegación de ésta en Madrid y la zona centro de España, constituida por una élite de empresarios de toda la geografía hispana, que unieron sus conocimientos, su capital y su visión para traer al mercado español lo más relevante de los materiales de construcción del exterior, me hice amigo de uno de estos socios y jefes, originario de San Sebastián, ya entrado en los cincuenta, que cada viaje a la sede central en el Mediterráneo o a mi oficina de Madrid, en el hotel Turcosa del Grao, o en el Eurobuilding o el Meliá Castilla, organizaba orgías que ni los mismos Borgia eran capaces de superarle en su depravación.  Eso sí con su eterna sonrisa, su pelo canoso y su discurso que él era comunista, eso sí “de después de Stalín”, que clamaba. De regreso a su amada Donostia, comulgaba cada Domingo y tenía contenta a su “maitechu” o se iba a esquiar con su familia al Pirineo.

La presión de Eta, a este simpático guipúzcoano, poco laborioso, muy dicharachero y putañero, le obligó a abrir una sede en Madrid, con otros socios del Levante y Guipúzcoa, como también una propia en Zaragoza, donde días antes participé en la inauguración y me libré del atentado en el que dos compañeros, uno de ellos Antolí y el otro el marido del dueño de la fábrica italiana de grifería Stella, perderían la vida, quizás a manos de aquellos empleados de aquel J.A.U o de otros vascuences o guipúzcoanos; que mal encarados, haciendo grupo, con semblante avinagrado, presenciaron la inauguración en Zaragoza, o participaban de los chivatazos, ¿a saber?

Ya en las obras de Azaña, como en todas las lecturas sobre la Guerra Civil, descubrí  las dos caras de estos compatriotas del Norte, a saber, los navarros colaborando con Franco y los que estaban bajo las órdenes de los Napoleochu de turno de los partidos nacionalistas vascos, abandonando a su suerte a los republicanos y negociando con el Vaticano su defensa, mientras corrían despavoridos abandonando los fusiles en el famoso Cinturón de Hierro, que sólo fue una “china” en el zapato de los rebeldes y otras de las bravuconadas mentirosas de estos cobardes gudaris.

A Almería, en ese despegue turístico e inmobiliario de los años ochenta, me volví a encontrar con la simpatía, el gusto por la buena vida, los buenos vinos y las buenas comidas, de estos hijos del País vasco, que también se vieron forzados a emigrar por las denuncias y las cartas de extorsíón de ETA. Aunque sus padres eran oriundos de latitudes vecinas: Burgos, Logroño, Cantabria, Galicia,  ellos se sentían muy vascos, con su peculiar acento norteño, su afición al “pote”, el “calimocho”, el “tresillo” y el dominó. La inversión de sus progenitores contribuyó en la transformación del paisaje inmobiliario de la costa almeriense, aunque sus capitales se fueron diluyendo, bien por inversiones  en el Caribe nada afortunadas, como por una vida poco laboriosa, aunque pudieron seguir viviendo ellos y su descendencia de los caudales heredados, bajo el laudable sol de Almería.


Está claro que cuando con ellos uno trata, frente a frente, de tú a tú, no se entiende esa diferenciación que los políticos que hablan de “históricos”, cuando entre ellos y los del Sur, no hay nada que nos diferencie. Los hay serios y laboriosos, en ambos bandos, como también oscuros, falsos, cobardes y melindrosos en el Norte como en el Sur. Eso sí, con acentos distintos, quizás con mayor indisciplina en el Sur, que nos vacuna de nazismos y cofradías, como no sean las de Semana Santa,  y con una idiosincrasia en el que la vida es un valor que se respeta y el talento, probablemente, esté más cercano para apreciar los dones de la naturaleza y de la humanidad, que en las frías orillas del Cantábrico, donde San Ignacio de Loyola tiene aún hoy día una enorme presencia.

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