LA AMISTAD ENTRE BELGAS Y ESPAÑOLES, DESDE ANTIGUO
Mientras leía las cartas que el escritor y diplomático del
siglo XIX, Juan Valera, autor de Pepita Jiménez, Juanita la larga o el
Comandante Mendoza, entre las más conocidas, dirigía a su íntimo amigo el barón
Greindt, intercambiadas por ambos desde Lisboa, Bruselas, Ostende o Spa, donde se profesan una enorme amistad y numerosas confidencias, decidí
hurgar en esa estrecha relación y en ese atractivo que desde antiguo se forjó
entre los españoles y los ciudadanos de las cercanías del Mosa, el Escalda o
las angostas calles de Amberes, Brujas, Gante, Louvain, Namur o la misma ciudad
de Bruselas, además de la ciudad de Carlos, conocida como Charleroi.
Probablemente todo empezó cuando la burguesía de esos burgos
ya comerciaban con Burgos, Toledo y las ciudades castellanas que, a través de
Santander o los puertos del golfo de Vizcaya, comerciaban con las ciudades
flamencas. Se acrecentó en cuanto Juana, la hija de los RRCC., y el mismo infante
Juan, Príncipe de Asturias, estrechaban
sus lazos y afectos con los hijos de Maximiliano I de Alemania.
Pero no es con los monarcas, Carlos I de España y V de
Alemania, o Juana la loca o la misma Margarita de Austria, con los que me
quiero detener, ni con el más belga de ellos, que por su fisionomía podría
considerarse Felipe II, es con los primeros edecanes que acompañaban el séquito
de Carlos V, entre los que destacaban Guillermo de Croy, conocido como Sr. De Chièvres,
Adriano de Utrecht, luego sería elegido Papa, Jean le Sauvage y Mercurino de
Gattinara, éste último del Piamonte italiano, que en la historia de España y por los partidarios de su abuelo Fernando
el Católico, eran llamados "los rapaces flamencos", pues en sus primeros encuentros con sus súbditos no sabían hacerlo en castellano y pretendieron imponer sus maneras y protocolos, aún no correspondiendo al viejo Cardenal Cisneros con el apoyo y la gerencia en la que había defendido a la persona del nieto de Isabel y Fernando.
Muchos serán los españoles que residan en las ciudades de
los Países Bajos de entonces, y muchos los belgas que lo harán en España.
Formaban parte de los Tercios de Flandes, alemanes y las milicias walonas. Aún
hoy en el suelo de la catedral Sainte Gudule o en iglesias próximas, algunas
lápidas desvaídas señalan el nombre de españoles allí enterrados.
De este modo, a Sevilla
llegarán los antepasados de los hermanos Bécquer, el uno pintor y el otro, Gustavo Adolfo Bécquer, magnífico poeta, con unas Leyendas quizás aún no superadas por su maestría literaria.
Seguirán acudiendo a nuestras tierras, concretamente a
Granada, Hubert Meersmans, quien comprará el Carmen de los Mártires y realizará
una enorme labor de embellecimiento, atraído, como otrora Carlos V, por la Alhambra, antes de terminar arruinándose. El César llevará a cabo su palacio y sentará las bases para que sus antepasados descansen eternamente en la Capilla real de Granada.También, en la colina de enfrente, en
el Albayzin, Max Moreau, pintor, tendrá su residencia y terminará donando su Carmen para
que se convierta en un precioso museo.
Tras la segunda guerra mundial y después en los años sesenta
y setenta, el río de exiliados y emigrantes que acudirán al barrrio du Midi, o en las cercanías de la place du sablón, en Bruselas o se desparramarán por las ciudades del carbón, en Bélgica al abrigo de
la acogida de otra española que se había enamorado del rey de los belgas, será
Fabiola junto a Balduino quienes enlacen en lo más alto esta fraternidad
hispano-belga, en cuya playa de Motril, el matrimonio real encontrarían el sol y
el solaz que les vedaba en el lluvioso “plat pays”, en el que reinaban.
Antes, Vives y Erasmo de Rotterdam forjaron una enorme
amistad, como Rubens con la monarquía hispana, con sus pinturas y sus
embajadas, ni que decir tiene que los pintores flamencos: Breughel, los hermanos van Eyck y la numerosa constelación de flamencos, en su mayoría sus cuadros
colgaban en cualquier casa o iglesia, convento de abolengo españoles que se preciaran. Durante la IIª
República, Indalecio Prieto se esconderá en Ostende durante la Revolución de
Octubre, Azaña viajará a Bruselas y se hospedará en el Hotel Métropole,
mientras que en el mismo momento de la independencia de Bélgica, Mesonero
Romanos, escritor, historiador y periodista nos describirá ese primer momento
de la independencia belga en 1830, bajo el canto de la Bravanconne en el teatro
Royal. Por esa embajada de Bruselas sentaron sus reales el mismo Duque de Alba,
Juan Valera o, ya como funcionario, Francisco Lorca, hermano del universal
poeta granadino, Federico.
De este modo, desde que los comerciantes castellanos
navegaron hasta los puertos de Brujas y Amberes, llevando la lana merina o
importando los magníficos trabajos de “dentelles”, o recibían naranjas
valencianas, o el cacao y la plata que nuestros galeones transportaban para
Sevilla, Lisboa o Cádiz, según fueran los gobiernos y la presión inglesa, que
terminarían en manos de los banqueros alemanes y de los burgueses flamencos,
España y Bélgica, los belgas y los españoles, hemos mantenido una estrecha,
afectuosa relación, que como todas las humanas, ha tenido sus malos y buenos
momentos, pero siempre han conservado un trasfondo de cariño y afecto mutuo, a pesar de las borrascas.
Ya en el siglo XXI, un golpe de Estado en Cataluña y la
residencia en Waterloo de su principal forajido, han hecho que con frecuencia
en la península ibérica, no se entienda bien la protección y respaldo que
algunos círculos flamencos le prestan, como también antes hicieron con
terroristas etarras, confiemos que, a pesar de estas equivocaciones, la
relación entre belgas y españoles, siempre conservará el cariño, la cordialidad
y el respeto que siempre nos profesamos mutuamente, desde la Edad Media hasta
nuestros días.
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