EL CRISTO DE VELÁZQUEZ, DE MIGUEL
DE UNAMUNO
Muchos de los alumnos de nuestras
escuelas, en la actualidad, quizás por su posición religiosa, probablemente
solo sepan de Miguel de Unamuno que se enfrentó a Millán Astray, un militar
próximo al dictador Franco, en la misma universidad de Salamanca, mientras su
vena poética pasará posiblemente más desapercibida, a pesar de que en su obra
sobre El Cristo de Velázquez, es un canto en el que cada parte de ese Cristo es
escudriñado, pues si la contemplación de cualquier cuadro de la factoría del sevillano
Velázquez, de por sí ya merecería la visita varias veces en la vida el Museo
del Prado, una pinacoteca sin igual y la Meca de la pintura, el crucificado
pintado por Velázquez refleja una luz difícil de reproducir, pues quizás fuera
guiada por el mismo Creador, ya que es celestial alcanzar ese prodigio que el
Prado alberga y que, al mismo rector de Salamanca, le produjo tanta emoción y
tan intenso fervor.
Como la seducción que produce la
Pieta de Michelangelo en el Vaticano, o su excelente copia en el trascoro de la
catedral de Guadix, delante del Cristo de Velázquez no sólo cualquier visitante
puede sentir una suprema exaltación, una eminencia como Miguel de Unamuno fue
capaz de llevar su pluma para plasmar un sentimiento de deslumbramiento por
cada uno de los trazos que Velázquez dejó plasmados con su pincel y su paleta
de color, lo que llevó a cabo en un libro donde cada parte del cuerpo del
Nazareno es poetizado y va siendo desgranado con el lirismo del maestro y la
pasión de un ferviente creyente.


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