CUATRO LIBROS, TRES AUTORES Y
SIEMPRE UN ASUNTO POLICÍACO
En El problema final, su autor Pérez Reverte, se aventura en desvelar
los pasos que Arthur Conan Doyle y buen número de escritores, caso de Agatha
Christie, el mismo Ellery Qeen, sobre el que también hablaremos, llevan a cabo
una minuciosa tarea para hallar al asesino de su relato, así como los pasos
intermedios que necesitan para poder atrapar al culpable y tener atento al
lector hasta el término del libro, cada escritor a su manera.
En este modesto análisis, tres
son los autores: Arturo Pérez Reverte, Georges Simenon y Ellery Queen, en este
último caso este nombre es un seudónimo de dos primos neoyorkinos judíos,
Frederic Dannay y Manfred Bennington, que dan vida al investigador Ellery Queen
como a otros protagonistas, en esa búsqueda del culpable de un crimen, de un
modo bastante intelectual.
Empezamos por nuestro
compatriota, el murciano Pérez Reverte,
cuya obra ya es mundialmente conocida y sus libros, de todos los estilos,
éxitos de ventas o traducidos a innumerables lenguas, que en este libro sigue
las enseñanzas del afamado Arthur Conan Doyle con su famoso protagonista
Sherlock Holmes, mostrando a lo largo de esta trama, su enorme conocimiento de
la obra literaria del británico, de ascendencia irlandesa, así como de los
métodos y maneras en las que a través de la revista Strand Magazine, quien iba
para médico, presentará al público quien será su mayor y mejor protagonista
literario, Sherlock Holmes, a quien, en
carta dirigida a su madre, pretenderá poner fin con el problema final, título éste de esta misma novela en la que el
prolífico novelista español se introduce para, empleando como protagonista a
quien fuera el actor más popular en el cine de Sherlock Holmes, ya retirado y
por casualidad, encerrado en una isla frente a Corfú por causas de un temporal,
presenciará la muerte de tres huéspedes y el compromiso de investigar, como
hacía en la pantalla, quién, cómo y por
qué de estos asesinatos.
Tres son los muertos, primero
Edith Mander, dentro de una cabaña cercana a la playa, con la apariencia de un
suicidio, después el doctor turco Karabin, arruinado, y, por último, un alemán
jubilado con oscuro pasado en un campo de concentración.
En el hotel de la isla Utakos,
frente a Corfú, la señora Auslander, judía, ayudada por una camarera,
Evangelista, un joven camarero, Spyros, y el maître de diente de oro, Gérard,
junto a los huéspedes, una pareja italiana del cine y el bel canto, el
matrimonio alemán, un español escritor de folletines de venta en kioskos, Foxá,
que hará de Watson, dos inglesas frisando los cuarenta, Edith y Vesper Dundas,
junto al antiguo actor británico Hopalong Basil, de apodo Hoppy, forman parte
de este escenario donde las tres muertes y búsqueda del asesino se convierte en
una tarea de investigación y hábil juego, que terminará desvelando, en el
último capítulo, quien en la pantalla hiciera de Sherlock Holmes, en un giro
previsible, en una segunda lectura del libro, pero bellamente elucubrado.
Como en todo su obra literaria, Pérez
Reverte, logra aquí arrastrar al lector de manera sutil, sin grandes alardes escénicos,
con un lenguaje, esta vez, más cuidado y siguiendo las pautas de esos grandes
autores de la investigación policial y el suspense. Desvelando que quien fue
asesinada en la playa no era quién se creía, pues hábilmente había cambiado su
nombre y ocultado su pasado.
Mientras tanto, en el Misterio de la Cruz Egipcia, Ellery Queen, como investigador y protagonista del libro, con gran sabiduría y enredo histórico, nos lleva en la América del cercano Oeste, como en Long Island, en post de un asesino que cojea, tiene un extraño nombre del este europeo, crucifica y descabeza a sus víctimas, las tres con nombres de ciudades buscadas en un Atlas y originarios todos de Armenia, con un pasado de ladrones y en un asunto de venganza, bien aposentados ahora en los Estados Unidos.
Trata de retar al lector para,
tras las diferentes pistas y situaciones que nos va desvelando el relato,
imponernos que le demos el nombre del culpable, que termina siendo uno de los
mismos dos hermanos que habían sido asesinados, como del vengador por hechos
llevados a cabo en su país de origen con su familia, en un cruel robo.
En Soplo Caliente, Soplo Frío, el asesinato de los Walters, una pareja
y unos vecinos de barbacoas amistosas,
de jóvenes matrimonios, nos lleva a una hábil manera de asesinar para que las
culpas parezcan una muerte pasional y un suicidio posterior, con enredos que
van emergiendo, aunque todas las pruebas conducen al mismo matrimonio del
doctor Richmond y su esposa, antigua enfermera, uno de los cuales, por
despecho, odio y venganza, llevará a cabo ese asesinato en un caluroso condado
de los USA.
Con Georges Simenon, en Maigret y los testigos recalcitrantes; Maigret a pensión o Un fracaso de Maigret, el lector se sumerge en una obra sencilla, con artificios suaves, pero con un enorme grado de humanidad, ya que en todos sus novelas siempre se saca la conclusión de que el asesino también merece el perdón y hubo algo que le empujó a tan fatal decisión.
Maigret y los testigos recalcitrantes se adentra el autor belga en
una familia industrial venida a menos, en una casona de París que cae en ruinas
y una industria de galletas que se muere, pero que sus fundadores y sus dos
hijos, tratan de sostener de pie con matrimonios de conveniencia, mientras el
negocio sigue dando sus últimas bocanadas, aunque una hija alejada de este
ambiente mortecino, desvele a Maigret las razones de ruina latente.
Desde una pensión, Maigret hará
el trabajo de investigación para descubrir el intento de asesinato de uno de
sus fieles policías, descubriendo que, en el fondo, era una cuestión de amor,
que no quería ser desvelada y que, casualmente, ese policía se vio inmerso.
No fracasa Maigret, sino que
muestra su enorme humanidad y comprensión por el asesino, en este caso quienes
tratan de hacer frente a un empresario despótico, que casualmente había nacido
en el mismo pueblo de Maigret y que, con su emporio de carnicería, había
triunfado en París y es respaldado por los políticos. Algo peremne y si no que
se lo pregunten a los
En este último relato, los que se
ven obligados a padecer el asesino, como el mismo pasado de la infancia del
asesinado, hacen que sea “bienveillant”, es decir benevolente, bondadoso con
todos cuantos desfilan por esta amarga historia, donde el dinero no logra hacer
feliz al carnicero, y quienes para él
trabajan sólo saben que intentar robarle para soportar la humillación y la
ruindad del patrón.
Tres autores y una obra con modos
distintos de darle forma literaria y de investigación, como de juego y reto al
lector.
Llegamos al final, aunque quizás debiera haber sido, probablemente el principio, El club Dumas, posiblemente una de las mejores obras que ha escrito Pérez Reverte.
La terminó de escribir en la
Navata, la sierra madrileña, una primavera de 1993, cuando los fríos, las
nieves y el río Guadarrama que no lejos discurre, ya empezaban a desvanecerse,
mientras que la obra con la que este libro se relaciona enormemente, El problema final, lo hace en un soleado
y cálido invierno en la isla de Corfú.
Puede parecer extraño, pero el
ambiente oscuro irradia en este Club
Dumas, y aunque la Irene Adler del 2 de Baker Street, residencia de
Sherlock Holmes, aparezcan en las dos obras, todas ellas son fruto de la enorme
pasión de bibliófilo que atesora el escritor, de su admiración por A. Dumas y
la colaboración de Maquet , que utiliza en un supuesto manuscrito de ambos como
una de las piezas para construir esta magnífica novela de investigación llevada
a cabo por Corso, el protagonista, y con la frecuente presencia del mismo autor
en el detalle y los pasos de la trama como narrador en tres episodios con el
nombre de Boris Balkan.
La pasión por los libros,
especialmente antiguos, como el interés del trasunto del autor, Boris Balkan,
en la creación del club Dumas, que anualmente se congrega en el castillo de
Meung, como corresponde al inicio de los Mosqueteros, y tres muertes, en
Madrid, un adinerado Taillefer de extraño suicidio y de bellísima esposa,
asemejada a Kim Novack; en Sintra, la del coleccionista arruinado Fargas y ya
en París, la marquesa Ungern, que además de bibliotecas y colecciones de libros
extraordinarios, cuentan con el libro de las Siete puertas, impreso por
Aristide Torchia, que muriera por el fuego de la Inquisición italiana, y con un
supuesto misterioso secreto que busca desentrañar el millonario Varo Borja,
también coleccionista de libros en la ciudad de Toledo y con enloquecido y
diabólico final.
En este libro, el lenguaje del
protagonista, que hace referencia a su origen de paisano de Napoleón, Corso, es
cercano al que suelen emplear los héroes de los libros de Pérez Reverte, el que
él mismo acostumbra a usar en sus entrevistas televisivas, que, sin embargo, ya
en su último libro, El problema final,
descarta, quizás por los intervinientes y que, en otras publicaciones: Alatriste, Revolución, Los perros duros,
El italiano, emplea indiferentemente
y con abundancia.
Todo en este libro de El club de Dumas, es una muestra del
gran talento que nuestro compatriota atesora, y que, como él mismo señala: “Pero lo mío es el folletín. La novela policíaca debe usted buscarla en otra
parte”, además de ser un subterfugio lo enlaza treinta años después, para,
esta vez sí, acometer un proyecto policíaco, ya que el Club Dumas es muyo más
excelso y elaborado que su último libro.
En su pasión por los libros,
Pérez Reverte nos hace navegar con autores que a él conquistaron con sus
historias y que a quien esto firma, también le hicieron viajar y soñar, además
de permitirle a él, introducirlos en sus relatos con una maestría ventajosa.
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