sábado, 16 de enero de 2021

Adiós amigo, adiós Gerardo Barea, descansa en paz.

 

Adiós amigo, adiós Gerardo Barea, descansa en paz.



Qué fácil es hacer el panegírico de alguien cuyo gran corazón y simpatía eran su mejor seña de identidad y que duro saber que ya se ha ido.

Era originario, como su querida esposa, Concha Burgos Aguado, de esa vega de Granada lujuriante, caciquil y, a la vez, deprimida, que no era capaz de dar alimento a sus hijos, razón por la que pronto tuvieron que emprender el viaje de la constante emigración granadina, otrora a Argentina, ahora a Bélgica, antes de alborear los años sesenta.

Ella con su saludable fisionomía y su enorme simpatía veguera, él con la sobriedad de sus antepasados, su enorme laboriosidad, su valentía para afrontar cualquier situación y su bondad.

Cuando mis padres siguieron sus pasos en la emigración belga, a instancias de la “prima”, como la conocíamos, pues en aquellos años sesenta ni siquiera el pluriempleo hacía posible que una familia numerosa de siete churumbeles, en Andalucía,  no tuviera cuentas pendientes a diestro y siniestro, la Conchilla o la “prima” como la conocíamos o el mismo Gerardo, ya estaban presentes  en cada paso que mis padres o nosotros precisábamos:  para un empleo, las gestiones con la administración belga, la búsqueda de una vivienda, la matrícula en la guardería y colegios, la compra en el mercado o simplemente para empezar a conocer y familiarizarnos con la cultura de los belgas, como para ayudarnos en la traducción de cuantos documentos nos exigían para empezar nuestra andadura como emigrantes, en esas mismas tierras que conocieron nuestros Tercios de Flandes y que ahora los belgas, en sus libros de historia, nos enseñaban que no guardaban buen recuerdo. Allí estábamos los orgullosos hispanos, ahora mendigando.

Gerardo, siempre delgado, como un chopo de la ribera del Genil, con gafas de culo de vaso era el repartidor de un almacén de Bruselas, cosa que siempre nos asombraba, pues para leer un papel tenía que ponérselo delante de la naríz, sin embargo, pronto había sabido entender la jerga de los bruselenses y lidiar entre las respectivas antipatías de flamencos y walones, por su responsabilidad, seriedad y constancia, como por su enorme inteligencia y su saber hacer.

Si ya era enormemente valorado por sus jefes belgas, qué decir de los españoles que tocaban su puerta, ninguno hubo a quien este matrimonio no les tendieran su mano si algo necesitaban, fuera su tiempo o incluso el dinero para afrontar los primeros pasos en tierra extraña. Su casa era más que un consulado para la indigencia de los españoles en Bruselas.

“Monsieur Gerard”, como también era conocido por la misma colonia española y los belgas, siempre estuvo presente en el corazón de mis padres y en el mío, mereció el respeto de todos y probablemente hoy reciba sepultura, no sé si en la Bruselas que lo acogió o en la tierra de sus antepasados, lo que sí tengo claro que por donde viaje su alma, siempre llevará con él ambos mundos y cuando sus restos en tierra germinen,  será fácil decir que esa tierra abriga a un hombre bueno, en la comunión de sus raíces de la vega de Granada con la generosidad de los belgas.


(Mayo de 2018, última ocasión que tuve de darle un abrazo y presentar a un gran hombre a mis hijos y nieta)

D.E. P. Monsieur Gerard.

No hay comentarios:

Publicar un comentario