Carta a don Alfonso Guerra sobre
el documental “Los días azules”
Admirado señor don Alfonso Guerra
González,
Me tomo la libertad de dirigirme
a vd., en una carta que posiblemente nunca le llegue, para expresarle mi
desacuerdo por alguna de las manifestaciones que, tanto vd., como mi admirado
paisano y poeta don Luis García Montero, como el ubetense Antonio Muñoz Molina,
en el brillante documental de “Los días azules”, sobre las andanzas del excelso
Antonio Machado, por su categórica negativa a que los restos de los prohombres
de nuestro exilio, como Antonio Machado y Manuel Azaña, puedan tener el eterno
descanso en su tierra natal y, además, aplaude que esos tristes lugares de
nuestro pasado más reciente, sigan siendo útiles para el peregrinaje.
Aun cuando soy también un
admirador de su honestidad y principios
políticos, hecho éste que por desgracia los representantes de la actual
izquierda española, primordialmente en su partido PSOE, pocas muestras de
ejemplaridad dan, cuando hoy día, ese mismo partido de los Besteiro, Indalecio
Prieto, Fernando de los Ríos, se ha convertido en la mayor oficina de empleo y
de asesores, como de correveidiles y palmeros de estómagos agradecidos. Qué
pedir pues a los populismos que se expandieron con el aliento de déspotas y regímenes
dictatoriales, no deja de sorprenderle a un hijo de emigrantes en Bélgica y de
familia numerosa también, como fue la suya, eso sí de carpintero y no sustentada
a los pechos del franquismo militar, que aprecie que jubilados españoles con
450 euros, o trabajadores con SMI de 1.000 euros, nunca puedan viajar a Montauban o a
Colliure, para rendir homenaje a esos exiliados.
De los dos admirados poetas antes
citados del documental de Netflix, que, además de su enorme talento, se vieron
favorecidos en sus publicaciones y la difusión de sus obras, por ser miembros
de izquierdas, además de ser ascendidos en empleos como el Instituto Cervantes,
como cuando los políticos colocan a sus camaradas en la empresa pública:
Correos, Renfe, etc y para pagar favores,
en las compañías eléctricas, ellos también se pueden desplazar a Francia sin
que su cuenta bancaria merme lo más mínimo. Y si además son invitados por el
Presidente de Gobierno de turno, miel sobre hojuelas.
Los españoles que sólo nos hemos
dedicado a trabajar, en mi caso a educarnos en la emigración, quiere decir esto
que Franco nada hizo por nosotros, además de quitarle la casa a mis padres en
el Zaidín, y que por tanto hemos contribuido para que otros que aquí se
quedaron pudieran estudiar y no tuvieran que exiliarse, con las famosas
remesas, hubiéramos deseado, a pesar del generoso trato recibido allende
nuestras fronteras, lo que no fue así con Azaña y Machado, ser siempre enterrados en
nuestra tierra.
Por ello, por los millones de españoles que, ciertamente le es caro leer la obra de estos eximios personajes de nuestra historia, no pueden costearse el viaje a Montauban o Colliure, como yo tuve la fortuna de hacer, antes que el compañero Zapatero, se cargara a la clase media española, para rendir homenaje a unos españoles que trascienden la división de las dos Españas y que, por fin, podrían cerrar con sus restos en sus ciudades natales, aquella lejana esperanza de “paz, piedad y perdón”, que tanto anheló a quien España le rompió el corazón, yo sí abogo por ir a Sevilla o a Alcalá de Henares, para que en un monumental cenotafio, los restos de Azaña y Machado, por fin estén en tierra española. Como guardan los británicos los de Nelson o Wellington en Lóndres y París a todo un déspota como Napoléon.
Y no me vuelvan a hablar los
escritores y poetas de la tierra donde hoy moran esos dos españoles. “Los
trataron peor que a bestias”. Que me
hablen del recibimiento que Granada tributó a los restos de Angel Ganivet, que
me hablen de cómo Federico y Manuel Angel Ortíz idearon la maravillosa
escultura que junto a una cruz del
primer alcaide cristiano de la Alhambra, se alza cerca de la fuente del Tomate.
Acaso Angel Ganivet debería
permanecer en las aguas heladas del río Dvina, pues ésta era su voluntad. Cuando su obra ya trascendía a su persona y
familia, España entera se volcó para repatriarlo.
Por razones económicas de un
pueblo que no vive del erario público como los políticos, ni como las élites literarias
de izquierdas, por tratarse de figuras que con su presencia física, en esos
restos, se cierra uno de los más tristes episodios de España, en una guerra
civil, que sí hizo posible en la posguerra un cierto bienestar, por ejemplo a
la familia Guerra o al mismo Rodríguez Zapatero,
Rubalcaba y otros muchos más , no así a los millares de exiliados y emigrantes
españoles por el mundo, apelaría a que cualquier español, sea el que fuere su
ideario político, nunca tenga que exiliarse ni ser enterrado fuera de su patria
y en el caso de Azaña y Antonio Machado, como de su madre, por fin descansen
eternamente sus huesos en la tierra que les vio nacer.
Con mi agradecimiento por la
atención que haya podido dispensarme y mis disculpas por la “malafollá” que me
caracteriza, propia de quien tuvo la fortuna de nacer en la Calle de Niños
Luchando de Granada y de educarse modestamente en Bruselas, aprovecho para
saludarle en la esperanza de que nunca más tendré que volver a Montauban, ni a
Colliure, para honrar a quienes tanto admiro: Azaña y Machado.
Fernando Orero Sáez de Tejada

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