DESPEDIDA TARDÍA
Hubiera querido darte un abrazo, pero ya sabes las
convenciones de los mayores, pues ambos ya lo somos, aunque ni tú ni yo quisiéramos
creerlo, me impidieron golpear tu puerta
vecina y hacerlo.
Está claro que no habría podido insuflarte el aliento que
tanto precisabas, a pesar de tu encarnizada lucha, y de lo mucho que me habría alegrado conseguirlo.
Me movía ya, solamente, decirte adiós y, sobre todo, darte las gracias, ya que nunca supe hacerlo
antes, por la amistad desinteresada que tú y otros como tú, en aquel Granada
juvenil de los años setenta, me brindasteis,
cuando con mi peculiar acento de tulipán u “Holandas”, ya perdido mi deje
granaíno, de mi añorada calle de Niños
Luchando 12, regresaba al paraíso de mi patria que un día tuviera que abandonar,
después de un lapso y de costumbres muy diferentes a las que mi edad juvenil y
la Granada de entonces se debatían con las de mi formación forastera.
Manolo Parra, el Bobby Stiles, Antonio Prieto, el Pepelíos,
Jose Luis, Paco Justicia, Manolillo
Alba, Cuesta y el resto de compañeros cuyos nombres hoy no recuerdo , además de
reencontrarme con la pasión del fútbol, ayer en los campos de hierba de la
generosa Bruselas y lejos del toldo eterno de bronce y lluvia del cercano Mar del Norte, ahora, por los
campos de tierra del Zaidín, Maracena, Albolote, con un sol despiadado, y tantos donde tú como yo, aspirábamos a alcanzar el sueño de
vestir la rojo y blanca listada que lucían los Ñito, Dueñas, Vicente y
enfrentarnos a los Amancio, Netzer y tantos jugadores que veíamos en aquel Los Cármenes, con el dosel de la garita de la
cárcel y el policía armada, en el fondo norte, con la inmaculada Sierra nevada
con sus nieves perpetuas y su gélido viento, en el fondo Sur, de los domingos
invernales.
Luego, me abrirías las puertas de tu casa, en cuyas paredes
colgaban reproducciones de obras de López Mezquita, que no me dejaron
indiferente entre la simpatía de tus mayores, mientras empezábamos nuestros devaneos en aquellos inocentes bailes,
allá por los callejones de Gracia, con
el picú y los discos de vinilo a cuestas, en algún caluroso tercer piso de
alguno que tenía a sus padres veraneando en Almuñecar, cuando usábamos
cualquier artimaña para conseguir un primer beso.
De esta forma, las tardes de ocio, olvidados ya los libros y
el trabajo de “enchufao”, gracias a ti, como aquellos dos genios de la
inventiva y la amistad, que fueron Parra y Prieto, también desaparecidos muy
jóvenes, mientras tú seguías corriendo
la banda derecha y continuabas soñando con alcanzar los laureles y el premio de
jugar en el Granada C.F, yo volvía a recuperar el alma y el duende que me había
atenazado siempre de mi ciudad: deambulaba por sus placetas, sobre sus
adoquines, antes que la caterva de
alcaldes ignaros, desvergonzados y
corruptos, la fueran transformando para que perdiera sus señas de identidad y
nadie pudiera reconocer su singularidad, aún cuando en la Calderería baja se
encontraba quien restañara una olla de porcelana, una sartén o alguno de los
utensilios hogareños de entonces. En San Jerónimo, esquina el Hospital de san
Juan de Diós, seguía una posada y más abajo una serrería, donde el serrín, las
virutas y el perfume de las maderas, revoloteaban por el aire entre un rayo de
sol otoñal, mientras las sierras seguían con su infernal ajetreo y mi abuelo
carpintero iba agotando su maestría con el escoplo, el formón y la madera . Y
aún en la Encarnación, llegaban las últimas alsinas de alguno de los pueblos de
la vega, delante de maderas Bonal o del mismo bar de don Antonio, frente a la
Colegiata, donde darían los cuartos y a las doce de la noche, el último tranvía tronaría sobre los añejos raíles próximo a su desaparición.
Creamos aquella Asociación juvenil, a instancias de don Juan
Padial, que curiosamente sería el primer alcalde socialista de Granada, desde
Acción Católica, en un edificio de san Jerónimo ya desaparecido, lúgubre, pero
con el encanto del patio central, los antiguos salones y la magnificencia de
las casas solariegas de Granada, con sus columnas y escalones de mármol de
Sierra Elvira. Con Marcelo, Paco Espínola y una pléyade de jóvenes dispuestos a cooperar generosamente en la formación de otros menos favorecidos..
Allí conoceríamos a las que luego serían nuestras esposas,
las dos amigas y vecinas desde su más tierna infancia, por lo que, ya los
cuatro, prolongaríamos durante algún tiempo nuestras románticas salidas por el
Sacromonte, el café Suizo o las excursiones a los innumerables rincones de
aquella Granada que a pocos pasos tenía el campo o la sierra.
Atrás pues quedaron, por obligación y devoción, nuestras
correrías detrás de las niñas de viajes de estudios, haciendo guardia en el Landázuri,
por la Cuesta Gomérez, Hotel Meliá y donde se corriera la voz que podíamos
intentar ligar.
Ya éramos más formales, nos paseábamos en mi primer Seat 600
de tercera o cuarta mano, acudíamos a los cines Goya, Aliatar, Palacio del Cine
o los de Arte y Ensayo en el Realejo con nuestras novias.
La Semana Santa, la piscina Miami o Neptuno, llenaban
también nuestro tiempo libre en verano, antes de empezar a subir al Parque de
Invierno para una nueva temporada.
En ese tráfago juvenil, yo pude tener a los mejores amigos que nunca
antes hubiera soñado, fui absorbiendo el alma de mi ciudad natal y, como no,
nos cargamos gradualmente de responsabilidades, de hijos y también nuevos destinos y aventuras, también de distancia, que sin embargo nunca nos hicieron perder la amistad, a la que ahora,
desgraciadamente tenemos que poner punto y aparte.
El final, seguro que lo pondremos los dos, una vez más, en
compañía de tantos que nos ayudaron a crecer, con su amor y su amistad,
posiblemente desde esos luceros que alumbraron nuestros paseos juveniles por
los jardines de la Alhambra, donde seguro ya nunca más podremos desentendernos
de nuestra amada Granada y de nuestros seres queridos.
Si no te pude dar ese postrer abrazo, recibe éste de quien
soñó como tú un mismo porvenir de felicidad en nuestra tierra y esa no es otra
que Granada, que aunque tan pronto se haya truncado, no dudes que viajará
siempre con cada uno de nosotros allá donde nos encontremos y cualquiera que
puedan ser nuestras avatares.
Un amigo,
Fernando
Sentida y emotiva despedida a nuestro querido amigo Paco y una amena recopilación de dos o tres años de bonitos y felices recuerdos.
ResponderEliminarEnhorabuena Fernando. Muy bonito.
Precioso el relato lleno de sentimiento y emotividad, de un tiempo de nuestras vidas, lleno de ilusiones y amistad. Yo me enteré muy tarde de la muerte de Paco, Parra y Prieto. Con Paco Sánchez tuve la suerte, al menos, de compartir una comida de filiales. Dios los tenga en su Gloria a los tres.
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