MUERTE EN LA MADRUGADA, DE
HELEN NICHOLSON
Granada. Julio-Agosto de 1936
Helen Nicholson, americana,
viene a ver a su hija y su yerno, en el verano del 36 a Granada, donde residen
en un Carmen frente al Hotel Palace, donde ella goza del rumor de las acequias
que llevan el agua a la colina de la Sabika, como del perfume que las plantas
despliegan en los jardines de la Alhambra.
De repente el 20 de julio de
1936, en la sobremesa, estallan los primeros disparos de la guerra civil en
Granada.
“Enfrentados a la elección
entre fascismo y anarquía, el ciudadano
medio se ha puesto de parte de los fascistas, que han mantenido la ley y el
orden, la religión y la propiedad. Pero el carácter español es demasiado
individualista para que el fascismo logre una aceptación duradera en la Península”,
declarará, ella que será testigo del ruido que de día, después de cada
bombardeo, que los aviones de la República hacen sobre Granada, que termina por
hacer enloquecer al portero del cementerio de san José, quien le pide a su
yerno, abogado granadino, que le busque otro empleo, pues no puede soportar los disparos,
los gritos, los llantos y los lamentos de cada madrugada, cuando delante de las
tapias, los contrarios a los rebeldes, son asesinados sin distinción de partido,
cultura o distingo, como represalia.
Aún cuando en la Alhambra y
sus alrededores se creen a salvo, por la relevancia de los monumentos
musulmanes y renacentistas allí presentes, sin embargo, en el Hotel Washington Irving,
frontero con la entrada del Generalife, donde quedan algunos extranjeros y
otros vecinos de la ciudad que han venido aquí a cobijarse, Solita (María Soledad Pérez de Sevilla y de Márquez), embarazada
de gemelos, junto con un camarero del hotel, perderán la vida cuando una bomba
alcance el patio.
De madrugada, a diario sigue el estruendo de los camiones subiendo
la cuesta del Caidero, en sus entrañas van los fusileros y quienes esa noche no
volverán a ver amanecer. “A eso de las dos me despertó el paso de un camión y
varios coches subiendo hacia el cementerio, y poco después oí una descarga de
disparos, y luego los mismos coches de vuelta”
Al alba, sin embargo, o
después del mediodía, los bombarderos harán su presencia llenando de escombros,
ruina y miedo a toda la ciudad con sus incursiones. “Durante los cuatro días
siguientes nos bombardearon con asiduidad, dos veces cada mañana. El primer
ataque solía tener lugar entre el amanecer y las ocho en punto, el segundo
entre las once y las dos. Sabíamos que todos los días había personas que morían
o quedaban mutiladas y que había casas que quedaban destruidas o dañadas, pero
nos sentíamos impotentes para defendernos, Se trataba simplemente de una
matanza”
El runruneo de aviones de
combate, al que siguió el ruido de las explosiones, se escuchó por primera vez
el 29 de julio aproximadamente a las once. Durante los cuatro días siguientes
no dejaron de hacerlo con mortífera asiduidad.
Con la escasez de alimentos y
el terror de no poder salir de este infierno, a pesar de que ya en la ciudad
habían llegado los primeros tabores de fuerzas del Norte de Africa, Helen
Nicholson logrará escapar en tren hasta Gibraltar, gracias a los esfuerzos
realizados por residentes británicos en Granada, a finales de agosto, restablecidas
las comunicaciones y el enlace con las fuerzas del general Queipo de Llano que
gobernaba en Sevilla, dispuesta a contar lo que estaba sucediendo.
La radio en los bajos del
Hotel Washington, será el medio que los tenga informados de lo que sucede y de
las consignas de un bando y de otro, cuando ya los cañones emplazados en el
Cubo de la Alhambra habían logrado destruir la defensa que los obreros y
sindicalistas habían organizado en el vecino Albayzín.
También será testigo de la
búsqueda por parte de los falangistas y alzados, de cuantos se pudieran haber
ocultado en las cuevas de los diferentes cármenes de la Alhambra, que caerían
ajusticiados delante de las tapias del cementerio o en una zanja en el camino
de Víznar.
Cristina Viñes Millet, en su prólogo,
nos recuerda que no sólo hubo contendientes españoles, sino que nuestro solar sirvió para probar el armamento de las potencias de entonces, que larvadamente
se iban preparando para la conflagración que estalló en el año 1940,
interviniendo desde los nazis, fascistas y comunistas rusos, todos en provecho
propio.
“Los que dominan en una ciudad
siempre ejercen el terror sobre quienes ya son considerados como el enemigo;
que en el campo rebelde ese terror respondiese a un método político y emanase
de arriba, y en el republicano fuese, sobre todo, una explosión
incontrolada ante la virtual ausencia de aparatos de Estado, no quita para que
terror existiese en una y otra parte.”
“En Almería los fusilamientos
empezaron más gradualmente, pero estimulados por lo que estaba ocurriendo allá
al lado, fueron aumentando hasta llegar a su climax. En una guerra civil hay
suficiente odio y recelo en el ambiente como para que sea posible cualquier cosa, de modo que en el
estancamiento de los frentes la competencia en cuanto a quién podía matar a
mayor número de combatientes se puso a la orden del día.” Gerald Brenan
Excelente libro de bolsillo
que nos pone ante el espejo de una disputa entre hermanos que se devoran los
unos a los otros, mientras sus vecinos alientan la escabechina, pues de ella
sacarán interesantes lecciones para el enfrentamiento que tenían en mente, que debemos tener siempre presente para que nos sirva de escarmiento y nunca se vuelva a repetir en España tamaña barbaridad.
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