domingo, 10 de febrero de 2019



CACIQUISMO Y DEMOCRACIA

Allá por 1923, Manuel Azaña, en sus variados artículos escritos en la revista España, fija su pluma sobre este binomio: caciques y demócratas, que a mí me ha traído a la memoria la muy cercana similitud con lo que acontece hoy en el siglo XXI. El ejemplo más reciente son los casi cuarenta años de “cacicato” del PSOE en Andalucía, sin que, desgraciadamente, haya servido para elevar grandemente el nivel de sus gobernados. El otro, probablemente, lo tengamos en el País Vasco, donde el PNV, actúa de la misma forma que lo ha hecho en Andalucía el PSOE o que en Cataluña lo vinieron haciendo las huestes de Jordi Pujol, integradas en el hoy extinto partido llamado Convergencia y Unio, por sus gigantescas corrupciones.

“España es un país gobernado tradicionalmente por caciques”. Término éste que importamos de la América precolombina, pues eran jefes en algunas tribus y que acuñamos en la península para llamar a la persona con excesiva influencia en un pueblo, en asuntos políticos o administrativos. La RAE, le añadirá: déspota, autoritario o persona que se da muy buena vida.

En esencia, nos dirá Azaña, el caciquismo es una suplantación de la soberanía, que sin destruir la apariencia del régimen establecido, erija un poder fraudulento.

Esto lo hemos conocido por la prensa en los casos de corrupción en Valencia, Madrid, Sevilla, Cataluña, o lo sufrimos en la misma medida que el gobierno de Pedro Sánchez, sólo es reconocido por los oligarcas que se sientan en la Carrera de San Jerónimo, en especial los representantes batasunos, catalanistas o del “soufflé” de Podemos,  sin que él haya recibido directamente la aprobación ciudadana mediante un plebiscito y, en el caso del golpe de Estado dado por los catalanistas, intente modificar las formas para que los inculpados puedan ser liberados o no tener la carga de las penas a las que han dado lugar por el incumplimiento de la Ley.

“La oligarquía como sistema, y el caciquismo como instrumento”. El cacique local, llamémosle Puigdemont, Torra, Chaves, Ortuzar, Fabra, son anteriores al régimen constitucional y al sufragio, y han persistido con ellos. La oligarquía fue nobiliaria y territorial (Mas, Pujol, Carulla), hoy es burguesa y, en su núcleo más recio y temible, capitalista (Roures) aborto de la gran industria y de la finanza.

El cacique nos escandaliza porque la conciencia pública es más sensible que hace cincuenta años, sólo que en el siglo XXI está detrás de la financiación de los partidos políticos, mayormente en aquellos lugares de aspiración nacionalista, pues sus privilegios son defendidos por esos mismos gobernantes que, o bien piden su respaldo económico, o más tarde, le dan cobijo a esos políticos.

“Madrid no es el foco del caciquismo, dirá Azaña, ni exporta caciques. Una cosa es la oligarquía parlamentaria y burocrática, a sueldo de la gran oligarquía de traficantes que constituye el tronco de nuestro cuerpo político, y otra la mesnada de reyezuelos aldeanos que guarnecen el suelo nacional. Se sirven mutuamente”.

Basta el gobierno de partidos para engendrar la oligarquía parlamentaria; y en otros países donde el pueblo es menos indiferente o está menos aterrorizado por los caciques que en España, la oligarquía afianzada en los grandes monopolios, existe. Y a la inversa; suprímanse las Cortes en España, o el sufragio universal, ¿qué habría perdido el cacique? Unos cuantos quebraderos de cabeza , en viéndose libre del apuro de sus combinaciones electorales. El caciquismo viene de abajo arriba. Cuando el político emerge en Madrid (pongamos por ejemplo a Pedro Sánchez), coruscante, vanidoso como una tiple, sienta sus pies en un pedestal de roca

El cacique no entiende de” alta política”, como suele decir. Y el jefe tiene que servirle a ciegas, aunque cueste lágrimas, sangre o dinero el servicio que presta; tiene que acreditar todos los días su influencia; de otra manera, la roca se  hundiría bajo sus pies.

Se dirá: si no hubiera políticos que amparasen a los caciques, no existiría el caciquismo. Es un error,  en cuanto es un régimen primitivo y de horda.

El poder del cacique es anterior a cualquier constitución, a toda urdimbre política.

Está en las empresas periodísticas, en los grandes grupos financieros, y cuentan con alcaldes, diputaciones, profesores de instituto, catedrático, médicos, notarios, abogados, terratenientes,  sacerdotes, que no admiten la disidencia y que, ayer dando empleos a quienes les eran adictos, hoy en los enchufes, en las compras de productos, en las contratas de obras, de suministros, en los mismos aprobados de las escuelas y universidades, ellos conceden o mplean conforme le son más cercanos el alumno, el productor, el comerciante, el campesino.

El cacicazgo se funda en dos bases: económica y profesional.

El combate serio contra el caciquismo lo sostienen las organizaciones de braceros y de pequeños labradores, que amenazan cegar su fuente de poderío. Decía Azaña, cuando hoy en el mismo campo andaluz miembros de sindicatos obreros del campo se han convertido en auténticos caciques, eso sí, adscritos a movimientos comunistas para ocultar sus verdaderos intereses y de qué manera, ellos han alcanzado la posición que otrora combatían, pues donde la sociedad obrera es pujante, los bandos caciquiles suspenden sus guerras y se conciertan contra el enemigo común, además ahora les ha llegado savia nueva de los que antes eran simples agricultores y hoy día, en el siglo XXI, con el número de hectáreas que poseen, y la modernidad de sus explotaciones, amén de los saldos de sus cuentas bancarias, se han convertido en modernos caciques, que procuran guardar las formas y seguir la senda antes emprendida, aún cuando ellos bien saben no sufren igual las calamidades, los impuestos, la presión que el resto de sus conciudadanos.

Caciquismo de ayer y de hoy.


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