domingo, 3 de marzo de 2024

CUATRO LIBROS, TRES AUTORES Y SIEMPRE UNA INVESTIGACIÓN

 

CUATRO LIBROS, TRES AUTORES Y SIEMPRE UN ASUNTO POLICÍACO



En El problema final, su autor Pérez Reverte, se aventura en desvelar los pasos que Arthur Conan Doyle y buen número de escritores, caso de Agatha Christie, el mismo Ellery Qeen, sobre el que también hablaremos, llevan a cabo una minuciosa tarea para hallar al asesino de su relato, así como los pasos intermedios que necesitan para poder atrapar al culpable y tener atento al lector hasta el término del libro, cada escritor a su manera.

En este modesto análisis, tres son los autores: Arturo Pérez Reverte, Georges Simenon y Ellery Queen, en este último caso este nombre es un seudónimo de dos primos neoyorkinos judíos, Frederic Dannay y Manfred Bennington, que dan vida al investigador Ellery Queen como a otros protagonistas, en esa búsqueda del culpable de un crimen, de un modo bastante intelectual.

Empezamos por nuestro compatriota, el murciano  Pérez Reverte, cuya obra ya es mundialmente conocida y sus libros, de todos los estilos, éxitos de ventas o traducidos a innumerables lenguas, que en este libro sigue las enseñanzas del afamado Arthur Conan Doyle con su famoso protagonista Sherlock Holmes, mostrando a lo largo de esta trama, su enorme conocimiento de la obra literaria del británico, de ascendencia irlandesa, así como de los métodos y maneras en las que a través de la revista Strand Magazine, quien iba para médico, presentará al público quien será su mayor y mejor protagonista literario,  Sherlock Holmes, a quien, en carta dirigida a su madre, pretenderá poner fin con el problema final, título éste de esta misma novela en la que el prolífico novelista español se introduce para, empleando como protagonista a quien fuera el actor más popular en el cine de Sherlock Holmes, ya retirado y por casualidad, encerrado en una isla frente a Corfú por causas de un temporal, presenciará la muerte de tres huéspedes y el compromiso de investigar, como hacía en la pantalla, quién, cómo  y por qué de estos asesinatos.

Tres son los muertos, primero Edith Mander, dentro de una cabaña cercana a la playa, con la apariencia de un suicidio, después el doctor turco Karabin, arruinado, y, por último, un alemán jubilado con oscuro pasado en un campo de concentración.

En el hotel de la isla Utakos, frente a Corfú, la señora Auslander, judía, ayudada por una camarera, Evangelista, un joven camarero, Spyros, y el maître de diente de oro, Gérard, junto a los huéspedes, una pareja italiana del cine y el bel canto, el matrimonio alemán, un español escritor de folletines de venta en kioskos, Foxá, que hará de Watson, dos inglesas frisando los cuarenta, Edith y Vesper Dundas, junto al antiguo actor británico Hopalong Basil, de apodo Hoppy, forman parte de este escenario donde las tres muertes y búsqueda del asesino se convierte en una tarea de investigación y hábil juego, que terminará desvelando, en el último capítulo, quien en la pantalla hiciera de Sherlock Holmes, en un giro previsible, en una segunda lectura del libro, pero bellamente elucubrado.

Como en todo su obra literaria, Pérez Reverte, logra aquí arrastrar al lector de manera sutil, sin grandes alardes escénicos, con un lenguaje, esta vez, más cuidado y siguiendo las pautas de esos grandes autores de la investigación policial y el suspense. Desvelando que quien fue asesinada en la playa no era quién se creía, pues hábilmente había cambiado su nombre y ocultado su pasado.


Mientras tanto, en el Misterio de la Cruz Egipcia, Ellery Queen, como investigador y protagonista del libro, con gran sabiduría y enredo histórico, nos lleva en la América del cercano Oeste, como en Long Island, en post  de un asesino que cojea, tiene un extraño nombre del este europeo, crucifica y descabeza a sus víctimas, las tres con nombres de ciudades buscadas en un Atlas y originarios todos de Armenia, con un pasado de ladrones y en un asunto de venganza, bien aposentados ahora en los Estados Unidos.

Trata de retar al lector para, tras las diferentes pistas y situaciones que nos va desvelando el relato, imponernos que le demos el nombre del culpable, que termina siendo uno de los mismos dos hermanos que habían sido asesinados, como del vengador por hechos llevados a cabo en su país de origen con su familia, en un cruel robo.

En Soplo Caliente, Soplo Frío, el asesinato de los Walters, una pareja  y unos vecinos de barbacoas amistosas, de jóvenes matrimonios, nos lleva a una hábil manera de asesinar para que las culpas parezcan una muerte pasional y un suicidio posterior, con enredos que van emergiendo, aunque todas las pruebas conducen al mismo matrimonio del doctor Richmond y su esposa, antigua enfermera, uno de los cuales, por despecho, odio y venganza, llevará a cabo ese asesinato en un caluroso condado de los USA.


Con Georges Simenon, en Maigret y los testigos recalcitrantes; Maigret a pensión o Un fracaso de Maigret, el lector se sumerge en una obra sencilla, con artificios suaves, pero con un enorme grado de humanidad, ya que en todos sus novelas siempre se saca la conclusión de que el asesino también merece el perdón y hubo algo que le empujó a tan fatal decisión.

Maigret y los testigos recalcitrantes se adentra el autor belga en una familia industrial venida a menos, en una casona de París que cae en ruinas y una industria de galletas que se muere, pero que sus fundadores y sus dos hijos, tratan de sostener de pie con matrimonios de conveniencia, mientras el negocio sigue dando sus últimas bocanadas, aunque una hija alejada de este ambiente mortecino, desvele a Maigret las razones de ruina latente.

Desde una pensión, Maigret hará el trabajo de investigación para descubrir el intento de asesinato de uno de sus fieles policías, descubriendo que, en el fondo, era una cuestión de amor, que no quería ser desvelada y que, casualmente, ese policía se vio inmerso.

No fracasa Maigret, sino que muestra su enorme humanidad y comprensión por el asesino, en este caso quienes tratan de hacer frente a un empresario despótico, que casualmente había nacido en el mismo pueblo de Maigret y que, con su emporio de carnicería, había triunfado en París y es respaldado por los políticos. Algo peremne y si no que se lo pregunten a los

En este último relato, los que se ven obligados a padecer el asesino, como el mismo pasado de la infancia del asesinado, hacen que sea “bienveillant”, es decir benevolente, bondadoso con todos cuantos desfilan por esta amarga historia, donde el dinero no logra hacer feliz al carnicero,  y quienes para él trabajan sólo saben que intentar robarle para soportar la humillación y la ruindad del patrón.

Tres autores y una obra con modos distintos de darle forma literaria y de investigación, como de juego y reto al lector.


Llegamos al final, aunque quizás debiera haber sido, probablemente el principio, El club Dumas, posiblemente una de las mejores obras que ha escrito Pérez Reverte.

La terminó de escribir en la Navata, la sierra madrileña, una primavera de 1993, cuando los fríos, las nieves y el río Guadarrama que no lejos discurre, ya empezaban a desvanecerse, mientras que la obra con la que este libro se relaciona enormemente, El problema final, lo hace en un soleado y cálido invierno en la isla de Corfú.

Puede parecer extraño, pero el ambiente oscuro irradia en este Club Dumas, y aunque la Irene Adler del 2 de Baker Street, residencia de Sherlock Holmes, aparezcan en las dos obras, todas ellas son fruto de la enorme pasión de bibliófilo que atesora el escritor, de su admiración por A. Dumas y la colaboración de Maquet , que utiliza en un supuesto manuscrito de ambos como una de las piezas para construir esta magnífica novela de investigación llevada a cabo por Corso, el protagonista, y con la frecuente presencia del mismo autor en el detalle y los pasos de la trama como narrador en tres episodios con el nombre de Boris Balkan.

La pasión por los libros, especialmente antiguos, como el interés del trasunto del autor, Boris Balkan, en la creación del club Dumas, que anualmente se congrega en el castillo de Meung, como corresponde al inicio de los Mosqueteros, y tres muertes, en Madrid, un adinerado Taillefer de extraño suicidio y de bellísima esposa, asemejada a Kim Novack; en Sintra, la del coleccionista arruinado Fargas y ya en París, la marquesa Ungern, que además de bibliotecas y colecciones de libros extraordinarios, cuentan con el libro de las Siete puertas, impreso por Aristide Torchia, que muriera por el fuego de la Inquisición italiana, y con un supuesto misterioso secreto que busca desentrañar el millonario Varo Borja, también coleccionista de libros en la ciudad de Toledo y con enloquecido y diabólico final.

En este libro, el lenguaje del protagonista, que hace referencia a su origen de paisano de Napoleón, Corso, es cercano al que suelen emplear los héroes de los libros de Pérez Reverte, el que él mismo acostumbra a usar en sus entrevistas televisivas, que, sin embargo, ya en su último libro, El problema final, descarta, quizás por los intervinientes y que, en otras publicaciones: Alatriste, Revolución, Los perros duros, El italiano, emplea indiferentemente y con abundancia.

Todo en este libro de El club de Dumas, es una muestra del gran talento que nuestro compatriota atesora, y que, como él mismo señala: “Pero lo mío es el folletín. La novela policíaca debe usted buscarla en otra parte”, además de ser un subterfugio lo enlaza treinta años después, para, esta vez sí, acometer un proyecto policíaco, ya que el Club Dumas es muyo más excelso y elaborado que su último libro.

En su pasión por los libros, Pérez Reverte nos hace navegar con autores que a él conquistaron con sus historias y que a quien esto firma, también le hicieron viajar y soñar, además de permitirle a él, introducirlos en sus relatos con una maestría ventajosa.

 

 

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