lunes, 1 de octubre de 2018

DESPEDIDA TARDÍA, A MI AMIGO PACO SÁNCHEZ

DESPEDIDA TARDÍA


Hubiera querido darte un abrazo, pero ya sabes las convenciones de los mayores, pues ambos ya lo somos, aunque ni tú ni yo quisiéramos creerlo,  me impidieron golpear tu puerta vecina y hacerlo.

Está claro que no habría podido insuflarte el aliento que tanto precisabas, a pesar de tu encarnizada lucha, y de lo mucho que me habría alegrado conseguirlo.

Me movía ya,  solamente,  decirte adiós y, sobre todo,  darte las gracias, ya que nunca supe hacerlo antes, por la amistad desinteresada que tú y otros como tú, en aquel Granada juvenil de los años setenta,  me brindasteis, cuando con mi peculiar acento de tulipán u “Holandas”, ya perdido mi deje granaíno,  de mi añorada calle de Niños Luchando 12, regresaba al paraíso de mi patria que un día tuviera que abandonar, después de un lapso y de costumbres muy diferentes a las que mi edad juvenil y la Granada de entonces se debatían con las de mi formación forastera.

Manolo Parra, el Bobby Stiles, Antonio Prieto, el Pepelíos, Jose Luis, Paco Justicia,  Manolillo Alba, Cuesta y el resto de compañeros cuyos nombres hoy no recuerdo , además de reencontrarme con la pasión del fútbol, ayer en los campos de hierba de la generosa Bruselas y lejos del toldo eterno de bronce y lluvia del cercano Mar del Norte, ahora, por los campos de tierra del Zaidín, Maracena, Albolote, con un sol despiadado,  y tantos donde  tú como yo, aspirábamos a alcanzar el sueño de vestir la rojo y blanca listada que lucían los Ñito, Dueñas, Vicente y enfrentarnos a los Amancio, Netzer y tantos jugadores que veíamos en aquel  Los Cármenes, con el dosel de la garita de la cárcel y el policía armada, en el fondo norte, con la inmaculada Sierra nevada con sus nieves perpetuas y su gélido viento, en el fondo Sur, de los domingos invernales.

Luego, me abrirías las puertas de tu casa, en cuyas paredes colgaban reproducciones de obras de López Mezquita, que no me dejaron indiferente entre la simpatía de tus mayores, mientras empezábamos nuestros devaneos en aquellos inocentes bailes, allá  por los callejones de Gracia, con el picú y los discos de vinilo a cuestas, en algún caluroso tercer piso de alguno que tenía a sus padres veraneando en Almuñecar, cuando usábamos cualquier artimaña para conseguir un primer beso.

De esta forma, las tardes de ocio, olvidados ya los libros y el trabajo de “enchufao”, gracias a ti, como aquellos dos genios de la inventiva y la amistad, que fueron Parra y Prieto, también desaparecidos muy jóvenes,  mientras tú seguías corriendo la banda derecha y continuabas soñando con alcanzar los laureles y el premio de jugar en el Granada C.F, yo volvía a recuperar el alma y el duende que me había atenazado siempre de mi ciudad: deambulaba por sus placetas, sobre sus adoquines, antes  que la caterva de alcaldes ignaros, desvergonzados  y corruptos, la fueran transformando para que perdiera sus señas de identidad y nadie pudiera reconocer su singularidad, aún cuando en la Calderería baja se encontraba quien restañara una olla de porcelana, una sartén o alguno de los utensilios hogareños de entonces. En San Jerónimo, esquina el Hospital de san Juan de Diós, seguía una posada y más abajo una serrería, donde el serrín, las virutas y el perfume de las maderas, revoloteaban por el aire entre un rayo de sol otoñal, mientras las sierras seguían con su infernal ajetreo y mi abuelo carpintero iba agotando su maestría con el escoplo, el formón y la madera . Y aún en la Encarnación, llegaban las últimas alsinas de alguno de los pueblos de la vega, delante de maderas Bonal o del mismo bar de don Antonio, frente a la Colegiata, donde darían los cuartos y a las doce de la noche, el último tranvía tronaría sobre los añejos raíles próximo a su desaparición.

Creamos aquella Asociación juvenil, a instancias de don Juan Padial, que curiosamente sería el primer alcalde socialista de Granada, desde Acción Católica, en un edificio de san Jerónimo ya desaparecido, lúgubre, pero con el encanto del patio central, los antiguos salones y la magnificencia de las casas solariegas de Granada, con sus columnas y escalones de mármol de Sierra Elvira. Con Marcelo, Paco Espínola y una pléyade de jóvenes dispuestos a cooperar generosamente en la formación de otros menos favorecidos..
  
Allí conoceríamos a las que luego serían nuestras esposas, las dos amigas y vecinas desde su más tierna infancia, por lo que, ya los cuatro, prolongaríamos durante algún tiempo nuestras románticas salidas por el Sacromonte, el café Suizo o las excursiones a los innumerables rincones de aquella Granada que a pocos pasos tenía el campo o la sierra.

Atrás pues quedaron, por obligación y devoción, nuestras correrías detrás de las niñas de viajes de estudios, haciendo guardia en el Landázuri, por la Cuesta Gomérez, Hotel Meliá y donde se corriera la voz que podíamos intentar ligar.

Ya éramos más formales, nos paseábamos en mi primer Seat 600 de tercera o cuarta mano, acudíamos a los cines Goya, Aliatar, Palacio del Cine o los de Arte y Ensayo en el Realejo con nuestras novias.

La Semana Santa, la piscina Miami o Neptuno, llenaban también nuestro tiempo libre en verano, antes de empezar a subir al Parque de Invierno para una nueva temporada.

En ese tráfago  juvenil,  yo pude tener a los mejores amigos que nunca antes hubiera soñado, fui absorbiendo el alma de mi ciudad natal y, como no, nos cargamos gradualmente de responsabilidades,  de hijos y también nuevos destinos y aventuras, también de distancia,  que sin embargo nunca nos hicieron perder la amistad, a la que ahora, desgraciadamente tenemos que poner punto y aparte.

El final, seguro que lo pondremos los dos, una vez más, en compañía de tantos que nos ayudaron a crecer, con su amor y su amistad, posiblemente desde esos luceros que alumbraron nuestros paseos juveniles por los jardines de la Alhambra, donde seguro ya nunca más podremos desentendernos de nuestra amada Granada y de nuestros seres queridos.

Si no te pude dar ese postrer abrazo, recibe éste de quien soñó como tú un mismo porvenir de felicidad en nuestra tierra y esa no es otra que Granada, que aunque tan pronto se haya truncado, no dudes que viajará siempre con cada uno de nosotros allá donde nos encontremos y cualquiera que puedan ser nuestras avatares.


Un amigo,

Fernando 

2 comentarios:

  1. Sentida y emotiva despedida a nuestro querido amigo Paco y una amena recopilación de dos o tres años de bonitos y felices recuerdos.
    Enhorabuena Fernando. Muy bonito.

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  2. Precioso el relato lleno de sentimiento y emotividad, de un tiempo de nuestras vidas, lleno de ilusiones y amistad. Yo me enteré muy tarde de la muerte de Paco, Parra y Prieto. Con Paco Sánchez tuve la suerte, al menos, de compartir una comida de filiales. Dios los tenga en su Gloria a los tres.

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