lunes, 8 de enero de 2024

GRANADA. El poeta y su ciudad, de Beñat Arginzoniz. Sierpe editorial

 


GRANADA. El poeta y su ciudad, de Beñat Arginzoniz. Sierpe editorial

El atractivo de la portada, el mismo título y un libro de bolsillo, es todo un atractivo para adquirirlo y apresurarse a leerlo. Sin embargo, a pesar de la intención poética de su autor, que demuestra un alto nivel cultural y, sobre manera, una pasión por Lorca, el lector avezado  descubre que una gran parte es “corte y pega” de citas, poemas, obras y cartas del gran autor granadino, mientras que en la primeras páginas, la prosa del autor vasco muestra un gran desconocimiento de Granada, particularmente del Albayzín, donde las rameras y la abyección son nota predominante en su relato, así como las frecuentes referencias a lo árabe y a la somnolencia del lugar.

Cabe, al menos, felicitarle por el buen gusto, alguien de raíces culturales tan bárbaras como las de este autor vascongado, por su prosa y su aventura tras Lorca, que, a mi parecer, sólo se salva por ese interés Lorquiano como por la brillante referencia que hace al Dauro, de esta poética forma:

El ruido del Dauro es la armonía del paisaje. Es una flauta de inmenso acordes a la que los ambientes hicieron sonar. Desciende el aire con su gran monotonía cargado de aromas serranos y entra en la garganta del río, éste e da su sonido y lo entrecruza por las callejas del Albayzín por las que pasa rápido dando graves y agudos…, luego se extiende sobre la vega y al chocar con sus sones admirables y con las montañas lejanas y con las nueves, forma ese acorde de plata mayor que es como una inmensa nana que a todos nos duerme voluptuosamente…

Bella paráfrasis sobre el Dauro y buen uso de las metáforas, por lo demás, un corto esfuerzo para desentrañar lo que es Granada para Federico, de la que intenta impregnarse este autor y, salvo su pasión demostrada por la obra de Lorca, a duras penas logra intimar con el legado lorquiano y con la ciudad que le entregó el duende para alcanzar en teatro y poesía, el cénit de los escritores españoles, no ya de la generación del 27, si no del Olimpo cuyo reino pastorea Cervantes, pero en cuya mesa Lorca es uno de los más preclaros y pocos vascos lo alcanzan, excepción hecha de Unamuno, Pío Baroja y Blas de Otero.

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