LA ISLA DE LA MUJER DORMIDA, DE ARTURO PÉREZ-REVERTE
Parlez-moi d’amour, o háblame de amor, al principio y al poner
término a la novela, según una canción francesa de Lucienne Boyer, de gran
éxito en los años 30, es el principio de la mise
en scène de la última obra del afamado escritor y académico de la RAE, don
Arturo Pérez Reverte, que se terminara de imprimir un otoño del 2024, y que a
buen seguro alcanzará, como todos sus trabajos literarios, un éxito de ventas,
después de que en la isla griega de Syros, pusiera punto final a cuanto le
dictaban las musas, la brisa marina de las Cícladas y las odas a Dionisos por
parte de los marineros griegos.
En esta última novela, su autor
nos hace partícipes de su pasión por el mar, los destellos del ajedrez, que con
tanta maestría y éxito también manejó en otros trabajos, la siempre presente
historia de la guerra civil española y, con una enorme habilidad y
probablemente un profundo conocimiento propio, el amor de dos hombres por una
mujer, con un telón de fondo extraordinario, las islas griegas, especialmente
la de la Isla de la mujer dormida, propiedad de un potentado griego de unos
sesenta años, venido a menos, el barón
Pantelis Katelios, y su bella esposa, Lena, de origen ruso, antigua modelo de
la casa parisiense Patou y de piernas que despertaban las miradas más
distraídas. La isla citada como el entorno del cabo Kafireas, Andros y Syros
son los deliciosos escenarios donde el protagonista de la narración, el antiguo
capitán de la marina mercante española, hoy adscrito a una empresa corsaria de
la España nacional, Miguel Jordán Kiriazis, de madre griega y formado en Kiel
para el manejo de torpederas tras el alzamiento de Franco, por tanto la persona idónea para impedir el
abastecimiento de la República española desde los puertos rusos del Mar Negro,
a su paso por el Mar Egeo, con una torpedera alemana y la ayuda de ocho mercenarios
de diversas nacionalidades, llevará cabo su apuesta guerrillera y donde
terminará conquistando el corazón de Lena, quien inicialmente por despecho
hacia su marido y por hastío vital, volviera a reencontrarse con la pasión de
la carne, los besos y los abrazos, como el último amor, en la casa de Syros, y
cual Calpurnia augurar un triste adiós a
su César, en la persona de ese marino español, pero de patria la mar y de
nombre Mihalis, en escenas un tanto
cinematográficas y de enorme romanticismo:
Emergió entonces, silueteada en el cielo, y el cuerpo desnudo y mojado
fue a refugiarse en el de Jordán. Tiritaba temblorosa, agitada, buscando los
labios del hombre con los suyos, húmedos de sal.
-¿Tienes frío?- preguntó él.
-No, no…tengo miedo.
Se sorprendió Jordán.
-¿A qué?
-A cuando te hayas ido y esto se borre de mi memoria.
-Maldito seas, capitán Mihalis –susurró ella de pronto.
O ya en las postrimerías de la
novela, en un último intento de regresar juntos al nido de amor que fuera la
casa de Syros, sobre la deslumbrante motora Chris-Craft, exclamará ella:
-Nunca imaginé que lamentaría haberte conocido.
Caminaba por la orilla como si pretendiese acompañar a la torpedera sin
perderla de vista (Mihalis, ya a bordo de la torpedera bautizada La Loba,
después de darle la espalda a ella en la barraca, y sin ni siquiera un adiós) queriendo retrasar el momento final.
Quizá sí la amé, piensa para sí el capitán Mihalis cuando la ve alejarse
al final de la playa y da la orden de: -Avante
media, piloto…Salgamos de aquí.
Aun cuando en todas sus
novelas no falte ningún detalle para hacer más fácil la visualización del
escenario, mediante certeras descripciones de los lugares, sin por ello
detenerse en los consabidos de las guías turísticas y de las enciclopedias al
uso, tiene la habilidad de incorporar elementos sutiles, bien de bebidas,
comidas o la misma geografía del entorno,
que permiten al lector redescubrir y humanizar más si cabe, lugares como
Estambul o el mismo paisanaje griego o turco de la época.
Si del frustrado amor del
barón Kitelios, a quien ella le entregó
cuanto tenía y, sin embargo, él lo malgastó, según le descubre Jordán, como
de él con la esposa, Pérez Reverte hace una pormenorizada secuencia de frases y
razones para el sicoanálisis, no es menos cierto que, como en muchas de sus
novelas, el profundo sentimiento español late cada vez que pulsa una tecla o
coge el lápiz para escribir, está impreso a fuego en el torrente sanguíneo que
corre por sus venas y en esa prodigiosa mente, por donde ya las novelas fluyen
casi solas, esta vez elaborada con menos exabruptos y un mayor equilibrio
melódico, donde tan solo cuando la torpedera la emprende contra el Kromstadt, a
quien esto firma, la épica de los disparos y la desesperada navegación, lo
vuelven a llevar a su infancia, cuando uno se colaba en el cine Olympia de la Gran Vía de Granada, desde
aquellos palcos laterales forrados de terciopelo, la sala toda a oscuras, el
único brillo de las pupilas de los espectadores y el haz del proyector cruzando
el vacío oscuro para estamparse contra
una enorme pantalla; cuando Erroll Flynn, a bordo de un navío de gallarda singladura,
velas al viento y bello espejo de popa, se despide desde la cofa del barco,
blandiendo la espada y con su encantadora sonrisa, y las letras de The End se
apoderaran de la pantalla y las carreras,
el griterío de los golfillos de
entonces atrone en aquel palacio de los sueños.
Y dos son también esos
españoles que desde Estambul, ayer compañeros en el consulado español, (donde también
estuviera Francisco Lorca como secretario de la legación, tras terminar la
carrera diplomática) el nacionalista Ordovás y el republicano Loncar, quienes traten
de conocer los movimientos del contrario para arrimar el hombro a su bando
respectivo desde la lejanía, en esa
encarnizada disputa que asola España desde el año 1936, a pesar de la amistad
que todavía les permite a ambos funcionarios, disfrutar mutuamente de los encantos de la
ciudad otomana y de alguna que otra partida de ajedrez.
El Kromstadt, barco mercante
ruso como señuelo y artillado para poner fin a los estragos de la torpedera,
gobernado por españoles fieles a la República, terminará también siendo
golpeado, pero logrará detener la osadía de Jordán, en páginas enormemente
cinematográficas, heroicas y legendarias, con el sello característico a la
pluma, de quien fuera en su juventud, un
afamado reportero, el hoy deslumbrante escritor don Arturo Pérez Reverte.
Finaliza la novela con el
regreso al Pireo del capitán Miguel Jordán Kiriazis, a bordo del barco mercante
Almanzora, ya en 1951, catorce años más viejo, reencontrándose con quien fuera
su piloto en aquellos azarosos días del 37, y hoy un hombre próspero, el griego
Ioannis Eleonas, con quien departirá brevemente, alrededor de una copa de Metaxá, sobre los tripulantes desaparecidos
de La Loba y los dueños de Gynaíka, o la Isla de la mujer dormida.
Una vez más, Arturo Pérez
Reverte, con su prodigiosa imaginación, su enorme talento y su maestría tanto
en el manejo de los sentimientos, como en todo el atrezo necesario para que el
lector pueda viajar con él o formar parte de la escena desde la sombra del
libro, acude a una epopeya que logra hacer vibrar a quien lee el libro, cuyas
páginas vuelan y cuyo fin parece haberse diluido repentinamente como un
azucarillo, en ese mar de palabras cuyo timón maneja con la destreza de un
viejo lobo de mar en las letras, y donde el lector acaba la lectura con la
misma melancolía que el protagonista, con el sol desvaneciéndose a poniente.
¡Gracias, pues, maestro!
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