UNO DE NOVIEMBRE, DÍA DE TODOS LOS SANTOS, Y DE LA MEMORIA
DE GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER
A TODOS LOS SANTOS
(1 de noviembre)
Patriarca que
fuisteis la semilla
del árbol de la fe
en siglos remotos,
al vencedor divino
de la muerte
rogadle por nosotros.
Profetas que
rasgasteis inspirados
del porvenir el
velo misterioso,
al que sacó la luz
de las tinieblas
rogad por nosotros
Almas cándidas,
Santos Inocentes,
que aumentáis de
los ángeles el coro,
al que llamó los
niños a su lado
rogadle por nosotros.
Apóstoles que
echasteis en el mundo
de la Iglesia el
cimiento poderoso,
al que es de la
verdad depositario
rogadle por
nosotros.
Mártires que
ganasteis vuestra palma
en la arena del
circo, en sangre rojo,
al que os dio
fortaleza en los combates
rogadle por
nosotros.
Vírgenes semejantes
a azucenas
que el verano
vistió de nieve y oro,
al que es es fuente
de vida y hermosura
rogadle por
nosotros.
Monjes que de la
vida en el combate
pedisteis paz al
claustro silencioso,
al que es iris de
calma en las tormentas
rogadle por
nosotros.
Doctores cuyas
plumas nos legaron
de virtud y saber
rico tesoro,
al que es raudal de
ciencia inextinguible
rogadle por
nosotros.
Soldados del
Ejército de Cristo,
Santas y santos
todos,
Rogadle que perdone
nuestras culpas
A Aquel que vive y
reina entre vosotros.
En otoño, cuando llega el día de Todos los Santos y los
Difuntos, es fácil acordarse del gran poeta sevillano, que con sus rimas y sus
cuentos nos pone delante de la muerte, la melancolía y el amor desesperado.
Allí a Sevilla, allá por el siglo XVI, cuando España era
un imperio y Flandes formaba parte de la España donde no se ponía el sol, un
flamenco, como otros tudescos, genoveses y borgoñones, buscaban en Sevilla
hacer fortuna.
Uno de esos antepasados de Gustavo Adolfo Bécquer, quien
trocaría su apellido Domínguez Bastida por el de sus antepasados Bakker o
Bäcker, en español Bécquer, que
abandonaron las húmedas y planas tierras de la Mar del Norte, de innumerables
canales y de un cielo de plomo que se funde con el tapiz verde de sus prados
infinitos, donde el pincel de Velázquez, en su cuadro la rendición de Breda, condensó la caballerosidad de los Tercios de
Flandes y del alma hispana, con el plácido discurrir de sus anchos ríos, para
prosperar y hallar la luz, la alegría y el sol eterno de la Andalucía bética,
en cuya ciudad, la Torre del oro abre
los brazos a los nuevos descubrimientos que nos llegan desde las Indias,
mientras les enviamos caballos, azúcar de caña, uvas, plátano, naranjas, limón, café, pollo, cerdo,
cabras, ovejas, toros, vacas, como también ingentes reatas de hombres y mujeres
que se fundirían con el crisol allí existente o el que también se iba
atemperando desde las costas de Guinea, también desembarcado por portugueses y
españoles.
Desde la opulencia, hasta encontrarse huérfano y siempre
ayudada la familia por compatriotas de las tierras del norte, Gustavo Adolfo
Bécquer y su inseparable hermano pintor, Valeriano, se irán a Madrid para
mostrar el talento que ambos atesoran y que han dado muestras incipientes en su
Sevilla natal.
El paso de ambos por esta tierra no será largo, ni
plenamente afortunado, sujeto a menudo a los avatares de la política de ese
siglo, con sus numeroso vaivenes entre liberales y conservadores, como a las
muchas revueltas que se sucedían en la capital del reino y para ocupar el
poder. Tampoco en el amor, Adolfo Gustavo Bécquer será agraciado por las
flechas de Cupido, aun cuando se casa con Casta Esteban navaro, con quien
tendrá tres hijos, y alguna que otra separación matrimonial y frecuentes
disputas.
Es con treinta y cuatro años, y a las puertas de la
Navidad, un 22 de diciembre de 1870, que la tuberculosis se apoderará de su
cuerpo, cuando empezaba a ser conocido, a pesar de que su obra se había ido
publicando en las páginas de un diario y que sus amigos lograrán que se imprima
todo el enorme caudal posromántico que su obra atesora y unas leyendas que son
una obra maestra de la literatura en lengua española.
Vaya aquí un breve muestrario de esas rimas, que siglo tras siglo, los enamorados tratan
de memorizar para conquistar el corazón de la persona amada, al igual que unos
destellos poéticos de quien en su alma y en su ser supo albergar y dar a luz
una obra engendrada desde las dunas y las olas, con brumas insondables y cuyas
catedrales son las únicas montañas, en caminos de lluvia de un país plano,
junto a la flor del azahar, un cielo azul que todo lo inunda sobre la piel
morena, íntimamente abrigadas en el corazón del poeta.
Mientras la ciencia
a descubrir no alcance
las fuentes de la
vida,
y en el mar o en el
cielo haya un abismo
que al cálculo
resista
mientras la
humanidad, siempre avanzando,
no sepa a do camina
mientras haya un
misterio para el hombre
¡habrá poesía!
Mientras haya unos
ojos que reflejen
los ojos que los
miran;
mientras responda
el labio suspirando
al labio que
suspira;
mientras sentirse
puedan en un beso
dos almas
confundidas;
mientras exista una
mujer hermosa,
¡habrá poesía!
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Volverán las
oscuras golondrinas
en tu balcón sus
nidos a colgar,
y otra vez con el
ala eb sus cristales,
jugando llamarán;
pero aquellas que
el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi
dicha al contemplar;
aquellas que
aprendieron nuestros nombres,
ésas…¡no volverán!
Al brillar de un
relámpago nacemos,
y aún dura su fulgor
cuando morimos,
¡Tan corto es el
vivir!
Despertaba el día
y a su albor
primero,
con sus mil ruidos
despertaba el
pueblo.
Ante aquel
contraste
de vida y misterio
de luz y tinieblas,
medité un momento:
Dios mío, qué solos
Se quedan los
muertos!
La piqueta al
hombro
el sepulturero
cantando entre
dientes
se perdió a lo
lejos
La noche se
entraba,
reinaba el silencio;
perdido en las
sombras,
medité un momento:
¡Dios mío, qué
solos
se quedan los
muertos!

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