sábado, 14 de abril de 2018

SPINOLA, CAPITÁN GENERAL DE LOS TERCIOS, DE OSTENDE A CASAL

SPINOLA, CAPITÁN GENERAL DE LOS TERCIOS, DE OSTENDE A CASAL, DE JOSÉ I. BENAVIDES

Después del Deo gratia de la diaria misa de maitines, por la nave central de la iglesia de san Nicolás, a pocos pasos de la Grand Place de Bruselas, mientras las envainadas espadas que asoman entre los pliegos de la lujosa vestimenta de sus recios portadores, golpean el pavimento, y aún no han terminado de persignarse y dar la espalda al coro, cuando los demás asistentes, arrodillados aún en los bancos de madera y toda la iglesia con la mezcla del olor de la cera y el incienso, como de las penumbras, miran de soslayo, la cabeza inclinada, al general de los tercios de España y la corte de recios soldados que le acompañan.

Los mercaderes que han acudido a esta misa matutina, como las numerosas mujeres que cubren su cabeza con su característico gorro blanco y  su falda con un delantal, las más humildes o de ricos encajes, abalorios y pesadas vestimentas las más afortunadas, ven con qué prisa unos soldados de los Tercios de Flandes siguen los pasos de su Capitán General., antes que un carrillón de trece campanas anuncie la siguiente misa de Laudes.

Ya en su carroza, que apresuradamente va dando brincos sobre los adoquines y que no repara en los destrozos que todavía siguen presentes en los muros de la iglesia que acaba de abandonar,  con motivo de las revueltas religiosas de 1579 entre católicos y protestantes, que han dado lugar a las guerras entre los católicos de los Países Bajos y los protestantes de las Provincias Unidas, como de los mártires de Gorcum, cuyos restos años después aquí serán depositados, los oficios y menestrales de estas calles se desperezan antes de abrir sus puestos y ofrecer la variada mercancía en sus estrechas y medievales calles.

Allí están los carboneros, los de los arenques, los de la carne y el pan, los carniceros, los de la mantequilla y el queso,  y cómo no, los mejillones que harán las delicias de los españoles que a falta de boquerones, merluza, sardinas o bacalao y su ración de vino, darán buena cuenta en los cercanos y numerosos tenderetes junto a una buena jarra de cristal  con la apreciada malta y lúpulo de una dorada cerveza.

Ya delante del Ayuntamiento de la ciudad u Hôtel de Ville, el impresionante edificio gótico, frente a la casa del Rey, en cuyos salones años atrás Carlos V abdicó en su hijo Felipe II, mientras los infantes de los Tercios se cuadran, van llegando el conde de Bucquoy, de nombre Charles Bonnaventure,  general de la artillería española;  el gobernador de Cambrai, primer  marqués de Espinar, de la familia de los Coloma; el cardenal marqués de Bedmar, cuyo anillo acuden a besar los viadantes; el vencedor de la batalla de Fleurus, Gonzalo Fernández de Córdoba; Johan Oldenbarnevelt, consejero de Guillermo de Orange; Pierre Pecquius, del Gran Consejo de Malinas y canciller del Ducado de Brabante; el Tercer Duque de Feria, Suárez de Figueroa, embajador extraordinario en el imperio; Pablo Rubens, pintor flamenco y embajador extraordinario con Jacobo I de Inglaterra de su majestad Católica Hispánica; Pedro Téllez Girón, III duque de Osuna, Consejero de estado y antiguo soldado; Pedro Toledo y Osorio, marqués de Villafranca, embajador extraordinario en París; Henry Van der Bergh, conde de Van der Bergh, general de la caballería española; Luis Verreycken, Tesorero de la Orden del Toisón de Oro e importante interviniente en la paz de Vervins; Antonio de Zúñiga y Dávila, marqués de Mirabel, miembro de los Consejos de Estado; Baltasar Zúñiga y Fonseca, gran comendador de León,  tuvo un destacado papel en la batalla de la Montaña Blanca y en la reanudación de la guerra en Flandes tras la tregua de los doce años; el I marqués de los Balbases, duque de Sexto y de Venafro, caballero del Toisón de Oro, grande de España, don Ambrosio Spinola Doria, natural de Génova, perteneciente al Reino de España, con su apuesta figura y su barba de caballero español, resaltada por la gola blanca y sus negros hábitos, en cuyo pecho destaca la cadena del dorado Toisón de Oro. Las reverencias se suceden por parte de los aristócratas belgas y sus representantes de comercio, los representantes eclesiales, así como de la enorme plebe que poco a poco se ha ido congregando al paso de tan variada y esplendorosa comitiva, mientras el plomizo cielo augura un día más de fina lluvia y de añorado sol para los representantes ibéricos.

Aún cuando ésta podría ser la forma novelada de este libro, sin embargo, su autor, don José I. Benavides, aprovechando las fuentes bibliográficas del Archivo de Simancas, nos va desvelando el modo de proceder de aquel gran general que para España, en la prioritaria defensa del catolicismo, de un banquero, se convirtió en un gran militar, cuyo mayor éxito lo plasmó como nadie, para la posteridad, el gran Velázquez, pintor en la corte de Felipe IV.

A lo largo de esta obra, vemos los denodados esfuerzos de los españoles por mantener su hegemonía en Europa, sus guerras contra los holandeses, apoyados por Francia e Inglaterra, y cómo no, la importancia del dinero, del que la monarquía española gastó de manera a llevarla hasta la suspensión de pagos, para sostener una fe, que el mismo Papa, en el Vaticano, a menudo, también era otro enemigo de España.

En aquel siglo XVII,  la infanta Isabel Clara Eugenia de Austria, hermana de Felipe III, quien casó con el archiduque Alberto, además de la gobernanta para España de aquellas  lejanas tierras del norte, que se unían con el Milanesado por la ruta de los españoles, salvando los puertos de los Alpes,  sería querida por los pobladores de aquellos lares belgas, desde Amberes hasta el ducado de Luxemburgo, pasando por Gante, Tournai o Malinas, mientras las guerras de religión, como los distintos intereses económicos por el comercio con las Indias Orientales y Occidentales, daban lugar a continuos enfrentamientos, tanto por el aprovisionamiento por el mar, como por los caudalosos ríos del Mosa y el mismo Rin.

Allí intervenían los ducados del Palatinado, los príncipes de Baviera, los condes de Lorena y Alsacia, cuando Francia se enfrentaba también a los hugonotes y paulatinamente iba consolidando su Estado, mientras las arcas del Imperio español no eran suficientes para sostener tantas guerras y los continuos asedios de tan innumerables enemigos, así como las nuevas exploraciones y conquistas allende Europa.

Fue necesario para esos tercios de Flandes contar con mercenarios irlandeses, valones, italianos, católicos ingleses y de las tierras de los hulanos, que junto a a otro puñado de hombres llegados del reino de Castilla, a menudo mal pagados, luchando en el barro y bajo condiciones extremas, convirtieron a la infantería española, como a la de marina, en una fuerza que al grito de “Santiago y cierra España”, bajo los estandartes de la Cruz de san Andrés, con fondo blanco, sostuvieron la presencia de las élites y la monarquía de los Austria en el Viejo continente.
.

Grata obra de un pasado esplendoroso, con sus indudables lunares, pero con la caballerosidad y furia española por bandera,  a cuyo frente Spinola alcanzó el alto grado de Capitán General, en lo que hoy es la la capital de Europa y donde los españoles ya paseábamos, cuando sólo eran bellas ciudades sin sentido de Estado, con enemigos de religión y los belgas nuestros mejores aliados y capitanes..

No hay comentarios:

Publicar un comentario