FRANCISCO DE PAULA MARTÍNEZ DE LA ROSA, O LA CONJURACIÓN DE
VENECIA
Cuando en el siglo XXI muchos no sabrán ni siquiera que
nació en Granada, que en Cádiz participó en la redacción de la Constitución que
el pueblo conoció como La Pepa, allá por 1812, que a diferencia del mediocre
doctor Sánchez, que con cada publicación engaña a cuantos le escuchan o los
viernes se dedica a presentar leyes que en las próximas elecciones le
catapulten una vez más al poder, aún con el voto de asesinos y separatistas, me
temo también que tampoco le recordarán mucho en su ciudad natal, a la que en su
efervescencia literaria y poética que le adornaban, le dedicó los títulos
de Morayma o Aben Humeya.
Me he entretenido en la lectura de su minúscula obra de
teatro La conjuración de Venecia, donde el amor y los entresijos políticos de
aquella república, antes aún de entroncarse en la nación italiana, y cuando la
península estaba conformada por diferentes estados y ciudades, mientras España
incluso cooperaba con el Vaticano, en la persona de PIO IX, al que fue ayudar
con una expedición militar, seguía siendo una Monarquía colonial. Todavía no había nacido Bélgica, lo haría en
1830, o Alemania allá por 1848 y la misma Italia, que tras enfrentamientos,
guerras y revoluciones, se constituía en nación independiente en 1861.
Martínez de la Rosa fue ministro fue embajador en la casa de
los Borbones en Nápoles, donde no era raro que nuestros literatos, el Duque de
Rivas, Valera, entretuvieran sus ocios y quehaceres en las reuniones con la
elite napolitana, donde el español y el francés, eran los idiomas de la corte y
de la diplomacia, mientras el pueblo lo hacía en un peculiar italiano, muy
distinto del de la Toscana o del norte en manos de la Casa de Austria.
Alcanzaría los más altos designios políticos como Presidente
de Gobierno e introdujo en el parlamento el sistema bicameral.
Traiga todo esto a cuento cuando en Cataluña, México y otros
lugares tienen un teatro nacional, qué tendría o debería tener Granada, cuando
por esta ciudad ha pasado lo más granado de la poesía, la literatura, la
pintura, la escultura, la música, la
medicina o el mismo Derecho y por qué no darnos cuenta que hay que poner de
relieve a tantos de los hijos de la ciudad de los Cármenes, pues no sólo
conservaríamos su memoria, sino que aprenderíamos de su legado, hoy,
desgraciadamente, bastante en olvido.
Granada, no sólo es la Alhambra y el Albayzín, el
renacimiento o el barroco, es la Atenas de Hispanoamérica, con su García Lorca,
Pedro Antonio de Alarcón, Ganivet, Valera, Falla, Granados, y tantos millares
más.
FRANCISCO DE PAULA MARTÍNEZ DE LA ROSA, O LA CONJURACIÓN DE
VENECIA
Cuando en el siglo XXI muchos no sabrán ni siquiera que
nació en Granada, que en Cádiz participó en la redacción de la Constitución que
el pueblo conoció como La Pepa, allá por 1812, que a diferencia del mediocre
doctor Sánchez, que con cada publicación engaña a cuantos le escuchan o los
viernes se dedica a presentar leyes que en las próximas elecciones le
catapulten una vez más al poder, aún con el voto de asesinos y separatistas, me
temo también que tampoco le recordarán mucho en su ciudad natal, a la que en su
efervescencia literaria y poética que le adornaban, le dedicó los títulos
de Morayma o Aben Humeya.
Me he entretenido en la lectura de su minúscula obra de
teatro La conjuración de Venecia, donde el amor y los entresijos políticos de
aquella república, antes aún de entroncarse en la nación italiana, y cuando la
península estaba conformada por diferentes estados y ciudades, mientras España
incluso cooperaba con el Vaticano, en la persona de PIO IX, al que fue ayudar
con una expedición militar, seguía siendo una Monarquía colonial. Todavía no había nacido Bélgica, lo haría en
1830, o Alemania allá por 1848 y la misma Italia, que tras enfrentamientos,
guerras y revoluciones, se constituía en nación independiente en 1861.
Martínez de la Rosa fue ministro fue embajador en la casa de
los Borbones en Nápoles, donde no era raro que nuestros literatos, el Duque de
Rivas, Valera, entretuvieran sus ocios y quehaceres en las reuniones con la
elite napolitana, donde el español y el francés, eran los idiomas de la corte y
de la diplomacia, mientras el pueblo lo hacía en un peculiar italiano, muy
distinto del de la Toscana o del norte en manos de la Casa de Austria.
Alcanzaría los más altos designios políticos como Presidente
de Gobierno e introdujo en el parlamento el sistema bicameral.
Traiga todo esto a cuento cuando en Cataluña, México y otros
lugares tienen un teatro nacional, qué tendría o debería tener Granada, cuando
por esta ciudad ha pasado lo más granado de la poesía, la literatura, la
pintura, la escultura, la música, la
medicina o el mismo Derecho y por qué no darnos cuenta que hay que poner de
relieve a tantos de los hijos de la ciudad de los Cármenes, pues no sólo
conservaríamos su memoria, sino que aprenderíamos de su legado, hoy,
desgraciadamente, bastante en olvido.
Granada, no sólo es la Alhambra y el Albayzín, el
renacimiento o el barroco, es la Atenas de Hispanoamérica, con su García Lorca,
Pedro Antonio de Alarcón, Ganivet, Valera, Falla, Granados, y tantos millares
más.
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