CRÓNICA DE LA GUERRA EUROPEA
1914-1918, DE VICENTE BLASCO IBÁÑEZ.
EDICIÓN ABREVIADA DE JOSÉ MANUEL
LECHADO
Un entrañable amigo del bocho,
que sabe de mi pasión por la lectura, hace unos días, tuvo el feliz detalle de
dejarme uno de los libros que hicieron las delicias de su mocedad a orillas del
Nervión, mientras él intentaba entre sus libros de ingeniería, distraer su
tiempo de ocio en una antigua biblioteca, cuyos fondos, según me cuenta hoy,
desgraciadamente una riada posterior acabó con aquella magna biblioteca.
El que yo he leído y el que él
pudo rescatar de su memoria juvenil, no son iguales, pues se trata de la obra
que Vicente Blasco Ibáñez, en nueve tomos publicó sobre la primera guerra
mundial, ahora sabiamente extractado por el periodista José Manuel Lechado.
En la introducción de este libro,
José Manuel Lechado, nos relata de qué modo en la villa zaragozana de Cetina,
un coleccionista local había donado esta auténtica enciclopedia de esa primer
Guerra, donde él la descubre en los anaqueles polvorientos de aquel pequeño
lugar. El mismo pueblo que cita el poema de mío Cid y que fue hogar nupcial de
Francisco Quevedo, allí estaba este casi “incunable” que haría las delicias de
su padre y de aquel niño, incipiente futuro periodista.
Si para el infante José Manuel Lechado,
las fotos en blanco y negro de aquellos soldados, de los “poilus”, de los cascos
de los boches coronados con una pica, de los mapas, las caricaturas, de los
mismos chistes de los periódicos de la época ya le hicieron atractiva la
lectura de tan extraordinaria obra, en mi caso, me volvía a recordar mis
primeras lecturas en francés de autores españoles en aquella Bruselas de
mediados de los sesenta, cuando Blasco Ibáñez, junto a Jules Verne, Victor Hugo
o Ernest Hemingway, me hacían soñar con viajes o con mi misma añorada y lejana
patria.
No es de extrañar pues que ese
gran escritor valenciano y republicano, cuyas obras tenían una enorme acogida
en el cine yanqui, y que por entonces era muy famoso, exiliado en Francia, unas
veces por enfrentarse al rey Alfonso XIII y otras por lo mismo con el dictador
Primo de Rivera, fijó su residencia en la ciudad francesa de Menton y, además,
fuera un magnífico prosélito de la cultura francesa como de sus libertades,
aunque siempre tuviera presente lo español en su mente y en su obra.
“Dos de agosto de 1914… En este
día terminó materialmente la paz de Europa. Un minuto después de las 12 de la
noche, o sea, al iniciarse el día 2, empezaron en toda Francia los trabajos de
movilización general. Los hombres acudieron en masa. Se había calculado al
empezar la movilización una merma en los contingentes de un 10%, por enfermos,
ausentes y desertores. La movilización duró veinte días. Cuando hubo terminado,
se vio que no llegaba al 1% el número de los que faltaban a la patriótica
llamada. Jamás pueblo alguno dio un ejemplo tan rápido y unánime en el
cumplimiento del deber”
De esta forma, tras habernos
hablado del atentado de Sarajevo, el valenciano, nos muestra el patriotismo y
la fe en la defensa de sus libertades que movilizaba a los franceses.
“La guerra de 1914 empezó en una
forma nunca vista. Todos los pueblos en las diversas edades de la Historia, han
considerado que la guerra tiene sus prácticas, su cortesía y faltar a ellas es
una deshonra. Jamás entraron en lucha naciones sin avisarse previamente con una
declaración formal o con la retirada de sus representantes. Hasta las tribus salvajes,
cuando desean combatirse, lo anuncian por medio de emisarios.
Alemania implantó un procedimiento
nuevo en 1914. Sus tropas invadieron el territorio de Francia cuando aún no
había hecho ninguna declaración de guerra y su embajador estaba todavía en
parís…En las primeras horas de la mañana del 2 de agosto llegaron a parís
noticias de la frontera anunciando el avance de los alemanes. Penetraron por
varios puntos…Por la tarde llegó a París la noticia de que los alemanes había
violado la neutralidad del Gran Ducado de Luxemburgo. A las siete de la tarde
el ministro de Alemania en Bruselas entregó al gobierno belga un ultimátum de
su país.”
El Imperio alemán, cuyos Estados
se agrupaban en torno a la capitalidad de Berlín y la fuerza militar de los
prusianos, regidos por el despiadado Káiser Guillermo II, de la familia
Hohenzollern, consideraron que tras la derrota de Napoleón y el despliegue de
Inglaterra y Francia en Africa, ellos con unas cifras de natalidad
extraordinarias y una pujante industria, no podían ser un mero convidado en ese
nuevo colonialismo, amén de un pangermanismo creciente que desde todos los
frentes, incluso la misma Iglesia católica o los luteranos, las instituciones
universitarias, la prensa y la aristocracia, a quienes en el último momento
también se sumarían los socialistas al igual que los judíos, aún cuando éstos
ya sufrían alguna que otra persecución y exclusión.
Un príncipe de la Iglesia
alemana, cardenal Von Hartmann, arzobispo de Colonia, dice, en una de sus
homilías: “Es la conciencia de nuestra misión que nos permite alegrasrnos y ser
dichosos con el corazón lleno de gratitud, cuando nuestras máquinas de guerra
abaten a los hijos de Satán y nuestros maravillosos submarinos, instrumentos de
la venganza divina. Envían al fondo de los mares a millares de no elegidos.” Y
concluía, “debemos combatir a los malos por todos los medios posibles, sus
sufrimientos deben sernos agradables, sus gritos de dolor no deben conmover a
los sordos oídos alemanes”
Esta sesuda eminencia de la
iglesia alemana, poco o nada había aprendido de las enseñanzas del Nazareno
sobre la cruz, se asemeja su discurso al que treinta años después otros de sus
compatriotas pronunciaran en Nuremberg o en los campos de extermino que
levantaron en la Europa central, o en el mismo siglo XX la iglesia católica
española bajo la llamada de la Cruzada ponía bajo palio a un Dictador y ya en
el siglo XXI, en Cataluña, en la misma Montserrat, o en Iglesias de la región,
levantaban con sus homilías en catalán el hecho diferencial, como también
hiciera antes un arzobispo en San Sebastián, mientras en algunas sacristías del
País Vasco, eran ocultados los etarras o la Goma 2 que atentaría contra otros
indefensos seres humanos.
También los protestantes alemanes
se sumaron a ese coro, por medio de las Devociones de guerra, el pastor Johan
Rump o el catedrático de Teología de la Universidad de Berlín, Rheinold
Seeberg.
La prensa también se encaramaba a
ese aliento mesiánico de guerra, presentando los gases asfixiantes como una
medida humanitaria, en la Gaceta de Colonia, utilizado por vez primera en Ypres
(Bélgica), donde ningún alemán pudo hollar en esta guerra este diminuto
territorio.
Los alemanes ansiosos por llegar
a París, nunca lo logaron, fueron detenidos en los frentes que otrora
conocieron los Tercios españoles de Flandes, donde sus victorias fueron
sonoras, mientras los alemanes destruían todo a su paso.
Arrasada quedaría la ciudad de
Arras, Lille, la catedral de Reims, mientras los frentes de Occidente poco se
movieron en una guerra de trincheras.
En oriente, Blasco Ibáñez, entra
en menor número de pormenores, aunque los Imperios Centrales, formados por
Bulgaria, Alemania, Austria-Hungría y Turquía, tuvieron que hacer frente a
Francia, Inglaterra, Italia, siempre pésima en su mediación militar, Serbia y
Rumanía; Portugal en el año 1917.
Estados neutrales eran España y
Suiza, quienes al termino de la guerra tuvieron un destacado papel en la
mediación y en el regreso de los prisioneros de guerra.
Españoles son también los que
combaten como voluntarios y procedentes de Argelia, bajo el apelativo de los
Turqs en el bando francés, con quienes se encuentra mientras compran tabaco en
París.
Famosos serán los frentes del
Marne, Verdún, Aisne, el Sambre, como también los generales Joffre y Foch,
mientras que entre los alemanes, el más conocido sería Hindenburg.
La guerra de submarinos con el
ataque alemán de navíos no militares, dará lugar a la desaparición de
innumerables vidas inocentes como fue la del famoso compositor granadino
Granados, que viajaba de Francia a Gran Bretaña y cuyo barco fue torpedeado en
el canal de la Mancha.
La aviación tendrá también un
gran protagonismo, siendo Georges Guynemer el as de la aviación francesa y el
Barón Rojo por parte alemana, mientras los dirigibles iban perdiendo
protagonismo.
Con la entrada de los Estados
Unidos, en 1977, la guerra cobra un nuevo brío, no tanto por la fuerza humana
de los jóvenes yanquis, bastante inexperta, sino por el material bélico que se
recibe. Entra en escena pues quien será el nuevo árbitro en el escenario
mundial.
En el tomo IV, Blasco Ibáñez, que
probablemente no fuera íntegramente escrito por él, manifiesta la enorme
admiración que le produce el pueblo belga y cita las fuentes periodísticas y
militares de la época. Un epígrafe entero será dedicado a los belgas y a la
batalla del Yser, firmado por el periodista belga Pierre Nothomb. Es la única
inserción de este tipo en toda la obra, justificada por la enorme admiración
que Blasco sentía por este autor y por el pueblo de Bélgica. A pesar de su
republicanismo, también profesará enormes elogios a la persona del rey de los
belgas, Alberto I
.
El 11-11-1918, a las 11 horas,
hora oficial de París, los Aliados darán por terminada la guerra con su
victoria. La línea de frente iba desde el canal de Terneuzen, Gante, Sottegem,
Grammont, Ath, Mons, maubeuge, Chimay, Rocroi, Charleville, Sedan, Montmedy,
Danvilliers, Etain, Fresnes-en-Woevre y Pagny-en-Moselle.
Todo empezó por la solicitud de
armisticio de Bulgaria, poco después Turquía, le seguiría Austria-Hungría y
finalmente, Alemania, mientras su Kaíser huía a Holanda, país neutral, desde
donde por telegrama, años después felicitaría a Hitler por su entrada en París.
Los acuerdos firmados en Bucarest
y Brest-Litovks, que los mismos alemanes nunca respetaron, de nada servirían a
los Aliados frente a la desaparición de los Imperios centrales.

Se fijan en Europa nuevas
fronteras y surgen nuevos Estados, mientras el nuevo canciller alemán, Max de
Baden, acepta todas las condiciones que le imponen los Aliados, entre las
principales la evacuación de Bélgica, su restauración y su soberanía.
Yugoslavia nace como nación que
pretende unir a los pueblos eslovenos, croatas y serbios. Hoy sabemos que fue
un vano esfuerzo.
Austria-Hungría y Turquía serán
desmembrados, mientras Rusia tampoco sale bien parada y los maximalistas de
Lenin, como entonces era conocido el partido Comunista, empiezan a apoderarse
del poder gradualmente frente a los bolcheviques
.
En esta aciaga hora para
Alemania, los militares tratan de eludir sus responsabilidades.
Foch, asistido por el almirante
Weings, primer lord naval, junto a Erzberger, Uberndorff, general von
Winterfeld, capitán de navío Von Below, con los poderes y consentimiento del
canciller alemán, firman la paralización de las hostilidades y las condiciones
que el mando Aliado imponen, regresando entren especial a Spa
.
En los 25 puntos de este acuerdo,
no todos se cumplieron y además del cese inmediato de hostilidades, quedaba
claro que Alemania perdía Alsacia y Lorena, tenía que evacuar la orilla izquierda
del Rin y los Aliados contarían con puntos de apoyo en suelo alemán, en las
ciudades de Maguncia. Coblenza y Colonia. También se reservaban una zona neutral
en la orilla derecha del Rin, como ,
como todo el armamento, aviones, submarinos y barcos, en este último caso, la
flota alemana fue hundida voluntariamente para evitar su entrega.
La multitud parisina llenó los
bulevares, mientras vitoreaba a su héroes, los Clemenceau, Foch o el mismo rey
Alberto de Bélgica. En Lóndres, Lloyd George y el Rey, lo hacían en Downing
Street , mientras Italia aprovechaba para ocupar el Tirol e Istria.
En suelo alemán, la revolución y
los desórdenes se sucedían, a la par que el derribo de las estatuas de
Guillermo II y todas las dinastías alemanas eran barridas por la revolución y
la república.
El 22 de noviembre, en la Gran
Plaza de Bruselas , los reyes belgas hacían su entrada triunfal y una multitud
contenida soportaba el enorme frío y la alegría por la enorme contribución y
valentía de su rey Alberto en la defensa de la soberanía de los belgas desde el
pequeño rincón de Ypres, que nunca legó a ser expugnado.
A primeros de diciembre de 1918,
yanquis, ingleses y franceses ocupan por vez primera Alemania.
Los bávaros tratan de culpar a
Berlín como responsables de la guerra de 1914, mientras el nuevo Estado alemán
trata de copiar la democracia de los USA con dos cámaras, la popular y la de
los Estados, un presidente elegido por el pueblo. Se fijan los límites del
estado y Alemania se anexiona los Estados alemanes de Austria., mientras los
privilegios de los nobles quedaban abolidos
.
Constantinopla, los Dardanelos
antes, reciben a los franceses y los alemanes que asesoraban al gobierno y al
ejército turco, son expulsados.
Lo que tanto tiempo había
anhelado el valenciano Vicente Blasco Ibáñez, la paz, se cumplía, lo mismo que
el fin de su magna obra, que debiera estar a la altura de la Enciclopedia
Francesa, el Quijote y las obras de Lorca, por la relevancia de lo que en la
misma nos relata, como lo que supondría para una nueva conflagración mundial
pocos años después, sin que nadie le hubiera prestado la suficiente atención
para evitar nuevos errores y nuevos dramas.
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