Libro de memorias de una época difícil en la vida de los
españoles que él, con enorme elegancia, va desgranando desde su Pamplona natal,
donde será elegido primer alcalde republicano, un 12 de abril de 1931.
Le seguirá su azarosa vida de republicano en Madrid,
uniéndose a las filas de Izquierda Republicana de Manuel Azaña, con quien
tendrá una cordial y respetuosa relación personal, tanto es así que cuando
estalla el alzamiento rebelde, el 17 de julio en el Protectorado español de
Marruecos, año 36, Azaña le encargará que se ocupe de dos baúles para que
sean depositados en Francia, en cuya raya, Cándido Bolívar, secretario del
despacho del presidente de la República, don Manuel Azaña Díaz, le hará
entrega, conteniendo libros y memorias, metiéndolo todo en uno que irá a parar
a Ginebra, mientras que el otro lo conservará como recuerdo el mismo Ansó, con
idénticas iniciales que las de su propietario M.A.
En el gobierno de Negrín, y sin la conformidad de su partido
y a punto de que el nuevo presidente de Gobierno presentara su dimisión por
ello, lo que Azaña desbarató, siendo primero subsecretario de Justicia y
posteriormente Ministro, sustituyendo al vasco Irujo, del que era también
amigo, Ansó irá estrechando su amistad con Negrín, a la vez que gradualmente,
por lo poco que relata de Azaña, a pesar de la enorme admiración que le
profesa, en los paseos nocturnos con Negrín, instalado ya el Gobierno en
Valencia, la confianza y la amistad con el socialista, se harán cada vez más patentes.
De este libro, la parte que más me ha llamado la
atención, es su relato en el exilio. Las
dificultades y enormes penalidades que tuvo que soportar, él, su esposa y sus cuatro hijos, una
de ellos con la polio. Las veces que tuvo que ir a prisión, la persecución que
sufrió con los alemanes ya posesionados de Francia, razón por la que logra huir
a Suiza, donde de nuevo volverá a encontrarse con un nutrido grupo de exiliados
españoles, principalmente con los catalanes Tarradellas, Ventura Gassols y Carlos
Martí Feced, que residían en Lausana, lo mismo que la familia de Alfonso XIII. Primero instalados todos en la pensión Georgette.
Es claro que Ansó no tendría
idea del modo en que sus amigos catalanistas habían robado en España, ni
tampoco ellos del modo en que todos habían podido eludir las pesquisas de la
Gestapo, del embajador de España José Felix de Lequerica y del falangista
Urraca que les buscaban, cuando, sin embargo, Luis Companys, Julián
Zugazagoitia, Cruz Salido, Teodomiro Menéndez, Carlos Montilla, Miguel Salvador
y Cipriano Rivas Cherif, habían sido apresados, y los tres primeros fusilados
en España.
Dispuesto Negrín a entregar cuanta documentación pueda ser
útil al Estado español, a pesar de estar en manos de su enemigo, el general
Franco, con el concurso de Ansó, se disponen a preparar todos los bienes del
trust CHADE para que pasen a manos del gobierno del nuevo Estado faccioso, ayer
rebelde contra la República.
A la muerte de Portela Valladares, que fuera presidente de
Gobierno antes de la entrada del Frente Popular, y que siguió siendo diputado a
las Cortes de la República, aunque desde el extranjero, la CHADE que presidía,
empresa que tenía la posesión de un enorme depósito de títulos financieros, con
los que pudieron atender las necesidades económicas de muchos jerifaltes
republicanos exiliados, tendrá a Ansó como nuevo presidente.
La CHADE poseía una gran masa de títulos que formaban parte
de la cartera de los bancos, que muchos atribuían a Negrín como el poseedor de
esa ingente fortuna. Esos bienes habían sido incautados por un acuerdo del
Consejo de Ministros de la época como medida de guerra. Esa compañía estaba
constituida por Portela Valladares, como presidente, un aristocrático suizo
llamado Henri de Reding, un banquero de procedencia alemana de nombre Hans
Selingman y el abogado británico y diputado laboralista Erle Fletcher como
consejero jurídico.
Por esas fecha, dispuesto un programa de reconstrucción para
Europa, impulsado por el presidente de los Estados Unidos, Míster Marshall,
Negrín insistirá en todos los foros, principalmente por medio de varios
artículos publicados en el New York Herald Tribune de 1948, que España no podía
ser apartada de la beneficiosa acción de esos créditos, no sólo por el
sufrimiento que seguían padeciendo los españoles, además de hacer más fácil con
un mejor desarrollo económico y social, los cambios que, como se ha demostrado,
llegaron cuarenta años después y que, sin embargo, ayudaron a países como
Alemania e Italia, responsables principales de la tragedia española y del resto
de Europa, en su renovación. Una vez más, sobre España las instituciones
democráticas occidentales le daban la espalda y la sometían a nuevos vejámenes, no así a los
antiguos estados nazis y fascistas.
Como colofón a esa generosidad de Negrín, se dispondrá a
entregar toda la documentación del llamado “oro de Moscú", desde el momento en
que se entera que España va abrir relaciones comerciales y diplomáticas con la URSS, nación que no había
dado cuenta del uso del oro español depositado en sus arcas, tampoco había hecho entrega de los últimos aprovisionamientos de armamento solicitados, como de los buques
que se habían apropiado los rusos con la victoria de Franco.
La muerte repentina podría haber truncado ese gesto en 1956, sin
embargo, los pasos ya dados por Ansó y la fe de éste en restituir el buen
nombre de Negrín, muy vilipendiado por su otrora amigo y correligionario del PSOE, Prieto, se hizo realidad bajo los auspicios del Ministro de Asuntos Exteriores
de Franco, Alberto Martín Artajo, falangista.
De este libro, además del relato de momentos trágicos,
crueles y pasionales, dos son las conclusiones que se pueden extraer, de un
lado el perenne sentimiento de justicia de Ansó y su amor por España de Negrín.
Ellos, como los que se levantaron contra el poder democrático del Frente
Popular, sin embargo, en estos gestos que nos desvela Mariano Ansó, nos
demuestra que las posiciones enfrentadas, las agrias discusiones, incluso la
sangre vertida, no pueden detener el abrazo hermano y la necesidad de
reconstruir los afectos a una historia común y a un mismo suelo para las
generaciones que siguieron y han de venir.
Posiblemente, en este siglo XXI, muchos de esos nietos de
esas generaciones que se enfrentaron a vida y muerte, deberían leer esta obra,
que nos da lecciones de fraternidad, generosidad y perdón.

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