sábado, 12 de agosto de 2023

 

UNA BODA QUE INICIÓ TODO



Era un frío 5 de marzo de 1953, en el pórtico de la Iglesia mudéjar de san Ildefonso, por encima del Hospital Real, que fundaran los Reyes Católicos,  cerca de la plaza de toros que había visto triunfar y sucumbir al Atarfeño, también a la heroína de Granada, Mariana Pineda en el cadalso y en la explanada del Triunfo con la Inmaculada coronando la columna de piedra, como nada lejos del que entonces había sido su hogar en la acera de Canasteros, María Sáez de Tejada Martín, de 22 años de edad, había dado el “sí quiero” al hijo del  carpintero de Niños Luchando 18, Fernando Orero Aguado, de 25 años de edad.

En el primer plano de la foto, los dos contrayentes. El novio un tanto serio, pues su impetuosidad y celo habían acelerado la boda y aún no tenía claro lo que se le venía encima, en una ciudad que unos años antes había visto cómo su población era diezmada, por odios, envidias y venganzas, en un genocidio que había sumido España en la ruina y el desencanto. La  novia, por saber que en su seno ya alberga un nuevo ser, se muestra más confiada, además, con sus propias manos, ha confeccionado el  traje que luce, que no podía ser blanco, pues ya estaba encinta y siempre quiso actuar conforme los principios que le habían enseñado en el catecismo y en su casa de familia numerosa.

Tras ellos, a la izquierda de la nueva esposa, Concepción Burgos Aguado, conocida como la Conchilla o la prima, pues lo era del marido y la primera persona que supo que terminaría facilitándoles el camino en su posterior estancia en Bélgica, donde ella supo que estaba el futuro de su descendencia y de buen número de Granadinos, especialmente de la vega, que acudieron a su siempre generosa embajada.  En el centro, una vecina del caserón de  Niños Luchando, Amparito, de padres sevillanos.

Y a espaldas de la Conchilla, de la prima, el padre de la novia, con su portentosa estatura, su fuerza, su calvicie y, quizás, la latente esperanza que le fuera muy bien a la hija que veía partir del angosto piso de la acera Canasteros y que años después, con la numerosa prole que había traído al mundo, verse obligado a verlos marchar al extranjero por no tener en su patria la oportunidad para sostener a los siete hijos que María, conocida como Maruja en Granada, había alumbrado en una patria de penuria. Había sido camionero, por esas carreteras de socavones, trincheras y hoyos de bombas aún presentes por Somorrostro, en vehículos de gasógeno. Ahora, disponía coche de un “señorico” que, además de estar a su servicio, le permitía usarlo como taxista en la misma parada donde había conquistado a su esposa, María Martín Martin. Él se llama Francisco Sáez de Tejada Flores, y siempre sería recordado como Paco el de los niños, por sus siete hijos y el ingente número de nietos.

Los padres del novio, Francisco Orero Montoro y María Aguado Moreno, el uno de Andújar (Jaén) y ella de Dehesas Viejas (Granada), aparecen como ocultos, como si se sintieran responsables de la premura del matrimonio, en una sociedad que condenaba a la mujer que no llegara virgen al himeneo, además de verse forzados a darle alojamiento a la nueva pareja, cuando tanta miseria y pobreza soportaba España y, muy especialmente, Granada.


De ese enlace, pronto fueron llegando numerosas bocas que alimentar, hasta nueve, con distinta suerte cada una y repartida su progenie por el mundo, aunque ahora, aquella esperanzada nueva esposa, ya no sepa bien claro que es su bisnieta quien le sonríe y a quien estrecha tiernamente la mano, mientras el tiempo la devora poco a poco y su memoria ya no guarde el recuerdo del día que cambió todo para ella, en una fría mañana invernal de Granada.

 

 

 

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