domingo, 19 de mayo de 2024

FRANCIA Y ESPAÑA, DOS VECINOS ENTRE EL AMOR Y EL ODIO.

 



FRANCIA Y ESPAÑA, DOS VECINOS ENTRE EL AMOR Y EL ODIO

En fin, le envidio a usted París, “que es mi pueblo”. Le dirá Azaña en carta a Indalecio Prieto, un 4 de marzo de 1935.

Este gran estadista español, reformista, luego republicano y siempre un eterno burgués clarividente, tuvo una gran pasión por la cultura y la historia de Francia, a pesar de que, por desgracia para él y, probablemente para un millón de españoles que murieron en la Guerra Civil del 36 al 39, como para cinco millones de europeos que también sucumbieron en la Segunda Guerra Mundial, entre 1944 y 1945, la Francia que él tanto amaba y conocía, que había defendido contra la germanofilia de la Primera Guerra Mundial, 14-18, desde el Ateneo de la calle Prado en Madrid, tanto como secretario y luego presidente, con dirigentes socialistas y el mismo Frente Popular gobernando en París, con la declaración de no-intervención le daba el mayor palo a ese amor y a ese afrancesamiento que, ya con Napoleón, tras la revolución francesa y la Enciclopedia de Diderot y D’Alembert, también arrastró a un puñado de intelectuales españoles en su huida tras los pasos de Pepe Botella, o José Napoleón, deseosos de un cambio en la estructura política de España, que, sin embargo, el pueblo, empezando un Dos de Mayo en Madrid y siguiendo con la defensa heroica de ciudades como Zaragoza o Gerona, o aquel bando del Alcalde de Móstoles: la patria está en peligro, Madrid parece víctima de la perfidia francesa. ¡Españoles, acudid a salvarla!, se convirtió en el principal exponente de esa dualidad de sentimientos, a los que, no obstante, ayer bajo las ínfulas de Napoleón Bonaparte, se quiso hollar.

Si no fue suficiente con la invasión de Francia y el apresamiento de la Familia Real, con la excusa de que entraban en España para atacar a Portugal, aliada de Gran Bretaña, el saqueo o la misma voluntad de destrucción de nuestros monumentos, como hubiera sucedido en la Alhambra si el cabo de inválidos, José García, no hubiera expuesto su vida para frenar la mecha francesa que corría por los adarves, destruyendo buena parte de nuestro patrimonio, o nuestra alianza naval con un incompetente Villeneuve que arrastró a nuestra flota y grandes marinos españoles  como Gravina, Antonio Escaño, Cayetano Valdés o Cosme Damián Churruca, entre los más destacados de nuestros libros infantiles de historia, delante de Nelsón en aquel fatídico 21 de octubre de 1805.

La Segunda República, también era abandonada por Francia, ya que  la España que era invadida por Alemanes, Italianos y Portugueses, con un enorme arsenal militar, de asesores militares y de milicias, no se le permitía adquirir armamento en Francia, cuando ya Azaña les decía, como después se demostró, a Léon Blum, y al más desvergonzado y miserable de los embajadores que tuvo Francia en España, Jean Herbette, que era el primer paso oculto de los proyectos de Hitler.

Con la no-intervención, Francia, Gran Bretaña y los mismos estados Unidos, con Roosevelt a la cabeza, dieron lugar a que UN MILLÓN de españoles murieran en esa guerra incivil que tenía lugar por los campos de España. Luego serían CINCO MILLONES de seres humanos, entre ellos cerca de UN MILLÓN DE JUDÍOS, en un holocausto germánico del que aún cuesta creer que haya hombres y mujeres en esta tierra que pudieran acometer las atrocidades que cometieron contra otros seres, simplemente por tener otro Dios, una creencia distinta, una nariz más acusada, una piel más atezada, un idioma distinto o simplemente un grupo sanguíneo distinto.

Y cuando empezó ese AMOR-ODIO entre españoles y franceses, o viceversa, cuando las raíces de ambos pueblos se hunden en la misma raíz de dos invasores venidos de los bosques germanos; Francia con los galos y la península ibérica con los visigodos, además de la posterior implantación romana, con sus aportes lingüísticos y del Derecho, como de gobierno, que tan profundamente se enraizaron en la Europa previa al Medievo.

El dinero, el poder, la Iglesia, las castas, los descubrimientos,  probablemente fueron tejiendo esta lucha y esta mutua admiración, que si desde los RRCC tuvo su apogeo, con Carlos V y Felipe II, en tierras italianas y en Flandes, con las continuas victorias del Gran Capitán, don Gonzalo de Córdoba y el mismo Duque de Alba y nuestros Tercios, hizo que la monarquía francesa mirara con recelo a España.

Tanto es así que, en Granada, cuando las tropas imperiales francesas de Napoleón entraron en 1810, al mando del general corso  Horace Sebastiani , lo primeron que hicieron fue profanar  la tumba de Gonzalo Fernández de Córdoba, en el convento de san Jerónimo, mutilando sus restos y quemando las 700 banderas allí expuestas de sus afrentas y victorias a los franceses. . Sebastiani, en su huida de España en 1812, se llevó su calavera y una probable copia de su espada de gala, objetos que aún hoy permanecen en paradero desconocido y sobre lo cual Francia ni ha pedido perdón ni devuelto lo robado.

Con la derrota de la República, a partir de febrero de 1939, QUINIENTOS MIL españoles cruzaron la frontera pirenaica y fueron a parar a campos de refugiados en Argèles-Sur-Mer, Saint-Cyprien, Bracarès, Septfonds, Rivesaltes y Vernet d’Ariège, tratados peor que si fueran bestias, que escribirá Azaña en sus Diarios, cuando no eran forzados a trabajar en su futura e ineficaz defensa de la Línea Maginot o forzados a regresar, expuestos a la venganza y las cárceles de Franco, o entregados a los Nazis, como fue el caso de Largo Caballero.

El mismo entierro de Azaña, que encontró la muerte en Montauban, un 3 de noviembre de 1940, tuvo su féretro que ser cubierto con la bandera de nuestros aliados mejicanos, que tuvieron, gracias a su presidente Lázaro Cárdenas, el gesto honroso de un hermano, mientras el desprecio de los franceses, con el general Pétain a la cabeza en la cercana Vichy, sólo mostraban su desprecio, su cobardía y su entrega a los alemanes.

Y alcanzamos los años 70, gobierna en España un partido socialista, con el tándem  Felipe González y Alfonso Guerra, mientras se siguen sucediendo los atentados de ETA, cuyo santuario, su escondite todos saben que está en el sur de Francia, con epicentro en Toulouse, cuando  Giscard d’Estaing ni el socialista Mitterrand mueven un dedo para frenar esta sangría, que llevará más de OCHOCIENTOS CINCUENTA españoles a perder la vida, otros a ser extorsionados, otros muchos a verse obligados a abandonar el País Vasco y crece la implantación del nacionalismo y de las franquicias políticas de ETA, otros a vivir con guardaespaldas durante 42 años, sin contar el daño económico difícil de cifrar.

Entramos en el siglo XXI, un golpe de estado es dado en Barcelona por separatistas catalanes, que sólo durará CINCO minutos, el tiempo que su principal defensor, un oscuro supuesto periodista catalanista, se oculte en el cofre de un coche, cruce la frontera y se establezca en Waterloo (Bélgica). Cuando le conviene, se acerca a Perpiñán, frontera con España, donde las banderas catalanistas abundan más que la tricolor francesa y, ahora, Macron, permite que éste fugado de la justicia española, a sus anchas siga atacando a España desde tierras francesas, sin que esa gendarmería que ayer miraba a otra parte cuando cruzaba la frontera los asesinos de ETA, que golpeaban con saña a nuestros compatriotas cuando buscaban refugio en Francia, o eran vaciados sus bolsos cuando los emigrantes españoles a Europa tenían que cruzar por Behovia.

Esos malditos gendarmes, los mismos que desvalijaban a mi padre el jamón que le habían entregado mis abuelos o las botellas de anís y coñac que llevaba para sus amigos belgas, o las humildes pertenencias de esos millares de emigrantes españoles, cuando tras las vacaciones tenían que volver a pasar la frontera con Francia por Irún, hoy le abren los brazos al fugado Puigdemont. Ahora también era una nueva marea humana que buscaba en Europa su amparo y que unos franceses acogían con júbilo, como hicieron con Picasso, mientras otros, como esos  gendarmes de mi memoria infantil, dentro del pasaporte se embolsaban unos cientos de francos o se apoderaban del modesto regalo de unos viejos que veían a los suyos marcharse otra vez a tierra extraña, la misma que los trataba como bestias.

Ya,  un 25 de agosto de 1944, antes de las cuatro de la tarde, el gobernador alemán de París, general Dietrich von Choltitz, se rendía a un soldado español, Antonio González,  mientras los tanques con los nombres de Teruel, Guadalajara, Madrid, Ebro, Jarama, Guernica, Belchite, Brunete, Don Quijote, encuadrados en la NUEVE, entraban apresurados por los bulevares parisienses, tomaban posiciones  y penetraban en el ayuntamiento de París, de la hoy también española Ana María Hidalgo Aleu.

Ya en el siglo XX, el comercio y la industria francesa han colonizado con sus empresas España, mientras los españoles, en ocasiones, vemos con tristeza como los agricultores franceses, en la frontera,  arrojan de nuestros camiones nuestros productos de frutas y hortalizas o vacían los tanques que exportamos de vino, con ánimo de defender sus intereses y el precio del fruto de su huerta, aunque sea en nuestro detrimento y también seamos solidarios con sus demandas.

Veintiún siglos ya, quizás, de amor y odio entre los francos y los hispanos, que esperemos que desde la Unión Europea, en una época convulsa, pronto tengan su término y sólo sean de mutua comprensión, respeto y, por qué no, de AMOR entre Francia y España.

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