CACIQUISMO Y DEMOCRACIA
Allá por 1923, Manuel Azaña, en
sus variados artículos escritos en la revista España, fija su pluma sobre este
binomio: caciques y demócratas, que a mí me ha traído a la memoria la muy
cercana similitud con lo que acontece hoy en el siglo XXI. El ejemplo más
reciente son los casi cuarenta años de “cacicato” del PSOE en Andalucía, sin
que, desgraciadamente, haya servido para elevar grandemente el nivel de sus
gobernados. El otro, probablemente, lo tengamos en el País Vasco, donde el PNV,
actúa de la misma forma que lo ha hecho en Andalucía el PSOE o que en Cataluña
lo vinieron haciendo las huestes de Jordi Pujol, integradas en el hoy extinto
partido llamado Convergencia y Unio, por sus gigantescas corrupciones.
“España es un país gobernado
tradicionalmente por caciques”. Término éste que importamos de la América precolombina,
pues eran jefes en algunas tribus y que acuñamos en la península para llamar a
la persona con excesiva influencia en un pueblo, en asuntos políticos o
administrativos. La RAE, le añadirá: déspota, autoritario o persona que se da
muy buena vida.
En esencia, nos dirá Azaña, el
caciquismo es una suplantación de la soberanía, que sin destruir la apariencia
del régimen establecido, erija un poder fraudulento.
Esto lo hemos conocido por la
prensa en los casos de corrupción en Valencia, Madrid, Sevilla, Cataluña, o lo
sufrimos en la misma medida que el gobierno de Pedro Sánchez, sólo es
reconocido por los oligarcas que se sientan en la Carrera de San Jerónimo, en
especial los representantes batasunos, catalanistas o del “soufflé” de Podemos,
sin que él haya recibido directamente la
aprobación ciudadana mediante un plebiscito y, en el caso del golpe de Estado
dado por los catalanistas, intente modificar las formas para que los inculpados
puedan ser liberados o no tener la carga de las penas a las que han dado lugar
por el incumplimiento de la Ley.
“La oligarquía como sistema, y el
caciquismo como instrumento”. El cacique local, llamémosle Puigdemont, Torra,
Chaves, Ortuzar, Fabra, son anteriores al régimen constitucional y al sufragio,
y han persistido con ellos. La oligarquía fue nobiliaria y territorial (Mas,
Pujol, Carulla), hoy es burguesa y, en su núcleo más recio y temible,
capitalista (Roures) aborto de la gran industria y de la finanza.
El cacique nos escandaliza porque
la conciencia pública es más sensible que hace cincuenta años, sólo que en el
siglo XXI está detrás de la financiación de los partidos políticos, mayormente
en aquellos lugares de aspiración nacionalista, pues sus privilegios son
defendidos por esos mismos gobernantes que, o bien piden su respaldo económico,
o más tarde, le dan cobijo a esos políticos.
“Madrid no es el foco del
caciquismo, dirá Azaña, ni exporta caciques. Una cosa es la oligarquía parlamentaria
y burocrática, a sueldo de la gran oligarquía de traficantes que constituye el
tronco de nuestro cuerpo político, y otra la mesnada de reyezuelos aldeanos que
guarnecen el suelo nacional. Se sirven mutuamente”.
Basta el gobierno de partidos
para engendrar la oligarquía parlamentaria; y en otros países donde el pueblo
es menos indiferente o está menos aterrorizado por los caciques que en España,
la oligarquía afianzada en los grandes monopolios, existe. Y a la inversa;
suprímanse las Cortes en España, o el sufragio universal, ¿qué habría perdido
el cacique? Unos cuantos quebraderos de cabeza , en viéndose libre del apuro de
sus combinaciones electorales. El caciquismo viene de abajo arriba. Cuando el
político emerge en Madrid (pongamos por ejemplo a Pedro Sánchez), coruscante,
vanidoso como una tiple, sienta sus pies en un pedestal de roca
El cacique no entiende de” alta
política”, como suele decir. Y el jefe tiene que servirle a ciegas, aunque
cueste lágrimas, sangre o dinero el servicio que presta; tiene que acreditar
todos los días su influencia; de otra manera, la roca se hundiría bajo sus pies.
Se dirá: si no hubiera políticos
que amparasen a los caciques, no existiría el caciquismo. Es un error, en cuanto es un régimen primitivo y de horda.
El poder del cacique es anterior
a cualquier constitución, a toda urdimbre política.
Está en las empresas
periodísticas, en los grandes grupos financieros, y cuentan con alcaldes,
diputaciones, profesores de instituto, catedrático, médicos, notarios, abogados,
terratenientes, sacerdotes, que no
admiten la disidencia y que, ayer dando empleos a quienes les eran adictos, hoy
en los enchufes, en las compras de productos, en las contratas de obras, de
suministros, en los mismos aprobados de las escuelas y universidades, ellos
conceden o mplean conforme le son más cercanos el alumno, el productor, el
comerciante, el campesino.
El cacicazgo se funda en dos
bases: económica y profesional.
El combate serio contra el
caciquismo lo sostienen las organizaciones de braceros y de pequeños
labradores, que amenazan cegar su fuente de poderío. Decía Azaña, cuando hoy en
el mismo campo andaluz miembros de sindicatos obreros del campo se han
convertido en auténticos caciques, eso sí, adscritos a movimientos comunistas
para ocultar sus verdaderos intereses y de qué manera, ellos han alcanzado la
posición que otrora combatían, pues donde la sociedad obrera es pujante, los
bandos caciquiles suspenden sus guerras y se conciertan contra el enemigo
común, además ahora les ha llegado savia nueva de los que antes eran simples
agricultores y hoy día, en el siglo XXI, con el número de hectáreas que poseen,
y la modernidad de sus explotaciones, amén de los saldos de sus cuentas
bancarias, se han convertido en modernos caciques, que procuran guardar las
formas y seguir la senda antes emprendida, aún cuando ellos bien saben no
sufren igual las calamidades, los impuestos, la presión que el resto de sus
conciudadanos.
Caciquismo de ayer y de hoy.
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