¿CATALUÑA, PERMANENTE LASTRE
PARA EL PROGRESO DE ESPAÑA?
Ya en su libro Catalanismo y
República española, editado en 1932 y escrito por el otrora rinconcillista Melchor Fernández Almagro, nada más abrir la
primera página, nos dirá “Uno de los
problemas más delicados que la República ha recibido de la Monarquía es el
catalán”. Ni que decir tiene que si esta opinión tenía el brillante polígrafo granadino, qué diríamos
en el siglo XXI quienes vimos asombrados el golpe de Estado que los plutócratas
catalanes daban en Barcelona entre septiembre y octubre de 2017 y lo que es
aún más grave, la manera que un gobierno
socialcomunista, presidido por el secretario del PSOE, señor Sánchez Castejón,
concedía el indulto a los mismos que habían atentado contra la Ley y aún más
grave, lograba del Parlamento, que una nueva ley entendiera ahora la sedición
de manera más benévola, de manera a que un próximo golpe de Estado, bien en
Cataluña o en el País Vasco, los más proclives a no respetar la Constitución,
libre a sus autores de inmediato de los cargos y del crimen contra la unidad
secular de España.
¿Quiere esto decir que desde 1898, a raíz de la pérdida de nuestras colonias, y el comienzo de las demandas autonomistas, regionalistas o independentistas de algunos catalanes hasta nuestros días, ni hombres de la talla de Cánovas del Castillo, Canalejas, Maura, Conde de Romanones, Alfonso XIII, Primo de Rivera, Azaña, Franco y la Democracia implantada un 20 de noviembre de 1975 con toda una variopinta clase política, desde los Suárez, Felipe González, Aznar, Zapatero, Rajoy o el mismo Sánchez, no han sabido encontrar el ajuste necesario para que la fraternidad y los objetivos comunes de libertad, justicia y progreso vayan de la mano entre todos, sin veleidades particulares ni agravios de unos con otros, bien por riqueza o bien por la lengua vernácula, con la preeminencia justificada del español, argamasa para todo?
Si repasamos la historiografía de España, como los escritos de algunos de sus principales actores políticos, como pueden ser el Conde de Romanones y Azaña, nos damos cuenta que, salvo raras excepciones, como aquella en la que son vitoreados Niceto Alcalá Zamora en su saludo a Maciá o Azaña, éste último desde el balcón del Ayuntamiento de Barcelona en 1938, con los tres vivas a España y el refrendo correspondiente de la muchedumbre que ocupaba la plaza, nadie más libremente ha podido pasear la bandera bicolor por las Ramblas o expresar su sentimiento de español.
¿Y cómo hemos llegado hasta aquí? Cierto es que ya en 1905 Canalejas se vio forzado a la suspensión de garantías en Cataluña, pues los atentados eran continuos, así como las huelgas obreras y la presión caciquil de la élite empresarial catalana. Que la sociedad en general tenía un mayor nivel cultural y social que el resto del Estado, pues habían logrado sus industriales una gran protección arancelaria y una pujanza. Barcelona y su entorno alcanzaron una gran preeminencia, siendo enorme el flujo humano de la emigración desde otros puntos de España, en especial del sureste y del interior de las dos Castillas, por lo que las inversiones del Estado, los particulares y foráneas, se dirigían a Cataluña, algo la cuenca minera de la ría de Bilbao y la administración y universidad central en Madrid. En el resto de la geografía española la oligarquía, los grandes terratenientes, las inversiones mineras por parte de sociedades británicas y una agricultura pobre, que ni siquiera servía para alimentar y llevar una vida digna a su campesinado, eran el gran contraste de las dos Españas.
Sin que sea fácil entenderlo hoy
día, lo cierto es que un estado de opinión contrario al Poder central ha
existido siempre en Cataluña, bien orquestado por esas élites, como cuando el
mismo Companys declaró el Estado Catalán
en 1934, asaltando el Poder y ahora lo hacen los lugartenientes de un
filibustero como Jordi Pujol, capaz de llevar a la ruina Banca Catalana y ya
como responsable político de Cataluña, enriquecerse mediante corruptelas y
comisiones, sin que por ello sus mismos vecinos condenen esos latrocinios.
Si a todo esto sumamos que la representación del gobierno
español no cuenta ya con elementos donde apoyarse en Cataluña, pues han sido
deshechos por la política de los nacionalistas y la torpeza de Madrid,
acobardados, faltos de prestigio, soportando un estado permanente de exaltación
local, con atisbos de violencia, la recuperación de los órganos de gobierno en Cataluña
se me antojan poco esperanzadores, sobre todo cuando un partido como
Ciudadanos, que logró derrotar a esa omertá del catalanismo, abandonó la
fortaleza cuando había hecho lo más difícil, alcanzar el voto mayoritario.
¿Y qué debemos hacer los españoles, entregar la bandera, romper la unidad de España ante tanta agresión injustificada, ante tan escasa fraternidad?
Es claro que se requiere valentía, lo primero; lo segundo,
tener un programa a largo plazo, marcando los hitos para ese avance y esa
recuperación; tercero, alentar al resto de regiones españolas para que las
inversiones, desarrollo y preeminencia social vayan eclipsando la pujanza que
antes hubiera podido tener Cataluña, de manera a que ésta no ejerza la
influencia, ni cuente con la pujanza que tuviera antaño. Y, finalmente, que en
Cataluña se cumpla la Ley, que el español no sea proscrito como lo viene siendo
y que en los medios de difusión y prensa, se lleve a cabo la publicidad
necesaria para fortalecer los vínculos que nos unen y desterrar lo que nos
diferencia.
Queda mucho por hacer y es claro que el catalanismo ha
sabido incluso atraer a sus filas al inmigrante, que es ciertamente el mayor
contendiente contra sus propias raíces y sus antepasados, como bien saben los catalanes
de raigambre; la mejor “carne de cañón” para
el asalto, pues forman los cuadros y la primera fila para congraciarse con
quien les acoge y no parecer ya charnegos.
Por otra parte, si Andalucía, principalmente, la misma Valencia y las dos Castillas, junto a
Madrid, se convierten en las “locomotoras” de España, económica, social y
cultural, el peso que Cataluña pueda representar estará más mermado, tendrá
menos presencia y exigirá una menor atención, pues la burguesía catalana es
inteligente y saben que su mejor mercado es el de esas otras regiones, por lo
que en igualdad de influencia y peso económico, se avendrán a ser un socio más
y bien avenido en esa gran sociedad fraterna que debiera ser España y sus
autonomías, bajo el manto de la
Monarquía Constitucional.




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