viernes, 5 de abril de 2019

MARTÍNEZ DE LA ROSA, O LA CONJURACIÓN DE VENECIA






FRANCISCO DE PAULA MARTÍNEZ DE LA ROSA, O LA CONJURACIÓN DE VENECIA

Cuando en el siglo XXI muchos no sabrán ni siquiera que nació en Granada, que en Cádiz participó en la redacción de la Constitución que el pueblo conoció como La Pepa, allá por 1812, que a diferencia del mediocre doctor Sánchez, que con cada publicación engaña a cuantos le escuchan o los viernes se dedica a presentar leyes que en las próximas elecciones le catapulten una vez más al poder, aún con el voto de asesinos y separatistas, me temo también que tampoco le recordarán mucho en su ciudad natal, a la que en su efervescencia literaria y poética que le adornaban, le dedicó los títulos de  Morayma o Aben Humeya.

Me he entretenido en la lectura de su minúscula obra de teatro La conjuración de Venecia, donde el amor y los entresijos políticos de aquella república, antes aún de entroncarse en la nación italiana, y cuando la península estaba conformada por diferentes estados y ciudades, mientras España incluso cooperaba con el Vaticano, en la persona de PIO IX, al que fue ayudar con una expedición militar, seguía siendo una Monarquía colonial.  Todavía no había nacido Bélgica, lo haría en 1830, o Alemania allá por 1848 y la misma Italia, que tras enfrentamientos, guerras y revoluciones, se constituía en nación independiente en 1861.

Martínez de la Rosa fue ministro fue embajador en la casa de los Borbones en Nápoles, donde no era raro que nuestros literatos, el Duque de Rivas, Valera, entretuvieran sus ocios y quehaceres en las reuniones con la elite napolitana, donde el español y el francés, eran los idiomas de la corte y de la diplomacia, mientras el pueblo lo hacía en un peculiar italiano, muy distinto del de la Toscana o del norte en manos de la Casa de Austria.

Alcanzaría los más altos designios políticos como Presidente de Gobierno e introdujo en el parlamento el sistema bicameral.

Traiga todo esto a cuento cuando en Cataluña, México y otros lugares tienen un teatro nacional, qué tendría o debería tener Granada, cuando por esta ciudad ha pasado lo más granado de la poesía, la literatura, la pintura, la escultura,  la música, la medicina o el mismo Derecho y por qué no darnos cuenta que hay que poner de relieve a tantos de los hijos de la ciudad de los Cármenes, pues no sólo conservaríamos su memoria, sino que aprenderíamos de su legado, hoy, desgraciadamente, bastante en olvido.

Granada, no sólo es la Alhambra y el Albayzín, el renacimiento o el barroco, es la Atenas de Hispanoamérica, con su García Lorca, Pedro Antonio de Alarcón, Ganivet, Valera, Falla, Granados, y tantos millares más.








































































































































































































































































































































































































































































































































FRANCISCO DE PAULA MARTÍNEZ DE LA ROSA, O LA CONJURACIÓN DE VENECIA

Cuando en el siglo XXI muchos no sabrán ni siquiera que nació en Granada, que en Cádiz participó en la redacción de la Constitución que el pueblo conoció como La Pepa, allá por 1812, que a diferencia del mediocre doctor Sánchez, que con cada publicación engaña a cuantos le escuchan o los viernes se dedica a presentar leyes que en las próximas elecciones le catapulten una vez más al poder, aún con el voto de asesinos y separatistas, me temo también que tampoco le recordarán mucho en su ciudad natal, a la que en su efervescencia literaria y poética que le adornaban, le dedicó los títulos de  Morayma o Aben Humeya.

Me he entretenido en la lectura de su minúscula obra de teatro La conjuración de Venecia, donde el amor y los entresijos políticos de aquella república, antes aún de entroncarse en la nación italiana, y cuando la península estaba conformada por diferentes estados y ciudades, mientras España incluso cooperaba con el Vaticano, en la persona de PIO IX, al que fue ayudar con una expedición militar, seguía siendo una Monarquía colonial.  Todavía no había nacido Bélgica, lo haría en 1830, o Alemania allá por 1848 y la misma Italia, que tras enfrentamientos, guerras y revoluciones, se constituía en nación independiente en 1861.

Martínez de la Rosa fue ministro fue embajador en la casa de los Borbones en Nápoles, donde no era raro que nuestros literatos, el Duque de Rivas, Valera, entretuvieran sus ocios y quehaceres en las reuniones con la elite napolitana, donde el español y el francés, eran los idiomas de la corte y de la diplomacia, mientras el pueblo lo hacía en un peculiar italiano, muy distinto del de la Toscana o del norte en manos de la Casa de Austria.

Alcanzaría los más altos designios políticos como Presidente de Gobierno e introdujo en el parlamento el sistema bicameral.

Traiga todo esto a cuento cuando en Cataluña, México y otros lugares tienen un teatro nacional, qué tendría o debería tener Granada, cuando por esta ciudad ha pasado lo más granado de la poesía, la literatura, la pintura, la escultura,  la música, la medicina o el mismo Derecho y por qué no darnos cuenta que hay que poner de relieve a tantos de los hijos de la ciudad de los Cármenes, pues no sólo conservaríamos su memoria, sino que aprenderíamos de su legado, hoy, desgraciadamente, bastante en olvido.

Granada, no sólo es la Alhambra y el Albayzín, el renacimiento o el barroco, es la Atenas de Hispanoamérica, con su García Lorca, Pedro Antonio de Alarcón, Ganivet, Valera, Falla, Granados, y tantos millares más.

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